Voy rodando por Barcelona. Cuento en
el Casco Histórico, ese mismo que hoy parece el reducto de una prisión
colonial, 3, 4, 5, 6, 7 colas en abastos, pequeños mercados y bodegas. Llego a
Puerto Píritu. Colas, peleas y discusiones entre gente que espera horas para
comprar un champú y dos barras de jabón. La avenida principal de Clarines
cuenta la misma historia. Cada negocio con su fila afuera, cada abasto con su
lamento. El llanto es el mismo: lo que buscan no se consigue, y lo que se
consigue es “de a uno por cabeza”. Carta de racionamiento implícita, invisible,
pero con marcas de números en las manos, para variar.
Dice Feinmann que “cuando ya no nos horroriza, el
horror ha triunfado”.
En un profundo suspiro medito sobre
el “ojalá”. Ese vocablo que ni los espanta pájaros del régimen han auyentado.
Nos acostumbramos a terminar todo con el remoquete del “ojalá”, como último
bostezo en el letargo que por momentos pareciera vivir un pueblo con un pasado
cuya propaganda lo dibujó heroico, mítico, cabecera de una epopeya inigualable;
pero que hoy luce estropeado, agotado, al borde de mil abismos.
La Revolución Bolivariana conmemora los
cien años del Zumaque I, primer pozo productor de petróleo en territorio
venezolano, con el incierto aumento de la gasolina en medio de la más grave
crisis económica padecida por este pueblo pobre y subdesarrollado. También, el
anuncio de la venta de Citgo, la filial extranjera más rentable de la endeudada
Pdvsa.
No habrá quien falte con el lamento:
“ojalá el gobierno corrija eso, se lo exigimos”. O con respecto a la
inseguridad: “ojalá tomen cartas en el asunto porque nos están masacrando”. O
referente a la crisis hospitalaria: “ojalá las autoridades se apiaden de la
gente que está muriendo por falta de tratamientos, insumos, medicinas, etc.”. O
los transportistas: “bueno, ojalá el gobierno rectifique y resuelva la crisis
de repuestos y vehículos porque no hay nada”. Y por ahí uno se va y nunca
termina contando las velas que aún quedan encendidas en el altar de Santa
Esperanza.
Pero debemos dejarnos de eso. Olvidemos
el “ojalá”. La camarilla que controla el poder no resolvió los problemas antes,
con toda la bonanza del mundo, teniendo “real por sacos” como dicen en el llano
y con el país a sus pies. Ahora menos lo harán, cuando secaron hasta la última
gota y el 67% de los venezolanos considera necesario cambiar de gobierno.
En Miraflores se endeudaron aún más
con China y Rusia, venderán Citgo, posiblemente terminen aumentando la
gasolina, realizarán incrementos indiscriminados de alimentos, productos y
servicios públicos (sin Precio Justo que importe) con el fin único de llegar a
enero de 2015 juntando algunos fondos en caja para desplegar una nueva campaña
electoral repleta de excesos, compra de conciencia, gasto público y regaladera.
El fin es conquistar las Parlamentarias del próximo año. Cueste lo que cueste.
Olvidemos el “ojalá”. Aterricemos en
la realidad. Para salir de la crisis el primer requisito, rector e
indispensable, es la Unidad total. Estar organizados, activos y ocupados en los
graves problemas del país. Denunciando, protestando, meneando la mata desde
abajo. Es así como caen los frutos.
Ángel Arellano
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