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lunes, 29 de septiembre de 2014

“La cueca del desaparecido”


 La Constitución de Pinochet (1980) dejó una ventana abierta para el cambio: requería de un plebiscito para reafirmarse ocho años después de su aprobación (1988), evento para el que la oposición democrática trabajó sin descanso. La competencia era entre el “Sí” (de acuerdo con el gobierno de Pinochet) o el “No” (convocatoria a elecciones presidenciales). La oposición, a pesar de sus grandes limitaciones, fragmentaciones y diferencias internas, se agrupó en un gran comando por el “No” y, de ahí en adelante, trabajó entusiastamente por la única oportunidad constitucional que tenían para salir del dictador.
            En el Chile de los años ochenta, el Chile del miedo y la oscuridad, pero del progreso económico y la defensa de la dictadura por parte de Estados Unidos y otras potencias, la sociedad se encontraba dividida entre afectos y disidentes del régimen. En un ejercicio de pragmatismo, la alternativa a Pinochet confeccionó un mensaje incluyente, que reivindicaba y estimulaba a los simpatizantes del “No”, pero que no alejaba a los descontentos del oficialismo que, por temor, manifestaban su acuerdo con la opción gubernamental. La oposición debía mostrar solvencia, orden y capacidad. En palabras del Dr. Ricardo Lagos, ex presidente de Chile (2000-2006), “debíamos (la oposición) probar que después de que él (Pinochet) se fuera, nosotros también podíamos gobernar”. Para lograr su objetivo la estrategia se trazó, a regaña dientes y con tropiezos, en un plano incluyente, emotivo y esperanzador, que proyectaba la oportunidad de un gobierno democrático después de la dictadura.
            Existió un problema: una de las banderas del “No” fue la reivindicación de los caídos en la dictadura, aquellos oprimidos, desaparecidos y fallecidos que lucharon por el rescate de la democracia. Empero, esto representaba una debilidad en la emisión del mensaje al amplio espectro receptor dividido entre condescendientes con el “No” y temerosos del “Sí”. Lagos, en Así lo vivimos (2012), comenta que “obviamente era necesario abordar temas difíciles, como las violaciones a los derechos humanos, que un voto por el Sí prolongaría. Pero si deseábamos ganar, lo último que debíamos hacer era asustar o polarizar a la gente. En muchas partes de Chile, los votantes creían que Pinochet tenía el poder para ver y saber quién había votado No”.
            La situación demandó una solución y ameritó esfuerzos de ponderación y meditación por parte de quienes producían la estrategia y el mensaje central de la oposición, muchos de ellos, como el propio Lagos, habían sido presos y amedrentados por el régimen: “Debíamos ir despacio, recorriendo los matices sin descuidar los detalles. No queríamos hablar de las muertes, las desapariciones y la violencia. Nuestro mensaje tenía que ser avanzar un poco cada día”. Potenciar lo negativo que había sido la persecución a la oposición política de Pinochet no era bien visto por el público indeciso o afecto a la dictadura y, obviarlo, generaba rechazo en el lado fuerte del “No”.
            La resulta fue una solución distinta (y efectiva), que no alarmara a ninguno de los bandos en los que se dividía la sociedad. Sin eliminar elementos reivindicativos del mensaje opositor ni irritar al público elector que estaba más hacia el “Sí”, la creatividad y el pragmatismo confluyeron en favor de consolidar un mensaje eficiente: “en silencioso reconocimiento a los desaparecidos, finalmente nos decidimos por una simple escena en nuestra propaganda de televisión: una viuda bailando cueca (danza tradicional chilena) sola porque su marido había desaparecido. Fue la cueca del desaparecido”. El resultado es por demás conocido: triunfó la oposición con el 54% de los votos.

Ángel Arellano

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