Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

lunes, 28 de diciembre de 2015

2015: el autoexamen venezolano

         2015 ha terminado. Un año de turbulencia. Quedará para la historia el episodio del 6 de diciembre como el levantamiento de la conciencia nacional en contra del gobierno de la opresión.
                2015 ha tenido de todo: crisis, protestas, profundización del hambre, la tristeza y el miedo. La vida sigue sin valer un centavo en la calle. Cualquiera, así esté rodeado de un abundante número de escoltas, puede morir con el tiro siempre certero y letal del hampa.
                ¡Qué año este año!
                En el último suspiro del maratón de incertidumbres en el que se convirtió 2015, primero con el sacudón cambiario, luego las primarias de la oposición, después las primarias del oficialismo para vivir la angustia de esperar la fecha de las parlamentarias, posteriormente la tensión a flor de piel de si se realizarían o no las elecciones, la presión internacional, las medidas económicas impopulares, el galope de la inflación, el avance de la escasez, la llegada a la luna del dólar negro venezolano, entre otros eventos que vive un país que tiene más de manicomio que de país, podemos decir que se ha dado un paso adelante para cambiar. O, en perspectiva, como frasea la propaganda electoral, “ha iniciado el cambio”.
                Naturalmente, la turbulencia se mantendrá hasta que el débil gobierno, hoy con más miedo que nunca, con más ganas de reprimir, de amenazar, de envenenar el ambiente y generar conflicto en cada átomo de la sociedad, salga del poder por medio del camino constitucional. ¿Será difícil? Lo será. ¿Qué no ha sido difícil para una nación que tiene varios años prescindiendo de la hallaca, el pan de jamón, el pernil y los juguetes en navidad en ocasión de los altos precios y el desabastecimiento? ¿Poco difícil es el colapso del sistema de salud pública y de todos los servicios que presta el Estado? No hay un milímetro de la administración pública que no se encuentre en caos. Si algo le ha demostrado el chavismo al mundo es cómo un país, en tan poco tiempo, puede deteriorarse hasta el hueso.
                De tal manera que este año ha puesto a la nación frente al espejo y le ha exigido un autoexamen, una revisión profunda de su situación ayer, su situación hoy y su situación mañana. 2015 hizo que el venezolano se evaluara a sí mismo y se consultara sobre cómo sería su vida en el futuro de seguir las cosas por el camino que van. A este autoexamen, se le añadieron algunos elementos dramáticos como la cifra, aun imprecisa, de compatriotas que han huido al extranjero por mil y un razones todas y cada una de ellas fundamentadas en la hecatombe que vive el país: 1.600.000 venezolanos se encuentran fuera del país, según cifras conservadoras, pues otras, quizá más realistas, hablan de más de dos millones, lo que no sorprende a nadie porque, si algo también nos enseñó 2015, fue a liquidar, de una vez por todas, nuestra capacidad de asombro.
                El calendario tuvo una fecha para desahogar el descontento y la gente se expresó con precisión y contundencia. Quedó reseñado ante Dios, ante la comunidad internacional y ante nosotros mismos, nuestra convicción de que sí se puede salir de este mal momento y que sí queremos un sistema verdaderamente democrático, que promueva y respete la libertad, y que sea garante de la paz.
                Si 2015 fue el peor año de la crisis económica, política y social, también fue el mejor año, por lo menos desde hace tres lustros, para la ciudadanía, porque manifestó su condición cívica y su rechazo a la violencia. Si pudiéramos resumir diciembre en una frase, sería algo así: “por el voto llegaste y por el voto te irás”.

Ángel Arellano

martes, 22 de diciembre de 2015

Ser o no ser “el cambio”


         Como sostiene Stuart Mill en “Consideraciones sobre el gobierno representativo” (1861), las instituciones políticas, los gobiernos y la cultura ciudadana son obra del hombre, quien debe su existencia a la voluntad humana. “Los hombres no las han encontrado formadas de improviso al despertarse una mañana. No se parecen tampoco a los árboles, que, una vez plantados, crecen siempre, mientras los hombres duermen”. Así pues, “como todas las cosas debidas al hombre, pueden estar bien o mal hechas, puede haberse desplegado al crearlas juicio y habilidad, o todo lo contrario”.
                De tal manera que los sistemas que rigen la vida de nuestros países son la consecuencia directa de la acción de sus ciudadanos. Esto puede estar bien o puede estar mal. Los ejemplos son diversos y las realidades están a la vista. Un célebre discurso del premio nobel de la paz y ex presidente de Costa Rica, Oscar Arias, sostiene una frase que tiene un peso gigantesco para todos los latinoamericanos y, muy especialmente, a todos los que ciudadanos de países que pasan por profundas crisis económicas, políticas y sociales como Venezuela. La frase en cuestión no deja lugar a medias tintas, ni a interpretaciones matizadas: “algo hicimos mal”.
                En el mundo, el poder político se ha convertido en una facultad que pierde vigor. Cada vez es más difícil de ejercer y más fácil de perder. Es éste el argumento de Moisés Naím en “El fin del poder” (Debate, 2013). Tomemos como ejemplo un hecho sumamente reciente: ¿Quién iba a pensar en 2011 que el bipartidismo español iba a terminarse cuatro años después y que el Presidente del Gobierno, luego de la victoria de su partido pero sin lograr la mayoría absoluta en el Parlamento, diría en su primer discurso tras el evento electoral que iba a “intentar formar gobierno”? Ahora, en España, la correlación de fuerzas políticas incorpora otros factores, como el partido izquierdista Podemos (afecto al chavismo), y Ciudadanos, organización de centro derecha.
                El poder ya no es lo que era, y, como consecuencia de esto, “el cambio”, el argumento número uno de cada elemento político que se asoma a la palestra buscando su eventual ascenso, tampoco lo es.
                Si la sociedad no respalda la labor de los poderosos, o por lo menos no mayoritariamente, y decide fragmentar su apoyo en una diversidad de actores, es porque, además de que “algo hicimos mal”, la percepción del cambio es distinta. Ahora, la ciudadanía tiene gran número de herramientas para expresar su opinión sobre el sistema que los rige. La revolución del Internet y las redes sociales no ha pasado en vano.
Hoy en el mundo hay más democracias que antes (69 en 1990 y 118 en 2013), salvo lamentables excepciones como la venezolana que, a pesar de elegir a sus representantes por medio de elecciones, los abusos del Estado, las restricciones a la libertad de expresión y la persecución a la disidencia, no la salvan del condicionamiento como autoritarismo.
                El que algo se haya hecho mal no nos obliga a seguir por ese camino. La rectificación es necesaria. Mill asegura que el mecanismo político no obra por sí mismo: “Así como fue creado por hombres, por hombres debe ser manejado”.
                En Venezuela, hay una oportunidad maravillosa de orientar nuevamente el sistema hacia una senda democrática. El autoritarismo ha visto su poder erosionarse progresivamente. ¿Quién iba a pensar en 2006, luego de que Hugo Chávez fue reelecto con casi el 63% de los votos, que en 2007 los estudiantes universitarios evitarían en las urnas la reforma de la Constitución? Y ¿quién iba a pensar que apenas dos años después de su muerte, la oposición iba a ganar las dos terceras partes de la Asamblea Nacional mientras su “legado” hace aguas?
                “El cambio” es posible y hoy en día pareciera la norma en todo el planeta.

Ángel Arellano

martes, 15 de diciembre de 2015

Terremoto político: la nueva asamblea

 
         Los resultados de las elecciones parlamentarias en Venezuela fueron un terremoto político para el gobierno de Nicolás Maduro. Dificulto que las fuerzas oficialistas no conocieran con anterioridad el escenario que tenían a la vuelta de la esquina. Más bien, por saber lo que venía, arreciaron con abusos el día de los comicios y persistieron en un lenguaje hostil intentado hacerse visibles ante una sociedad que ya no los mira como antes, asqueada de la profunda crisis y del colérico verbo oficial.
            24 horas después de las adjudicaciones (112 curules para la Unidad contra 55 del Gran Polo Patriótico) los espacios de opinión del chavismo se desbordaron en reflexiones, mea culpas, actos de constricción y cánticos a las tres erres de Alfredo Maneiro: revisión, rectificación y reimpulso. Un sector del oficialismo, crítico y revisionista, salió a la palestra a manifestar, como hijos de Chávez y herederos reclamantes de un patrimonio político intangible, su gran descontento con la nomenclatura del PSUV.
La escena fue la siguiente: opinadores y ex jerarcas de la burocracia roja desde su esfera inmaculada fustigaron a la élite del Partido, a la nómina alta del gobierno y a las “medidas” que Maduro ha impulsado para palear una crisis que no tiene comparación en nuestra historia. Señalaron las equivocaciones del gobierno como culpables de la derrota mientras que Miraflores a su vez culpaba a la “Guerra económica”, a la derecha y a miles de factores que pululan en el mismo aire por el que vuela el pajarito que algún día picó en la cabeza del Presidente, según él mismo relató.
Pues bien, ante este terreno de subjetividades y ficción en el que se desenvuelve el chavismo, embadurnado con esa cosa que aun nadie entiende que es su marco ideológico, la oposición fija un camino a seguir con un plan legislativo que pretende dar orden constitucional a la vida venezolana y acabar con la discreción del Ejecutivo, al tiempo que advierten las dificultades que deberán sortear una vez asuman el control del Legislativo el próximo 5 de enero, como por ejemplo la alfombra de arbitrariedades y descalabros que deja la mayoría simple del PSUV.
¿Qué puede hacer la nueva Asamblea con las dos terceras partes de diputados opositores? Comencemos diciendo que, salvo la Constituyente de 1946-47 (137 AD, 19 Copei, 2 URD y 2 PC), nunca un solo sector ha obtenido, democráticamente, tal cantidad de curules. La conformación actual de la fracción Unidad, con 112 diputados, tiene facultades constitucionales para lo siguiente: activación de referendos aprobatorios de proyectos de Ley o tratados internacionales, calificación de una Ley como orgánica, aprobación de la separación del cargo a un diputado, designar el Poder Ciudadano (Defensor del Pueblo, Contralor General y Fiscal General), aprobación de una reforma constitucional, convocatoria de una Asamblea Constituyente y nombramiento y remoción de magistrados del Tribunal Supremo de Justicia.
Sin duda que todas estas decisiones, en manos de la oposición, desmontan el Estado chavista, y por eso, vemos el nombramiento apurado de nuevos magistrados al TSJ, reformas de leyes, decretos presidenciales, medidas trasnochadas, etc. Es un preámbulo de la guerra de poderes entre el Ejecutivo, y eventualmente el Judicial y el Ciudadano, versus el Legislativo. Empero, tal como siguen las cosas en la calle, con un incremento sostenido de la catástrofe económica que vive Venezuela, seguiremos viendo cómo se escribe el epitafio del chavismo.

Ángel Arellano

lunes, 7 de diciembre de 2015

El triunfo de la libertad


En las calles del mundo, los venezolanos amanecieron sonreídos, silbando y tarareando el himno nacional. La espera valió la pena, y el trasnocho también. Pasada la media noche, el Consejo Nacional Electoral anunció los resultados que la oposición al chavismo ya conocía minutos después del cierre de las mesas de votación (6:00pm). Las ojeras fueron grandes, pero también la felicidad por la buena nueva.
En Venezuela, la celebración inició en la madrugada. Desde hacía mucho tiempo los lunes no arrancaban con tan buen pie. La actitud de la ciudadanía era positiva, como si la crisis y el caos no estuvieran presentes por un momento. Los periódicos de los kioscos se agotaron rápido, en los autobuses solo se comentaba el gran titular del día, igual en carritos por puestos, plazas públicas, centros comerciales y en las colas por comida o por algún producto de primera necesidad. "¿Y ahora? ¡Se montó la gata en la batea!", era el comentario de rigor.
Cuando Tibisay Lucena anunció la victoria electoral de la Unidad, el país se convirtió en una fiesta. Superadas las expectativas de los propios opositores, y de los propios venezolanos en general, la opción del cambió logró ganar, tras pelear contra el ventajismo y abuso de toda la maquinaria del Estado, sorteando miles de incidentes el día D, la mayoría de diputados en el Parlamento con una altísima participación electoral: 75%.
"No hay una mayoría que quiera aplastar una minoría", fue la frase más trascendental del comunicado de la Unidad. Soplan vientos de cambio, vientos frescos cargados de esperanza, optimismo y libertad. Vientos muy esperados por una nación que ha sufrido una nueva arremetida del germen dictatorial.
Esa misma noche del 6D, Nicolás Maduro reconoció la derrota del chavismo. Sobre ese hecho, un periodista extranjero me preguntó al día siguiente por qué no daba relevancia a lo dicho por Maduro, o, en otras palabras, por qué no creía en la eventual "buena voluntad" tras ellas. Sin problema, respondí que yo estaba asumiendo una postura coherente con lo que he vivido: no sería la primera vez que el chavismo diga algo y al otro día anuncie o haga otra cosa. Para mí, al igual que para la gran mayoría de los venezolanos que votaron por la alternativa democrática, la Revolución Bolivariana desde hace tiempo es una gran mentira. Lo bueno para nosotros, y lo malo para el oficialismo, es que, posterior a estos resultados, el "Socialismo del Siglo XXI" se desdibuja y pasa a ser un proyecto en proceso de extinción.
Aún queda mucho por recorrer, tanto, que estas palabras pueden pecar de triunfalistas o anticipadas. Sin embargo, para toda la juventud venezolana, y para la ciudadanía en general, este es un momento que hay que vivirlo y documentarlo. Que sea el primer paso para el desmantelamiento del autoritarismo chavista y que nunca más vuelvan los fantasmas de la dictadura a oscurecer los designios de nuestra querida patria.
Luchemos, porque la democracia nos espera.
Es, como reza el título de un excelso libro, obra de Juan Germán Roscio, "El triunfo de la libertad sobre el despotismo".


Ángel Arellano 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Hugo Chávez, el protagonista de la campaña oficialista en Venezuela

  
Los candidatos del Gran Polo Patriótico y la imagen del propio Nicolás Maduro, no existen en la propaganda electoral. La estrategia adoptada por el gobierno de Venezuela de cara a las próximas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, ha sido reforzar la identidad chavista y estimular la recordación de los tiempos de “victoria” de la Revolución Bolivariana.
La épica del discurso oficialista, creada a partir de imágenes alusivas del líder carismático en distintas facetas, persigue el reagrupamiento de la base chavista, toda vez que los números más optimistas del gobierno le otorgan apenas un 40% de intención de voto, sobre un 58 y hasta 65% que las encuestadoras dan hoy en día a la oposición.
La presidencia de Nicolás Maduro ha sido por demás accidentada. Desde su inicio, tras una elección que levantó gran polémica por su legitimidad y microscópico margen de victoria (1%), la popularidad del heredero chavista no ha superado el 39%, según refiere un estudio de la empresa Hinterlaces, consultora cercana al gobierno. No obstante, la firma Datanálisis afirmó el 20 de noviembre que la aceptación del mandatario apenas alcanzaba el 22%, por lo que el sector oficialista, a tres semanas del día D, se enfrenta a su adversario con un líder que no reúne la mitad del apoyo que tuvo, en su peor momento, el difunto Hugo Chávez.
Ante esta situación, el Gran Polo Patriótico ha dirigido una propuesta propagandística distinta a las anteriores 14 contiendas en las que ha participado el chavismo. En los avisos no aparece el nombre de los candidatos ni algún dato referencial a la elección. Optaron por la imagen de Chávez, un mensaje emotivo y la tarjeta del partido afiliado al GPP. Vale decir que algunas organizaciones dentro de esta coalición han incorporado algunas modificaciones a sus artes, sin embargo, el que se impone, potenciado a través de todo el aparato comunicacional del Estado, con gran énfasis en las emisoras de radios comunitarias y públicas, así como en la red de canales de televisión y portales web institucionales, es el antes mencionado.
El eslogan de la campaña roja comulga con la épica construida a partir de la reinterpretación de la historia, según el punto de vista chavista: “somos un pueblo valiente”. Anterior a este, la precampaña, en el mismo aire, estuvo marcada por la frase “Solos somos una gota, unidos el aguacero”. El GPP intenta persuadir a los electores del gobierno que a raíz de la profundización de la crisis económica y las deterioradas condiciones de vida del venezolano, se han manifestado inconformes con el gobierno. Tengamos en cuenta que los números de rechazo han ascendido hasta un 82%, cifra sin parangón en los últimos 16 años.
El “pueblo valiente” es llamado a defender la Revolución usando como carnada la sobreexposición de las misiones sociales y los logros más importantes de la gestión de Hugo Chávez. Como refiere un artículo publicado por los periodistas venezolanos Álex Vásquez y Franz von Bergen, “todas las propuestas siguen la misma línea: reforzar el carácter épico del movimiento chavista y la idea de que siguen una misión y un objetivo que van mucho más allá de la coyuntura actual y sus problemas, como una inflación que economistas estiman que cerrará por encima de 180% en 2015”.
Entre octubre y noviembre, como antesala a la campaña electoral, la administración Maduro aumentó el salario mínimo en 30%, incrementó la entrega de viviendas y vehículos subsidiados, y otorgó 110.000 pensiones para potenciar su mensaje de “no permitir que roben las conquistas sociales del pueblo”.
El reto del chavismo es cerrar la brecha ante su oponente, una oposición que tras sortear diversos tropiezos, luce cohesionada electoralmente bajo el eslogan “Venezuela quiere cambio”, y usa, como principal insumo de campaña, un contexto ineludible: la dramática situación nacional marcada por la escasez de alimentos y productos básicos.