Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

martes, 26 de agosto de 2014

Entre distracciones y “sacudones”


         El gobierno ha sido fiel a su estrategia: la implementación del modelo fracasado cueste lo que cueste. Es lo que sabe hacer, con eso se siente cómodo y no dejará de hacerlo. Nunca ha desviado el rumbo en quince años.
            Está planteada la venta de Citgo, único activo importante del país en el extranjero; el aumento de la gasolina; la incorporación de captahuellas en las ventas de alimentos y medicinas; el masivo operativo contra el “bachaqueo” con más de 18 mil militares en la frontera con Colombia; y la nueva Ley de Comunicación que propone dar la estocada a los resquicios de prensa libre que aún hormiguean en el país.
Además de lo antes expresado, el aparato de propaganda del partido de gobierno, en conjunto con el sistema nacional de medios públicos y privados (con especial énfasis en los nuevos amigos: Globovisión, Cadena Capriles y El Universal), están dedicados las 24 horas a posicionar temas de distracción para el diarismo que colapsan los escasos espacios que aun sirven de desahogo para la denuncia vecinal: novelas tras bastidores del III Congreso del PSUV, lucha sin cuartel contra el “cadivismo”, individualidades de la oposición que plantean la tercera, cuarta o quinta vía, entre otros. Todos temas llenos de fantasmas, inconclusos y necios que tienen la exclusiva finalidad de entretener.
Sin embargo, este chaparrón de tópicos incorporados a la opinión pública no responde a un desmembramiento de la política del gobierno, sino a una estrategia diseñada para distraer a los voceros de las diversas fuerzas vivas y evitar hablar de los problemas más cercanos a la gente. El verdadero “sacudón” no está tras la renuncia de los ministros, sino en las medidas que poco eco han tenido y son las que más descontento crean en el pueblo raso.
Mientras chavistas, opositores y “desalineados” hablaban furiosos sobre la venta de Citgo, el gobierno aumentó las tarifas de Conferry e Hidroven. Mientras se hicieron todos los esfuerzos por acaparar los titulares con el posible aumento de la gasolina, que cada vez se ve más lejos, y el mega operativo contra el contrabando en la frontera, Pdval y Mercal dejaron de vender la carne al precio regulado de 27 Bs. el kilo, para comenzar a facturarla en 90 Bs. Mientras desplegaban cobertura al diminuto gajo de empresas que están jurungando por haberse cogido unas migajas de la torta de Cadivi, la factura de Corpoelec subió un espectacular 300% (en el más modesto de los casos)…
Cada tema posicionado por el gobierno, al mejor estilo de un “reality show” gringo, está confeccionado para ocupar y ganar tiempo. Por ejemplo: cuando anunciaban que el Ejército había recuperado algunos cargamentos pequeños de alimentos y unas cuantas pimpinas de gasolina en la frontera del Táchira, más de 80 toneladas de pollo, 30 de carne, 18 de hortalizas, 6 de queso y otros rubros, se pudrieron en la cola del terminal de Conferry de Puerto La Cruz producto del colapso de esta empresa expropiada por Chávez hace menos de tres años.
Decía Guaicaipuro Lameda en días pasados que en 2001 durante una entrevista con Fidel Castro, le preguntó al dictador cubano por qué en su país hacían un día cola para las papas, otro día para los tomates y otros días para otros alimentos. Castro respondió: “para tener a la gente ocupada. Si están buscando comida todos los días no tienen tiempo para otras cosas, y así los vigilamos”. Si la oposición prioriza la discusión sobre unos temas olvidando la acción sobre los más cercanos a la masa, pierde conexión y tiempo. Los problemas más sentidos por el pueblo deben copar la agenda porque en ellos el gobierno es débil y tiene poca capacidad de respuesta.
  
Ángel Arellano

lunes, 18 de agosto de 2014

¡Que nadie se vaya!


Don Carlos Raúl Hernández en un artículo muy sesudo y cerebral publicado el pasado domingo, desenvainó una espada contra la antipolítica para descuartizarla y dejarla al descubierto como uno de esos espíritus del monte que andan coleando por todas partes buscando a quien asustar.
Decía en una memorable línea: “Cuántas veces se afirmó la vaciedad de que ‘Venezuela necesita un gerente’ y cuando lo tuvo, duró 24 horas”. La alusión es clara. Tanto que empujaron al oriundo de Sabaneta con charco de sangre, tanquetas, aviones y medios incluidos, y Carmona terminó en el coroto menos de lo que dura una flatulencia en una hamaca, por no decir el refrán con sus justas palabras.
La apuesta a la antipolítica sigue, y seguirá siempre, pues así como hay instituciones, modos, formas, hay quienes persiguen lo contrario. Hace un par de meses atrás escribí un artículo titulado “A propósito de la antipolítica”, en el que expresé algunas cosas que creí pertinentes sobre el tema, pues si hay algo a lo que se ha acostumbrado este pueblo es a tragarse todos los embustes del “hombre nuevo”, el “mesías”, el “éste sí sabe cómo se va a acomodar todo”; y ya sabemos cuál ha sido el resultado de todos esos infelices intentos.
Nadie dijo que la política sería arte fácil. Por tanto exhortamos a diario a que sea una actividad seria, coherente, llena de contenido, en la que se muestre responsabilidad, lógica y compromiso. Si no, seguirá en ascendencia ese altísimo descrédito que gravita sobre la empobrecida extensión territorial, empujado por brujos y jinetes del apocalipsis que decantan en cuanta plaza pública (más Twitter que en la calle), una frase nutrida por la magia negra y la maldad: “¡Que se vayan todos!”.
El poder de estas últimas palabras pocos lo llevan bien apuntado en su bitácora de lucha. Lo vivido en Argentina en 2001 es un ejemplo bastante didáctico del caos que ocasiona tal consigna: más que un mero arrume de letras, es una estocada al sistema. Y no al actual, ni al pasado, sino al sistema en su totalidad: poder, territorio y nación. Todos.
Aun siento que faltan escapularios, imágenes de San Miguel Arcángel y caballeros con las botas puestas para combatir el impacto negativo y desfasado que tiene.
En estos días un profesor comentaba en una reunión que no creía en el gobierno, ni en su disidencia interna, ni en la oposición, ni en los independientes, ni en los empresarios, ni en la iglesia, ni en los estudiantes, ni en las academias… Cristo bendito. Mayor falta de creencia. Decía Francisco que el espíritu se nutre de la fe y ésta consta del credo, la afirmación de que Dios está ahí, presente.
Poco creo en quien no cree en nadie. Quien no respeta o pondera la actuación de nadie más que la de su propio ego, quien no teme en decir que nada sirve porque la solución es ésta o aquella según sus convicciones, prácticas, experimentos, visiones esotéricas o epifanías; en ése no creo. Puede que no te guste esto, o tampoco lo otro. O poco de ambos. Pero, ¿que no te guste nada? De ahí deriva el peligro pues inicia la promoción de figuras, Libertadores, nuevos pequeños Bolívar que luego patean a éste último por considerarlo también inferior. Imposible creer en ellos.
Quien fustiga fuertemente a todas las corrientes opositoras al régimen, sobradas razones tiene. Sin embargo, el pregón “que se vayan todos” o “nadie sirve”, es sumamente peligroso. Criticar y opinar es distinto a ofender y dañar. Lo que necesita la nación es un proyecto colectivo, que lo representa la alternativa, con sus múltiples corrientes e iniciativas. ¡Que nadie se vaya! Al contrario, bienvenidos todos.


Ángel Arellano

martes, 12 de agosto de 2014

Olvidemos el “ojalá”

          Elías Jaua recorre hospitales de Palestina entregando medicamentos, alimentos y toda la ayuda humanitaria que no reciben los centros médicos de Venezuela. La relación internacional es primero. Los cientos de hermanos que mueren de mengua en la Patria de Bolívar no son importantes para el gobierno. Mientras, nuestro país, suerte de quirófano destartalado, sigue en agonía, con una crisis agobiante e insuperable.
            Voy rodando por Barcelona. Cuento en el Casco Histórico, ese mismo que hoy parece el reducto de una prisión colonial, 3, 4, 5, 6, 7 colas en abastos, pequeños mercados y bodegas. Llego a Puerto Píritu. Colas, peleas y discusiones entre gente que espera horas para comprar un champú y dos barras de jabón. La avenida principal de Clarines cuenta la misma historia. Cada negocio con su fila afuera, cada abasto con su lamento. El llanto es el mismo: lo que buscan no se consigue, y lo que se consigue es “de a uno por cabeza”. Carta de racionamiento implícita, invisible, pero con marcas de números en las manos, para variar.
Dice Feinmann que “cuando ya no nos horroriza, el horror ha triunfado”.
            En un profundo suspiro medito sobre el “ojalá”. Ese vocablo que ni los espanta pájaros del régimen han auyentado. Nos acostumbramos a terminar todo con el remoquete del “ojalá”, como último bostezo en el letargo que por momentos pareciera vivir un pueblo con un pasado cuya propaganda lo dibujó heroico, mítico, cabecera de una epopeya inigualable; pero que hoy luce estropeado, agotado, al borde de mil abismos.
            La Revolución Bolivariana conmemora los cien años del Zumaque I, primer pozo productor de petróleo en territorio venezolano, con el incierto aumento de la gasolina en medio de la más grave crisis económica padecida por este pueblo pobre y subdesarrollado. También, el anuncio de la venta de Citgo, la filial extranjera más rentable de la endeudada Pdvsa.
            No habrá quien falte con el lamento: “ojalá el gobierno corrija eso, se lo exigimos”. O con respecto a la inseguridad: “ojalá tomen cartas en el asunto porque nos están masacrando”. O referente a la crisis hospitalaria: “ojalá las autoridades se apiaden de la gente que está muriendo por falta de tratamientos, insumos, medicinas, etc.”. O los transportistas: “bueno, ojalá el gobierno rectifique y resuelva la crisis de repuestos y vehículos porque no hay nada”. Y por ahí uno se va y nunca termina contando las velas que aún quedan encendidas en el altar de Santa Esperanza.
            Pero debemos dejarnos de eso. Olvidemos el “ojalá”. La camarilla que controla el poder no resolvió los problemas antes, con toda la bonanza del mundo, teniendo “real por sacos” como dicen en el llano y con el país a sus pies. Ahora menos lo harán, cuando secaron hasta la última gota y el 67% de los venezolanos considera necesario cambiar de gobierno.
            En Miraflores se endeudaron aún más con China y Rusia, venderán Citgo, posiblemente terminen aumentando la gasolina, realizarán incrementos indiscriminados de alimentos, productos y servicios públicos (sin Precio Justo que importe) con el fin único de llegar a enero de 2015 juntando algunos fondos en caja para desplegar una nueva campaña electoral repleta de excesos, compra de conciencia, gasto público y regaladera. El fin es conquistar las Parlamentarias del próximo año. Cueste lo que cueste.
            Olvidemos el “ojalá”. Aterricemos en la realidad. Para salir de la crisis el primer requisito, rector e indispensable, es la Unidad total. Estar organizados, activos y ocupados en los graves problemas del país. Denunciando, protestando, meneando la mata desde abajo. Es así como caen los frutos.
           

Ángel Arellano

lunes, 4 de agosto de 2014

Comunicación, lenguaje y Unidad

 
         El lenguaje, ese recinto del que somos presos. Ese lugar al que todos vamos. Común, corriente. No lo usamos en provecho del proyecto colectivo. Tal vez porque no hay proyecto, o quizá, lo que en verdad creo, porque es más cómoda la crítica destructiva que nada une y mucho daña.
            Somos caminantes errantes. No hemos mostrado una solución clara a través de una ruta pactada. Nuestro ejemplo e impronta es sólo de división absurda, propia de la guerra de tontos. La Patria boba. Carencia de acuerdos.
            Esa necesidad de un mensaje común, incluyente, consensuado, coherente, que sea tela de la bandera nacional y no retazo en la crónica de la chismografía digital.
            He resumido el problema de la Unidad en una sola cosa: comunicación. El poder de los poderes.
            A lo interno de la alternativa hay un único lugar común: cambiar el gobierno e instaurar la democracia. Para este fin unos tienen algunas teorías, otros ciertas prácticas y otros una agenda que no sale de la catarsis. Siempre hay quien se acomode en el nido actual. Siempre sucede.
            Hay interlocutores encontrados, pasiones desbordadas, actitudes que no procuran el entendimiento de toda la masa opuesta al régimen. La MUD no es la oposición. La MUD ni siquiera es pueblo llano. La MUD es una instancia, un instrumento que opera el concierto de los partidos que coexisten en la oposición. Un instrumento de todos y para todos.
            Me viene a la mente una frase: “La Unidad, ese patrimonio”. Luego escribiré bajo ese título. Quiero dejar claro lo que es la MUD, para depurar esa imagen-actitud que se ha construido en base de lo que no es.
            La MUD: el operador, el artífice del encuentro. Que supone un ejemplo para la sociedad. Si ella no se habla consigo misma, no se une, no ata sus trenzas, no salta al campo con todos sus jugadores, entonces deja de ser un patrimonio. No existe. Se convierte en una mentira gaseosa, administrada a través de boletines de prensa sin oxígeno que palabrean sobre diagnósticos, pero que nunca opera al paciente.
            La lógica nos dice que para que unas personas puedan conversar y potenciar su proceso comunicativo, deben respetar sus normas fundantes. Buen hablante. Buen oyente. Mejorar el lenguaje. Permitirse y permitir. La altisonancia y hostilidad dentro de la Unidad, incluyendo escritores, columnistas, “notables” y guerrilleros del Twitter, no coopera. Para esa distorsión hay que tener “piel de quelonio”, como enseñan en la escuela.
            El momento reclama “la expansión del lenguaje”. Esa frase hecha teoría por el argentino José Pablo Feinmam. A través del lenguaje podemos incorporar al debate “palabras nuevas o un nuevo sentido para las viejas”. Hay que bajar el tono al conflicto y ser más flexibles: otorgar concesiones entre las partes en búsqueda de un gran pacto.
            Don Pedro Grases decía que “la legua es un organismo vivo que no puede permanecer estático e inmutable, sino adaptarse a las exigencias de cambio en toda sociedad”. Hay que trabajar en sobre marcha para hallar el encuentro, disminuyendo la pedantería e insensatez de los ataques irresponsables entre diversas partes para construir el fin único: el proyecto colectivo, el pacto.
            Reconocer errores y salir adelante, más allá del par de cámaras de tv que aún se congregan en los eventos opositores, no puede ser una proeza titánica para un político; sino simple agenda rutinaria. Hay que prender velas a la capacidad de reconsiderar, “tragar grueso”, revisar a fondo, y apagárselas a los lanceros a caballo.


Ángel Arellano