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martes, 22 de diciembre de 2015

Ser o no ser “el cambio”


         Como sostiene Stuart Mill en “Consideraciones sobre el gobierno representativo” (1861), las instituciones políticas, los gobiernos y la cultura ciudadana son obra del hombre, quien debe su existencia a la voluntad humana. “Los hombres no las han encontrado formadas de improviso al despertarse una mañana. No se parecen tampoco a los árboles, que, una vez plantados, crecen siempre, mientras los hombres duermen”. Así pues, “como todas las cosas debidas al hombre, pueden estar bien o mal hechas, puede haberse desplegado al crearlas juicio y habilidad, o todo lo contrario”.
                De tal manera que los sistemas que rigen la vida de nuestros países son la consecuencia directa de la acción de sus ciudadanos. Esto puede estar bien o puede estar mal. Los ejemplos son diversos y las realidades están a la vista. Un célebre discurso del premio nobel de la paz y ex presidente de Costa Rica, Oscar Arias, sostiene una frase que tiene un peso gigantesco para todos los latinoamericanos y, muy especialmente, a todos los que ciudadanos de países que pasan por profundas crisis económicas, políticas y sociales como Venezuela. La frase en cuestión no deja lugar a medias tintas, ni a interpretaciones matizadas: “algo hicimos mal”.
                En el mundo, el poder político se ha convertido en una facultad que pierde vigor. Cada vez es más difícil de ejercer y más fácil de perder. Es éste el argumento de Moisés Naím en “El fin del poder” (Debate, 2013). Tomemos como ejemplo un hecho sumamente reciente: ¿Quién iba a pensar en 2011 que el bipartidismo español iba a terminarse cuatro años después y que el Presidente del Gobierno, luego de la victoria de su partido pero sin lograr la mayoría absoluta en el Parlamento, diría en su primer discurso tras el evento electoral que iba a “intentar formar gobierno”? Ahora, en España, la correlación de fuerzas políticas incorpora otros factores, como el partido izquierdista Podemos (afecto al chavismo), y Ciudadanos, organización de centro derecha.
                El poder ya no es lo que era, y, como consecuencia de esto, “el cambio”, el argumento número uno de cada elemento político que se asoma a la palestra buscando su eventual ascenso, tampoco lo es.
                Si la sociedad no respalda la labor de los poderosos, o por lo menos no mayoritariamente, y decide fragmentar su apoyo en una diversidad de actores, es porque, además de que “algo hicimos mal”, la percepción del cambio es distinta. Ahora, la ciudadanía tiene gran número de herramientas para expresar su opinión sobre el sistema que los rige. La revolución del Internet y las redes sociales no ha pasado en vano.
Hoy en el mundo hay más democracias que antes (69 en 1990 y 118 en 2013), salvo lamentables excepciones como la venezolana que, a pesar de elegir a sus representantes por medio de elecciones, los abusos del Estado, las restricciones a la libertad de expresión y la persecución a la disidencia, no la salvan del condicionamiento como autoritarismo.
                El que algo se haya hecho mal no nos obliga a seguir por ese camino. La rectificación es necesaria. Mill asegura que el mecanismo político no obra por sí mismo: “Así como fue creado por hombres, por hombres debe ser manejado”.
                En Venezuela, hay una oportunidad maravillosa de orientar nuevamente el sistema hacia una senda democrática. El autoritarismo ha visto su poder erosionarse progresivamente. ¿Quién iba a pensar en 2006, luego de que Hugo Chávez fue reelecto con casi el 63% de los votos, que en 2007 los estudiantes universitarios evitarían en las urnas la reforma de la Constitución? Y ¿quién iba a pensar que apenas dos años después de su muerte, la oposición iba a ganar las dos terceras partes de la Asamblea Nacional mientras su “legado” hace aguas?
                “El cambio” es posible y hoy en día pareciera la norma en todo el planeta.

Ángel Arellano

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