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miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad del patriota cooperante


         El patriota cooperante no despierta temprano. A diario, se levanta con la resaca que dejó la noche burlona y los tragos que probó en la esquina mientras escuchaba lo que decían los líderes de la comunidad sobre el deteriorado estado de todo.
Enciende la TV para ponerse al día. Se alegra porque la oposición, aun con la zona cantada en la Asamblea Nacional desde hace meses, no pudo organizar un plan de respuesta al abuso del Capitán-parlamentario y su séquito del PSUV, quienes, en casos reeligiendo, y en otros incorporando nombres reciclados, designaron las “nuevas” autoridades de unos poderes que son mera formalidad.
El patriota cooperante trabaja en la casa del partido. Asiste antes del mediodía y sale con la oreja afinada para captar al menos prevenido. Su cheque llega al final del mes, si es que el “socialismo” paga a tiempo. Los atrasos en el salario lo han puesto a pedir fiado y empeñar lo que compró en el Dakazo del año pasado para calmar el hambre.
Iniciando el año, cuando esperó más de cuatro meses por el triste sueldo, nadie cooperó con él, y su hija, necesitada de medicamentos desaparecidos de las farmacias, casi muere en un hospital público. Preguntó en la charla que dicta el cubano del Frente Francisco de Miranda “¿por qué ahora no se consigue ni una jeringa?”, recibiendo una respuesta corrosiva. No habló más aquel día.
Hijo del “ta´barato, dame dos”, nieto del “póngame donde haiga”, y sobrino del “como vaya viniendo vamos viendo”, el patriota cooperante nació para no cumplir horarios. Su mayor expectativa de vida fue comprar un celular costoso con qué tomarse “selfies” en el rancho. Los últimos 15 años le han enseñado que la flojera, la irresponsabilidad y el incumplimiento de las normas, sí pueden dar dividendos en “revolución”.
Aunque no le aumentaron el salario como a los militares o a los funcionarios del Sebin, sigue trabajando en su “inteligencia” para justificar la tarifa mínima mensual de sus servicios como delator. Si le dicen “sapo”, “chismoso”, “pajuo”, baja la cabeza y sigue caminando. Sueña con ser como los políticos que ve en VTV, adinerados, ostentosos, acomodados en el poder. Una vez vio al alcalde de su municipio salir a la calle con tanta escolta, que se aventuró en preguntar en la reunión de la UBCH “¿por qué no había dinero para asfaltar la calle si gastaban en cosas que no aparecían en el librito azul?”: inoculados con capitalismo.
El patriota cooperante tiene una estampita de San Miguel Arcángel, una de la Virgen del Valle y un Cristo en la pared. No reza. No va a misa. En su rancho hubo una biblia de un evangélico que pasó predicando. Recién, cuando el precio del barril de petróleo llegó a 50$, encendió velas a las imágenes.  Sabe que su miseria no tendrá fin si la revolución no recibe moneda imperial.
En esta navidad de espanto, en la que hacer hallacas se convirtió en un compromiso difuso que pocos están cumpliendo, faltó el cochino, el whisky y las uvas. Nadie le dio aguinaldo al patriota cooperante. Todos estuvieron haciendo colas para regresar a casa con caras tristes. La bonanza se fue y llegó la catástrofe.
El patriota cooperante, descendiente de la liquidación del sistema institucional democrático, pidió al Niño Jesús algún dinero extra con qué pagar las deudas. El fin de año lo pasará encerrado, espantado por la inflación, por la falta de alimentos y por ese hampa que lo ha atracado más veces de las que ha visto al gobierno cumplir sus promesas. El primero de enero estará buscando otras colas de largas horas, herrando entre la muchedumbre, tratando de llevar el pan a su casa.

Ángel Arellano

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