La Constitución de Pinochet (1980) dejó una ventana
abierta para el cambio: requería de un plebiscito para reafirmarse ocho años
después de su aprobación (1988), evento para el que la oposición democrática
trabajó sin descanso. La competencia era entre el “Sí” (de acuerdo con el
gobierno de Pinochet) o el “No” (convocatoria a elecciones presidenciales). La
oposición, a pesar de sus grandes limitaciones, fragmentaciones y diferencias
internas, se agrupó en un gran comando por el “No” y, de ahí en adelante,
trabajó entusiastamente por la única oportunidad constitucional que tenían para
salir del dictador.
En el Chile de los años ochenta, el
Chile del miedo y la oscuridad, pero del progreso económico y la defensa de la
dictadura por parte de Estados Unidos y otras potencias, la sociedad se
encontraba dividida entre afectos y disidentes del régimen. En un ejercicio de
pragmatismo, la alternativa a Pinochet confeccionó un mensaje incluyente, que
reivindicaba y estimulaba a los simpatizantes del “No”, pero que no alejaba a
los descontentos del oficialismo que, por temor, manifestaban su acuerdo con la
opción gubernamental. La oposición debía mostrar solvencia, orden y capacidad.
En palabras del Dr. Ricardo Lagos, ex presidente de Chile (2000-2006),
“debíamos (la oposición) probar que después de que él (Pinochet) se fuera,
nosotros también podíamos gobernar”. Para lograr su objetivo la estrategia se
trazó, a regaña dientes y con tropiezos, en un plano incluyente, emotivo y
esperanzador, que proyectaba la oportunidad de un gobierno democrático después de
la dictadura.
Existió un problema: una de las
banderas del “No” fue la reivindicación de los caídos en la dictadura, aquellos
oprimidos, desaparecidos y fallecidos que lucharon por el rescate de la
democracia. Empero, esto representaba una debilidad en la emisión del mensaje
al amplio espectro receptor dividido entre condescendientes con el “No” y
temerosos del “Sí”. Lagos, en Así lo
vivimos (2012), comenta que “obviamente era necesario abordar temas
difíciles, como las violaciones a los derechos humanos, que un voto por el Sí
prolongaría. Pero si deseábamos ganar, lo último que debíamos hacer era asustar
o polarizar a la gente. En muchas partes de Chile, los votantes creían que
Pinochet tenía el poder para ver y saber quién había votado No”.
La situación demandó una solución y
ameritó esfuerzos de ponderación y meditación por parte de quienes producían la
estrategia y el mensaje central de la oposición, muchos de ellos, como el
propio Lagos, habían sido presos y amedrentados por el régimen: “Debíamos ir
despacio, recorriendo los matices sin descuidar los detalles. No queríamos
hablar de las muertes, las desapariciones y la violencia. Nuestro mensaje tenía
que ser avanzar un poco cada día”. Potenciar lo negativo que había sido la
persecución a la oposición política de Pinochet no era bien visto por el
público indeciso o afecto a la dictadura y, obviarlo, generaba rechazo en el
lado fuerte del “No”.
La resulta fue una solución distinta
(y efectiva), que no alarmara a ninguno de los bandos en los que se dividía la
sociedad. Sin eliminar elementos reivindicativos del mensaje opositor ni
irritar al público elector que estaba más hacia el “Sí”, la creatividad y el
pragmatismo confluyeron en favor de consolidar un mensaje eficiente: “en
silencioso reconocimiento a los desaparecidos, finalmente nos decidimos por una
simple escena en nuestra propaganda de televisión: una viuda bailando cueca (danza
tradicional chilena) sola porque su marido había desaparecido. Fue la cueca del
desaparecido”. El resultado es por demás conocido: triunfó la oposición con el
54% de los votos.
Ángel Arellano
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