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lunes, 12 de octubre de 2015

Cuando nos hicimos magos (I)

Si los ojos de aquella mujer narraran todo lo que han visto, capaz ofrecieran un relato detallado de la vida del venezolano promedio, el que brinca charcos que crearon las tuberías rotas, invierte buena parte de su tiempo en la irritable espera del autobús de turno o guarda en las gavetas de la cocina algunas velas para iluminar la casa cada tanto, cuando el apagón visita y se queda a dormir.
                Ella descendía del bulevar de comercios que hacen antesala al Hospital Luís Razetti de Barcelona. Caminaba apurada con un trío de bolsas en la mano derecha, el morral de madre a cuestas y la criatura entre sus hombros. Un pañuelo de una tela rosada y delgada, con el centro transparente, producto del uso y desgaste, protegía al bebé del sol anzoatiguense. El calor evaporaba cualquier atisbo de sonrisa en un rostro que parecía invadido por el estrés y la incertidumbre.
                Cuando una de las bolsas que llevaba cayó al suelo, apresuré la marcha para ayudarla.
                -¡Epa! Espérate. Aquí está tu bolsa.
No era una mujer mayor, capaz tenía mi edad. Era exagerado pensar que superara los 25 años. La bolsa contenía un paquete de 32 pañales y en su mano llevaba otro idéntico. Recordé que aquella mañana la gente corría de un lado al otro, y a los pies del hospital, se observaba una fila de más de 400 personas, de acuerdo con mis estimaciones a vuelo de pájaro: esperaban comprar pañales en una farmacia, un producto atesorado en la Venezuela de la escasez y el hambre.
-¡Coño! Gracias, creí que te la ibas a llevar –respondió luego de un sorbo de aire que la tranquilizó.
-¿Y por qué me voy a llevar esos pañales? Eso no se hace.
-Carajo, si eso es lo normal. La vez pasada estaba en el (Abasto) Bicentenario cuando se armó un rollo ahí. La Guardia llegó justo después cuando iba saliendo con las bolsas y me quedé sin nada por culpa de aquél peo en medio del gentío. Menos mal que andaba sola.
Periodista al fin, no pude asfixiar una pregunta.
-Ah, pero no andabas con tu niña por ahí, que bueno.
-No es mi chama, es mi sobrina. La traje al hospital anoche porque no le bajaba la fiebre y no conseguía un remedio. Hoy temprano le dieron de alta porque no hay donde tenerla y le bajó la calentura. Me metí en esa cola a ver qué había y compré rápido porque me vieron con la niña, porque si no, bueno, estuviera llevando más sol que una teja.
La acompañé a cruzar la calle y se detuvo debajo de la sombra que brindaba una panadería justo enfrente de la parada de camionetas y camiones que hacen de transporte público.
-¿Cómo haces para cargar todo eso? –volví, curioso.
-Así como voy, con todo encima. No has visto nada. Cuando se consiguen las cosas, la harina, la leche o la azúcar, a veces en los chinos o en el mercado, uno aprovecha, y como venden regulado, cargas con lo que te dejen llevar, si no ¿qué vas a comer?, ¿qué comen los carajitos? Uno aguanta hambre a veces, pero los niños no tienen la culpa de lo que está pasando –respondió.
Su aclaratoria fue un desahogo. Cuando agregaba líneas al diálogo, inhalaba aire con fuerza, dejando entrever alguna dificultad respiratoria de diagnóstico desconocido.
-A veces pareciera que fuéramos magos rindiendo la comida, estirando todo, pidiendo fia’o, de aquí para allá.
La criatura debajo del pañuelo contaba algunos meses desde su llegada al mundo. Su vida, tan frágil, dependía de aquella mujer que había dormido algunos minutos en los pasillos del hospital esperando la buena nueva del médico de guardia para retornar a casa. Nunca abrió los ojos, entregada a un profundo sueño en el sauna de los mediodías de barceloneses.

Ángel Arellano

martes, 4 de agosto de 2015

¿Qué sucedió en San Félix?

 
         Una explosión social a menor escala censurada por los medios de comunicación de largo alcance exceptuando las hasta ahora “libres” redes sociales (a pesar de que sean otro espacio para la persecución).
         La ola de saqueos se desarrolló en varios puntos del país, todos con la coincidencia del desabastecimiento. Guayana fue el foco más importante, el que captó toda la atención. El saqueo es una respuesta a la escasez, y, aunque es un método violento que por su naturaleza anárquica, destructora de la propiedad, se distancia de los mecanismos cívicos y democráticos para exigir respuestas a la crisis nacional, es una realidad que está allí, latente, muy presente en cualquier región esperando para hacer erupción.
         En Guayana, el gobernador oficialista se encontraba concentrado en la “Expobolívar” para el momento de los hechos. Un evento que reúne, según informó a la prensa, más de 300 expositores entre “inversionistas, productores, industriales y nuevos emprendedores”. Esta es la ficción, la fábula narrada por el gobierno en la que el estado Bolívar es un referente, un “polo en franco desarrollo” como lo bautizaron los ingenieros de Harvard y el Massachussetts Institute of Technology cuando participaron en el diseño de la ciudad de Puerto Ordaz hace más de cincuenta años atrás sin saber que hoy sería ejemplo de caos urbanístico y desorden existencial. En la vida real, la hemeroteca más simple recoge miles de reportes, boletines oficiales, investigaciones y testimonios extraoficiales que soportan la verdad verdadera: las empresas básicas de Guayana, emblema de la región, tienen años en quiebra manteniendo sus gruesas nóminas con asignaciones especiales del Gobierno Nacional sin generar ningún aporte al país más allá de un modelo expropiación absurda de lo que antes era productivo y rentable, para convertirlo en una rémora que desangra al Estado. De tal manera que una “Expobolívar” sólo tendría lógica si exhibe las ruinas de la Corporación Venezolana de Guayana, las mafias del oro y la contaminación de su extenso reservorio natural, comenzando por “El soberbio Orinoco” de Verne.
         En este marco han ocurrido en Bolívar una serie de saqueos que cobraron la vida de un ciudadano y dejaron más de tres decenas de heridos, de acuerdo con los números oficiales. Igualmente, el balance arroja pérdidas materiales incuantificables y una sociedad en shock.
         El espectáculo se apoderó de inmediato de la noticia. La imagen del charco de sangre en que dio su último respiro el fallecido copó las redes sociales. En segundos la expresión en todos los círculos sociales que conversaban sobre estos hechos, era la siguiente: “¿Viste? ¡Aquí va a venir un peo!”.
         Tras los hechos de San Félix llegaron informaciones de otros altercados de menor nivel pero que preocupan igual que el primero. ¿Por qué? Se ha subestimado la reacción que puede tener la población general ante una situación de crisis que asfixia a la familia venezolana y atenta contra su necesidad más inmediata: el hambre.
         Mientras el show continúa en cadena nacional y los canales de televisión públicos y privados no sólo obvian la tensión sino que suprimen la noticia de lo acontecido en Bolívar; mientras el debate de la élite política de ambos sectores está concentrada en el evento electoral, el oficial dedicado al abuso y el opositor colocándole velas a “san acuerdo”; mientras el dólar sube y los economistas hablan en su complejísima jerga sin que la mayoría comprenda; mientras la cultura, la reflexión y la educación son elementos que no están en la agenda del pobre porque su prioridad es comer; abajo, en la sociedad llana, en la tierra y el asfalto, donde todos somos iguales, el descontento sigue en vertiginoso ascenso, nuestra indiscutible bomba de tiempo.
         No se puede obviar el hambre de la gente. Rememorando unas palabras antisistema de Rafael Caldera a manera de ilustración y no de invocar los hechos que la inspiraron, podemos decir que “es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer”. Y el problema es ese, la democracia, el respeto a un sistema que funciona y funcionó en este país, pero que 16 años de condena lo han mostrado, con el agregado de que buena parte de la sociedad convalida esta aseveración, como un hecho borroso, impreciso, de difícil recuerdo.
         Si algo nos va a costar luego de esta crisis y de reinstitucionalizar el Estado, es acostumbrarnos a producir, volver a ver los anaqueles llenos, volver a ahorrar, volver a invertir legalmente, neutralizar el bachaqueo y mantener a raya al abuso, la palanca y la rosca.
         ¿Queremos un estallido social? ¿Queremos una vaguada de saqueos en todo el territorio? ¿Queremos que la democracia termine siendo un objeto inalcanzable en vez de un fin en sí mismo? Recojo una reflexión que encaja en este momento, proviene de un ensayo del filósofo español Julián Marías, citado por el doctor Ramón Guillermo Aveledo en su discurso ante el “Diálogo con justicia por la Paz” del año pasado: “Los políticos, los partidos, los votantes, ¿querían la guerra civil? Creo que nadie la quiso entonces, pero ¿cómo fue posible? Lo malo es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil, quisieron: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al otro con el mal. c) No tenerlo en cuenta ni quiera como pedido real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo del medio políticamente, físicamente si es necesario. Se dirá que esto es una locura, lo era, encontramos la posibilidad de la locura colectiva o social, de la locura histórica”.
         No porque algo esté quieto significa que deja de representar un peligro latente. A veces el ruido ensordecedor viene precedido de un silencio sepulcral en el que nada más se perciben algunas voces, ondas lejanas que claman por el orden y la cordura. Un fragmento que no he dejado de referir últimamente es el siguiente, extraído del libro “Ideología, alienación e identidad nacional” de la socióloga Maritza Montero: “Lo que ha sido reprimido, suprimido y negado continúa ocupando un lugar y no ha dejado de existir por el hecho de que haya sido ocultado e ignorado”.
         Hay un volcán esperando que el engranaje del reloj marque su tiempo. Nadie quiere que explote pero nadie hace algo para evitarlo. Por un lado, el régimen protagoniza una épica de agitación, confrontación, propaganda y uso de todos los poderes en contra de su adversario. Por el otro, la disidencia resiste los embates con una debilidad estratégica central: carecen de un plan común, pactado y acordado que trascienda la coyuntura electoral ante una eventual sustitución del gobierno vigente, bien por una victoria tajante sobre el chavismo en la Asamblea Nacional, bien en un escenario de transición, bien en unas elecciones generales anticipadas, bien en un referendo a Nicolás Maduro, etc. Los actores pueden prevenir la erupción. El oficialismo querrá, como de costumbre, profundizar en el clientelismo, las dádivas y el engaño. La oposición puede orientar el descontento hacia una fulminante derrota del gobierno, un pase de factura que agrupe a radicales, indecisos y “chavismo light” llamando a castigar la crisis a través del voto, el principal activo de la democracia.


Ángel Arellano

lunes, 20 de julio de 2015

Violencia y odio en la cola

  ¿Por qué se desató la violencia en la cola? ¿Por qué dos mujeres iniciaron una pelea con tanta furia en el supermercado? ¿Por qué el remolino de odio persuadió a otros que intentaron apartarlas y luego se unieron al reparto de golpes, insultos y maldiciones? ¿Por qué los funcionaros policiales que atendieron la situación terminaron rebasados por la trifulca y por qué nadie se espantó cuando hubo disparos al aire y casi todos quedaron inmóviles para no perder su puesto en la fila?
                Lo primero: una mujer, “¡de viva!”, se instaló por sorpresa en los lugares preferenciales (más cercanos al portón) de la larga cola en la que cientos de almas esperaban el camión cargado de productos regulados que se trasladaba hacia el supermercado. Sin embargo, el vehículo tenía unas doce horas de retraso y extremó los ánimos de los asistentes. La respuesta desproporcionada de otra mujer, que tiró por los cabellos a la primera, atendió al cólera de tolerar más abusos en lo que ya resulta una humillación: invertir muchas horas en comprar algunos alimentos.
La escasez ha disparado los niveles de violencia en la sociedad. Existe una predisposición general de responder de la peor manera ante una situación que atente con el puesto en la cola. Esta conducta se evidencia igualmente en las personas que, en un intento por separar a las féminas, terminaron sumándose a la golpiza.
Lo segundo: la Venezuela sin valores, el país en el que ha predominado durante los últimos 16 años el lenguaje bélico, los improperios, insultos y amenazas, recoge los frutos de su siembra: el desbordamiento de la violencia. Hay odio en las calles, estupor, antagonismo. La sociedad venezolana hoy se caracteriza por su insensibilidad. Las buenas costumbres, los modales y la urbanidad son cualidades rezagadas a un fragmento muy pequeño y en extinción. Ese odio, esa animadversión, sobrepasó la capacidad de la policía para controlar la escena. La rabia desbordada mutó en algo superior, pero, además, la respuesta de la gente, en conexión con esa reacción, fue la de no moverse de su sitio, privilegiar el puesto de la fila por encima de cualquier situación hostil.
Un último dato, quizá lo más esclarecedor. Al final de la reyerta, todos en la cola murmuraban los detalles: quien intentaba burlar a los presentes para ubicarse entre los primeros con opción a entrar al supermercado era una “inspectora popular”, figura creada por la Superintendencia de Precios Justos para velar por la correcta venta de los productos regulados. Muchos en la cola conocían el proceder de esta combatiente de la revolución por hechos suscitados en ocasiones anteriores, empero, los oficiales de la Policía Nacional Bolivariana no habían atendido el caso y terminó saliéndose de cauce. Las autoridades han promovido la impunidad y con ella la arbitrariedad de quienes con una franela roja pretenden imponerse ante la desgracia de todos los que esperan por la compra de productos de primera necesidad.
“Lo que ha sido reprimido, suprimido y negado continúa ocupando un lugar y no ha dejado de existir por el hecho de que haya sido ocultado e ignorado”, refiere Maritza Montero en su estudio “Ideología, alienación e identidad nacional”. Somos habitantes de la barbarie, coexistimos con el desprecio y la repulsión. Tanto odio inyectado desde las esferas del poder ha colocado a la sociedad en el centro de una espiral de violencia en la que cualquier hecho, por mínimo que sea, puede terminar en un altercado, cuando no en tragedia.

Ángel Arellano

martes, 23 de junio de 2015

La fecha: CNE “cooperante”

 
            Seis de diciembre. Al fin las elecciones parlamentarias tienen fecha.
            Una parte del país celebra el fin de la incertidumbre. Me temo que esa parte es apenas un fragmento. Quienes mantenemos permanente ansia por la noticia política somos unos, no todos. La otra parte, la más grande, permanece expectante en la cola: quiere atajar una oferta, aspira comprar a “precio justo”.
            Algún hombre comentaba en Facebook que la mayor parte de la nación ha estado distraída por el futbol, el espectáculo o la catástrofe en la que se convirtió la carrera de nuestro piloto en la Fórmula 1. A diferencia de los políticos de oficio, Pastor Maldonado se equivoca cuantas veces puede (o quiere). Sus errores son financiados por la bondadosa chequera de Pdvsa. Pastor absorbió en un par de años más petrodólares que algunas entidades federales de nuestra República. Sus divisas son preferenciales. A él nadie se las niega, pero a las clínicas, laboratorios y farmacias, sí.
            Mientras terminábamos de almorzar, Tibisay Lucena apareció en televisión. La memoria nacional guarda para ella un oscuro rincón en el que pocos se encuentran. En su introducción, aprovechó para subrayar la imparcialidad del árbitro. Desconozco qué perseguía. Desde hace un par de años ella sabe, al igual que nosotros, que el desprecio hacia el CNE va en ascenso, aun cuando exista un importante 76% de mayores de edad dispuestos a votar.
            No dio detalles sobre auditorías, depuración del Registro Electoral o abusos del Ejecutivo en los eventos electorales. Apenas sus papeles le recordaron que mencionara que esta vez los candidatos sólo tendrán veinte días de campaña oficial.
La presentación del calendario fue muy turbia. Trasnochada luego de tanta falta de sueño de los titiriteros. “El CNE no trabaja bajo presión”. Trascendió el descontento de las cúpulas del chavismo. No en balde unos dirigentes y no todos se pronunciaron inmediatamente. Maduro hizo catarsis en Cadena Nacional. Amenazó, anunció sangre, revueltas, muerte, violencia. Se alejó de la noticia que daba el siempre leal CNE “cooperante”.
            La campaña del chavismo estará montada en los inestables andamios del recuerdo de difunto. La fecha, por demás emblemática para el oficialismo, rememora el ascenso al poder del hombre que desmanteló el sistema político democrático. El seis de diciembre de 1998 Hugo Chávez triunfaba en las presidenciales prometiendo un cambio radical y profundo. En su discurso dedicó gran extensión a los pobres, los marginados, los nadies. 16 años después vemos los resultados del proyecto.
            Se transformó la estructura del Estado, su funcionalidad y método. En el papel, el verso sostenía que pasábamos de la representación a la participación (en realidad, de la democracia a la autocracia). La “quinta república” fue un espejismo que la mayoría pobre, aplastada por una crisis que el país creyó eterna e insoportable, compró sin remiendos. Ahora, con una catástrofe infinitamente peor, los pobres, sector en el que se incluye toda la nación pues solo existe un pequeño grupo de privilegiados amparados por el gobierno, tendrán la oportunidad de arrancarle a la autocracia el Poder Legislativo para iniciar el desmantelamiento del régimen más corrupto, mafioso y vergonzoso del que se conserve registro en las páginas de nuestra historia.

Ángel Arellano

martes, 9 de junio de 2015

Nuevos ricos. Viejos pobres

 
        
         Mientras apunta con maestría el certero machetazo que corta un lateral del coco, el coquero ha resuelto sazonar la conversación con una frase popular: “ahora todos somos más pobres”. Quien espera la cocada es una cincuentona jubilada, de esas que el Estado abandonó a su suerte negándole el pago de sus prestaciones sociales por retaliación política.
            “¿Pobres?”, respondió la doña. “¿Dijo pobres? Ciertamente ahora somos más pobres, mi hermanito. Más pobres, porque nunca dejamos de serlo. Pero no todos son pobres con esta crisis. ¿O tú crees que nadie se ha llenado los bolsillos?”. El coquero extiende su mano, sirve la crema que mezcló en la licuadora y agrega un intento de arequipe hecho con azúcar que procuró por medio del bachaqueo a falta de leche condensada: “en eso la acompaño. Aquí todos los días llega gente que antes andaba mamando y ahora se bajan de camionetas ‘virgas’ de paquete. No como nosotros doña, que estamos mamando y locos”.
            Galeano reflexionaba en “Las venas abiertas de América Latina”, su obra más famosa, sobre la desigualdad de origen entre el nuevo continente y la vieja Europa. Parafraseo: si existen algunos ricos es porque hay otros pobres… otros muchos, otros en demasía; fuimos explotados por la existencia de unos depredadores que se lucraron a sus anchas; si perdimos fue porque otros ganaron. Tales expresiones quedaron confinadas a la penumbra. Ese fue el destino que el autor dio a su libro poco antes de morir.
            No obstante, vienen al caso las reflexiones sociológicas de Galeano por el punto en el que concuerdan la doña jubilada y el coquero: no todos somos pobres porque hay algunos que se hicieron ricos.
            Cuando Jorge Giordani, ministro y mentor de Chávez, comisario de la planificación y ejecución del “Socialismo del Siglo XXI”, dijo a la sociedad que los beneficiarios de la corruptela en el sistema cambiario estatal se habían robado 25 mil millones de dólares, quedó en evidencia la cualidad del régimen. Si hoy hay un vacío a falta de esos recursos (y muchos más) es porque otros los tomaron, y éstos, a diferencia del común denominador, no están sufriendo. “Se los están rumbeando”, sintetiza el argot popular.
            No hay hombre en el gobierno que no esté salpicado por la crónica diaria de la corrupción. No hay figura, por más impoluta y santa que pretenda mostrarse, que no aparezca en algún expediente, algún informe de un caso de desfalco al erario público. El chavismo tiene una nómica entera inmiscuida en la larga, larguísima, cadena de corrupción que ha patrocinado la Revolución Bolivariana. El socialismo socializó el atraco a las arcas del Estado. Gentes que antes eran mortales ahora sienten que compraron un puesto en el Olimpo con los petrodólares que labraron en el algún guiso. Ostentan, derrochan, restriegan en la cara de todos sus nuevas riquezas.
Si muchos estamos haciendo colas bajo el sol, angustiados por la escasez y agobiados por la desinversión en todos los sectores de la vida económica, es porque algunos no lo están. Y esos algunos son la causa del lamento. O no. No son la causa, sino la consecuencia. Pues, en resumidas cuentas, un sistema que ha promovido la división de clases, el odio entre hermanos, la extinción del empresariado y el extrañamiento de la productividad, sólo abrió las puertas a los amigos de lo ajeno, a quienes colocó en puestos de comando y son los ricos de hoy, los nuevos ricos. Mientras, los más, somos pobres, viejos pobres.

Ángel Arellano

martes, 26 de mayo de 2015

Falta un plan, no un líder


         La gente se harta de la política, pero la política no puede hartarse de la gente. El pueblo tiende a cansarse de las incoherencias de los políticos, de sus errores y fracasos. Puede hacerlo, con todo derecho además. Si la sociedad no rechaza el mal proceder de sus dirigentes está confinada al terror y al totalitarismo.
La población se disgusta con la clase política por no sentir conexión con su prédica y proceder. Un divorcio entre gobernantes y gobernados, entre voceros y seguidores. Empero, la clase dirigente no puede cansarse del pueblo, por algo la política es pública, no privada.
En tal caso, cuando la clase política sufre un deslinde con la sociedad, la circunstancia exige reinventarse, cambiar, repensar: un plan. Más cerebro y menos vísceras, más planificación y menos improvisación. En buena medida Venezuela surca esta profunda crisis por el empirismo, la falta de profesionales, capacidad y planificación en todas las áreas.
Desde hace años, políticos y pueblo no hablan el mismo lenguaje. Esta dolencia no es a consecuencia de la Revolución Bolivariana. Con ésta se profundizó e hizo metástasis, sí, pero es un cáncer diagnosticado desde los primeros intentos de reformar el Estado en la mitad de la década de los ochenta, cosa que además venía arrastrándose como una deuda del sistema democrático.
En nuestro país, lo primero que se comenzó a bachaquear fue la política. A inicio de los noventa, los minoristas del pensamiento, con reflexiones trasnochadas y mal documentadas, salieron a la calle como flautistas de Hamelín tocando una consigna rimbombante cuyo mensaje era ficticio, emocional y estafador. Eran nuevos políticos hablando de “anti-política”. Para su dicha, y para nuestra desgracia, recogieron cuantiosas almas con las que organizaron la marcha hacia el cementerio, cargando en hombros los restos del sistema democrático.
En la actualidad, luego de tres lustros de flautistas y melodías que intensificaron el proceso de descomposición que venía galopando desde finales del siglo pasado, la música ya no tiene oídos que la escuche. Se quedó sin audiencia. El público se levantó de la sala, caminó a la salida y lanzó un insulto a los organizadores de la función. Así estamos. Quienes gobiernan no tienen liderazgo, tampoco una idea que les permita cumplir con su tarea. Quienes se oponen a éstos tienen a sus principales líderes perseguidos o en prisión. Carecen de un plan definitivo, con inicio, desarrollo y fin: objetivos y métodos claros. El único plan es la elección parlamentaria, para luego “ver qué sucede”. En rigor, no hay plan.
            Las elecciones legislativas son importantes. Hay que votar. Todo comienza y termina en una elección, o por lo menos es así en un proyecto democrático. El gobierno vigente emergió como mayoría en un proceso electoral y será reemplazado de la misma forma. No obstante, las elecciones no son el único espacio de lucha. En buena medida la desconexión entre el liderazgo político y la base social responde a la carencia de un plan de movilización permanente. Las Primarias de la Unidad despertaron algunos nodos del aparataje opositor, sin embargo, sigue faltando una agenda de activismo nacional dedicada a la protesta cívica, al reclamo y a la agitación permanente. Un solo mensaje, un solo plan. Ante semejante catástrofe no podemos hacer de la elección la única tarea.

Ángel Arellano

martes, 19 de mayo de 2015

Guerra de escándalos


         El quirófano de noticias emite señales de intoxicación. El país está invadido por una oscuridad lúgubre que lo cubre con informaciones alarmantes. Cada día, los síntomas de la dictadura evidencian la erosión de la libertad y de la vida. Antes de que la guerra haga metástasis, la sala de espera está repleta de escándalos bochornosos que alimentan el descontento. El régimen ya no es régimen, sino una banda de delincuentes que dirigen una nación sin ley.
            Dificulto que la población se haya acostumbrado a escuchar todos los días los vergonzosos titulares alusivos a la revolución. No obstante, se acomoda como puede. Subsiste. Hay una frase que se repite de casa en casa: “estamos esperando las elecciones para pasar factura”.
Desde el baño con dólares que se dio el hijo de Maduro en la boda de una pudiente familia árabe, hasta la declaración pública en la que el ex Ministro de Interior y Justicia y hoy gobernador de Aragua, Tareck El Aissami, reconoció haber callado por lealtad al Comandante algunos hechos de corrupción de su antecesor ex chavista y hoy informante de la DEA, han ido y venido los más espeluznantes escándalos. La descomposición del país es profunda y en todos los órdenes.
            Venezuela es un Estado que se muestra distante de la civilización. En las filas para comprar comida y medicinas la gente lucha cuerpo a cuerpo con la esperanza de llevar algún alimento a su hogar. Es un acto primitivo y deprimente. Todos nos encontramos en  tan lamentables circunstancias porque nadie escapa del desabastecimiento y la carestía que nos trajo la ficción del Socialismo del Siglo XXI.
            Los destartalados hospitales trabajan con 9 ó 7% de su inventario. El kilo de carne de res se vende en las zonas populares en 700, 800 y hasta 900 bolívares. La lata de sardina superó cómodamente la barrera de los cien bolívares en los Abastos Bicentenarios en los que el “Precio Justo” no puede evitar la catástrofe de que el billete más “fuerte” de la reconversión monetaria de Hugo Chávez apenas pueda comprar un litro de aceite de soya. Estos son los escándalos del barrio.
            A la sazón, nuestra tragedia es aderezada por un nuevo titular de amplias magnitudes. El presidente del Parlamento, el Capitán Cabello, se encuentra inmerso en una gigantesca red de narcotráfico que convirtió al país desde hace una década en un puente efectivo para la exportación de droga a nivel internacional. Todas las pruebas apuntan hacia él. Todas las miradas son en su dirección. Quien debería conducir la casa de las leyes es vinculado a una banda de mercaderes de la cocaína.
Asesinaron a un niño de 11 años en Cantaura. Sus padres también recibieron disparos. Por fortuna ellos no murieron. Son sobrevivientes del ataque inclemente de la delincuencia. El niño era miembro de la Orquesta Sinfónica Municipal. ¿Interesa esto al gobierno? 20 de cada 100 mil menores de edad mueren en Venezuela a manos de la violencia. Es un dato irrelevante para un país cuyo Parlamento está dirigido por un narcotraficante.
            Los escándalos pelean entre sí para ver cuál gana más notoriedad. Se saltan el cerco de la censura. Llegan a todo el territorio por las redes sociales y los teléfonos inteligentes que el gobierno aún no ha podido controlar.
            ¿Hay suficiente papel para recoger todos los escándalos del chavismo? No lo sé. Pero espacio en Internet sí hay. El odio prescribe, sin embargo, la corrupción y la traición no.


Ángel Arellano

lunes, 4 de mayo de 2015

En un país serio…

 
Venezuela logró convencerme. La situación me persuadió a tal punto que ya puedo asegurar que este país no es “serio”. Esta expresión se usa mucho, muchísimo, en todos los círculos. Pobres y ricos siempre agregan a sus diálogos que al país le falta seriedad y que por eso estamos en el centro de la barbarie, por nuestras propias contradicciones y no gracias a agentes externos que infectaron la nación con fenómenos antes desconocidos como el chavismo, la boliburguesía, el caciquismo, caudillismo o como usted quiera llamarlo. Todos estos rasgos no son ajenos en el devenir histórico de Venezuela, siempre han estado presentes con sus variaciones y adaptaciones al momento determinado. Pero hoy, desde luego, nuestra degradación llegó al límite y lo peor es que puede seguir empeorando.
En un país serio ningún mango aterriza en la cabeza de ningún Presidente como gesto desesperado para pedir la atención del primer mandatario a quien se le ve como una suerte de salvavidas flotando en el mar de la pobreza. Tampoco se le regalan camionetas de procedencia desconocida a una familia escogida al azar que va transitando la autopista. Un país serio no tolera esas cosas porque cuestiona el despilfarro, es alérgico al populismo y combate el peculado de uso.
En un país serio la nación se declara en emergencia si no hay papel para reproducir periódicos, libros, revistas y cuadernos. Un país serio no tolera la censura porque es su vaso comunicante y a través de los medios independientes se informa, expresa, opina, critica y hace escuchar su voz. Un país serio lee, lee mucho. Escribe, investiga, piensa, reflexiona, celebra la inventiva y patenta el conocimiento. No voltea la mirada ante el descalabro de sus universidades, liceos y escuelas porque sabe que en la educación está su desarrollo.
De tal manera que en un país serio un Presidente con apenas bachillerato no recibe un doctorado “honoris causa” de una universidad estatal porque ni siquiera fuera Presidente. 100 mil niños no están yendo a la escuela, 350 mil no asisten al liceo, 56% de las personas abandonan sus estudios entre los 15 y 19 años: esto retorcería los intestinos de un país serio. Igualmente, la fuga de talentos no se permitiría. Un país serio, que por ende debe tener un gobierno serio, hace todo lo necesario por generar condiciones para todos sus profesionales y luchar contra viento y marea para no verlos partir a otros lares en busca de mejor vida. Más de 10 mil médicos han huido de este país poco serio.
Un país serio es alérgico a los excesos de la burocracia. Cambia la computadora por las carpetas y las diligencias presenciales por el Internet. La gente no anda con un fajo de fotocopias, planillas, formularios, partidas de nacimiento y fotografías tipo carnet para demostrar que es de carne y hueso.
Los países serios combaten la inseguridad, luchan contra las mafias y la corrupción porque entienden que cuando son terreno fértil para la delincuencia terminan en plataformas internacionales del narcotráfico, el secuestro, el lavado de capitales y el terrorismo: un lugar oscuro, muy oscuro.
En definitiva, en un país serio nadie hace colas para adquirir alimentos, medicinas, repuestos, porque para eso existe el capitalismo que invita a los consumidores a comprar aquí, allá, y más allá. Los países serios son ajenos al desabastecimiento y a la improductividad porque los lleva a la quiebra, la miseria, la desesperación y el odio entre hermanos.

Ángel Arellano

miércoles, 29 de abril de 2015

El ejemplo de Boconó

¿Alguien conoce Boconó? Una ciudad relevante, la segunda de Trujillo, con una hoja de vida densa e importante desde su fundación (1563) hasta la actualidad. ¿Hay quien recuerde la última protesta de connotación nacional registrada en aquél lugar?
Hoy en Boconó la población salió a la calle con dos consignas: basta de escasez y basta del reinado del hampa. Su único norte era mostrar el descontento con la crisis nacional. Cosa que logró ampliamente.
Cuando el mensaje es sencillo y la causa es común, la reacción no se hace esperar. La gente superó los dimes y diretes de la coyuntura electoral, las conchas de mango del gobierno, los temas halados por los cabellos para distraer a la opinión, y se creció estimulando el rechazo hacia dos lugares comunes: las colas y la inseguridad.
Esta movilización de calle, gran expresión de civismo, enarbola la bandera de una causa justa. El pueblo no puede seguir soportando a unas autoridades que persisten en la destrucción del país.
Sencillo: tenemos hambre y odiamos la violencia.
Desde nuestro espacio cada quien puede aportar, porque cada ciudadano es accionista de esta nación y socio de este problema. Si lo dejamos correr, como han hecho muchos, o si nos acomodamos en la fila y simulamos vivir en la burbuja del "¡la culpa es de los políticos!, ¡que lo resuelvan ellos!", mientras a nuestro alrededor se desmorona lo que una vez fue la Venezuela democrática, complacemos al gobierno.
La indiferencia es un aplauso a los culpables.
No está en discusión si hay o no que sumarse a la oposición, porque la oposición ya no es un grupo minoritario o el sinónimo mal empleado que posicionó el chavismo para englobar a todos los afectos de la MUD, la Cuarta República y las fallas del pasado, la oposición somos todos los venezolanos que no queremos más caos. Que nos oponemos a la miseria y la frustración que patrocinan los que desde el poder hieren cada vez más a la población.
Boconó ha sido un ejemplo. La causa es de todos. Tenemos hambre y odiamos la violencia. Basta de escasez, basta de colas, basta de inflación, basta de malandros en la calle y en el gobierno.

Cambiar este modelo es una meta muy posible, si empujamos todos.

Ángel Arellano

martes, 28 de abril de 2015

En Venezuela hay hambre


            En la esquina, el perrero anunció los nuevos precios. Ahora el pequeño  cuesta 50 Bs. y avisó que dentro de poco volverá a aumentar. Un señor pagó los dos que había devorado hambriento con un billete de 100 Bs. y siguió caminando a su casa, 15 cuadras después. Los 20 Bs. de vuelto que antes recibía, servían para costear el bus a casa, pero se lo tragó la inflación. Tocó irse a pie, rezando para que ningún amigo de lo ajeno le quitara los harapos o el “vergatario”.
11,3% de los venezolanos están comiendo dos o menos veces al día. A 8 de cada 10 no les alcanza el dinero para comprar los alimentos para su hogar. La crisis hizo de la cola un punto de encuentro de todos los ciudadanos. La desesperación y la angustia son acompañantes de quienes andan de aquí para allá hurgando entre abastos, bodegas, buhoneros y bachaqueros para completar el mercadito del “diario”.
La hipertensión y la diabetes son hoy en día las dos enfermedades más registradas en la caótica Venezuela. Ambas, con altísima escasez de medicamentos, están asociadas al estrés, al ritmo de vida ajetreado y a la mala alimentación.
La carne de Mercal y el pollo de Pdval ya no están de moda. La mortadela se impuso con mucha ventaja. En los 10 principales alimentos del venezolano hay más carbohidratos que proteínas. Una nación débil que subsiste con muchos estómagos vacíos. En estas condiciones nuestro país no puede subirse al tren de la globalización ni seguirle el trote a los avances del mundo. “Venezuela es un lunar en la región” dijo hace poco el ex presidente del Perú, Alejandro Toledo.
La ficción del menú latinoamericano con el que Chávez proveía a los pobres, labrando jugosas importaciones  sobrefacturadas con las que hizo ricos a decenas de boliburgueses, desapareció. Terminó la ilusión de que todo lo importado era bueno. Siempre fue un espejismo. Llegamos a tener en una misma mesa el plato del ALBA: carne uruguaya, chorizo argentino, pollo brasileño, caraota nicaragüense, azúcar cubana, atún ecuatoriano y especias del Caribe.
Un estudio recientemente publicado por la USB, la UCAB y la UCV, destaca dos datos electrizantes: 11% de los ciudadanos consultados aseguraron sentirse angustiados o deprimidos todo el tiempo por la situación económica y 31% expresó haber experimentado tristeza por esa misma razón. Esta es una pista de aterrizaje para aquella campaña “Venezuela es el país más feliz del mundo”.
Al ras de esta situación y en el marco del primero de mayo, el Partido Socialista Unido de Venezuela realizará una rifa nacional a través de un juego de azar llamado “Raspa a la oposición”. Sí, tal cual. En alusión a los populares tiquetes de raspaditos que se usan en las loterías, el partido de gobierno simulará cómo su militancia “raspa” con una moneda a la disidencia. No se muestran preocupados por el hambre que desplaza al país hacia realidades vividas a principios del siglo XX. La misión del gobierno es continuar con su ofensiva, la que traerá más escasez, más inflación, más hampa, más estrés, más depresión y más caos.
Mientras todo esto sucede, a Maduro le pegan un mango por la cabeza y responde regalando un apartamento a la valiente que ejecutó tal maniobra.
Volvieron los tiempos del lactovisoy, el fororo, el menestrón, el zaperoco de maíz cariaco, el funche y el ocumo sancochado… Puro carbohidrato, cuando se consiguen.


Ángel Arellano

lunes, 20 de abril de 2015

“Bachazuela”: varios días en la cola


Sosteniendo una bolsa de papel que goteaba el aceite de un par de empanadas, una señora se defendía de las miradas. Eran las once de la mañana y dijo tener cuatro días en el sitio. Aquel fue el quinto desayuno en la misma posición: la acera de enfrente del establecimiento J.J. Pérez Alemán, una venta de electrodomésticos ubicada en la ruidosa avenida Intercomunal de Barcelona.
            Decenas de familias se reunieron algunas lunas atrás a esperar el camión que vendría cargado de neveras, equipos de aire acondicionado, y, según el rumor de un funcionario de la Superintendencia de Precios Justos, algunos televisores. Éstos últimos son los más buscados. La mayoría de quienes invierten varios días de sus vidas en esta fila aspiran hacerse con uno o dos de estos equipos.
            La acera se convirtió en un campamento improvisado. No faltaron quienes emitieron groserías e insultos a las personas de la cola, sin embargo, para nuestra sorpresa, terminaron siendo mayoría, según una breve inspección ocular de una hora, los que se detenían a preguntar la factibilidad del sacrificio, evaluando unirse.
            Sábanas, toallas, sombrillas, cartones, incluso edredones para cubrirse del frío que eventualmente trae la brisa de la noche, forman las tiendas que alojan a los protagonistas de la espera. Pacientemente se apuntan en listas, reparten números y acuerdan representantes que hacen de enlace con los vigilantes del local. Los cuerpos de seguridad del Estado sólo rondan la zona pocas veces en el día para garantizar que la situación no se salga de curso, aunque se han desarrollado un par de balaceras en los varios meses que lleva la dinámica.
            Sillas de playa, bancos de madera o plástico, gaveras de malta, cerveza o refrescos, bloques y hasta neumáticos, son los asientos de quienes han dejado su oficio para aventurarse en esta espera. Pareciera una zona marcada por el conformismo y la resignación. Hay muchas caras tristes, otras furiosas, algunas serias, pero todas expectantes, dándole vivas a la suerte para que puedan adquirir lo esperado.
            “La gente siempre pregunta que por qué uno está aquí aguantando sol, calor y humo. Como que no ven lo que pasa en el país con esta peladera”, expresó la señora tras culminar los bocados: “Muchos compran para revender, sí es verdad, pero la mayoría nos calamos este viacrucis para tener algo para la familia. Es la única manera de conseguir barato”. Su cabello registra algunas canas, puede estar finalizando la quinta década de su vida. Se veía fatigada, afectada por la insolación. Devolvía el mandado a los que lanzaban improperios desde los autobuses.
            Minutos después, se escucharon lamentos y una ola de vulgaridades. Recordaron la madre de los dueños de J.J. Pérez Alemán y la del Presidente de la República. ¿El motivo? Un vigilante había pasado el dato de que el camión con los productos no llegaría. Un accidente en la vía de Caracas hacia oriente había ocasionado su retorno a la capital.
Era el mediodía del viernes. Apenas el calor comenzaba su momento asfixiante. Los miembros de la fila debían seguir esperando. La empresa notificó que el transporte llegaría el lunes y pidió a los clientes del campamento que vinieran la semana próxima. Pero no, ahí se quedaron, en la intemperie de la acera, en la adversidad de la avenida. Comiendo cualquier “bala fría”, durmiendo con un ojo abierto, contando con baños ajenos y haciendo del periódico prestado un compañero infalible.

Ángel Arellano

lunes, 23 de marzo de 2015

¡Perdimos la guerra!

El país muestra un aspecto de campo devastado
             Salimos al abasto y cuando conseguimos algunos productos debemos dejar varios en el estante porque el golpeado salario no da para cubrir las necesidades básicas. En el barrio, donde cada día hay menos oportunidades, la desesperanza reina. Los únicos proveedores que pueden hacer el intento de surtir a la familia, son los revendedores, bachaqueros y estafadores que por una alta suma de dinero venden cosas que cuestan cuatro, cinco o seis veces menos. Los acaparadores más exitosos son funcionarios de la Superintendencia de Precios Justos, Guardia Nacional o enchufados del gobierno.
            Para el almuerzo nos acompañan dos invitados: el corte de agua y el apagón. Siempre tienen su puesto reservado en la mesa. Mientras la televisión estuvo colapsada la noche anterior con propaganda de la supuesta guerra contra los Estados Unidos, cuya bélica cortina era una clave en tono de salsa, merengue o guaracha, la nevera se descompuso. Al barrio volvió la moda de la cava y la panela de hielo para preservar la comida en medio de la permanente crisis eléctrica. Para hacer una representación a escala del modelo cubano, las bodegas venden leche en polvo y azúcar por cucharadas. Colas por dos rollos de papel sanitario, una barra de mantequilla, y 500 gramos de detergente.
Si de verdad hay una guerra, ya la perdimos. El país muestra un aspecto de campo devastado, arrasado por las fuerzas enemigas. Coherente con eso, los productores, industriales y hasta el propio Ejecutivo declaran a cada momento “quedan dos meses de este rubro”, “sólo hay tal producto para 45 días”. Contradictoriamente, el gobierno ha dicho que la guerra apenas está iniciando. La estrategia central para prevenir los ataques (de acuerdo con el gobernador de Táchira en las próximas semanas inician los bombardeos gringos) es entregar una carta con un montón de firmas al presidente estadounidense, algo así como cuando tienes un problema en el consejo comunal y llevas un papel respaldado por los vecinos para que se solvente la situación. Inferimos pues que en la Cumbre de las Américas Maduro aparecerá con varias cajas de “archioficio” repletas de planillas para Obama. “10 millones de firmas”, dijo el Presidente. “serán 30 millones”, replicó un jalamecate.
            La “exekiuti order” de EEUU se convirtió en esencia de la campaña oficialista para las parlamentarias. Cayó como anillo al dedo: cuando emiten ese decreto en contra de algunos nuevos ricos que desde el gobierno han amasado fortunas invertidas en el imperio, la oposición se encontraba desojando la margarita de sus primarias, las cuales, en detrimento de todos quienes creemos en la alternativa, han sido sumamente cuestionadas por el sectarismo y la complacencia con el sistema de los cuatro partidos con mayor cociente electoral en 2012.
            Como temas transversales, la violencia y la represión se han incrementado exponencialmente. “La única nevera llena es la de la morgue”, es un mensaje viral en las redes sociales. Con el chavismo en el gobierno, la impunidad siempre reinará. Es su estímulo y motivación. A los corruptos los incita un sistema que no pena la culpabilidad y castiga la inocencia. La semana pasada, en la presentación de la discusión pública para la reforma del Código Civil, un diputado del PSUV redondeó la iniciativa: “este es un código para romper con los formalismos inútiles de los jueces”. “Desbaratar” la justicia, como diría el profesor Istúriz.

Ángel Arellano

lunes, 16 de marzo de 2015

Tarjeta de racionamiento

La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad

           Es común escuchar esa expresión criolla usada deportivamente para recrear nuestro desespero: “llegamos al llegadero”. No obstante, el llegadero no está cerca. El llegadero está caracterizado por cosas más cruentas, más espantosas. El fantasma de la rebelión anda flotando por la atmósfera y la campana de algún levantamiento artesanal sigue sonando entre líneas. Ahora bien, en el centro de este cuadro la ciudadanía sigue en la cola. Reza bajo el sol inclemente por un poco de alimento, alguna medicina y con suerte un repuesto para el vehículo. La escasez es pan diario. El circo ya no trae bolsas de comida, regalitos en efectivo o bequitas para embarazadas, presos, “buenandros” y cooperantes del barrio.
            En la cola se coge un número. No importa que se gaste el día, la esperanza se mantiene para comprar “lo que haiga”. El orden se rige por esa regla primitiva del último dígito de la cédula: el lunes compra el 1 y el 2, el martes el 3 y el 4, el miércoles el 5 y el 6, el jueves el 7 y el 8, y el viernes el 9 y el 0. Con algunas variaciones dependiendo del abasto, así funciona la mayoría de las bodegas hoy en día. Desde luego, hay un riesgo implícito: si la leche llega el viernes, el que compra el lunes se fregó; o si el café llega el martes, los terminales 5 y 6 “sejo…” porque compran un día después. Y así. Este mecanismo ha aderezado la indignación.
            El gobierno exhibe un logro: han disminuido las colas. Sí. En rigor ha descendido en algunos sitios el número de colas, pero ha crecido exponencialmente la “arre…” de la gente por no conseguir los productos. Esta estrategia opera como contexto para una medida aún más delirante, y para nuestra desgracia, más práctica: la tarjeta de racionamiento. Los ciudadanos que están agotados de no conseguir todos los rubros un mismo día preferirán, como ya se escucha en algunas colas, un mecanismo para poder comprar todo: “no importa, el día que digan, con tal de conseguir todo de un solo guamazo”. La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad. De la perversa idea de ordenar las filas por números, los usuarios optarán por una credencial que permita adquirir un menú de productos básicos en un solo lugar, bajo una sola cola y en un solo día (si todo sale bien). ¿Descabellado? Puede ser. Pero práctico sí lo es. La tarjeta de racionamiento puede terminar no siendo impuesta por el gobierno, sino demandada por la base popular con una propaganda estimulante, símil de la campaña pro aumento de la gasolina, anti invasión yankee, etc.
            De manera que esta es una medida posible más temprano que tarde porque le resuelve un problema al gobierno con su incapacidad de abastecimiento. Lógicamente la aberración no será presentada como la restricción más profunda de toda nuestra historia republicana, para eso existen métodos, arreglos, decoraciones: tarjetas electrónicas. No es lo mismo dar una libreta la papel crudo como en Cuba, que una especie de tarjeta de débito para “el buen vivir”, el “buen abastecimiento”. Algún eslogan rimbombante. Se descarta para los próximos meses pues las elecciones de septiembre lo impiden. Carece de acento estratégico en medio de tanto caos. En el contexto regional, existe un argumento que será el más manipulado: mientras EEUU declara a Venezuela como país enemigo, la nación blinda a su pueblo con una tarjeta del “buen abastecimiento”. Falta mucho para el llegadero.

Ángel Arellano

lunes, 2 de marzo de 2015

Lo escaso y lo abundante

 

         El desasosiego abunda. La angustia se convirtió en el rasgo más característico de la crisis. Desde la distancia sólo se expresan preocupaciones y críticas en medio de la zona de guerra en la que se convirtieron los sectores populares y urbanizaciones producto de la delincuencia. Las avenidas y puntos de concentración son plazas de la represión política. A lo interno, el venezolano está cada vez más expuesto a un deterioro progresivo de su fuerza espiritual. La insania mental y pérdida de la fe son dos elementos recurrentes en los testimonios de las infinitas colas. Cada quien llora su relato buscando desahogar el descontento.
            También abunda la imprecisión. No son pocas las incoherencias del oficialismo, pero, para nuestra desgracia, no dejan de preocupar las del sector opositor. Incluso, son las que más inquietan, pues, en medio de esta hecatombe social, de este sinsentido desparramado a la mitad de la que los sabios han catalogado como la última década en la que el petróleo tendrá importancia, la propuesta alternativa se muestra difusa. Sin embargo, no podemos dejar de rescatar que hay un empuje colectivo, un impulso desde el rechazo a la crisis, reivindicador del liderazgo opositor. Quizá este manto no cubra a toda la dirigencia. Es posible que sea así y no hay razones para que sea de manera distinta: la actitud, la acción y el discurso varía en matices de acuerdo a las diversas posiciones que se muestran en la acera de enfrente. Lo que nos lleva a pensar, y a intentar creer, a veces con fervor, a veces escépticos, que hay una salida, un camino distinto por el que transitar.
            Inquieta la juventud. En los primeros 60 días de 2015 van siete estudiantes fallecidos, un centenar ya pasaron por las jaulas de las comandancias policiales y los que sufren la tortura de “La Tumba”, en el Servicio Bolivariano de Inteligencia, siguen desvariando por no tener noción del tiempo. Éstos últimos padecen desnutrición, frío intenso y lo que los expertos diagnostican como “torturas blancas”. “La Tumba” se mantiene cinco pisos bajo tierra, hospedando a los enemigos más incómodos del régimen.
            A propósito del Sebin, este organismo que en brevísimo tiempo se ha ganado el cólera de las mayorías nacionales por sus actuaciones al margen de la Ley y los abusos constantes contra ciudadanos disidentes, de seguir así, estimulando el odio y el rencor, intuyo que su historia puede terminar en una suerte de símil al ocaso de la Seguridad Nacional. Aquella institución perejimenizta se labró tanto la repugnancia de la sociedad, que terminada la dictadura miles de manifestantes quemaron sus sedes y liberaron los presos.
Recuerdo un cuento de mi abuelo. Él vivía en el 58 en Caracas y desde una azotea miró cómo el 23 de enero la gente prendió en llamas el cuartel general de la Seguridad Nacional. Apalearon funcionarios, arrastraron esbirros. La muchedumbre tenía muy presente las heridas que habían ocasionado durante años estos desalmados bajo órdenes de unos pocos que se enriquecieron y tras la primera turbulencia cogieron un avión y le dijeron adiós a todo el daño que hicieron. Esperemos que esta historia no termine así y se hagan notorios gestos de civilidad y perdón. No obstante, sí perturba que el régimen no crea en aquello de “quien a hierro mata no puede morir a sombrerazo”. Se abrigan en la impunidad, la misma que tienen más de tres lustros sembrando sin parar.
            A un liceísta le pregunté en la calle, justo antes de comprar unos cambures para la semana: “¿Qué pasó mi pana?, ¿cómo está la vaina?”. Tomó su tiempo y me dijo: “Escasa chamo, hasta la vaina está escasa”.

Ángel Arellano

lunes, 9 de febrero de 2015

Escasez de buenas intenciones


         La radio es un vaso comunicante del quirófano en el que se convirtió el país. Todos los días, a toda hora, los pocos noticieros y programas que se atreven a dar informaciones independientes, incómodas y preocupantes, emiten sucesos alarmantes. Historias, que de no ser en Venezuela, fueran poco creíbles. La voz de un señor mayor expresa con vehemencia la intolerable situación de deterioro que muestra el sistema de salud público y privado en el país. Su cuento, que es el relato de todos los habitantes del quirófano, carece de esperanza, y, por el contrario, enciende las alarmas del menos atento.
Desde hace un par de años, los ruidos de la bocina han comentado el colapso de los hospitales y clínicas. La carencia de insumos, la falta de dotación, el alto costo del inventario y la migración de profesionales calificados ha sido el contenido de aquellos lamentos desatendidos que emiten sin descanso los representantes del sector. La situación inició el cobro de vidas de los ciudadanos que por alguna razón, producto del caos económico, no han podido tener acceso a la intervención médica. Más de 50 personas murieron esperando por el tratamiento para el cáncer, de acuerdo a las estadísticas de un solo hospital caraqueño. La misma enfermedad que se llevó al Galáctico (atendido en Cuba, con los mayores honores y gastos), y que hoy está esparcida por todo el territorio, es una de las que ataca con mayor fuerza la integridad de miles de venezolanos. Vivimos en la desesperación de no encontrar los medicamentos obligatorios para esta y otras recetas.
De 27 productos que exige el récipe de los pacientes con cáncer, se pueden encontrar en el país, con suerte, cuatro o siete. La importación, mecanismo de adquisición absoluta de estos insumos, está paralizada. El doctor Cristino García, presidente de la Asociación Venezolana de Clínicas y Hospitales, expresa que “hoy, 27 de enero, no hay una sola orden de compra colocada del sector salud privado”.
Para desgracia de todos, no hay medicamentos acumulados en galpones ni bodegas. El sistema de salud subsistió durante 2014 con las reservas de 2013, y éste a su vez operó con lo heredado de 2012 y el gigantesco despilfarro de dólares que posteriormente el Ministro de Planificación calificó como necesario para ganar las últimas elecciones presidenciales del Supremo.
            Las fundaciones dedicadas al trasplante de órganos han colapsado. Las asociaciones civiles que donaban medicamentos a hospitales y ambulatorios rurales eliminaron ese ítem de su programación anual. Cuando no quiebran y cierran totalmente, las clínicas desincorporan servicios especializados. Las farmacias que promovió el gobierno terminaron siendo un amasijo de burocracia, locales vacíos y tristeza.
El régimen no ha hecho ni hace nada para cambiar la realidad. Mejorar, o por lo menos estabilizar la situación, no está en la lista de prioridades. Con este panorama, el venezolano parte a buscar remedio a su dolencia, perdiendo un día de trabajo para revisar ocho, doce, quince dispensarios sin éxito. Volvimos a los brebajes, hierbas y menjurjes de antaño, persiguiendo cura a una desgracia que no cesa.
            Una señora mayor murió en la cola de una farmacia mientras esperaba para comprar la “pastilla de la tensión”, noticia que se desprende de aquel título: “falleció bebé de meses luego de trifulca en cola de Farmatodo”. La radio es atravesada por una frase fulminante. García sentencia el diagnóstico de lo que sucede con el gobierno y el sistema de salud: “La escasez es de raciocinio, de sentido común y de buenas intenciones”.

Ángel Arellano

lunes, 19 de enero de 2015

La cola, experiencia nacional

Los venezolanos hacemos colas diariamente para adquirir cualquier producto
 En medio de un bululú desesperante de personas molestas por el sol, la lluvia, el calor y el hambre, pude entrar al Abasto Bicentenario que está justo al lado del Centro Comercial Regina de Puerto La Cruz. Mi intención en la cola era sacar algunas fotografías, sin embargo, por un movimiento inesperado del contingente de la Guardia Nacional que organizaba la cola, quedé entre los primeros de un grupo de 300 personas que amontonadas en una improvisada baranda de carritos de mercado, esperaban ingresar a comprar “lo que quedara”, o lo que dejaron quienes amanecieron en el sitio.
Observé cosas deprimentes, pero más que eso, alarmantes. Funcionarios de la GNB gritando a la concurrencia para mantener un intento de orden; filas, muchas, de todos los tamaños y con cualquier cantidad de asistentes; niños, bebés, embarazadas, padres, madres, todos corriendo hacia las neveras que tenían carne brasileña a precio regulado; perniles uruguayos y del Brasil, todos los que no vendieron en diciembre; caraotas nicaragüenses, sardinas portuguesas, atunes ecuatorianos, nuevas marcas de aceite de alguna fábrica emergente y beneficiada por las divisas del gobierno, y arroz “El Alba”. Los elementos importados del menú son una de las características de la crisis.
En la fila para cancelar, una señora me pregunta: “Mijo, ¿y desde qué hora estás aquí?”. “Desde hace un rato señora. Con la sampablera quedé en el primer lote de los que entraron. Ando tomando fotos”, le dije. “¡Qué suerte tienes tú, muchacho! Yo estoy desde las 3:00pm. Me calé el palo de agua y ‘la’ calor que hace aquí. Hace rato la Guardia golpeó a un muchacho que se quería colear. Te salvaste. Hay gente que durmió aquí para comprar barato”. “Sí, me salvé. Pero vea cómo está esto. No hay nada. Lo poco que llegó vea cómo se lo llevan. Uno entra aquí asustado”, respondí antes de irme. “Asustados estamos todos, muchacho”, sentenció en la despedida. Eran las 7:16pm.
No había productos para completar un mercado. Apenas seis o siete cosas, de las muchas esenciales, estaban en los anaqueles. Una sola presentación por cada alimento. La variedad de marcas, modelos y tipos, es cosa del recuerdo. La dieta del venezolano se ajustó al azar, distinto del millonario gasto en dólares que el Estado paga en hoteles, chefs, aviones y viáticos para la comitiva presidencial que viaja por el planeta buscan financiamiento, hipotecando varias generaciones de un solo plumazo.
Por los pasillos y alrededores del Abasto Bicentenario, “patriotas cooperantes”, funcionarios del Sebin y demás soplones, vigilaban quién compraba y cómo lo hacía. Requisaban las bolsas en la salida y no quitaban el ojo a los que parecieran tomar fotografías con su celular. De ser así, realizaban una breve detención y solicitaban borrar cada imagen o video. Pretenden, en una actividad más cursi que desafiante, ocultar el desastre de Venezuela amedrentando a unas personas que por necesidad pasan por mil y un penurias para comprar “lo que haiga”.
El país se convirtió en una cola. La escasez es el complemento de nuestro alimento. Cada respiro se acompasa con una noticia negativa que evidencia nuevamente el fracaso de un proyecto que ni siquiera con la sorprendente fortuna que percibimos los últimos tres lustros, pudo arrimar un punto positivo a eso que los socialistas llaman “felicidad social”. El 82% de los venezolanos, que hoy rechaza y condena el caos que ocasionó el gobierno, sabe que la cúpula corrupta que conduce la nación, es el centro de la crisis.

Ángel Arellano

martes, 6 de enero de 2015

2015 y el plan necesario

Escasez. Foto: El Nuevo Herald.
          “Viejo, y ¿por qué esta cola de hoy?, ¿qué hay?”, pregunté al vigilante del Farmatodo a las cinco de la tarde del lunes. “No sé, por lo que llegue esta noche en el camión”, me respondió. Una primera impresión de 2015. Multitudes haciendo colas por cualquier producto, el que sea, no hay ninguno. La escasez, el desabastecimiento, el hambre y la carestía han sumido a la población en un clima de intenso estrés, angustia y frustración. Una alteración a nuestra salud mental que se refleja en el denso y pesimista aire que estamos respirando.
            Esa misma tarde, desde la Asamblea Nacional, el circo daba apertura al año legislativo. Nada nuevo. Algunas piezas de la fracción psuvista fueron movidas de acuerdo a la conveniencia del Capitán-Diputado para reafirmar al país que mientras el chavismo sea mayoría en el remedo de Parlamento, nunca la disidencia tendrá participación en la directiva o en comisiones permanentes y por ende nunca se legislará.
            La sesión de instalación de la AN fue un intento de teatro con una coreografía muy pobre, gala de la desafinación que caracteriza a las focas en su esfuerzo por cantar como una coral polifónica. Los diputados del gobierno se dedicaron, una vez más, a maldecir el sistema democrático, insultar a la crítica y alabar al chavismo, la religión que los subió de estatus, la que logró que el hampa conduzca la nación por unos oscuros 15 años de penas y decadencia.
            No hay una sola proyección que diga que a Venezuela le irá bien en 2015. Ni una sola. La inflación se convirtió en un indicador en el que nadie cree. Se habla de que el año pasado cerró con un incremento de precios superior al 70% pero en la calle el común denominador encuentra bienes y servicios con aumentos de dos, tres, cuatro, cinco veces o más su valor. Para muestra un botón: Corpoelec subió sus tarifas en más de 100% sin “precio justo” que importara.
Un huevo cuesta 17 Bs., un litro de aceite más de 100 Bs., una sardina pequeña 60 Bs., el kilo de carne a partir de 250 Bs. y el de pollo de 180 Bs., la lubricación del motor de un vehículo pequeño supera los 2500 Bs., y el dólar, el germen del imperio, se encuentra en 175 Bs. (05-01-14).
En el marco de este desastre, la alternativa democrática, que desperdició todo el 2014 en dimes y diretes, salvo excepciones de algunos dirigentes que despuntaron por su valentía y coherencia con los postulados que pregonaron, se presenta vaga, en estado de hipnosis. La crisis ha sido un aluvión del que la oposición tampoco se ha salvado. El único plan ventilado es el de las elecciones primarias para seleccionar los candidatos a las parlamentarias. Nuevamente el evento electoral tiene total prioridad por encima del plan político.
La “unidad” se mantiene en permanente revisión. La “calle” es un término que quedó sin definición concreta. La “organización” no ha trascendido a la revisión del padrón de testigos. La “lucha” sigue siendo una actividad de redes sociales y contados medios de comunicación. No hay plan, o por lo menos, no uno visible hasta el momento. Una bandera que incluya a la elección, pero que sea más amplia, más grande, más profunda. Que llegue a la cola, al hospital, a la frustración, al lamento, al clima de pesimismo, para sacar de ese aire negativo, la fuerza necesaria. Que dé respuesta a las preguntas de siempre: “¿qué vamos a hacer nosotros?, ¿cuándo nos activamos?”.
El plan requiere de liderazgo, sacrificio, compromiso. No de mesías ni falsos redentores. Más activismo y menos habladuría. Caras nuevas y viejas. Equipos colectivos y no de guerras de partidos. Renovación e ideas vigentes. Amplitud y contacto con la gente.

Ángel Arellano

martes, 12 de agosto de 2014

Olvidemos el “ojalá”

          Elías Jaua recorre hospitales de Palestina entregando medicamentos, alimentos y toda la ayuda humanitaria que no reciben los centros médicos de Venezuela. La relación internacional es primero. Los cientos de hermanos que mueren de mengua en la Patria de Bolívar no son importantes para el gobierno. Mientras, nuestro país, suerte de quirófano destartalado, sigue en agonía, con una crisis agobiante e insuperable.
            Voy rodando por Barcelona. Cuento en el Casco Histórico, ese mismo que hoy parece el reducto de una prisión colonial, 3, 4, 5, 6, 7 colas en abastos, pequeños mercados y bodegas. Llego a Puerto Píritu. Colas, peleas y discusiones entre gente que espera horas para comprar un champú y dos barras de jabón. La avenida principal de Clarines cuenta la misma historia. Cada negocio con su fila afuera, cada abasto con su lamento. El llanto es el mismo: lo que buscan no se consigue, y lo que se consigue es “de a uno por cabeza”. Carta de racionamiento implícita, invisible, pero con marcas de números en las manos, para variar.
Dice Feinmann que “cuando ya no nos horroriza, el horror ha triunfado”.
            En un profundo suspiro medito sobre el “ojalá”. Ese vocablo que ni los espanta pájaros del régimen han auyentado. Nos acostumbramos a terminar todo con el remoquete del “ojalá”, como último bostezo en el letargo que por momentos pareciera vivir un pueblo con un pasado cuya propaganda lo dibujó heroico, mítico, cabecera de una epopeya inigualable; pero que hoy luce estropeado, agotado, al borde de mil abismos.
            La Revolución Bolivariana conmemora los cien años del Zumaque I, primer pozo productor de petróleo en territorio venezolano, con el incierto aumento de la gasolina en medio de la más grave crisis económica padecida por este pueblo pobre y subdesarrollado. También, el anuncio de la venta de Citgo, la filial extranjera más rentable de la endeudada Pdvsa.
            No habrá quien falte con el lamento: “ojalá el gobierno corrija eso, se lo exigimos”. O con respecto a la inseguridad: “ojalá tomen cartas en el asunto porque nos están masacrando”. O referente a la crisis hospitalaria: “ojalá las autoridades se apiaden de la gente que está muriendo por falta de tratamientos, insumos, medicinas, etc.”. O los transportistas: “bueno, ojalá el gobierno rectifique y resuelva la crisis de repuestos y vehículos porque no hay nada”. Y por ahí uno se va y nunca termina contando las velas que aún quedan encendidas en el altar de Santa Esperanza.
            Pero debemos dejarnos de eso. Olvidemos el “ojalá”. La camarilla que controla el poder no resolvió los problemas antes, con toda la bonanza del mundo, teniendo “real por sacos” como dicen en el llano y con el país a sus pies. Ahora menos lo harán, cuando secaron hasta la última gota y el 67% de los venezolanos considera necesario cambiar de gobierno.
            En Miraflores se endeudaron aún más con China y Rusia, venderán Citgo, posiblemente terminen aumentando la gasolina, realizarán incrementos indiscriminados de alimentos, productos y servicios públicos (sin Precio Justo que importe) con el fin único de llegar a enero de 2015 juntando algunos fondos en caja para desplegar una nueva campaña electoral repleta de excesos, compra de conciencia, gasto público y regaladera. El fin es conquistar las Parlamentarias del próximo año. Cueste lo que cueste.
            Olvidemos el “ojalá”. Aterricemos en la realidad. Para salir de la crisis el primer requisito, rector e indispensable, es la Unidad total. Estar organizados, activos y ocupados en los graves problemas del país. Denunciando, protestando, meneando la mata desde abajo. Es así como caen los frutos.
           

Ángel Arellano