Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

lunes, 22 de febrero de 2016

Y al chavismo… ¿qué le pasó?

 
         En algún sitio preguntaron: “¿y al chavismo qué le pasó?”. Todavía el viento trae recuerdos de cosas que decíamos los venezolanos cuando ese modelo, primero presentando como regenerador de la democracia, reformador y revitalizador de las libertades, comenzó a mostrar su verdadero rostro: una autocracia más, un huracán populista potenciado por la renta petrolera y la decadencia del sistema de partidos políticos tradicionales. Simulemos algunas frases: “Los avances de Chávez en material social son innegables”, “Chávez ha hecho cosas buenas, sólo que tiene su estilo”, “Yo no creo que cierre RCTV, emisoras de radio, periódicos, tenga presos políticos o ampare el reinado de la delincuencia”, “No puede, no debe, no lo permitiremos”. Líneas así impregnaron el debate político durante años. Hoy, ¿cuáles son las conclusiones?
                Las cenizas de Venezuela dejan un manojo de incógnitas, todas dirigidas a quienes tuvieron la responsabilidad de regentar una administración con abundantes recursos y amplia autonomía de vuelo. A casi tres años de la muerte de Chávez, podemos hallar respuesta a esto:
                ¿Qué pasó con la división de poderes, la descentralización, el respeto a las minorías, la productividad económica y la Venezuela potencia de la que el chavismo habló en su primer período presidencial? ¿Acaso no fueron los máximos promotores y defensores de la Constitución de 1999 los primeros que la liquidaron para concentrar todo el poder en el Ejecutivo? ¿No fueron quienes se presentaron como salvadores de los pobres, defensores de los humildes y necesitados, los pata en el suelo, los de abajo, quienes al ser beneficiados con las mieles del poder terminaron empobreciendo al país mientras se enriquecían groseramente? ¿Dónde quedaron los valores éticos propugnados por la Revolución cuando sus dirigentes, que vivían en las cumbres del oeste caraqueño, dieron la espalda a sus raíces para terminar instalándose en las lujosas lomas del este o cuando los líderes chavistas provenientes de caseríos y pueblos rurales coronaron sus corruptas carreras procurándose fortunas escandalosas en el extranjero? ¿Qué de la lucha contra el imperio, los yankees, los ricos, cuando casi todas las figuras públicas del oficialismo están inmersas en un escándalo monumental por sus cuentas en dólares?
            Encontramos un referente que inspira estos cuestionamientos a la Revolución Bolivariana en las interrogantes que se planteara Hannah Arendt en “Sobre la revolución” (Alianza, 2006) a mediados del siglo pasado, cuando analizando la Revolución Francesa, sus promotores, causas y consecuencias, se pregunta lo siguiente:
“¿No habían sido realistas en 1789 los mismos que en 1793 no sólo se vieron conducidos a la ejecución de un rey (independientemente de que hubiera sido o no un traidor), sino a la condena de la monarquía como ‘un crimen eterno’ (Saint-Just)? ¿No habían sido abogados ardientes de los derechos de la propiedad privada los mismos que en Ventoso de 1794 proclamaron la confiscación de las propiedades, no sólo de la Iglesia y de los émigrés, sino también de todos los ‘sospechosos’, para que fueran entregadas a los ‘desfavorecidos de la fortuna’?”.
Como asegura Arendt, y como después quedó confirmado por el devenir de los hechos, “todas las historias iniciadas y realizadas por hombres descubren su verdadero sentido únicamente cuando han llegado a su fin”. El chavismo llegó a su fin. Encontró terreno fértil en 1992, ascendió al poder en 1998, se consolidó en 2004 y murió con la desaparición física del líder carismático en 2013. Lo demás, eso de “El Legado” y otros cuentos, es esoterismo, mito y propaganda. En adelante, solo quedaron los sepultureros del sistema, tambaleándose, resistiendo, cargando a cuestas un saco con los resultados de 17 años de mal gobierno; soportando embates internos y externos hasta que, definitivamente, desalojen o sean desalojados del poder. Lo que suceda primero.

Ángel Arellano

miércoles, 17 de febrero de 2016

¡Y la aumentó!


         Desde que soy muy niño vengo escuchando en las reuniones de familia, en la calle, en la escuela y después en el liceo, que el gobierno nunca aumentaba la gasolina porque ese era un bien preciado de todos los venezolanos al que debíamos tener acceso casi gratuito, para reverenciar, por supuesto, el santo hallazgo de los manantiales de petróleo que abundan en nuestro subsuelo. El último ajuste al precio del combustible se hizo en 1996, cuando tenía seis años, por tanto, entenderán cómo yo y otros millones de venezolanos, le perdimos la pista al tema.
         En Venezuela la gasolina ha sido históricamente un asunto fuera de toda discusión. Es barata y punto. Los políticos siempre se han asomado a opinar al respecto con mucho recelo y bastante cuidado. Saben que caminar sobre ese terreno minado es sumamente peligroso para su carrera. La devoción por la gasolina regalada es parte de nuestra idiosincrasia. Hace juego con la divinidad de Bolívar, el béisbol, la caja de cerveza de 36 botellas y los feriados no laborables.
Un ejercicio que hemos puesto en práctica todos los días es pagar la gasolina con las moneditas de la guantera, el vuelto de alguna compra de último momento, el sencillo que estaba en el fondo de la cartera o los billetes de baja, bajísima denominación, que estuvieron estancados por semanas en los alrededores de la palanca, los pedales o en el fondo del asiento. Tanto, que desde hace algunos años era mayor la propina que se le daba al bombero por limpiar los vidrios, que por llenar el tanque, así fuese el de un Volkswagen escarabajo o el de un gigantesco transporte de carga pesada. Esto nos da una idea de por qué mientras en gran parte del mundo las estaciones de servicio cuentan con mecanismos de pago a través de tarjetas de crédito, carnets inteligentes, huellas dactilares, chips, domiciliación de cobros, aplicaciones móviles o envíos de facturas por correo tradicional o digital, en Venezuela seguimos pagando en efectivo o, en rigor, con el “chere-chere” de nuestros bolsillos.
         Lo cierto es que este tema, trascendental en la vida de los países normales, pero insípido y olvidado en la Venezuela del siglo XXI, cobra vigencia hoy, 17 de febrero de 2016. Hace minutos, el presidente Nicolás Maduro decretó un aumento a la gasolina. El precio del litro de la de 91 octanos pasó de Bs. 0,070 a Bs. 1,00 (subió 1.328%), y el precio del litro de la de 95 octanos pasó de Bs. 0,097. a Bs. 6,00 (subió 6.085%). El excedente que ingresará al Estado, de acuerdo con la alocución de Maduro en Cadena Nacional, será dirigido al financiamiento de un “fondo de misiones”. Los detalles de la implementación de estos recursos, el cómo, el cuándo, el por qué y el para qué, quedan reservados a la discreción con la que se vienen dirigiendo las finanzas públicas desde el ascenso al poder del chavismo.
         Como medidas complementarias, intentando, absurdamente, salvaguardar el salario del venezolano, el presidente anunció también un incremento al salario mínimo y al bono de alimentación (cesta ticket) los cuales pasan a estar en Bs. 11.578 y Bs. 13.275, respectivamente. Sin embargo, tomando las modestas cifras de inflación que algunas instituciones internacionales de análisis financiero han difundido sobre Venezuela, con la inflación rondando el 500% cualquier aumento que se haga en estos renglones sin corregir el profundo desabastecimiento y la escasez en todos los sectores de le economía nacional, el salario seguirá, en perfecto venezolano, “palo abajo”.
         Maduro también habló de correcciones, reestructuraciones, reorientaciones, reorganizaciones, remodelaciones, modificaciones y renovaciones en las redes de Abasto Bicentenario, Mercal y Pdval, todas funcionando a menos de la mitad de su capacidad y envueltas en una serie crisis de persecuciones y capturas contra gerentes generales, superintendentes y supervisores, rojos rojitos psuvistas rodilla en tierra, por escándalos de corrupción, especulación, acaparamiento, bachaqueo, reventa y distribución ilegal de productos de primera necesidad.
         Con franqueza me tomo la libertad de decir lo siguiente: el precio de la gasolina en Venezuela fue absurdo antes y es absurdo ahora luego de este aumento. El combustible que consumimos, y más aún por ser el único elemento que exportamos y del cual depende el 98% de los ingresos del Estado, no puede subirse de un solo sopetón sin previo aviso y sin incluir a todos los factores de la sociedad venezolana. Este incremento afecta en el bolsillo de todos, incluso en el de Pdvsa, toda vez que, así como la educación, el sistema de salud pública y las policías, quedaron por fuera de la repartición de la torta que ingresará a las arcas estatales luego de que el viernes, contra viento y marea, siguiendo lo que dijo Maduro, el aumento entre en vigencia.
         En la industria petrolera no se invertirá un centavo de la nueva recaudación, menos en escuelas, liceos, universidades, hospitales, etc. Todos, absolutamente todos los sectores de la vida nacional, quedarán padeciendo de este nuevo golpe al bolsillo que ejecutan un grupo de ignorantes que hacen el remedo de dirigir la economía de un país quebrado.

Ángel Arellano

lunes, 15 de febrero de 2016

Diáspora de “blancos” y “rubios” según VTV


             “En Venezuela sí hay racismo”. Un paradigma recurrente en el discurso del chavismo radical, 17 años cayendo en oídos sordos.
                Dentro y fuera del país se ha generado un ola de comentarios a partir del reportaje “Yo me quedo”, producido por Venezolana de Televisión. El material, un intento de trabajo de interpretación, sumamente defectuoso, caraqueñizado y con un desconocimiento total de la realidad venezolana, fue realizado por un grupo de jóvenes que, entre otras cosas, ensayan una burla a la comunidad de compatriotas en el extranjero. En los veinte minutos de exposición, como es la norma en la televisión oficial, no se muestran las gigantescas colas, los motines de las cárceles que ganan el pánico de la población, los enfermos que caen muertos en los hospitales colapsados por la falta de medicamentos, el dolor de las familias que viven aterradas a causa de la inseguridad, la destrucción de las universidades, escuelas, liceos, bibliotecas, librerías, teatros y espacios culturales por falta de inversión, la descomposición social…
                “Yo me quedo” construye una fábula en la que quienes se han ido de Venezuela son náufragos en otros países: carecen del gran número de oportunidades que brinda el socialismo.
                Como referente intelectual para analizar la diáspora, el especial cita a Carmen Lara, una periodista y profesora de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Bolivariana de Venezuela, con 135 artículos colgados en el portal chavista aporrea.org. “Yo me quedo” muestra a Lara como “psicóloga”, en el entendido de que hace parte de una ficción, como todo el relato de esta vergonzosa producción audiovisual. Asegura que la juventud venezolana responde a intereses de “pequeños países”, mientras habla del imperio, Europa, etc. ¿Discrepancias? ¿Incoherencias? ¿Delirio? Se presenta al lado de un grueso libro sobre la guerra de Vietnam. Cuestiona que el aparato productivo esté “supuestamente” destruido y al final concluye que no condena a los jóvenes profesionales que parten del país: “ellos se están yendo a países que inevitablemente van a caer… Europa, Estados Unidos… por el capitalismo depredador”.
Beatriz Bejarano, una emigrante de tendencia oficialista que se residenció un par de años en Canadá resuelve que establecerse en otro país es absurdo, entre otras cosas porque no te acostumbras al precio de la gasolina del mundo real. “Aquí [en Venezuela] tenemos inseguridad, es cierto. Pero es la misma inseguridad que abarca a toda América Latina”. Venezuela tiene ocho entre las cincuenta ciudades más peligrosas del mundo pero ese es un dato irrelevante en la construcción de una mentira. Su moraleja: “Aquí somos algo, aunque sea cabeza de ratón. ¿Y allá?”.
Este experimento que apeló al racismo para explicar el por qué los aeropuertos venezolanos no paran de expulsar compatriotas a otras latitudes, redondeó una tesis: quienes se van son “blancos y rubios”, de la “clase media y alta”, “hijos de papá y mamá”, “ricos”, etc. Nada más estúpido.
El reportaje generó gran revuelo entre los jóvenes que están dentro y fuera de Venezuela. Las redes sociales encendieron sus alarmas y ganó críticas de todos los sectores. Fue, como otras tantas miles de producciones de la televisión chavista, un deplorable espectáculo de ignorancia y falsedad. Los creadores de estas piezas propagandísticas, son, parafraseando a Héctor Rodríguez, el “pueblo analfabeta” que hizo que nunca se concretara la Revolución. Ellos son sus propios enemigos.
Un par de días después de aparecer “Yo me quedo”, y como es costumbre en la guerra de escándalos del gobierno, un solo hecho desmontó toda la narrativa de VTV: la no tan blanca y rubia Rosinés Chávez Rodríguez, hija menor del difunto Comandante, emigró a París para instalarse en un lujoso apartamento con vista a la torre Eiffel e inscribirse en una universidad. Hasta ahí la triste historia de este absurdo reportaje.

Ángel Arellano

lunes, 8 de febrero de 2016

Defensa apasionada de la democracia

 
            En su reciente artículo “El naufragio de la democracia”, Axel Capriles introduce un cuestionamiento al sistema democrático a partir de la experiencia venezolana en el siglo XXI: “Por medio del método democrático Hugo Chávez ascendió al poder y por respeto a los formalismos del método democrático permitimos que el chavismo se mantuviera durante más de 16 años en el poder. ¿Es correcto y útil un sistema político que permite la devastación y desolación de un país? ¿Vale la pena?”. La crítica, parte de una tesis superficial, que no por eso deja de ser relevante: “el culto cuasi religioso del método democrático ha obrado en contra de las mismas libertades e ideales que pregona”. Intentaré argumentar una discrepancia con el Dr. Capriles.
                Primero, sí es cierto que la democracia sirvió como trampolín para el ascenso de Hugo Chávez y el proyecto que inició un sostenido proceso de recentralización, debilitamiento de la representación popular y liquidación de la división de poderes. La Revolución Bolivariana es antidemocrática, con una carátula moldeable a las circunstancias y un discurso internacional de reivindicación de las libertades de un “pueblo” al que terminó llevando a una catástrofe económica, política y social.
                Segundo, también es cierto que el sistema político venezolano se encontraba naufragando como antesala al ascenso de Chávez, con partidos débiles y fragmentados, lo que posibilitó la entrada del líder redentor que modificó la Constitución e hizo del Estado un todo controlado por la Presidencia.
                Tercero… ¿vale la pena la democracia?
Si bien el culto a la democracia por la democracia misma, y no porque la sociedad adopte un comportamiento cívico y democrático, ha colaborado con el debilitamiento de esta forma de gobierno, al punto de llegar a niveles de erosión institucional como en el caso de Venezuela en donde hay espacio para que hoy algunos pensadores cuestionen la factibilidad de la democracia en un país tan devastado, no es menos cierto que la democracia ha sido el sistema que ha permitido mayor libertad y paz en los países que la practican (118 en 2013), al tiempo que las sociedades con democracias de, digamos, "mayor calidad", poseen los mejores indicadores de bienestar, desarrollo e innovación del mundo.
¿La democracia es imperfecta al punto de que existen momentos, como el actual (partiendo de lo que se vive en Venezuela), en que pareciera más la enfermedad que el antídoto? Sí. Y es así porque así se comporta el ser humano. La democracia es en momentos sublime y en momentos caótica, como nuestra especie: errante, sedentaria, belicista, incoherente, y lo es, porque ha podido ser también emprendedora, buscadora de soluciones apostando a las transformaciones radicales, adicta a la tecnología y a la reiteración en las interrogantes que marcan nuestro camino: ¿Cómo?, ¿por qué? y ¿para qué? Somos lo primero porque hemos podido ser lo segundo y es eso lo que nos sirve como referencia para establecer una comparación sustantiva. De tal manera que la democracia se inscribe en esta contraposición: es una respuesta a la barbarie, al absolutismo y a las conductas totalitarias, para imponer la razón siempre imperfecta de la mayoría. En esto último, la democracia ha evolucionado históricamente incorporando a las minorías, a quienes en un auténtico sistema democrático se les reconocen por igual sus derechos y opiniones.
Entonces, es superfluo condenar al sistema democrático por transitar un momento crítico, pues, como hemos sostenido, la democracia es una respuesta a la oscuridad, una reacción de lo que entendemos como el "bien" (elecciones, representación, división de poderes) contra el "mal" (imposición, dominación, dinastía, represión).
En esa respuesta a la oscuridad no todo es claro, encontramos diversas tonalidades, todas son obra y gracia de la humanidad, por tanto, la responsabilidad siempre se le debe adjudicar a sus creadores (o dirigentes), no a la creación.

Ángel Arellano