Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

lunes, 29 de diciembre de 2014

Reflexiones de 2014


Todo lo que rápido sube, rápido baja. El ascenso del desastre que ha vivido el país los últimos años tiene una explicación simple que se resume en revisar el comportamiento del sistema político los últimos 30 años. Empero, no hay experiencia en el mundo que sugiera que esto se mantendrá hasta la eternidad. La caducidad del caos vigente depende del accionar civilista de la ciudadanía direccionada por una dirigencia capaz, valiente y seria que pueda conducir el clamor de cambio popular.
El 2014 deja un mix de sabores extraños. Sabemos que la caída del gobierno será un proceso, desconocemos si corto o largo. Derribar ese elefante burocrático, repleto de oscuros intereses y con un marco legal a su medida, en el que se convirtió la élite en el poder, requiere de muchos pasos; uno de ellos, ganar las elecciones parlamentarias previstas para 2015.
La nación está colmada de odio. Indistintamente de la opinión de los polos, existe indecisión y confusión. En Venezuela sólo se respira frustración, incertidumbre y preocupación. 2014 fue un año que potenció todos estos valores en el diagnóstico de la enfermedad. Sin embargo, con la crisis en desarrollo y el ambiente de crispación y tensión, se reafirma la constante de fracaso que ha teñido a las revoluciones autoritarias.
La Unión Soviética, el nacionalsocialismo y el fascismo, son parte de un repertorio de fiascos. Nuestras colas son las mismas que las del comunismo ruso, es nuestra escasez idéntica a la del nazismo y nuestros altos precios son proporcionalmente mayores a los del fascismo italiano. Nuestra carestía en servicios, oportunidades y empleo semeja a la que existe en la isla de los Castro. En ninguno de los casos mencionados hoy en día se encuentra el “ismo” que inspiró las matanzas, hambrunas y catástrofes que ocasionó el sistema totalitario.
            En Venezuela, somos herederos del “ismo” fracasado al invocar un “socialismo” que está vigente sólo en las viejas páginas de los pensadores marxistas que niegan la entrada del chavismo a la lista de sus ideologías afines pues permitir su ingreso sería igualar ésta vaciedad teórica con los postulados de “El Capital”. De entre todos los “ismo” se impuso uno solo, con menos teoría y más éxito histórico: el pragmatismo. Para muestra, el acercamiento Cuba-EUU, evidencia de que los tiempos cambian cuando las élites sienten que el agua les llega al cuello.
Somos un país que en 200 años ha vivido más en dictadura que en democracia. No obstante, esta referencia no puede ocultar que en los 40 años de sistema democrático, la nación experimentó su mayor progreso, desarrollo y bienestar. Los oídos sordos que evitaron la renovación del Estado en aquellos tiempos representan una de las causas que generaron el desastre en curso. Hoy, son esos mismos oídos sordos los que en 15 años no han podido mostrar una alternativa seria al encantamiento de serpientes que se hizo con la bonanza petrolera para dominar y empobrecer al país a su antojo.
Para cambiar al régimen es inevitable establecer un plan conjunto, confinar estrategias personales y sumergirse en las profundidades del pueblo para confundir la aspiración de la sociedad con el proyecto unitario. El pragmatismo demanda seriedad, talento y coherencia, lo mismo que espera la nación de quienes hablan sin cesar sobre una esperanza que se ve tan lejana por la inacción y el desacuerdo.
“El trapiche del tiempo va moliendo los diferentes ingredientes hasta hacerlos amalgama inevitable”, ha dicho don Elías Pino Iturrieta.


Ángel Arellano

miércoles, 24 de diciembre de 2014

Navidad del patriota cooperante


         El patriota cooperante no despierta temprano. A diario, se levanta con la resaca que dejó la noche burlona y los tragos que probó en la esquina mientras escuchaba lo que decían los líderes de la comunidad sobre el deteriorado estado de todo.
Enciende la TV para ponerse al día. Se alegra porque la oposición, aun con la zona cantada en la Asamblea Nacional desde hace meses, no pudo organizar un plan de respuesta al abuso del Capitán-parlamentario y su séquito del PSUV, quienes, en casos reeligiendo, y en otros incorporando nombres reciclados, designaron las “nuevas” autoridades de unos poderes que son mera formalidad.
El patriota cooperante trabaja en la casa del partido. Asiste antes del mediodía y sale con la oreja afinada para captar al menos prevenido. Su cheque llega al final del mes, si es que el “socialismo” paga a tiempo. Los atrasos en el salario lo han puesto a pedir fiado y empeñar lo que compró en el Dakazo del año pasado para calmar el hambre.
Iniciando el año, cuando esperó más de cuatro meses por el triste sueldo, nadie cooperó con él, y su hija, necesitada de medicamentos desaparecidos de las farmacias, casi muere en un hospital público. Preguntó en la charla que dicta el cubano del Frente Francisco de Miranda “¿por qué ahora no se consigue ni una jeringa?”, recibiendo una respuesta corrosiva. No habló más aquel día.
Hijo del “ta´barato, dame dos”, nieto del “póngame donde haiga”, y sobrino del “como vaya viniendo vamos viendo”, el patriota cooperante nació para no cumplir horarios. Su mayor expectativa de vida fue comprar un celular costoso con qué tomarse “selfies” en el rancho. Los últimos 15 años le han enseñado que la flojera, la irresponsabilidad y el incumplimiento de las normas, sí pueden dar dividendos en “revolución”.
Aunque no le aumentaron el salario como a los militares o a los funcionarios del Sebin, sigue trabajando en su “inteligencia” para justificar la tarifa mínima mensual de sus servicios como delator. Si le dicen “sapo”, “chismoso”, “pajuo”, baja la cabeza y sigue caminando. Sueña con ser como los políticos que ve en VTV, adinerados, ostentosos, acomodados en el poder. Una vez vio al alcalde de su municipio salir a la calle con tanta escolta, que se aventuró en preguntar en la reunión de la UBCH “¿por qué no había dinero para asfaltar la calle si gastaban en cosas que no aparecían en el librito azul?”: inoculados con capitalismo.
El patriota cooperante tiene una estampita de San Miguel Arcángel, una de la Virgen del Valle y un Cristo en la pared. No reza. No va a misa. En su rancho hubo una biblia de un evangélico que pasó predicando. Recién, cuando el precio del barril de petróleo llegó a 50$, encendió velas a las imágenes.  Sabe que su miseria no tendrá fin si la revolución no recibe moneda imperial.
En esta navidad de espanto, en la que hacer hallacas se convirtió en un compromiso difuso que pocos están cumpliendo, faltó el cochino, el whisky y las uvas. Nadie le dio aguinaldo al patriota cooperante. Todos estuvieron haciendo colas para regresar a casa con caras tristes. La bonanza se fue y llegó la catástrofe.
El patriota cooperante, descendiente de la liquidación del sistema institucional democrático, pidió al Niño Jesús algún dinero extra con qué pagar las deudas. El fin de año lo pasará encerrado, espantado por la inflación, por la falta de alimentos y por ese hampa que lo ha atracado más veces de las que ha visto al gobierno cumplir sus promesas. El primero de enero estará buscando otras colas de largas horas, herrando entre la muchedumbre, tratando de llevar el pan a su casa.

Ángel Arellano

domingo, 14 de diciembre de 2014

“El legado” en Urica

La iglesia de San Jacinto en Urica, cubierta de propaganda oficialista
         “Pasarán 200 años más para que vuelvan los del gobierno a este pueblo”, eso dijo quien desde la acera miraba el despliegue de oficiales de seguridad, militares, escoltas, armas cortas, largas, chalecos, camionetas último modelo y cámaras de televisión que captaban la visita de la directiva de la Asamblea Nacional a una discreto monumento patrio conformado por una flecha que apunta una pequeña lápida en la que se presume fue la última ubicación del cuerpo de José Tomás Boves.
            El Parlamento se trasladó a Urica, en el centro de Anzoátegui. Su visita persiguió conmemorar el bicentenario de aquella batalla que aunque perdida por el Ejército Libertador, la deformación histórica del chavismo ha cristalizado en el recuerdo, más inestable que firme, como muestra de gallardía y empuje en la agenda de guerras por la Independencia.
            La historia es un recurso del que los oficialistas echan mano sin mayor conflicto moral. Son felices en su desconocimiento. La sesión especial de la AN estuvo repleta de incongruencias, muestra de una élite que se ha dedicado a reescribir cualquier detalle para ajustarlo a su obra y gracia.
            Tan devaluado el Poder Legislativo, que nada se habló de los problemas del país y menos de Anzoátegui. Los pendientes de la región fueron desmerecidos por una camarilla que reía, cantaba y bailaba desde el estrado, evidencia de un buen humor que sigue intacto, rallando en la burla canallesca ante un país que se desmorona sin contemplaciones.
            Con el calor oriental aderezando el espectáculo, en el que ningún parlamentario habló para que la directiva se evitara eventuales tensiones generadas por la disidencia, se hicieron notorias las diferencias entre los alcaldes oficialistas de Anzoátegui y las muy insatisfechas autoridades del partido único de gobierno.
            El chavismo movilizó gente de todos los municipios, también llegaron autobuses de Monagas. Aquello se hizo un tumulto de policías y militares que rodaban por las calles recién pavimentadas con un asfalto que no pasaba de un centímetro de espesor.
            La suerte de religión que pregona el gobierno colocó sus imágenes por todas partes. El presupuesto de la AN no se gasta en mejorar su deficiente labor, sino en continua propaganda. Hasta la iglesia fue cubierta con ropas alegóricas a Chávez, Maduro, Bolívar y Zaraza. Éste último fue el héroe más nombrado. No se mencionó una palabra sobre la gran crisis nacional. Los términos “escasez”, “desabastecimiento”, “hampa”, “salud” y “producción” fueron reemplazados por “guerra económica”, “fascismo”, “imperialismo” y “patria”.
            Al terminar la sesión, los presentes caminaron hacia el monumento. Cuando inició la marcha en línea recta se comprobó lo esperado: poco pueblo, mucho uniforme. Aquello era un desfile de burocracia. Desde una esquina, dijeron: “antes se trancaban estas calles de gente, vea usted ahora ese apoyo al gobierno. Nadie, un grupito de los mismos”.
            Quizá ése es el legado, el desprecio que tienen los de abajo para con los que se acomodaron arriba. La herencia de tanto confeti histórico, tanto circo sin pan, es el rechazo y la deserción.
            Nunca se hicieron tan propicias dos líneas del Dr. Mario Briceño-Iragorry, como en aquel momento: “La historia sirve para pintarnos el proceso doloroso por medio del cual se desvió el paso cívico, y los dirigentes encargados de iluminar caminos, le marcaron rumbos obscuros a la colectividad. Pareció a muchos que era más cómodo buscar un hombre que buscar un pueblo”.

            Ángel Arellano

martes, 9 de diciembre de 2014

La confianza, una receta

Debemos recuperar la confianza para salir del atolladero. Ilustración: El Impulso
             Somos un país económicamente atractivo. Pese a nuestra desgracia vigente, las potencialidades de Venezuela se mantienen en permanente revisión por una sociedad que desea trabajar, invertir, desarrollarse, pero que no se aventura por las trabas ampliamente conocidas.
            El caos económico mantiene en franco deterioro la salud mental del venezolano y condiciona las posibilidades de avance. Una nación siempre puede estar mejor, pero también siempre puede estar peor. El éxito y la decadencia carecen de piso y techo, no tienen límites.
            La diáspora de talento se ha acentuado. Profesionales, expertos y técnicos no visualizan un futuro promisorio en su lugar de origen. A pesar de la muy pequeña, restringida y distorsionada oferta de vuelos al extranjero, quienes huyen se las han ingeniado para llegar a otras latitudes. La fuga de cerebros es ajena al interés gubernamental. Cuando la ignorancia gobierna, quienes saben mucho huelen mal.
            Existe una solución para reencontrarnos, una medida que en el corto plazo puede a dar resultados: generar confianza. Venezuela es tan fértil, con un territorio tan aprovechable y una población tan necesitada de trabajo y propiedad, que cualquier esfuerzo por ofrecer tranquilidad y estabilidad inmediatamente genera inversión, lo que se traduce en empleo e ingresos para la familia.
         La confianza en este país murió, pero puede recuperarse. Si el empresario y  la gente no creen en el gobierno ni en la justicia, si el parlamento legisla por deporte y afición histórica, si el presidente, los gobernadores y los alcaldes priorizan las rumbas por encima de los problemas que requieren atenderse, la confianza no revive: circo sin pan.
            Un amigo ligado a los pocos sectores industriales productivos que quedan operando en el país, me comentaba de una de sus afirmaciones esenciales: el país pasa por un momento de gran crisis pero también de gran oportunidad para industrializar al sector económico y hacerlo rentable, productivo y satisfactorio para el fin común que es el abastecimiento, la estabilidad cambiaria y la reducción de la inflación. Es evidente que la preocupación de los empresarios no está en sintonía con el gobierno. Los primeros luchan contra la marea persiguiendo una última bocanada de aire, los últimos mantienen su plan autoritario sin un ápice de eficiencia en la labor administrativa.
Somos un país económicamente apetecible para pequeñas, medianas y grandes potencias que ven en nuestros atributos naturales y geográficos una oportunidad de negocio envidiable. Una República cuyas provincias están conectadas, más mal que bien, pero conectadas al fin, por un sistema aun primitivo de carreteras pero con gran espacio para ampliaciones y adecuaciones acorde con el mundo que nos rodea.
Nos convertimos en un caos no porque seamos brutos, porque nuestra historia nos arrope o por rasgos culturales, sino por 15 años de un gobierno que potenció la oscuridad que hizo de palanca en su subida al trono. 15 años de exacerbar todo lo que el venezolano ha debido, desde hace mucho, condenar en el baúl del olvido: flojera, ignorancia, corrupción, incapacidad y sumisión.
Existe una solución que puede enmendar la desgracia en el corto y mediano plazo. La confianza, en tiempos de tanta carestía y pobreza, puede movilizar a toda la población económicamente activa en función de la productividad nacional, de lo hecho en casa.

Ángel Arellano

lunes, 1 de diciembre de 2014

Don Manuel y su reclamo


Las calles de Boyacá se convirtieron en un rosario de malas noticias. Cada visita al mercado de Tronconal, al “Chino”, a la carnicería o a la improvisada venta de frutas y verduras que ocupa la esquina de lo que una vez fue “La Casa del Maestro”, son una oportunidad para presenciar el descontento de las personas. Así, toda Venezuela. No hay sitio que muestre una realidad distinta.
Luego de una conversación en la que el calor oriental causó estragos y rompió la formalidad para dar paso a las vísceras, el señor con el que hablaba, desde hace quizá 15, 30 ó 45 minutos, no lo sé, me dijo: “Este será uno de los diciembres más tristes para la gente. ¡Qué peladera! Voy de aquí para allá, de allá para acá y lo que encuentro es queja, reclamo y pelea. No hay ni con qué limpiarse por allá abajo”. Asentí, total, ¿qué podía hacer? ¿Acaso era mentira?
Cuando el sentimiento es mutuo, el acuerdo entra sin tocar la puerta. Apenas un minuto de silencio y volvió: “Pero dime tú, todavía donde vivo hay gente que cree en esto. Pocos. Son cada vez menos, eso sí. Pero todavía existen chico. ¿Quién apoya a estos muérganos que nos quitaron hasta las ganas de ir al baño? Mi hija vive en Brasil, se fue un día por carretera y más nunca la vi. Pero me llama. Me llama siempre. Me dice ‘papá aquí hay Harina Pan por demás, aquí hay leche de la que busques y pollo bastante. No es ese pollo que llevan pa´ Venezuela, este es un pollo bueno, una cosa sabrosísima”.
Quien habla es don Manuel, tiene 72 años. Cuando nació, el país vivía un espejismo de progreso democrático, solidez económica y coherencia administrativa. Hice un intento de pregunta: “Señor Manuel, pero…”. Liquidó mi respuesta. Siguió hablando y seguí oyendo.
Expresó: “Mira, te voy a decir una cuestión carajito. Cuando yo estaba en la escuela (1950, tiempos de Pérez Jiménez) recuerdo que mi papá le echaba pichón trabajando y así nos sacó adelante. No fui a la universidad, no porque estuvieran acabadas como ahorita, sino porque me hice empresario. Microempresario, como le llaman. Monté un negocito de frutas y así me hice hombre. Crie cuatro muchachos, hijo. Cuatro. Tres hombres y la carajita que me partió el alma cuando se fue a vivir a otro lado. Mis hijos no vivieron lo que yo viví. Es triste. Ahora andan por ahí dos de los varones, porque a uno me lo mataron. Uno de ellos tiene la ‘chichingunya’. En esta broma ni fumigan. Qué buenos han sido los del gobierno para robar».
El lamento es de ambos. La impotencia se hace un pacto que no necesita documentos.
En la esquina de la vereda, al lado de una mesa que sostiene algunas ruedas grandes de queso blanco, y muy cerca de un tarantín que vende frutas, vecino de otro que oferta productos escasos a precios poco populares, un viejo afila el cuchillo. Antes de proceder a picar el pedido de un cliente, confirma el breve relato de don Manuel: “Sí es verdad, mijo. Yo también viví eso. Soy obrero jubilado, tengo mi pensión y aquí estoy, vendiendo queso a 250 el kilo. Cuando lo consigo. Ya la plata no alcanza”.
Una, la generación de la Venezuela pujante, la que se hizo añicos con los años, la que vivió el suicidio de la democracia. Otra, la oyente, creciendo en medio de este caos, abriendo entre torpezas un camino que tiene más claridad en el extranjero que en las tripas de esta tierra enferma, pobre, que cae por un despeñadero, sin muro de contención.

Ángel Arellano

domingo, 23 de noviembre de 2014

Generación Chávez

Venezuela, un país para las despedidas
El profesor pregunta en el salón de la universidad: “¿Cuántos de ustedes quieren culminar estudios e irse a vivir al extranjero?”. Silencio. Algunas sonrisas son cómplices. Otras caras muestran miedo. De momento, casi todos levantan la mano. Símil de un rito solemne. “Y los que no la levantaron, apenas cinco de los 40, ¿por qué no se irían?”, interroga. “Profesor, no es que no nos iríamos, sino que como está el tema de los pasajes ahorita, aparte de que ¿quién cuidará a nuestras familias? Si podemos resolver eso, también nos vamos”, aclara una muchacha que puede tener apenas 18 años. La carcajada resuena. Las manos siguen levantadas.
            En el canal de televisión del gobierno, aparece el ministro de economía junto al hermano del Capitán presidente de la Asamblea Nacional afirmando con sonrisas que “2015 será un excelente año en materia productiva”. Inmediatamente, un ejército fantasma en las redes sociales inunda la escena con comentarios, halagos, alabanzas. Máquinas que programan mensajes las 24 horas. Robots. Semejan al sistema de justicia, o al poder electoral. Atienden las reglas de la sala situacional respectiva.
            Se posiciona una etiqueta común, la frase utilizada para vanagloriar al Supremo con las oraciones de rigor. Cualquier intento para mitificar a quien trajo tal calidez, tales bondades, tal momento estelar de paz y abundancia, siempre será bienvenido. Los protagonistas de la propaganda, la “Generación Chávez”, son, o por lo menos eso busca dar a conocer el show digital, aquellos niños, hoy jóvenes, que crecieron en estos 15 años de revolución y que ahora toman, gracias a la bendición del Supremo, su lugar en la historia acompañando el modelo chavista.
            Tras la pantalla, señal en alta definición que muestra el canal de “todos los venezolanos” en cualquier punto inhóspito de la geografía, los hoy jóvenes, ayer niños, y, los hoy adultos, ayer jóvenes, deben abrirse paso en las peores condiciones imaginadas. La revolución que los inspiró, que los enamoró con sus mensajes de justicia social, cambio y muerte a los corruptos de inicio del 1999, ha convertido a la nación en un contrasentido. Venezuela, siendo la hermana pequeña pero rica de la región, se convirtió en un país de despedidas.
            La “Generación Chávez” también hace colas. Sufre tener familiares y amigos atracados, secuestrados o muertos por la inseguridad; y profundiza en su dolor cuando el caso pasa a la lista del 96% de impunidad. El carnet de juventud PSUV no permite acceso ilimitado a productos de primera necesidad o a gasolina preferencial en estaciones de servicio que no tienen largas filas de espera. Son víctimas de la inflación, del desembolso repentino en más impuestos, de la lectura diaria en los labios de sus amigos que al borde del llanto reiteran “no consigo trabajo, no tengo para pagar la universidad, nunca tendré un carro”. Una vivienda puede costar más de 600, 700, 800 salarios mínimos; ser “Generación Chávez” no hace que te bajen los precios.
            Todos los jóvenes no son ni fueron miembros de la “Generación Chávez”. Esta ha sido una distinción exclusiva de un importante grupo que para conseguir alguna oportunidad de trabajo, beca, ayuda o recibir beneficios de misiones sociales, se anotaron en la lista. Marcharon de rojo, asistieron a mítines y han soportado sobre sus cabezas las gorras con las consignas cursis de la sala situacional. Hoy, ven como el país se cae a pedazos. Existen huellas borrosas de lo que fue una Venezuela pujante, en la que nacieron sus padres, y la que no heredarán si no dan el primer paso: desertar.

Ángel Arellano

martes, 18 de noviembre de 2014

Despojados del talento


Derrame petrolero en bahía de Amuay. Octubre, 2014.
           Desde el alto sano, el sacerdote interpreta el capítulo 25 del libro de Mateo: “Llegará el momento en el que Dios te pregunte ¿qué hiciste con tu talento? Con aquel que te bendije antes de nacer”. El clima se enrarece. No es el calor, tampoco el olor a humedad de las paredes con filtraciones de antaño. La atención es total. Todos ven al orador. “¿Fuiste ambicioso para bien? Es momento de las cuentas, ¿dónde están las tuyas?”, interroga al aire. Miradas dispersas. El sermón aterriza en los pocos que se acercaron un domingo cualquiera al templo.
         Tras la homilía, el fraterno abrazo de la paz. Se percibe, en medio de los desentendidos, de los obligados, y del puñado de gritos de niños que se esconden en las palmas de unas madres hartas del llanto reiterado, la reflexión que provocó el cura. ¿Talento?, ¿cuál talento?
       La Biblia es un libro incomprendido. Una lectura que pocos jóvenes acostumbran a revisar en algún momento. Los adultos, asfixiados en ocupaciones que rinden tributo a monótonas rutinas, no se detienen a ojear un pasaje que pueda colaborar en situaciones de necesario consejo.
Reflexiono: “¿Qué hemos hecho con nuestro talento?, ¿existió tal cualidad?”.
Si algo ha avivado este tiempo de crispación e histeria colectiva, es la capacidad de revisión que poco a poco prospera en cada rincón de la geografía venezolana. Resulta difícil, aun cuando miles de manos se levanten para pronunciar sus veredictos, explicar en medio de un sector humilde, o en una villa ostentosa, el por qué siendo tan ricos, vivimos en la deprimente pobreza, en la vergonzosa carestía que quitó el disfraz de la petroabundancia, para cubrirnos con el velo de la deuda y la inestabilidad.
         El país, en sus últimos años, ha tenido una aptitud innata para caminar hacia el fracaso. La élite reinante, que todavía los estadistas definen si sigue siendo o no mayoría, acaba con lo poco que queda al son de las voces que corean en la carnicería, en los hospitales y en las chiveras de repuestos, el “esto se acabó”, unido del infaltable “Venezuela se la llevó quien la trajo”.
         Nuestra historia es el relato de un tumulto de gritos apilados en una tierra bendita pero desaprovechada. Estamos atestados de proclamas innovadoras, llamados al cambio, vivas a la transformación, sin embargo, ni innovamos, ni cambiamos, ni hemos transformado nuestro modo de vivir, excepto por el penoso ejemplo que damos al mundo de cómo despilfarrar la más envidiable riqueza natural en menos de quince años.
         Somos paladines de las reformas e inquilinos del subdesarrollo.
Quien recibió cinco talentos del Señor, trajo cinco nuevos talentos más. Quien tuvo dos, ganó dos más como ofrenda. Y quien recibió un talento, lo escondió en la Tierra, no produjo nada nuevo: “siegas donde no sembraste y recoges donde no esparciste”. Este último fue reprendido y despojado (Mat 25:20-29).
         Fin de la misa. Vi las caras, diversas, distintas, abundantes en sus orígenes y pasados. Todos accionistas de la petroabundancia. Todos habitantes de un país cuya riqueza ficticia mantiene embriagados a los pocos creyentes del “ojalá”. De la mágica solución. Del “mientras vaya viniendo, vamos viendo”. Todos fatigados por la escasez y la pobreza; por el “yo no fui” y la impunidad que esconde.
Nos dieron un talento, una virtud, un don, un milagro. No sembramos, no esparcimos, recogimos durante muchos años y ahora inicia la sequía. Con ella la crisis. Con ella el lamento. Se desploma el negocio petrolero venezolano.

Ángel Arellano 

martes, 11 de noviembre de 2014

Venezuela afirmativa


Un equipo que tiembla, que duda, que se muestra torpe aun cuando no lo es, que desconoce o se hace el desentendido de sus oportunidades para cambiarlas por barajitas repetidas de ese “más de lo mismo” que tanto desgasta; un equipo que se divide y transita indeciso los peligrosos caminos de la batalla vigente; no es fuerte. Y al no serlo, al no poder sostener su causa, aun cuando representa a la mayoría, no puede afirmar, no puede transmitir la seguridad que requiere un “Sí podemos”.
Quien afirma, transmite seguridad. El “Sí” no es sólo un monosílabo, es una decisión, una forma de ganarle la partida al pesimismo, una bandera del éxito. El éxito no acepta medias tintas ni acciones flexibles, imprecisas, cobardes. El éxito exige, además de compromiso y disciplina, una gran determinación. Una alternativa que afirma, es una opción que puede hacer las cosas que todos esperan. Y para convertirse en alternativa, hay que primero aceptar, con póliza de fiel cumplimiento, la necesidad de ser un equipo.
La reflexión anterior se hace en el marco de la penosa situación que vive nuestra nación. La alternativa al desastre se ha mostrado extraviada, perdida, en franco desconcierto ante un poder que no ha mermado recursos en propaganda, represión y abuso de cualquier índole. El desmantelamiento institucional del país supone grandes problemas, pero no es extraño luchar contra la corriente si estamos por cumplir 16 años de anarquía, desolación e incertidumbre.
Luís Vicente León en reciente entrevista transmitida por Unión Radio, decía que “Maduro está cayendo y no es por la oposición, sino por su caos económico”. Coincidimos. Si la oposición, más cohesionada que dispersa, y más integrada en un plan común, en el que las elecciones son una vertiente, no el epicentro de la política, se opusiese con la determinación que demanda la situación, el futuro inmediato tuviera mejor perfil.
El discurso ganador, ese que espera la mayoría nacional, y que aún no ha sido pronunciado, debe ser, pensamos, la médula de la estrategia opositora. Un mensaje que a pesar la crisis genere esperanza, incluya y no pierda sus cualidades de propuesta combativa, renovadora y alterna. Los chilenos vieron la luz luego de 15 años de férrea dictadura porque se ampararon en la esperanza, “la alegría ya viene”, sin dejar por fuera las injusticias, los atropellos y sus muertos.
Se está perdiendo tiempo valioso. Tiempo para recorrer el país, movilizar las bases, activar a la dirigencia, denunciar todo lo pendiente, marcar la agenda de calle y luchar. Algunos intentos muy valientes, pero insuficientes, se han dejado ver. Será terrible que el pueblo observe a la maquinaria opositora, que sabemos existe, operando sólo en los previos a las elecciones parlamentarias cuando la gente ha pasado por tantas vicisitudes en estos críticos meses.
Es por eso que los planteamientos de la Asamblea Nacional Constituyente y el Congreso Ciudadano han tenido una incorporación importante en el debate nacional. No se pueden menospreciar estas agendas porque están en la discusión diaria.
La protesta social debe dejar de ser marginada a la mera mención retórica. Creemos en apoyar las expresiones de reclamo popular pues el pueblo chavista, que no es la periferia en las corrientes políticas, sino una masa relevante, también se queja día tras días del desastre que han puesto sus compañeros.
En la mezquindad no hay nada, en la unidad lo hay todo. Unidad renovada, inclusiva, que viva en un permanente abrazo general de todo aquel que disienta, pues el derecho a disentir, es la expresión más ferviente de la libertad.

Ángel Arellano

lunes, 3 de noviembre de 2014

El reto de 2015


            Como en el camino hay de todo, no ha faltado quien obvie las elecciones parlamentarias de 2015, un episodio en el que inicia una nueva legislatura sin el predominio del Presidente Chávez y con un gobierno cuyos índices de aceptación se muestran tan por el piso que atreverse a levantarlos será un acto de encantamiento, suerte de reedición del “Dakaso”, en el que optarán nuevamente por poner el cuchillo en la yugular del país sin importar las consecuencias.
            La crisis nacional, la de la escasez, la del lamento por no conseguir los remedios para subsistir ni la medicina para curar la fiebre, mantiene la nube negra de la frustración sobre todos nosotros. Vivimos en ese pasaje de Doña Bárbara: “y la noche se echó sobre el rancho de Juan el Veguero… Donde un hombre tuvo unas vacas y se las robaron quienes debían protegerlo. Y tuvo tres hijos, que se los mataron el brujo, la culebra y las fiebres”.
            La última encuesta del IVAD evidencia la consolidación de la superioridad numérica de los opositores por encima del régimen vigente. Confirma lo que se ha gestado en los últimos meses: el rechazo más profundo a la gestión de Nicolás Maduro y del chavismo. La muestra, terminada el 17 de octubre, expone que 49,3% de los venezolanos quieren a los candidatos de la oposición en la AN y sólo 27,4% a los del oficialismo. 50,2% de los encuestados se identifican como opositores y 30,3% como oficialistas.
Mientras la canasta alimentaria familiar mensual brincó el cerco de los 25 mil Bs., Maduro decretó aumento de salario exclusivo para los militares por un 45%. Sin fracciones ni espera, de un solo guamazo. Distinto de los incrementos que dan al pueblo raso: primero 10%, luego otro 10%, después un 5%, y así… El hombre de los pajaritos rechazó las críticas a esta medida y dijo “defender a la Fuerza Armada por encima de cualquier cosa”. Es evidente el temor.
La informada periodista Marianella Salazar, haciendo alusión al triunfo de los colectivos armados en la expulsión del gobierno del ex Ministro Rodríguez Torres dijo, luego de corroborar con sus fuentes: “Lo que viene no es precisamente joropo sino enfrentamiento entre grupos de poder. Léase: colectivos vs FANB”.
En el caso de las parlamentarias, dentro del plan chavista está filtrar al máximo su gruesa lista de aspirantes para incorporar a rostros jóvenes de la revolución, muchachos de hacer el mandado, pues pocos, por razones obvias, han desarrollado independencia, personalidad y autonomía de vuelo en los vientos áridos del claustro gobiernero.
El PSUV se prepara con intensidad para la prueba de 2015. Su mayor reto es volver a tener mayoría de diputados gracias al sistema electoral actual que prioriza la sobrerrepresentación de las tarjetas únicas. En la maleta que llevaba la nana de Elías Jaua en la colita pdvesera a Brasil, además de la pistola que generó el escándalo, estaban algunos documentos que llaman nuestra atención. Cito el título de uno que debería resumir la ocupación del gobierno: “Elecciones Legislativas 2015 Documento Estratégico Asamblea Nacional Hacia una estrategia ganadora”.
Eugenio Martínez, en un análisis sobre el 2015, aclara: “No es cierto que la oposición obtuvo la mayoría de los votos en 2010. De ser cierto, el sistema lo hubiese sobrerrepresentado. En estricto sentido, lo que sucedió fue que los candidatos de la alianza opositora obtuvieron 47% de los sufragios (más afines llegó a 52%) y el PSUV capitalizó 48,5%”. El reto para ser mayoría, no sólo numérica, que ya lo es, sino en curules, es mantener la alianza en la tarjeta única y no permitir ninguna candidatura disidente o artesanal.
           
Ángel Arellano

martes, 28 de octubre de 2014

Síntomas de nuestros problemas

La erosión institucional en Sierra Leona produjo una guerra civil que dejó más de 80 mil muertos 
 En Sierra Leona, la presidencia de Siaka Stevens (1968-1985) hundió la economía al punto de erosionar cualquier vestigio de prosperidad. Stevens ejerció una férrea dictadura que persiguió, encarceló y asesinó a opositores y críticos de su gobierno. Sus políticas económicas extractivas dedicadas a la explotación de los recursos minerales y a la neutralización de la empresa privada, devastaron el país.
James Robinson y Daron Acemoglu dicen en “Por qué fracasan los países” (2013) que “las carreteras se caían a pedazos y las escuelas se desintegraron”. Luego de Stevens, Joseph Momoh asumió la presidencia de Sierra Leona (1985-1992) siguiendo los pasos de su predecesor.
Sierra Leona se convirtió en un Estado en quiebra. El gobierno no podía pagar las cuentas de los hospitales, instituciones públicas ni del ejército. Tampoco existían fondos para cancelar el salario a los maestros. Los niveles de inseguridad, insalubridad, embarazo precoz, hambre y mortalidad se dispararon. No existían mercados formales para el empleo y las diversas actividades económicas. La informalidad y la carencia de instituciones se convirtieron en la única ley que regía los destinos de una república desamparada.
En 1991, el Frente Unido Revolucionario, un grupo paramilitar con la orientación de cambiar el gobierno, conformado por ex soldados del ejército de Sierra Leona y rebeldes que se ampararon en la causa contra el Estado colapsado, declaró su oposición a Momoh y creó el caos en casi toda la geografía del país.
En una nación sin fuerzas de seguridad y un gobierno débil, el Frente encendió una guerra civil. Según los autores antes citados “el conflicto se intensificó con masacres y abusos masivos de derechos humanos que incluían violaciones en masa y la amputación de manos y orejas”.
“La Ley y el orden habían desaparecido, hasta tal punto de que se hizo difícil para la gente distinguir a un soldado de un rebelde. La disciplina militar desapareció por completo”, agregan. La guerra culminó en 2001, con un país destruido y más de 80 mil personas muertas.
Sierra Leona había fracasado. No por falta de recursos minerales en su territorio, ni por su gente o su cultura. El gobierno de Stevens, que liquidó a las instituciones bajo una dictadura sangrienta, dio paso a una “parainstitucionalidad” en la que buena pase de la nación se afilió ante la quiebra del Estado fomentada por el gobierno.
En días recientes, Venezuela ha sido testigo de los dictámenes de los “colectivos bolivarianos”, grupos armados que hacen de la irregularidad su fuerza para exigir cambios en el gobierno. Con la sola amenaza de una marcha en el centro de Caracas lograron lo que muchos no pudieron: la destitución del súper poderoso Ministro de Interior y Justicia, de la directiva del Cicpc y ajustes en las líneas de mando en los cuerpos de seguridad del Estado.
Antes de estos acomodos, igualmente la república, o lo que queda de ella, vio como el charco de sangre de la violencia y las rencillas internas en los brazos armados del gobierno vigente han cobrado la vida de destacados personajes del régimen. Todos los días asesinan un escolta de un cargo distinguido, a cada rato fallece un notable de las Fuerzas Armadas y ya no es noticia la muerte de un polícia, más por repetición que por impacto en la sociedad.
El Estado ha colapsado. Una cita hecha por Robinson y Acemoglu a un periódico durante la mencionada guerra civil de Sierra Leona, resume nuestra desgracia: “el NPRC (gobierno), los rebeldes y los sobels (soldados convertidos en rebeldes) equivalen al caos que uno espera cuando desaparece un gobierno. No son las causas de nuestros problemas, sino los síntomas”.

Ángel Arellano

domingo, 19 de octubre de 2014

Nosotros y nuestra cultura


Es costumbre venezolanísima tener receta para cualquier dolencia y culpable para cualquier mal. La crisis actual, que pica y se extiende sin mostrar atisbos de solución pronta, nos ha llevado al abuso en la utilización de una frase que ha estado siempre presente, pero que hoy se exhibe deportivamente sin la argumentación necesaria dejando a muchos como loritos en platabanda: “el problema no es el gobierno, ni el sistema, ni la oposición, el problema somos nosotros y nuestra cultura”.
            Este diagnóstico rápido, incompleto y alarmante pone a más de un ciudadano a darle vueltas a la cabeza tantas veces que posiblemente quedarán perdidos y, para no seguir hurgando en los inciertos linderos del desconocimiento, optan por sentenciar sin derecho a reconsideración: “sí, es verdad, el problema somos nosotros, la cultura del venezolano”.
            Con ese cálculo, más crudo que cocido, se sazonan no pocas conversaciones de los desesperados que buscan hasta debajo de las piedras el porqué de tanto desastre en una sociedad que recientemente, para algunos antes de 1998 y para otros antes del 2007, prometía una economía medianamente “estable” a partir del rentismo petrolero que ofrecía un dólar barato, importaciones a granel y cuantiosos negocios a costillas de la inflación y las reservas internacionales.
            ¿Es la cultura el factor definitivo, la variable que explica la alarmante situación del país? En parte sí, pues nuestros rasgos, valores, costumbres y creencias pueden colaborar o no con el desarrollo institucional y por ende económico de la nación; pero, en mayor medida, no, pues las características culturales de Venezuela no determinan el actual salto en parapente.
            Diversas sociedades en el mundo han tenido en diferentes momentos de la historia mucho o poco desarrollo al punto de llegar a ser parte del exclusivo grupo de principales potencias globales. No importa la cultura, ubicación geográfica ni los recursos naturales para desarrollarse, cualquier sociedad, por diversa y compleja que sea, puede llegar a la cúspide. Ejemplos: Unión Soviética, Imperio Chino, Otomano, Romano, Inglés, América Española, etc. Mantenerse en la cima no dependerá de la cultura, sino de las instituciones políticas y económicas que rigen la vida en sociedad.
            ¿Cómo nacen las instituciones? Se imponen, representan un bien social, asumido como “común” por la gente. Sin embargo, los proyectos de algunas élites, vinculados o no con éste bien común, aprovechan coyunturas para hacerse del poder y aplicar su programa con la fuerza del Estado. Chávez, que fue un militar golpista de 1992, gozó de los beneficios democráticos de la Constitución de 1961, los mismos que hoy son negados a los presos políticos de Venezuela, para salir a la calle y postularse como candidato a la presidencia con un discurso anti sistema, en un momento de gran declive para los partidos y las instituciones. Su asunción al trono configuró lo que Juan Carlos Zapata llama “el suicidio del poder”, el finiquito del sistema democrático para instalar uno que llenara de inmensas facultades al nuevo mandatario (Constitución 1999).
            La cultura del venezolano es la misma de siempre, con los agravantes de un sistema autoritario, dictatorial, que friega al pobre y humilla al disidente; la que nos llevó a la cumbre de la dictadura con Gómez y al florecer de la democracia con Betancourt; la de la bonanza de los 70´s y el ocaso de los 80´s. Nuestra cultura no determina este caos, quien lo hace son las instituciones, las mismas que hoy han mutado hasta llevarnos al foso. Por tanto, es menester cambiarlas, transformarlas y asumir los sacrificios de rigor para mejorar nuestra ya desgraciada realidad.


Ángel Arellano

lunes, 13 de octubre de 2014

“Quien no trabaja no come”

 
         La historia del capitán John Smith es fabulosa. Oriundo de Lincolnshire en Inglaterra, dedicó su vida a ser soldado de la fortuna. Bajo el mando de la corona inglesa estuvo en batalla contra los Países Bajos, luego, a la orden de fuerzas austríacas, peleó contra ejércitos del Imperio Otomano resultando capturado y vendido como esclavo. Escapó y volvió a Austria.
            Smith viajó a Virginia en 1607, la nueva colonia inglesa en Norteamérica. Su condición no era buena, tras disputa en el barco lo llevaron al calabozo. Sin embargo, una resolución lo absolvió y se instaló en Jamestown, el primer asentamiento inglés en el hoy territorio de los Estados Unidos.
            Los británicos estimaban realizar una colonización similar a la de Perú y México, lugares en los que España dominó a las tribus indígenas para sustraer grandes riquezas minerales. Pero la realidad de Norteamérica era diferente: distaba de la abundancia de nativos y minas de plata y oro. Fue considerada una zona poco deseable, contraria a los territorios controlados por los españoles, caracterizados por el milagro de los tesoros naturales.
            Dicen Daron Acemoglu y James Robinson sobre la conquista del norte del nuevo continente por parte de Inglaterra, que “la idea de que fueran los propios colonos quienes trabajaran y cultivaran sus propios alimentos no se les pasó por la cabeza”. Varios gobernadores provisorios de Jamestown fracasaron en la empresa de subyugar a los pequeños asentamientos indígenas para demostrar la factibilidad de la conquista. Apuntan Acemoglu y Robinson: “quien salvó la situación fue el capitán John Smith”.
            Smith ofició a la Virginia Company para que enviara mano de obra con conocimiento de la tierra. Su idea era hacer de aquellos campos un espacio productivo y no centrar la agenda en el antagonismo con los aborígenes. Por el contrario, logró persuadir a los nativos para el comercio. Smith, a cargo de Jamestown, pronunció una regla con la que mantendría con vida aquél inicio de la conquista británica: “Quien no trabaje no come”.
             Tiempo después, en 1618, inició el sistema de reparto de tierras por cabeza que permitió la entrega de terrenos a ciudadanos de Virginia quienes debían hacerlas productivas. Esta acción fortaleció el abastecimiento y estableció una sociedad de propietarios. No sólo eran las élites controladoras del territorio como en el centro y sur de América, sino la base social participando como agentes productivos, quienes decidían el destino de la colonia en la Asamblea General que exponía su voz con respecto a las instituciones y las leyes de Virginia.
            En contraste, la América española crecía amén de la cuantiosa explotación minera que sembró la costumbre de la abundancia interminable. Siempre fácil, próxima e inagotable. El Cabildo, la Audiencia y otras instituciones aparecerán paulatinamente siempre bajo orden de la Corona. A diferencia de la experiencia Norteamericana, los primeros indicios de democracia en las indias españolas tardarán y llegarán con accidentes que aún no han sido corregidos.
Cuando busquemos explicaciones sobre la viveza criolla, sobre nuestras ganas de hacer fortuna fácil sin mayor esfuerzo que el necesario para contar los fajos de billetes, sepamos que viene de nuestras raíces más lejanas. Tenemos mucho que hacer para reconfigurar ese negativo patrón cultural que no ayuda al progreso.
El desarrollo de una sociedad no depende de su riqueza natural ni de la venia de una élite dominante, sino de su gente, sus instituciones y leyes. La capacidad productiva de un pueblo se evidencia en la adversidad, cuando todas las manos suman y todas las voces importan.

Ángel Arellano

lunes, 6 de octubre de 2014

Simón Ortiz, mi amigo

Junto a Simón Ortiz en Clarines


-¡Angelón, anda a la cantina que tu mamá te dejó allá tres empanadas y una malta!
Simón Ortiz nació en las montañas de La Soledad, en el hoy municipio Bruzual, justo el año en que muere Juan Vicente Gómez (1935), el más férreo dictador que ha conocido nuestra historia.
Aquella Venezuela que recibió a Simón era de corbata y sombrero, la del “buenos días” y la palabra empeñada. Un año después estará en curso el “Programa de febrero” de Eleazar López Contreras, evidencia cierta del cambio de rumbo de la nación que caminaba con prisa hacia su primer intento como República liberal democrática.
La vida permitió a Simón instalarse en Clarines a los 12 años, desde ese momento fijará ahí su residencia definitiva. Fue espectador, como tantos otros venezolanos, de los años más productivos, más positivos y seguramente los que representan mayor nostalgia para quienes conocieron la democracia y ahora sufren el autoritarismo del Siglo XXI.
Simón vivió en la Venezuela de Pérez Jiménez y la Seguridad Nacional, pero también en la de los 40 años de democracia, tiempo de progreso, avance, desarrollo y crecimiento para un país que sólo heredó del gendarme necesario los caudillos fuertes y el miedo de los poderosos a la conciencia viva de un pueblo que se abrió camino en el mundo a través del voto universal y secreto.
Conocí a Simón desde muy niño. Yo iba a la Escuela Monseñor Álvarez, recinto de mi formación inicial, ahí Simón era obrero. Donde lo veía saludaba con el afecto y cariño de esa Venezuela pujante, respetuosa y frondosa que sigue palpitando en sus recuerdos.
Años después, me fui a Barcelona a estudiar en la universidad y le perdí la pista. De vez en cuando lo encontré riéndose en cualquier sitio, estrechando la mano con alegría y la humildad que ha caracterizado a nuestro pueblo desde sus cimientos.
En ocasión de una fiesta en Clarines nos encontramos. Simón estaba igualito: feliz, amigable, socializando con respeto pero con entusiasmo. Sigue teniendo las pocas canas que le vi hace tanto tiempo. Está jubilado, sus años, ya cuenta 79, son un llamado de atención a toda la juventud que en su florecer pierden el consejo de los viejos, los que más saben y a los que debemos escuchar con dedicación.
Emocionado, conversé con Simón. Le di un abrazo, hablamos y nos tomamos una foto. Al escucharlo recordaba pasajes de textos en los que Juan Pablo Pérez Alfonso, ese grande venezolano que mucho aportó para hacer nuestra la hoy destruida industria petrolera, mostraba su profunda preocupación por la falta de adultos mayores en la población: en 1975 mientras Suecia tenía tres o más adultos por cada niño, Venezuela tenía tres o más niños por adulto. Fue una angustia que lo acompañó hasta su muerte.
Quise publicar este texto en homenaje a Don Simón Ortiz, un obrero, un viejo, un venezolano de ayer y hoy, y, también, por qué no, a esa nación desdibujada, olvidada, que debemos reivindicar, pues no habrán más años felices que los que vivió la República en democracia; a menos que cambiemos el tétrico modelo vigente.
La masificación de la educación permitió que un obrero como Simón, a sus tantos años después del servicio a la escuela, en un pueblo pequeño, pudiera optar por su jubilación y seguir viviendo en paz y con alegría. Hoy, cuando la realidad es otra, la educación está herida de muerta. Pocos, por no decir nadie, pueden vivir con el salario de un obrero.
Gracias Simón, mi amigo.

Ángel Arellano

lunes, 29 de septiembre de 2014

“La cueca del desaparecido”


 La Constitución de Pinochet (1980) dejó una ventana abierta para el cambio: requería de un plebiscito para reafirmarse ocho años después de su aprobación (1988), evento para el que la oposición democrática trabajó sin descanso. La competencia era entre el “Sí” (de acuerdo con el gobierno de Pinochet) o el “No” (convocatoria a elecciones presidenciales). La oposición, a pesar de sus grandes limitaciones, fragmentaciones y diferencias internas, se agrupó en un gran comando por el “No” y, de ahí en adelante, trabajó entusiastamente por la única oportunidad constitucional que tenían para salir del dictador.
            En el Chile de los años ochenta, el Chile del miedo y la oscuridad, pero del progreso económico y la defensa de la dictadura por parte de Estados Unidos y otras potencias, la sociedad se encontraba dividida entre afectos y disidentes del régimen. En un ejercicio de pragmatismo, la alternativa a Pinochet confeccionó un mensaje incluyente, que reivindicaba y estimulaba a los simpatizantes del “No”, pero que no alejaba a los descontentos del oficialismo que, por temor, manifestaban su acuerdo con la opción gubernamental. La oposición debía mostrar solvencia, orden y capacidad. En palabras del Dr. Ricardo Lagos, ex presidente de Chile (2000-2006), “debíamos (la oposición) probar que después de que él (Pinochet) se fuera, nosotros también podíamos gobernar”. Para lograr su objetivo la estrategia se trazó, a regaña dientes y con tropiezos, en un plano incluyente, emotivo y esperanzador, que proyectaba la oportunidad de un gobierno democrático después de la dictadura.
            Existió un problema: una de las banderas del “No” fue la reivindicación de los caídos en la dictadura, aquellos oprimidos, desaparecidos y fallecidos que lucharon por el rescate de la democracia. Empero, esto representaba una debilidad en la emisión del mensaje al amplio espectro receptor dividido entre condescendientes con el “No” y temerosos del “Sí”. Lagos, en Así lo vivimos (2012), comenta que “obviamente era necesario abordar temas difíciles, como las violaciones a los derechos humanos, que un voto por el Sí prolongaría. Pero si deseábamos ganar, lo último que debíamos hacer era asustar o polarizar a la gente. En muchas partes de Chile, los votantes creían que Pinochet tenía el poder para ver y saber quién había votado No”.
            La situación demandó una solución y ameritó esfuerzos de ponderación y meditación por parte de quienes producían la estrategia y el mensaje central de la oposición, muchos de ellos, como el propio Lagos, habían sido presos y amedrentados por el régimen: “Debíamos ir despacio, recorriendo los matices sin descuidar los detalles. No queríamos hablar de las muertes, las desapariciones y la violencia. Nuestro mensaje tenía que ser avanzar un poco cada día”. Potenciar lo negativo que había sido la persecución a la oposición política de Pinochet no era bien visto por el público indeciso o afecto a la dictadura y, obviarlo, generaba rechazo en el lado fuerte del “No”.
            La resulta fue una solución distinta (y efectiva), que no alarmara a ninguno de los bandos en los que se dividía la sociedad. Sin eliminar elementos reivindicativos del mensaje opositor ni irritar al público elector que estaba más hacia el “Sí”, la creatividad y el pragmatismo confluyeron en favor de consolidar un mensaje eficiente: “en silencioso reconocimiento a los desaparecidos, finalmente nos decidimos por una simple escena en nuestra propaganda de televisión: una viuda bailando cueca (danza tradicional chilena) sola porque su marido había desaparecido. Fue la cueca del desaparecido”. El resultado es por demás conocido: triunfó la oposición con el 54% de los votos.

Ángel Arellano

martes, 23 de septiembre de 2014

La bacteria de la distracción


“Guerra bacteriológica”, así no más. ¿Para qué tanto estudio y horas frente el microscopio si la espantosa epidemia de este virus desconocido, con un nombre raro y ajeno (“Chikungunya”), se resume en la inoculación vía correo electrónico de una fiebre que busca desestabilizar la muy estable Revolución? Empero, aunque se trate por todos los medios de escurrir el bulto, la enfermedad sigue golpeando sin descanso a niños, adultos y viejos en todo el territorio nacional.
A propósito de la inacción del gobierno en ocasión de la chikungunya, se me viene a la mente una conocida línea de Betancourt en la que fustigaba al gobierno de Medina Angarita, quién no buscaba soluciones efectivas a la hambruna que vivía Venezuela. Desde el Nuevo Circo en Caracas dijo: “Un flagelo está destruyendo a nuestro pueblo: es el hambre que ahora tiene un nombre pedante: ‘avitaminosis’. (…) Se llama avitaminosis, pero es la clásica, la tradicional, la inenarrable hambre venezolana” (03-07-1943). No es chikungunya, no es dengue, no es que la fumigación es un recuerdo de antaño, de la cuarta, de cuando funcionaban las cosas, de cuando el sistema de salud pública era una realidad y no se hacía turismo farmacéutico, sino “guerra bacteriológica”.
            La apreciación que hizo Maduro sobre la causa de muerte del presidente Chávez fue similar a la que ahora plantea con el bárbaro repunte de la fiebre hemorrágica: un cáncer inoculado, vía expresa, desde los cuarteles de la CIA, hasta el bunker en Miraflores. No hay que ser matemático o astrólogo para intuir la resulta de una cuenta muy sencilla: atenderán esta crisis, que ya ha cobrado varias vidas de venezolanos, con el mismo vigor, eficiencia y orden de prioridad que el cáncer del difunto comandante: echarán toda la culpa al imperio, a la oposición y a los medios de comunicación.
            Chávez murió de cáncer y sus seguidores en el poder en vez de volcarse a hacer de Venezuela un país punta de lanza en la lucha contra esta enfermedad, calvario mundial, sólo rindieron homenaje con gorras, franelas, vallas y propaganda en radio y televisión. Hoy día el tratamiento del cáncer en Venezuela es una suerte de ejercicio entre el esoterismo y el contrabando: mientras encomendamos a Dios la salud del paciente, nos desplegamos en la búsqueda, muchas veces clandestina, de los productos que mitigan un mal con el que cada ciudadano ha tenido relación cercana o conoce por lo menos un doliente.
            Sucede pues, con el dengue y el chikungunya, que apenas se dispararon las alarmas el gobierno optó por perseguir médicos, encadenar la televisión con pistoladas y ridiculizar la erosión de los anaqueles de un medicamento regulado y clave: acetaminofén. A la par, los periódicos titulan “sube el kilo de pata de pollo de 40 a 100 Bs.”; incluso ése caldo, tan popular y demandado en tiempos del mosquito patas blancas, empieza alejarse de las posibilidades del pobre.
            Como es costumbre, el Estado delincuente amenaza, aprieta, agita el mazo, todo menos atender su responsabilidad (¿acaso en algún momento fue responsable?). Es natural que el chavismo politice el clima, la lluvia, el sol y la luna. Apenas detectan un olor poco favorable en la brisa, sentencian un culpable, y ése, no puede ser el sistema fracasado, la economía quebrada o los vagabundos oficialistas, cualquier cosa menos eso. La estrategia es distraer, el objetivo es el poder total y la consecuencia el desastre absoluto.
            El narco Estado nunca reconocerá su naturaleza, pues no es de burros mirarse en el espejo. Ellos seguirán hablando de chicle bomba, aun cuando el pueblo siga mascando paja.

  
Ángel Arellano

lunes, 15 de septiembre de 2014

Más prole, más proletarios


         La educación… ese tormento. Problema sin aparente solución en la Venezuela de hoy. Nuestra condena actual no fue provocada por los espíritus de la conquista ni por tentáculos imperiales; se resume en la precaria atención puesta a un tema central para el mundo. En oriente y occidente habrá distingos en credos, colores y climas, pero no en priorizar esa responsabilidad importantísima, de primer orden: ofrecer una educación de calidad a las nuevas generaciones.
            El año escolar inicia en la patria de Bolívar sin avistamiento de noticias positivas y con un caudal de espantos que potencian el desgano ya alarmante en los jóvenes que desertan de las aulas para dedicarse a cualquier otra actividad, siendo la delincuencia, la venta de drogas y los negocios irregulares, el encantamiento primario en su lista de oportunidades.
            He recogido una cita definitiva de nuestro momento en el libro “América Latina la revolución de la esperanza” (1990) escrito a tres manos por J. Salcedo, H. Bernal y N. Iglesias: “Entre más prole, más proletarios, y por tanto más agentes revolucionarios”. Es ése el plan de la Revolución, no hay otro: se crece en la ignorancia, la pobreza, la miseria, el desconocimiento de las artes, el retroceso de las ciencias y el aplauso a la corrupción.
            Mientras el planeta discute sobre el progreso infinito de la tecnología y las naciones se esmeran por tener una educación más competitiva para ser parte del desarrollo global, Venezuela tiene esta vergonzosa realidad: 70% de los planteles educativos no están aptos para iniciar el año escolar. Cito al doctor Mariano Herrera en su estudio sobre realidad educativa 2002-2010: “entre desertores y repitientes podemos estimar que 56% de quienes se inscriben por primera vez en 1er año de educación media, abandonaron o están a punto de hacerlo. Las causas de este fracaso escolar son ampliamente conocidas: escasez de liceos, escasez de profesores, currículum desactualizado, clases aburridas, carencia casi total de dotación, etc.”.
            Estimular el conocimiento de calidad como actividad liberadora no está dentro de la agenda de Miraflores. Inminentes problemas, todos con gran repercusión en el hoy, el mañana y el futuro inmediato, no son atendidos. El país se encuentra sumido en la más terrible de las desgracias rumbo al colapso total y la educación, tan a la deriva que no se escucha en medio del ruido del caos económico y político, será una enredadera con la que tropezará cada solución y aporte para salir del atolladero una vez este régimen culmine su momento.
            En días recientes una quinceañera llegaba urgida a la casa de una maestra de trayectoria socialdemócrata solicitando colaboración con un informe que debía entregar a los fines de recuperar la cátedra de Historia Contemporánea de Venezuela y no repetir el cuarto año de bachillerato. La pauta fue “redacte un trabajo sobre los aspectos negativos de los gobiernos de Carlos Andrés Pérez”. Consternada, la maestra en cuestión no pudo sino despacharla y la muchacha buscó en otro lado la información requerida.
            Sería común ver tal asignación en un cursante de Historia, Ciencias Políticas o alguna carrera afín en la universidad, donde las exigencias son mayores y la lupa hurga en detalles que puedan esclarecer dudas, aproximaciones y temas discutidos en clase. Pero, ¿evaluar los errores de un presidente de la democracia es insumo para determinar el valor de la Historia Contemporánea del país en un nivel tan sensible como el bachillerato? Es ésta la academia del chavismo. En estos salones se encuentran las semillas de las nuevas generaciones de gerentes y líderes del mañana.
        

Ángel Arellano