Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Reflexiones de 2014


Todo lo que rápido sube, rápido baja. El ascenso del desastre que ha vivido el país los últimos años tiene una explicación simple que se resume en revisar el comportamiento del sistema político los últimos 30 años. Empero, no hay experiencia en el mundo que sugiera que esto se mantendrá hasta la eternidad. La caducidad del caos vigente depende del accionar civilista de la ciudadanía direccionada por una dirigencia capaz, valiente y seria que pueda conducir el clamor de cambio popular.
El 2014 deja un mix de sabores extraños. Sabemos que la caída del gobierno será un proceso, desconocemos si corto o largo. Derribar ese elefante burocrático, repleto de oscuros intereses y con un marco legal a su medida, en el que se convirtió la élite en el poder, requiere de muchos pasos; uno de ellos, ganar las elecciones parlamentarias previstas para 2015.
La nación está colmada de odio. Indistintamente de la opinión de los polos, existe indecisión y confusión. En Venezuela sólo se respira frustración, incertidumbre y preocupación. 2014 fue un año que potenció todos estos valores en el diagnóstico de la enfermedad. Sin embargo, con la crisis en desarrollo y el ambiente de crispación y tensión, se reafirma la constante de fracaso que ha teñido a las revoluciones autoritarias.
La Unión Soviética, el nacionalsocialismo y el fascismo, son parte de un repertorio de fiascos. Nuestras colas son las mismas que las del comunismo ruso, es nuestra escasez idéntica a la del nazismo y nuestros altos precios son proporcionalmente mayores a los del fascismo italiano. Nuestra carestía en servicios, oportunidades y empleo semeja a la que existe en la isla de los Castro. En ninguno de los casos mencionados hoy en día se encuentra el “ismo” que inspiró las matanzas, hambrunas y catástrofes que ocasionó el sistema totalitario.
            En Venezuela, somos herederos del “ismo” fracasado al invocar un “socialismo” que está vigente sólo en las viejas páginas de los pensadores marxistas que niegan la entrada del chavismo a la lista de sus ideologías afines pues permitir su ingreso sería igualar ésta vaciedad teórica con los postulados de “El Capital”. De entre todos los “ismo” se impuso uno solo, con menos teoría y más éxito histórico: el pragmatismo. Para muestra, el acercamiento Cuba-EUU, evidencia de que los tiempos cambian cuando las élites sienten que el agua les llega al cuello.
Somos un país que en 200 años ha vivido más en dictadura que en democracia. No obstante, esta referencia no puede ocultar que en los 40 años de sistema democrático, la nación experimentó su mayor progreso, desarrollo y bienestar. Los oídos sordos que evitaron la renovación del Estado en aquellos tiempos representan una de las causas que generaron el desastre en curso. Hoy, son esos mismos oídos sordos los que en 15 años no han podido mostrar una alternativa seria al encantamiento de serpientes que se hizo con la bonanza petrolera para dominar y empobrecer al país a su antojo.
Para cambiar al régimen es inevitable establecer un plan conjunto, confinar estrategias personales y sumergirse en las profundidades del pueblo para confundir la aspiración de la sociedad con el proyecto unitario. El pragmatismo demanda seriedad, talento y coherencia, lo mismo que espera la nación de quienes hablan sin cesar sobre una esperanza que se ve tan lejana por la inacción y el desacuerdo.
“El trapiche del tiempo va moliendo los diferentes ingredientes hasta hacerlos amalgama inevitable”, ha dicho don Elías Pino Iturrieta.


Ángel Arellano

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad del patriota cooperante


         El patriota cooperante no despierta temprano. A diario, se levanta con la resaca que dejó la noche burlona y los tragos que probó en la esquina mientras escuchaba lo que decían los líderes de la comunidad sobre el deteriorado estado de todo.
Enciende la TV para ponerse al día. Se alegra porque la oposición, aun con la zona cantada en la Asamblea Nacional desde hace meses, no pudo organizar un plan de respuesta al abuso del Capitán-parlamentario y su séquito del PSUV, quienes, en casos reeligiendo, y en otros incorporando nombres reciclados, designaron las “nuevas” autoridades de unos poderes que son mera formalidad.
El patriota cooperante trabaja en la casa del partido. Asiste antes del mediodía y sale con la oreja afinada para captar al menos prevenido. Su cheque llega al final del mes, si es que el “socialismo” paga a tiempo. Los atrasos en el salario lo han puesto a pedir fiado y empeñar lo que compró en el Dakazo del año pasado para calmar el hambre.
Iniciando el año, cuando esperó más de cuatro meses por el triste sueldo, nadie cooperó con él, y su hija, necesitada de medicamentos desaparecidos de las farmacias, casi muere en un hospital público. Preguntó en la charla que dicta el cubano del Frente Francisco de Miranda “¿por qué ahora no se consigue ni una jeringa?”, recibiendo una respuesta corrosiva. No habló más aquel día.
Hijo del “ta´barato, dame dos”, nieto del “póngame donde haiga”, y sobrino del “como vaya viniendo vamos viendo”, el patriota cooperante nació para no cumplir horarios. Su mayor expectativa de vida fue comprar un celular costoso con qué tomarse “selfies” en el rancho. Los últimos 15 años le han enseñado que la flojera, la irresponsabilidad y el incumplimiento de las normas, sí pueden dar dividendos en “revolución”.
Aunque no le aumentaron el salario como a los militares o a los funcionarios del Sebin, sigue trabajando en su “inteligencia” para justificar la tarifa mínima mensual de sus servicios como delator. Si le dicen “sapo”, “chismoso”, “pajuo”, baja la cabeza y sigue caminando. Sueña con ser como los políticos que ve en VTV, adinerados, ostentosos, acomodados en el poder. Una vez vio al alcalde de su municipio salir a la calle con tanta escolta, que se aventuró en preguntar en la reunión de la UBCH “¿por qué no había dinero para asfaltar la calle si gastaban en cosas que no aparecían en el librito azul?”: inoculados con capitalismo.
El patriota cooperante tiene una estampita de San Miguel Arcángel, una de la Virgen del Valle y un Cristo en la pared. No reza. No va a misa. En su rancho hubo una biblia de un evangélico que pasó predicando. Recién, cuando el precio del barril de petróleo llegó a 50$, encendió velas a las imágenes.  Sabe que su miseria no tendrá fin si la revolución no recibe moneda imperial.
En esta navidad de espanto, en la que hacer hallacas se convirtió en un compromiso difuso que pocos están cumpliendo, faltó el cochino, el whisky y las uvas. Nadie le dio aguinaldo al patriota cooperante. Todos estuvieron haciendo colas para regresar a casa con caras tristes. La bonanza se fue y llegó la catástrofe.
El patriota cooperante, descendiente de la liquidación del sistema institucional democrático, pidió al Niño Jesús algún dinero extra con qué pagar las deudas. El fin de año lo pasará encerrado, espantado por la inflación, por la falta de alimentos y por ese hampa que lo ha atracado más veces de las que ha visto al gobierno cumplir sus promesas. El primero de enero estará buscando otras colas de largas horas, herrando entre la muchedumbre, tratando de llevar el pan a su casa.

Ángel Arellano

domingo, 14 de diciembre de 2014

“El legado” en Urica

La iglesia de San Jacinto en Urica, cubierta de propaganda oficialista
         “Pasarán 200 años más para que vuelvan los del gobierno a este pueblo”, eso dijo quien desde la acera miraba el despliegue de oficiales de seguridad, militares, escoltas, armas cortas, largas, chalecos, camionetas último modelo y cámaras de televisión que captaban la visita de la directiva de la Asamblea Nacional a una discreto monumento patrio conformado por una flecha que apunta una pequeña lápida en la que se presume fue la última ubicación del cuerpo de José Tomás Boves.
            El Parlamento se trasladó a Urica, en el centro de Anzoátegui. Su visita persiguió conmemorar el bicentenario de aquella batalla que aunque perdida por el Ejército Libertador, la deformación histórica del chavismo ha cristalizado en el recuerdo, más inestable que firme, como muestra de gallardía y empuje en la agenda de guerras por la Independencia.
            La historia es un recurso del que los oficialistas echan mano sin mayor conflicto moral. Son felices en su desconocimiento. La sesión especial de la AN estuvo repleta de incongruencias, muestra de una élite que se ha dedicado a reescribir cualquier detalle para ajustarlo a su obra y gracia.
            Tan devaluado el Poder Legislativo, que nada se habló de los problemas del país y menos de Anzoátegui. Los pendientes de la región fueron desmerecidos por una camarilla que reía, cantaba y bailaba desde el estrado, evidencia de un buen humor que sigue intacto, rallando en la burla canallesca ante un país que se desmorona sin contemplaciones.
            Con el calor oriental aderezando el espectáculo, en el que ningún parlamentario habló para que la directiva se evitara eventuales tensiones generadas por la disidencia, se hicieron notorias las diferencias entre los alcaldes oficialistas de Anzoátegui y las muy insatisfechas autoridades del partido único de gobierno.
            El chavismo movilizó gente de todos los municipios, también llegaron autobuses de Monagas. Aquello se hizo un tumulto de policías y militares que rodaban por las calles recién pavimentadas con un asfalto que no pasaba de un centímetro de espesor.
            La suerte de religión que pregona el gobierno colocó sus imágenes por todas partes. El presupuesto de la AN no se gasta en mejorar su deficiente labor, sino en continua propaganda. Hasta la iglesia fue cubierta con ropas alegóricas a Chávez, Maduro, Bolívar y Zaraza. Éste último fue el héroe más nombrado. No se mencionó una palabra sobre la gran crisis nacional. Los términos “escasez”, “desabastecimiento”, “hampa”, “salud” y “producción” fueron reemplazados por “guerra económica”, “fascismo”, “imperialismo” y “patria”.
            Al terminar la sesión, los presentes caminaron hacia el monumento. Cuando inició la marcha en línea recta se comprobó lo esperado: poco pueblo, mucho uniforme. Aquello era un desfile de burocracia. Desde una esquina, dijeron: “antes se trancaban estas calles de gente, vea usted ahora ese apoyo al gobierno. Nadie, un grupito de los mismos”.
            Quizá ése es el legado, el desprecio que tienen los de abajo para con los que se acomodaron arriba. La herencia de tanto confeti histórico, tanto circo sin pan, es el rechazo y la deserción.
            Nunca se hicieron tan propicias dos líneas del Dr. Mario Briceño-Iragorry, como en aquel momento: “La historia sirve para pintarnos el proceso doloroso por medio del cual se desvió el paso cívico, y los dirigentes encargados de iluminar caminos, le marcaron rumbos obscuros a la colectividad. Pareció a muchos que era más cómodo buscar un hombre que buscar un pueblo”.

            Ángel Arellano

martes, 9 de diciembre de 2014

La confianza, una receta

Debemos recuperar la confianza para salir del atolladero. Ilustración: El Impulso
             Somos un país económicamente atractivo. Pese a nuestra desgracia vigente, las potencialidades de Venezuela se mantienen en permanente revisión por una sociedad que desea trabajar, invertir, desarrollarse, pero que no se aventura por las trabas ampliamente conocidas.
            El caos económico mantiene en franco deterioro la salud mental del venezolano y condiciona las posibilidades de avance. Una nación siempre puede estar mejor, pero también siempre puede estar peor. El éxito y la decadencia carecen de piso y techo, no tienen límites.
            La diáspora de talento se ha acentuado. Profesionales, expertos y técnicos no visualizan un futuro promisorio en su lugar de origen. A pesar de la muy pequeña, restringida y distorsionada oferta de vuelos al extranjero, quienes huyen se las han ingeniado para llegar a otras latitudes. La fuga de cerebros es ajena al interés gubernamental. Cuando la ignorancia gobierna, quienes saben mucho huelen mal.
            Existe una solución para reencontrarnos, una medida que en el corto plazo puede a dar resultados: generar confianza. Venezuela es tan fértil, con un territorio tan aprovechable y una población tan necesitada de trabajo y propiedad, que cualquier esfuerzo por ofrecer tranquilidad y estabilidad inmediatamente genera inversión, lo que se traduce en empleo e ingresos para la familia.
         La confianza en este país murió, pero puede recuperarse. Si el empresario y  la gente no creen en el gobierno ni en la justicia, si el parlamento legisla por deporte y afición histórica, si el presidente, los gobernadores y los alcaldes priorizan las rumbas por encima de los problemas que requieren atenderse, la confianza no revive: circo sin pan.
            Un amigo ligado a los pocos sectores industriales productivos que quedan operando en el país, me comentaba de una de sus afirmaciones esenciales: el país pasa por un momento de gran crisis pero también de gran oportunidad para industrializar al sector económico y hacerlo rentable, productivo y satisfactorio para el fin común que es el abastecimiento, la estabilidad cambiaria y la reducción de la inflación. Es evidente que la preocupación de los empresarios no está en sintonía con el gobierno. Los primeros luchan contra la marea persiguiendo una última bocanada de aire, los últimos mantienen su plan autoritario sin un ápice de eficiencia en la labor administrativa.
Somos un país económicamente apetecible para pequeñas, medianas y grandes potencias que ven en nuestros atributos naturales y geográficos una oportunidad de negocio envidiable. Una República cuyas provincias están conectadas, más mal que bien, pero conectadas al fin, por un sistema aun primitivo de carreteras pero con gran espacio para ampliaciones y adecuaciones acorde con el mundo que nos rodea.
Nos convertimos en un caos no porque seamos brutos, porque nuestra historia nos arrope o por rasgos culturales, sino por 15 años de un gobierno que potenció la oscuridad que hizo de palanca en su subida al trono. 15 años de exacerbar todo lo que el venezolano ha debido, desde hace mucho, condenar en el baúl del olvido: flojera, ignorancia, corrupción, incapacidad y sumisión.
Existe una solución que puede enmendar la desgracia en el corto y mediano plazo. La confianza, en tiempos de tanta carestía y pobreza, puede movilizar a toda la población económicamente activa en función de la productividad nacional, de lo hecho en casa.

Ángel Arellano

lunes, 1 de diciembre de 2014

Don Manuel y su reclamo


Las calles de Boyacá se convirtieron en un rosario de malas noticias. Cada visita al mercado de Tronconal, al “Chino”, a la carnicería o a la improvisada venta de frutas y verduras que ocupa la esquina de lo que una vez fue “La Casa del Maestro”, son una oportunidad para presenciar el descontento de las personas. Así, toda Venezuela. No hay sitio que muestre una realidad distinta.
Luego de una conversación en la que el calor oriental causó estragos y rompió la formalidad para dar paso a las vísceras, el señor con el que hablaba, desde hace quizá 15, 30 ó 45 minutos, no lo sé, me dijo: “Este será uno de los diciembres más tristes para la gente. ¡Qué peladera! Voy de aquí para allá, de allá para acá y lo que encuentro es queja, reclamo y pelea. No hay ni con qué limpiarse por allá abajo”. Asentí, total, ¿qué podía hacer? ¿Acaso era mentira?
Cuando el sentimiento es mutuo, el acuerdo entra sin tocar la puerta. Apenas un minuto de silencio y volvió: “Pero dime tú, todavía donde vivo hay gente que cree en esto. Pocos. Son cada vez menos, eso sí. Pero todavía existen chico. ¿Quién apoya a estos muérganos que nos quitaron hasta las ganas de ir al baño? Mi hija vive en Brasil, se fue un día por carretera y más nunca la vi. Pero me llama. Me llama siempre. Me dice ‘papá aquí hay Harina Pan por demás, aquí hay leche de la que busques y pollo bastante. No es ese pollo que llevan pa´ Venezuela, este es un pollo bueno, una cosa sabrosísima”.
Quien habla es don Manuel, tiene 72 años. Cuando nació, el país vivía un espejismo de progreso democrático, solidez económica y coherencia administrativa. Hice un intento de pregunta: “Señor Manuel, pero…”. Liquidó mi respuesta. Siguió hablando y seguí oyendo.
Expresó: “Mira, te voy a decir una cuestión carajito. Cuando yo estaba en la escuela (1950, tiempos de Pérez Jiménez) recuerdo que mi papá le echaba pichón trabajando y así nos sacó adelante. No fui a la universidad, no porque estuvieran acabadas como ahorita, sino porque me hice empresario. Microempresario, como le llaman. Monté un negocito de frutas y así me hice hombre. Crie cuatro muchachos, hijo. Cuatro. Tres hombres y la carajita que me partió el alma cuando se fue a vivir a otro lado. Mis hijos no vivieron lo que yo viví. Es triste. Ahora andan por ahí dos de los varones, porque a uno me lo mataron. Uno de ellos tiene la ‘chichingunya’. En esta broma ni fumigan. Qué buenos han sido los del gobierno para robar».
El lamento es de ambos. La impotencia se hace un pacto que no necesita documentos.
En la esquina de la vereda, al lado de una mesa que sostiene algunas ruedas grandes de queso blanco, y muy cerca de un tarantín que vende frutas, vecino de otro que oferta productos escasos a precios poco populares, un viejo afila el cuchillo. Antes de proceder a picar el pedido de un cliente, confirma el breve relato de don Manuel: “Sí es verdad, mijo. Yo también viví eso. Soy obrero jubilado, tengo mi pensión y aquí estoy, vendiendo queso a 250 el kilo. Cuando lo consigo. Ya la plata no alcanza”.
Una, la generación de la Venezuela pujante, la que se hizo añicos con los años, la que vivió el suicidio de la democracia. Otra, la oyente, creciendo en medio de este caos, abriendo entre torpezas un camino que tiene más claridad en el extranjero que en las tripas de esta tierra enferma, pobre, que cae por un despeñadero, sin muro de contención.

Ángel Arellano