Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

lunes, 28 de diciembre de 2015

2015: el autoexamen venezolano

         2015 ha terminado. Un año de turbulencia. Quedará para la historia el episodio del 6 de diciembre como el levantamiento de la conciencia nacional en contra del gobierno de la opresión.
                2015 ha tenido de todo: crisis, protestas, profundización del hambre, la tristeza y el miedo. La vida sigue sin valer un centavo en la calle. Cualquiera, así esté rodeado de un abundante número de escoltas, puede morir con el tiro siempre certero y letal del hampa.
                ¡Qué año este año!
                En el último suspiro del maratón de incertidumbres en el que se convirtió 2015, primero con el sacudón cambiario, luego las primarias de la oposición, después las primarias del oficialismo para vivir la angustia de esperar la fecha de las parlamentarias, posteriormente la tensión a flor de piel de si se realizarían o no las elecciones, la presión internacional, las medidas económicas impopulares, el galope de la inflación, el avance de la escasez, la llegada a la luna del dólar negro venezolano, entre otros eventos que vive un país que tiene más de manicomio que de país, podemos decir que se ha dado un paso adelante para cambiar. O, en perspectiva, como frasea la propaganda electoral, “ha iniciado el cambio”.
                Naturalmente, la turbulencia se mantendrá hasta que el débil gobierno, hoy con más miedo que nunca, con más ganas de reprimir, de amenazar, de envenenar el ambiente y generar conflicto en cada átomo de la sociedad, salga del poder por medio del camino constitucional. ¿Será difícil? Lo será. ¿Qué no ha sido difícil para una nación que tiene varios años prescindiendo de la hallaca, el pan de jamón, el pernil y los juguetes en navidad en ocasión de los altos precios y el desabastecimiento? ¿Poco difícil es el colapso del sistema de salud pública y de todos los servicios que presta el Estado? No hay un milímetro de la administración pública que no se encuentre en caos. Si algo le ha demostrado el chavismo al mundo es cómo un país, en tan poco tiempo, puede deteriorarse hasta el hueso.
                De tal manera que este año ha puesto a la nación frente al espejo y le ha exigido un autoexamen, una revisión profunda de su situación ayer, su situación hoy y su situación mañana. 2015 hizo que el venezolano se evaluara a sí mismo y se consultara sobre cómo sería su vida en el futuro de seguir las cosas por el camino que van. A este autoexamen, se le añadieron algunos elementos dramáticos como la cifra, aun imprecisa, de compatriotas que han huido al extranjero por mil y un razones todas y cada una de ellas fundamentadas en la hecatombe que vive el país: 1.600.000 venezolanos se encuentran fuera del país, según cifras conservadoras, pues otras, quizá más realistas, hablan de más de dos millones, lo que no sorprende a nadie porque, si algo también nos enseñó 2015, fue a liquidar, de una vez por todas, nuestra capacidad de asombro.
                El calendario tuvo una fecha para desahogar el descontento y la gente se expresó con precisión y contundencia. Quedó reseñado ante Dios, ante la comunidad internacional y ante nosotros mismos, nuestra convicción de que sí se puede salir de este mal momento y que sí queremos un sistema verdaderamente democrático, que promueva y respete la libertad, y que sea garante de la paz.
                Si 2015 fue el peor año de la crisis económica, política y social, también fue el mejor año, por lo menos desde hace tres lustros, para la ciudadanía, porque manifestó su condición cívica y su rechazo a la violencia. Si pudiéramos resumir diciembre en una frase, sería algo así: “por el voto llegaste y por el voto te irás”.

Ángel Arellano

martes, 22 de diciembre de 2015

Ser o no ser “el cambio”


         Como sostiene Stuart Mill en “Consideraciones sobre el gobierno representativo” (1861), las instituciones políticas, los gobiernos y la cultura ciudadana son obra del hombre, quien debe su existencia a la voluntad humana. “Los hombres no las han encontrado formadas de improviso al despertarse una mañana. No se parecen tampoco a los árboles, que, una vez plantados, crecen siempre, mientras los hombres duermen”. Así pues, “como todas las cosas debidas al hombre, pueden estar bien o mal hechas, puede haberse desplegado al crearlas juicio y habilidad, o todo lo contrario”.
                De tal manera que los sistemas que rigen la vida de nuestros países son la consecuencia directa de la acción de sus ciudadanos. Esto puede estar bien o puede estar mal. Los ejemplos son diversos y las realidades están a la vista. Un célebre discurso del premio nobel de la paz y ex presidente de Costa Rica, Oscar Arias, sostiene una frase que tiene un peso gigantesco para todos los latinoamericanos y, muy especialmente, a todos los que ciudadanos de países que pasan por profundas crisis económicas, políticas y sociales como Venezuela. La frase en cuestión no deja lugar a medias tintas, ni a interpretaciones matizadas: “algo hicimos mal”.
                En el mundo, el poder político se ha convertido en una facultad que pierde vigor. Cada vez es más difícil de ejercer y más fácil de perder. Es éste el argumento de Moisés Naím en “El fin del poder” (Debate, 2013). Tomemos como ejemplo un hecho sumamente reciente: ¿Quién iba a pensar en 2011 que el bipartidismo español iba a terminarse cuatro años después y que el Presidente del Gobierno, luego de la victoria de su partido pero sin lograr la mayoría absoluta en el Parlamento, diría en su primer discurso tras el evento electoral que iba a “intentar formar gobierno”? Ahora, en España, la correlación de fuerzas políticas incorpora otros factores, como el partido izquierdista Podemos (afecto al chavismo), y Ciudadanos, organización de centro derecha.
                El poder ya no es lo que era, y, como consecuencia de esto, “el cambio”, el argumento número uno de cada elemento político que se asoma a la palestra buscando su eventual ascenso, tampoco lo es.
                Si la sociedad no respalda la labor de los poderosos, o por lo menos no mayoritariamente, y decide fragmentar su apoyo en una diversidad de actores, es porque, además de que “algo hicimos mal”, la percepción del cambio es distinta. Ahora, la ciudadanía tiene gran número de herramientas para expresar su opinión sobre el sistema que los rige. La revolución del Internet y las redes sociales no ha pasado en vano.
Hoy en el mundo hay más democracias que antes (69 en 1990 y 118 en 2013), salvo lamentables excepciones como la venezolana que, a pesar de elegir a sus representantes por medio de elecciones, los abusos del Estado, las restricciones a la libertad de expresión y la persecución a la disidencia, no la salvan del condicionamiento como autoritarismo.
                El que algo se haya hecho mal no nos obliga a seguir por ese camino. La rectificación es necesaria. Mill asegura que el mecanismo político no obra por sí mismo: “Así como fue creado por hombres, por hombres debe ser manejado”.
                En Venezuela, hay una oportunidad maravillosa de orientar nuevamente el sistema hacia una senda democrática. El autoritarismo ha visto su poder erosionarse progresivamente. ¿Quién iba a pensar en 2006, luego de que Hugo Chávez fue reelecto con casi el 63% de los votos, que en 2007 los estudiantes universitarios evitarían en las urnas la reforma de la Constitución? Y ¿quién iba a pensar que apenas dos años después de su muerte, la oposición iba a ganar las dos terceras partes de la Asamblea Nacional mientras su “legado” hace aguas?
                “El cambio” es posible y hoy en día pareciera la norma en todo el planeta.

Ángel Arellano

martes, 15 de diciembre de 2015

Terremoto político: la nueva asamblea

 
         Los resultados de las elecciones parlamentarias en Venezuela fueron un terremoto político para el gobierno de Nicolás Maduro. Dificulto que las fuerzas oficialistas no conocieran con anterioridad el escenario que tenían a la vuelta de la esquina. Más bien, por saber lo que venía, arreciaron con abusos el día de los comicios y persistieron en un lenguaje hostil intentado hacerse visibles ante una sociedad que ya no los mira como antes, asqueada de la profunda crisis y del colérico verbo oficial.
            24 horas después de las adjudicaciones (112 curules para la Unidad contra 55 del Gran Polo Patriótico) los espacios de opinión del chavismo se desbordaron en reflexiones, mea culpas, actos de constricción y cánticos a las tres erres de Alfredo Maneiro: revisión, rectificación y reimpulso. Un sector del oficialismo, crítico y revisionista, salió a la palestra a manifestar, como hijos de Chávez y herederos reclamantes de un patrimonio político intangible, su gran descontento con la nomenclatura del PSUV.
La escena fue la siguiente: opinadores y ex jerarcas de la burocracia roja desde su esfera inmaculada fustigaron a la élite del Partido, a la nómina alta del gobierno y a las “medidas” que Maduro ha impulsado para palear una crisis que no tiene comparación en nuestra historia. Señalaron las equivocaciones del gobierno como culpables de la derrota mientras que Miraflores a su vez culpaba a la “Guerra económica”, a la derecha y a miles de factores que pululan en el mismo aire por el que vuela el pajarito que algún día picó en la cabeza del Presidente, según él mismo relató.
Pues bien, ante este terreno de subjetividades y ficción en el que se desenvuelve el chavismo, embadurnado con esa cosa que aun nadie entiende que es su marco ideológico, la oposición fija un camino a seguir con un plan legislativo que pretende dar orden constitucional a la vida venezolana y acabar con la discreción del Ejecutivo, al tiempo que advierten las dificultades que deberán sortear una vez asuman el control del Legislativo el próximo 5 de enero, como por ejemplo la alfombra de arbitrariedades y descalabros que deja la mayoría simple del PSUV.
¿Qué puede hacer la nueva Asamblea con las dos terceras partes de diputados opositores? Comencemos diciendo que, salvo la Constituyente de 1946-47 (137 AD, 19 Copei, 2 URD y 2 PC), nunca un solo sector ha obtenido, democráticamente, tal cantidad de curules. La conformación actual de la fracción Unidad, con 112 diputados, tiene facultades constitucionales para lo siguiente: activación de referendos aprobatorios de proyectos de Ley o tratados internacionales, calificación de una Ley como orgánica, aprobación de la separación del cargo a un diputado, designar el Poder Ciudadano (Defensor del Pueblo, Contralor General y Fiscal General), aprobación de una reforma constitucional, convocatoria de una Asamblea Constituyente y nombramiento y remoción de magistrados del Tribunal Supremo de Justicia.
Sin duda que todas estas decisiones, en manos de la oposición, desmontan el Estado chavista, y por eso, vemos el nombramiento apurado de nuevos magistrados al TSJ, reformas de leyes, decretos presidenciales, medidas trasnochadas, etc. Es un preámbulo de la guerra de poderes entre el Ejecutivo, y eventualmente el Judicial y el Ciudadano, versus el Legislativo. Empero, tal como siguen las cosas en la calle, con un incremento sostenido de la catástrofe económica que vive Venezuela, seguiremos viendo cómo se escribe el epitafio del chavismo.

Ángel Arellano

lunes, 7 de diciembre de 2015

El triunfo de la libertad


En las calles del mundo, los venezolanos amanecieron sonreídos, silbando y tarareando el himno nacional. La espera valió la pena, y el trasnocho también. Pasada la media noche, el Consejo Nacional Electoral anunció los resultados que la oposición al chavismo ya conocía minutos después del cierre de las mesas de votación (6:00pm). Las ojeras fueron grandes, pero también la felicidad por la buena nueva.
En Venezuela, la celebración inició en la madrugada. Desde hacía mucho tiempo los lunes no arrancaban con tan buen pie. La actitud de la ciudadanía era positiva, como si la crisis y el caos no estuvieran presentes por un momento. Los periódicos de los kioscos se agotaron rápido, en los autobuses solo se comentaba el gran titular del día, igual en carritos por puestos, plazas públicas, centros comerciales y en las colas por comida o por algún producto de primera necesidad. "¿Y ahora? ¡Se montó la gata en la batea!", era el comentario de rigor.
Cuando Tibisay Lucena anunció la victoria electoral de la Unidad, el país se convirtió en una fiesta. Superadas las expectativas de los propios opositores, y de los propios venezolanos en general, la opción del cambió logró ganar, tras pelear contra el ventajismo y abuso de toda la maquinaria del Estado, sorteando miles de incidentes el día D, la mayoría de diputados en el Parlamento con una altísima participación electoral: 75%.
"No hay una mayoría que quiera aplastar una minoría", fue la frase más trascendental del comunicado de la Unidad. Soplan vientos de cambio, vientos frescos cargados de esperanza, optimismo y libertad. Vientos muy esperados por una nación que ha sufrido una nueva arremetida del germen dictatorial.
Esa misma noche del 6D, Nicolás Maduro reconoció la derrota del chavismo. Sobre ese hecho, un periodista extranjero me preguntó al día siguiente por qué no daba relevancia a lo dicho por Maduro, o, en otras palabras, por qué no creía en la eventual "buena voluntad" tras ellas. Sin problema, respondí que yo estaba asumiendo una postura coherente con lo que he vivido: no sería la primera vez que el chavismo diga algo y al otro día anuncie o haga otra cosa. Para mí, al igual que para la gran mayoría de los venezolanos que votaron por la alternativa democrática, la Revolución Bolivariana desde hace tiempo es una gran mentira. Lo bueno para nosotros, y lo malo para el oficialismo, es que, posterior a estos resultados, el "Socialismo del Siglo XXI" se desdibuja y pasa a ser un proyecto en proceso de extinción.
Aún queda mucho por recorrer, tanto, que estas palabras pueden pecar de triunfalistas o anticipadas. Sin embargo, para toda la juventud venezolana, y para la ciudadanía en general, este es un momento que hay que vivirlo y documentarlo. Que sea el primer paso para el desmantelamiento del autoritarismo chavista y que nunca más vuelvan los fantasmas de la dictadura a oscurecer los designios de nuestra querida patria.
Luchemos, porque la democracia nos espera.
Es, como reza el título de un excelso libro, obra de Juan Germán Roscio, "El triunfo de la libertad sobre el despotismo".


Ángel Arellano 

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Hugo Chávez, el protagonista de la campaña oficialista en Venezuela

  
Los candidatos del Gran Polo Patriótico y la imagen del propio Nicolás Maduro, no existen en la propaganda electoral. La estrategia adoptada por el gobierno de Venezuela de cara a las próximas elecciones parlamentarias del 6 de diciembre, ha sido reforzar la identidad chavista y estimular la recordación de los tiempos de “victoria” de la Revolución Bolivariana.
La épica del discurso oficialista, creada a partir de imágenes alusivas del líder carismático en distintas facetas, persigue el reagrupamiento de la base chavista, toda vez que los números más optimistas del gobierno le otorgan apenas un 40% de intención de voto, sobre un 58 y hasta 65% que las encuestadoras dan hoy en día a la oposición.
La presidencia de Nicolás Maduro ha sido por demás accidentada. Desde su inicio, tras una elección que levantó gran polémica por su legitimidad y microscópico margen de victoria (1%), la popularidad del heredero chavista no ha superado el 39%, según refiere un estudio de la empresa Hinterlaces, consultora cercana al gobierno. No obstante, la firma Datanálisis afirmó el 20 de noviembre que la aceptación del mandatario apenas alcanzaba el 22%, por lo que el sector oficialista, a tres semanas del día D, se enfrenta a su adversario con un líder que no reúne la mitad del apoyo que tuvo, en su peor momento, el difunto Hugo Chávez.
Ante esta situación, el Gran Polo Patriótico ha dirigido una propuesta propagandística distinta a las anteriores 14 contiendas en las que ha participado el chavismo. En los avisos no aparece el nombre de los candidatos ni algún dato referencial a la elección. Optaron por la imagen de Chávez, un mensaje emotivo y la tarjeta del partido afiliado al GPP. Vale decir que algunas organizaciones dentro de esta coalición han incorporado algunas modificaciones a sus artes, sin embargo, el que se impone, potenciado a través de todo el aparato comunicacional del Estado, con gran énfasis en las emisoras de radios comunitarias y públicas, así como en la red de canales de televisión y portales web institucionales, es el antes mencionado.
El eslogan de la campaña roja comulga con la épica construida a partir de la reinterpretación de la historia, según el punto de vista chavista: “somos un pueblo valiente”. Anterior a este, la precampaña, en el mismo aire, estuvo marcada por la frase “Solos somos una gota, unidos el aguacero”. El GPP intenta persuadir a los electores del gobierno que a raíz de la profundización de la crisis económica y las deterioradas condiciones de vida del venezolano, se han manifestado inconformes con el gobierno. Tengamos en cuenta que los números de rechazo han ascendido hasta un 82%, cifra sin parangón en los últimos 16 años.
El “pueblo valiente” es llamado a defender la Revolución usando como carnada la sobreexposición de las misiones sociales y los logros más importantes de la gestión de Hugo Chávez. Como refiere un artículo publicado por los periodistas venezolanos Álex Vásquez y Franz von Bergen, “todas las propuestas siguen la misma línea: reforzar el carácter épico del movimiento chavista y la idea de que siguen una misión y un objetivo que van mucho más allá de la coyuntura actual y sus problemas, como una inflación que economistas estiman que cerrará por encima de 180% en 2015”.
Entre octubre y noviembre, como antesala a la campaña electoral, la administración Maduro aumentó el salario mínimo en 30%, incrementó la entrega de viviendas y vehículos subsidiados, y otorgó 110.000 pensiones para potenciar su mensaje de “no permitir que roben las conquistas sociales del pueblo”.
El reto del chavismo es cerrar la brecha ante su oponente, una oposición que tras sortear diversos tropiezos, luce cohesionada electoralmente bajo el eslogan “Venezuela quiere cambio”, y usa, como principal insumo de campaña, un contexto ineludible: la dramática situación nacional marcada por la escasez de alimentos y productos básicos.


lunes, 30 de noviembre de 2015

Los chocolates de Venezuela


         Florida es un bulevar altamente transitado por argentinos y extranjeros. Todo el que visita Buenos Aires tiene la necesidad de ir por esta peatonal en búsqueda de algún suvenir. Mientras escribo estas líneas en mi celular, un joven de unos 24 años camina Florida con una cesta. En su interior, una caja de Toronto, otra de Samba y una lata de Pirulín. Estos tres productos son los eternos referentes comerciales de los dulces hechos con el cacao venezolano. La cesta no tiene identificación, solo una pequeña bandera de papel que simboliza el origen de la mercancía y del mercader: Venezuela.
            El joven salió del país hace un par de meses e intenta establecerse, surcando los sacrificios del destierro, en una de las ciudades más cosmopolita del continente. La Argentina navega la crisis que dejó el kirchnerismo, y, para bien de ese pueblo, la alternativa de cambió ganó el reciente proceso electoral. Es bueno acotar que en comparación con la catástrofe que se vive en Venezuela, la crisis argentina es minúscula.
Para redondear la exigua cifra de sus ahorros, y así costear el alquiler de una habitación pequeña y el menú más discreto, el joven vende lo que trajo en su equipaje: chocolates y ron. Esta práctica, que para el mundo parece increíble, cuando no sacada de una libreta de ficciones, se ha hecho habitual desde hace un par de años. Insólito: la Venezuela chavista, la del gasto a manos llenas, la de la petrochequera, la que regaló cientos de millones de dólares en obras públicas a sus gobiernos amigos, hoy no puede dar empleo, paz ni oportunidad a miles de jóvenes profesionales que se encuentran dispersos en todo el mundo laborando cualquier oficio menos en el que fueron instruidos por universidades nacionales.
Hay quien afirma que los venezolanos en el extranjero gozan de abundantes privilegios y disfrutan de las mieles de un país ajeno. Nada más falso. Ni mieles ni abundancia. La historia de este joven lo comprueba.
Los análisis políticos manejan diversas hipótesis sobre las elecciones del 6 de diciembre. Afortunadamente todas tienen la siguiente base: la oposición mantiene amplio de margen de ventaja, como nunca antes visto, sobre el chavismo. Primero: Nicolás Maduro y el PSUV dan un portazo a la elección y declaran fraude, suspenden las elecciones o desconocen sus resultados. Segundo: la oposición gana y el chavismo lo reconoce. Tercero: el chavismo gana en sus circunscripciones tradicionales y, más la suma del voto lista, obtiene el 50 más uno de los diputados.
De todos los escenarios, el que parece más real y soportado en prácticas que el chavismo ha llevado a cabo los últimos 16 años, es el segundo. Sin embargo, como refirió recientemente Moisés Naím, puede que la aceptación de un eventual triunfo de la oposición por parte del gobierno esté acompañada de la limitación en algunas facultades de la AN amparadas por el Tribunal Supremo de Justicia. En esta práctica la Revolución Bolivariana tiene numerosos precedentes: reforma a la Ley de Descentralización (2009), eliminación de diversas competencias a gobernaciones y Alcaldía Metropolitana de Caracas, recorte de recursos a gobiernos opositores, entre otros.
El discurso de Maduro se ha mantenido encaminado a la convocatoria de un conflicto social. Ante esa encrucijada, la ciudadanía venezolana, más allá de su clase dirigente, debe preservar el civismo democrático para demostrar al mundo que sus ganas de cambiar son más grandes que cualquier otro anzuelo de la violencia. Así veremos regresar, más temprano que tarde, a los miles de compatriotas que, como el joven que vende chocolates en Buenos Aires, anhelan un país libre y en paz.

Ángel Arellano

jueves, 26 de noviembre de 2015

Tensión política en Venezuela


         En el momento que redacto estas líneas, en Venezuela un aluvión de noticias ventiladas por las redes sociales informan sobre la irrupción de grupos armados del Partido Socialista Unido de Venezuela en concentraciones de la oposición dejando a su paso heridos y un fallecido.
         Es miércoles, el día de “Con el mazo dando”, el simbólico programa de televisión del número dos del chavismo, Diosdado Cabello. Su tono violento y grosero, costumbre de este gobierno, se mantiene en el nivel habitual, recordando que hay un país posible, siempre y cuando ellos no estén en el poder.
         Pistoleros del PSUV perpetraron ataque a una caminata del gobernador de Miranda y ex candidato presidencial Henrique Capriles en el estado Bolívar. Capriles salió ileso, no obstante, para nuestra desgracia, varias personas resultaron heridas.
Minutos después, el escándalo se hizo mayúsculo cuando se supo de una arremetida efectuada por bandas armadas oficialistas a un evento en Altagracia de Orituco, estado Guárico, en el que participaba la cantante de música llanera y candidata a diputada por la Unidad, Rummy Olivo, junto a la esposa de Leopoldo López, Lilian Tintori. ¿El resultado? Un fallecido. El secretario general de Acción Democrática en la ciudad anfitriona, Luís Manuel Díaz, murió en la tarima del evento a consecuencia de varios impactos de bala.
A la par de estos hechos, el abogado barquisimetano, oficial activo del Cicpc y consejero de la embajada venezolana en Irak, Misael López, difundió un video junto con un documento oficial en el que denuncia haber sido testigo de la emisión ilegal de partidas de nacimiento y pasaportes a personas procedentes de Pakistán, Irak, Palestina y Siria, muchos de ellos ligados a organizaciones terroristas como Hizbollah, quienes habrían transitado por Venezuela y e inclusive varios fijaron residencia en la patria de Bolívar. López, expresó tener pruebas de cómo en esa embajada se venden los documentos en precios que van de 5 a 15 mil dólares con el consentimiento de las autoridades diplomáticas. Tal parece que el comercio con el terrorismo es una actividad lícita en los parámetros permitidos por el “Socialismo del Siglo XXI”.
Estos alarmantes eventos evidencian el incremento inusitado de la tensión política que se vive en Venezuela siguiendo la línea trazada por los discursos altisonantes y amenazantes de Nicolás Maduro que sirven de insumo a los sectores radicales anidados en las filas del chavismo. Al margen de esta situación, Guyana mantiene su posición de reafirmar soberanía territorial sobre el Esequibo, la cual, dicho sea de paso, se ejerce de facto desde hace algunos años, un siglo, siendo más exactos. Para muestra un botón: la empresa australiana Troy Resources obtuvo su primer lingote de oro tras la explotación que realiza en una mina ubicada en la “zona en reclamación”.   Por tanto, queda demostrado nuevamente que los “enemigos externos”, ahora que existen, nunca fueron de interés para la Revolución Bolivariana.
          La retórica del PSUV alimenta la exacerbación del fanatismo y de las corrientes más extremistas en la Revolución. Los ataques criminales a la oposición, a diez días del evento electoral, siembran preocupación en la comunidad venezolana. Heridos y muertos en actos legítimos de campaña son dosis de terror con las que el gobierno de Maduro estimula la tensión en el país, intentando generar una abstención masiva en el sector que lo adversa.
         Luego de la carta del secretario general de la OEA, Luís Almagro, ningún gobierno de Latinoamérica ha expuesto su parecer sobre la situación vivida en Venezuela. La delicada denuncia del suministro de documentos de identidad y pasaportes a elementos terroristas del medio oriente en un momento en el que occidente le ha decretado la guerra a un grupo extremista árabe, es un tema que la comunidad internacional no puede obviar, toda vez que amenaza con la paz de la región. Y debemos agregar, para finalizar, que esto viene a complementar una serie de informaciones que han salido a la luz pública durante los últimos diez años en los que el difunto presidente, Hugo Chávez, consolidó sus relaciones con naciones como Siria, Palestina e Irak.

        
Ángel Arellano 

lunes, 23 de noviembre de 2015

Lo que crece (y duele) la diáspora


Cito a Alberto Adriani (1962): "Aun los idealistas más intransigentes deben admitir que la población humana es la mayor riqueza con que cuenta un país... Son los hombres, sus educadores, sus pensadores, sus inventores, sus hombres de ciencia, sus técnicos y sus ciudadanos humildes".
En las últimas semanas, la prensa argentina sacó a la luz una cifra conmovedora: 10 venezolanos están emigrando diariamente a ese país. Solo en 2014 se instalaron más de 3700. En Uruguay, un territorio mucho más reducido, tres venezolanos inician diariamente trámites de residencia. De inmediato nos detendremos a revisar los números disponibles de ésta nación.
3.683 venezolanos han ingresado este año por el aeropuerto internacional de Carrasco en Montevideo, informó el diario El País de Uruguay. A esa cifra, por demás importante, se agregan cientos de compatriotas, por ahora no calculados, que llegan a la tierra de Artigas partiendo en ferry desde Buenos Aires. 72% de los venezolanos que solicitan residencia en la República Oriental del Uruguay son profesionales, 15% técnicos-profesionales, 10% estudiantes y 3% desempleados sin ninguna profesión. 70% de estas personas tienen entre 18 y 39 años, el 12% son menores de edad y el 18 % restante mayor de 40 años.
Cada vez son más los venezolanos que huyen. Traen a cuestas circunstancias dolorosas, el testimonio vivo de la tragedia del autoritarismo y el caos de la Revolución Bolivariana.
En los primeros ocho meses de 2015 cerca de 150 mil venezolanos entraron a Colombia, y en el primer semestre del año, 3.958 fijaron residencia en Panamá, donde se calcula que hay un aproximado de 150 mil en total. Al día de hoy existen 200 mil emigrantes venezolanos certificados en España, el segundo país con mayor número de exiliados después de Estados Unidos, que cuenta con más de 400 mil entre regulares e irregulares.
Esta estadística “a vuelo de pájaro” pone en relieve el desangramiento de la nación. La diáspora es una catástrofe. Se fugan los cerebros, se dividen las familias y deserta mucho del recurso humano necesario para la reconstrucción de la Patria.
Por otro lado, el gobierno mantiene su monólogo frente al espejo. Nunca estuvo frente al timón una clase dirigente tan incapaz, ignorante y sanguinaria. Para continuar sembrando el terror, Nicolás Maduro lanzó al aire una frase temeraria, buscando ganar atención. Sobre un eventual triunfo de la oposición en las elecciones de diciembre, arremetió en Cadena Nacional: "Imaginemos una novela trágica, una novela de terror (…) en la película del terror les apagamos el televisor, y nosotros sabemos cómo. A buen entendedor, pocas palabras".
No obstante, el país se muestra determinado a castigar al régimen chavista en las urnas electorales. La lección será votando y defendiendo la voluntad popular en la calle. Los números más optimistas del gobierno, amén de la cirugía electoral arbitraria en circunscripciones clave, dan un 40% de intención de voto, y, aunque su estrategia central ha sido desaparecer a Maduro y a los candidatos del Gran Polo Patriótico de la propaganda oficialista para exacerbar la recordación en torno a Chávez y los mejores momentos de la Revolución, la reprobación, según todos los sondeos, es insuperable.
Para terminar, una frase de Uslar Pietri (1937) que jamás perderá vigencia: “El inmigrante, con su sola presencia, suple lo que de otra manera costaría un esfuerzo sobrehumano, lento y costosísimo”.
Nota: todos los venezolanos que no votarán el 6 de diciembre por encontrarse fuera del país, regístrense en www.quenadievoteporti.com para que la Unidad proteja su voto de posibles usurpadores.

Ángel Arellano

viernes, 20 de noviembre de 2015

Pepe Mujica prefirió a Maduro por Almagro


         La reacción del ex presidente uruguayo y actual senador, José Mujica, tras la carta enviada por Luís Almagro a la rectora del Consejo Nacional Electoral (CNE) venezolano el pasado 10 de noviembre, en la que critica de forma contundente los abusos del gobierno de Nicolás Maduro y la falta de condiciones para la celebración de las próximas elecciones parlamentarias fechadas el 6 de diciembre, ha generado una larga cola de comentarios en la opinión pública uruguaya y venezolana.
            Almagro, quien fue canciller del gobierno de Mujica (2010-2015) y ejerce actualmente la secretaría general de la Organización de Estados Americanos (OEA), manifestó en la correspondencia su reprobación a la falta de garantías institucionales y democráticas para la realización del proceso electoral:

“Si la secretaría general de la OEA fuera indiferente a los pedidos de la oposición de los países sobre una observación electoral estaríamos faltando gravemente a nuestro trabajo, que es el de respaldar el buen funcionamiento de un proceso electoral para todos los partidos políticos involucrados”.

En su crítica a la organización del evento electoral en Venezuela, el también senador por el Movimiento de Participación Popular, exigió al CNE un proceso justo, transparente y que cuenta con las máximas garantías.

“Si yo mirara para otro lado ante el reclamo de la oposición de su país y de la comunidad internacional estaría faltando a mis deberes esenciales. Si usted no dispone de mecanismos que aseguren una observación que tenga las más plenas garantías para su trabajo, usted está fallando a obligaciones que hacen a la esencia de las garantías que debe otorgar”.

Luego de manifestar esta posición, el día de hoy se supo a primera hora, de acuerdo con el semanario Búsqueda de Montevideo, que Mujica envió una carta a Almagro en la que expuso su descontento. El expresidente, padrino político del secretario de la OEA, prefirió distanciarse de una de las figuras clave de su equipo político antes de apoyar los cuestionamientos al gobierno de Nicolás Maduro. "Lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible, por eso ahora formalmente te digo adiós", escribió Mujica en la misiva a Almagro, de acuerdo con Búsqueda.
            La semana pasada, la senadora Lucía Topolansky, esposa de Mujica, señaló que el excanciller “tiene una formación diplomática y jurídica, y él en esa carta extensa que escribe tiene un énfasis jurídico absolutamente profundo. Entonces el MPP tiene una mirada política”, en referencia al documento enviado a Lucena.
Igualmente, trascendió la contratación como adjuntos a la secretaría general de la OEA de exjerarcas del mujiquismo, quienes no continuaron en la tercera gestión de gobierno del Frente Amplio y, en algunos casos, son adversos al presidente Tabaré Vásquez. Siguiendo información publicada por El Observador de Uruguay, algunos nombres son los siguientes: “el exprosecretario de la Presidencia, Diego Cánepa, el exsubsecretario de Economía y también exvicecanciller, Luis Porto, el exsubsecretario de Salud, Leonel Briozzo, y el exministro de Defensa, Luis Rosadilla, son cuatro de los uruguayos en funciones para la secretaría de Almagro”.

La situación plantea una división interna en el Frente Amplio así como una discrepancia en la política exterior uruguaya. Almagro, quien hoy es el encargado de manifestar el descontento de los países miembros de la OEA ante los desequilibrios del proceso electoral de diciembre, entre los que destaca la negativa del CNE a una misión de acompañamiento técnico propuesta por la organización hemisférica, sostiene una postura contrapuesta a la discreción por la que ha optado José Mujica evitando criticar el régimen de Maduro y dando eventuales señales de apoyo en virtud de sostener acuerdos económicos y políticos bilaterales trazados con el ex presidente Hugo Chávez durante su administración.

Ángel Arellano

lunes, 16 de noviembre de 2015

Cachivaches en la Venezuela de hoy

 
En Pueblo Viejo, un caserío perteneciente al Municipio Píritu ubicado a la orilla de la Troncal 9 o Carretera de la Costa, una docena de viviendas entregadas por el Gobierno Nacional fueron tatuadas con los ojos de Chávez. Se les colocó la propaganda antes que el agua por tuberías y otros servicios públicos fundamentales. El lugar es un lunar en medio de la carretera, un urbanismo extraño con casas distintas a las que se encuentran en la zona.
                Los planificadores de la obra no dispusieron en su proyecto ningún tipo de arborización. Esto no sorprende, el “ecosocialismo”, término cursi acuñado por la Revolución, se ha caracterizado más por su guerra contra las áreas verdes que por su aporte al medio ambiente. Similar situación se vive en el norte de Anzoátegui, entre Barcelona y Puerto La Cruz. Han construido un canal de “Bus de Transporte Rápido” que ralentizó, paradójicamente, el tránsito mientras destruía cuanto atisbo de verde encontraba a su paso. Lo mismo sucedió años atrás en Guanta, con la eliminación de gigantescos árboles para que el alcalde exhibiera un mural alusivo al oficialismo. Etc., etc., etc. Nunca la flora venezolana sufrió tanto el delirio destructivo de una tóxica gestión de gobierno.
En la entrada de aquel desierto en Píritu, colocan eventualmente un tarantín atendido por una mujer que agita una lámina de cartón para darse brisa. Un toldo, cuya lona está carcomida por la angustia y la pobreza que ahí lo instaló, intenta protegerla del inclemente sol oriental. La acompañan dos cabuyas amarradas a un par de postes de madera que en algún momento fueron la línea perimetral del terreno vecino. Las cuerdas, estaban rebosadas de pantalones viejos, franelas de tela desgastada y una docena de ganchos que exhibían vestidos femeninos, usados en mil y un aventuras. Era una venta de ropa de segunda mano, o de tercera, como tantas que abundan en las barriadas venezolanas.
Con la carencia de posibilidades en la frente y el alto costo de la vida como signo del momento, los vecinos de aquel sector improvisado, a la sombra de la mirada de Chávez, se dejaban caer uno a uno en el kiosko de la señora. Todos revisaban la pila de pantalones, el arrume de zapatos o las bolsas que contenían algunas franelillas para salvar la temporada. Los precios eran regateados porque no había otra opción, o se pedía descuento o no se compraba, pues hasta lo usado tiene un elevado costo en la Venezuela de estos días.
Como la premisa es comer, matar el hambre, engañarlo, o hacernos creer que lo estamos engañando, cualquier cachivache sirve para cubrir el cuerpo. La moda, el confort, los hilos costosos, la marca, la variedad y la abundancia, son cosas exclusivas de los nuevos grandes cacaos bolivarianísimos, que hablan de socialismo con la boca llena, portando lujosos trajes, con fortunas en la moneda imperial, hijos en distinguidos colegios internacionales y familiares causando estragos en otras tierras (ya no es secreto que la hija mayor de Chávez es una dama “aburguesada” ni que la familia del matrimonio Maduro-Flores se baña en todos los chorritos, hasta en el del narcotráfico).
Hemos vivido bonanzas impresionantes, ciclos de gastos a manos llenas, endeudamiento e inversiones colosales, sin embargo, el hambre siempre ha estado presente, como dijo Betancourt, “la clásica, la tradicional, la inenarrable hambre a la venezolana”.
La miseria no le es ajena a los venezolanos. Aunque el apasionado discurso político de los últimos tres lustros estuvo copado de frases absurdas como “ser rico es malo” y “ser pobre es bueno”, nuestra sociedad, desde hace 100 años, no ha dejado de ser una nación atascada en un modelo rentista que empobreció (y empobrece) a la gran mayoría de ciudadanos. Condenándolos, por decir lo menos, a vivir esta temporada de malas noticias que ensangrientan las calles y aniquilan la esperanza. No obstante, siempre hay una salida: votar.

Ángel Arellano

lunes, 9 de noviembre de 2015

Mandados de la pelazón

 
            Para navidad, decidí ir al centro de la ciudad para comprarle trenzas nuevas a unas botas viejas que están en buen estado. Conseguí un betún prestado y las pulí, así tendré un par de pisos dignos para el fin de año. Comprar zapatos se convirtió en un pecado, o peor, en un suicidio para el bolsillo del ciudadano promedio: el precio más modesto duplica el salario mínimo, y todo lo que se consigue de ahí para abajo, son cachivaches que apenas sirven para andar un par de semanas.
                En el centro, al final de la tarde, las colas de personas son en todos los órdenes. Cola en la farmacia, cola en los abastos, cola para los autobuses y cola para los carritos que cumplen la engorrosa y lenta tarea de llevar y traer a la gente de los sectores más recónditos ocultos en barrios, cerros e invasiones. Un muchacho de 21 años que labora como vigilante, me comentó que a diario se generan por lo menos dos o tres peleas entre la muchedumbre aglomerada a las puertas del supermercado en el que trabaja desde hace un año.
–Todos los días es esa guachafita: se matan para ver qué llegó en el camión, como si siempre viniera cargado de arroz o leche –fue el breve relato del joven devenido en guachimán.
                Matar el hambre en la calle es tarea imposible. Lo único barato son los perros calientes, pero ahora cuestan 100 Bs. y más pequeños. Comerse tres perritos y un refresco para engañar el estómago y hacerlos pasar por el manjar de cualquier nutricionista, nos da un total aproximado de 450 Bs. Si me proveía de ese lujo, no tendría para pagar los tres autobuses que debía tomar para llegar a casa (ah, porque mi vehículo espera que la providencia lo dote de un repuesto inconseguible, como rezan los mandamientos de la escasez: no hallarás, no comerás, no ahorrarás…).
                Cuando el árabe de la zapatería me mostraba su colección de trenzas disponibles, una señora lo abordó intentando el inglés, pero con el oriental en la boca:
–¿Qué jué musiú?, gur afternun.
–Caramba chica, tanto tiempo. ¿Y ahora eres gringa?
–Sí, como Cilia, porque Maduro dijo que la va a mandar a aprender inglés para que lo defienda de los catires gringos cuando nos invadan más tardecita.
No sé si la risa fue espontánea o fue un remedo para tapar la indignación de la noticia cierta que invadía la primera página de un periódico que reposaba en el mostrador, pero todos en la zapatería estallaron en una carcajada.
Antes de retornar, me encontré a El Gato, el maestro de obra de la cooperativa de mi suegro. Dejó la construcción para convertirse en taxista porque la empresa no recibe una llamada de trabajo desde marzo, cuando desojábamos nuevamente la margarita sobre si el régimen iba a caer o llegaría hasta las elecciones. Desde aquel momento, ocho meses atrás, trampeó algunas mañas del viejo vehículo que reposaba en el porche de su casa y salió a la calle a procurarse el sustento de su familia.
                –La gente cree que el “taxeo” de ahorita es como antes – dijo. –Antes se hacía más plata. Ahorita hay muchos taxiando porque todo el mundo anda pelando. Las carreritas están caras, pero si haces cinco o seis al día, vas que chuta. Yo estaba sacando entre 2500 y 3000 Bs. diarios. ¿Qué profesional gana ahorita 75mil o 90mil al mes? Bueno, con todo y eso se me jodieron dos cauchos y ando parado hasta nuevo aviso porque no tengo para comprar aunque sea unas chivitas. Todo se va en comida para la casa.
                Cuando no es la inflación, es la escasez, y cuando no es la escasez, es la inflación; y si con suerte resuelves todo, te atracan, o caes enfermo y sin medicinas, o llegas a casa sin luz ni agua, o el gobierno decreta una nueva medida, o más impuestos, o más cadenas nacionales… Así estamos. ¡Vota!

Ángel Arellano

domingo, 1 de noviembre de 2015

“No vale, yo no creo”


            El escepticismo tiene carrera en Venezuela. Aquí, en la tierra de los libertadores más consagrados (y alabados) del sur de América, cada afirmación tiene su duda y cada negación proviene de una intriga. No somos ajenos a las imprecisiones, tanto así que nuestra democracia fue el desarrollo de una imprecisión que duró 40 años y no superó la turbulencia del modelo rentista petrolero y los primeros intentos de distribución de poder político en el territorio.
                Nuestros días, o por lo menos los que cuentan desde la última década del siglo XX y lo que ha transcurrido del nuevo milenio, han estado rebosados de una frase que se convirtió en el verdadero himno nacional: “No vale, yo no creo”. Una muestra de incredulidad general fue el declive del sistema político democrático y el ascenso del autoritarismo de Hugo Chávez.
Nadie creyó en la disolución del Congreso Nacional, y sucedió. Tampoco, en la erosión de la influencia del bipartidismo AD-Copei, y también ocurrió. “No vale, yo no creo que Chávez elimine las parroquias”, y ya escasos venezolanos recuerdan ese avance de la descentralización. O, “no vale, yo no creo que le quiten a las gobernaciones los puertos, puentes, carreteras y aeropuertos si los han tenido toda la vida”, y, pues, esa herencia de la federación, que soportó todos los embates de las dictaduras que precedieron a la democracia, es, cuando menos, un recuerdo cada vez más lejano.
En días recientes el mundo rememoraba la película “Volver al Futuro” porque en el marcador de uno de los viajes en el tiempo de aquella trilogía ochentosa, los protagonistas partían del año 1985 para ir hasta 1955 y posteriormente visitar 2015. Treinta años después, sabemos que aun los autos no vuelan por las autopistas, cosa que hace falta en las vergonzosas carreteras venezolanas, pero el punto es acotado porque el caricaturista EDO realizó una interpretación gráfica en la que los protagonistas de la película, provenientes de 2015, visitan a unos venezolanos en 1998 y les advierten de nuestra realidad actual. ¿La respuesta? “No vale, yo no creo”.
Hoy, cuando redactamos este artículo, la Revolución Bolivariana cuenta dieciséis años en el gobierno y todas las advertencias (o exhortaciones) realizadas durante la toma de posesión de Chávez, no solo son ciertas, sino que, para nuestra desgracia, han hecho de Venezuela una vergüenza mundial, muestra (por demás reiterada en la historia) de que el militarismo y el populismo son el cáncer del mundo civilizado y el opio de los países subdesarrollados.
“No vale, yo no creo que tengamos que hacer colas de uno o dos días para comprar alimentos”; “no vale, yo no creo que las medicinas desaparezcan repentinamente y no se consiga una pastilla para la fiebre o un jarabe para la tos”; “no vale, yo no creo que dejemos de producir arroz, pasta, leche, harina, carne, pollo, azúcar, cemento, cabillas, tuberías”; “no vale yo no creo que el dólar llegue a 100 Bs. porque cuando eso pase el gobierno se cae”; “no vale, yo no creo que la cerveza y el ron aumenten de precio porque ahí sí el venezolano pasará factura”…
Para nuestra desgracia, estamos aprendiendo de la manera más dramática posible que siempre podemos estar mejor, pero que también siempre podemos estar peor. El éxito y el fracaso no tienen límites, y son las sociedades, su gente, sus aspiraciones y sueños, las que dirigen su destino.
Creer no solo es un acto de fe, es una condición que impone la razón. Quien no cree, no puede defender nada, pero además, nada (o nadie) puede defenderlo a él. Comencemos creyendo que es posible cambiar, porque lo es. Nunca lo ha sido tan posible y tan necesario.
Que Dios nos bendiga.

Ángel Arellano

lunes, 26 de octubre de 2015

El campesino y el nuevo rico

          En la finca, el campesino se preguntaba por qué al cabo de tantos años trabajando para la familia que lo contrató en su juventud, cuando era un brioso caporal, no gozaba de ciertas condiciones como un buen vehículo, una casa más grande y dinero en el bolsillo para costear sin sobresalto las demandas elementales del hogar. Estas reflexiones se paseaban con puntualidad al final del día, cuando sacaba las cuentas pendientes y repasaba deudas que le estaban costando mucho tiempo, y mucho sudor, cancelar adecuadamente.
            En un hato vecino, un amigo cuidador de ganado había levantado en poco tiempo algunos recursos que, comparados con la estrechez del campesino, parecían la realización material, el “nuevorriquismo”. Este amigo era oficialista. Se había procurado su prosperidad tras pasar por el Consejo Comunal del pueblo, hace unos siete años, cuando el dinero para acometer las obras bajaba a las arcas de la organización sin que nadie lo detuviese, y también, sin que nadie lo controlase. Por todo aquello de los “Cinco Motores”, el “Poder Comunal” y la “democracia protagónica”, el amigo se sentía muy inflado. Convirtió el Consejo Comunal en una suerte de empresa particular, en la que solo se escuchaba la voz de sus familiares y allegados. La pegó del techo un día que el Presidente mencionó al pueblito, incrustado en el corazón de una región llanera, y con eso le echó la bendición para que los recursos siguieran llegando en estampida… hasta que vinieron los cortes programados y no programados del nuevo Presidente.
            El campesino le dijo a su amigo:
            –Compita, y ¿cómo le parece que ya no hay comida?
            –¿Cómo me va a parecer manito? Eso es la oposición apátrida –respondió.
            –Compita pero si no hay arroz, no hay caraota, no hay harina.
            –Mire manito, la oposición quiere que nos quedemos friendo piedras pero aquí estamos rodilla en tierra.
            –Está bien compita, pero es que los centavos no rinden, la muchachita se me enfermó y no hay ni pa’ la fiebre en la medicatura.
            –Manito, la oposición ha hecho todo pa’ que no haya remedio por ningún lado.
            –Ajá compita, pero ¿y la inseguridad? Usted estaba conmigo el día que los motorizados le cayeron a plomo a titirimundi en el pueblito robando la bodega y también violaron a una jovencita del liceo.
            –Manito, las bandas armadas son culpa de la oposición.
            –Bueno compita, será. Y ¿qué le parece la inauguración del nuevo estadio de béisbol?
            –Ahí está manito, eso es orgullo revolucionario. Nosotros sí tenemos moral. Aquí este gobierno ha hecho todo lo bueno, antes no existía nada, sólo el esterero. Quedó bonito y lo hicieron rápido. Eso se llama “ética patriotista”.
            –Ah caramba, eso de “ética patriotista” sí que no lo había escuchado. Bueno, y ¿vio que se vino abajo una pared del estadio y le cayó encima a unos niños que iban a inaugurar la Copa? Se supo que la pared casi no tenía cabilla porque como no hay, los albañiles se la llevaron por la pica del bachaque’o, y el maestro de obra, que es rojo rojito, estaba en la cantina con una fría en la mano, tenía una semana sin ir a la construcción. Llevaron a los niños al hospital pero estaba cerrado porque los malandros lo saquearon y no había ambulancia. Un muchachito se murió, que Dios lo tenga en gloria. ¿Eso también fue culpa de la oposición compita?
            –Bueno manito, los caminos de Dios son inciertos.
            –Ah sí, cómo no. Usted es bien bravo. Yo no voto por su gente ni que me paguen, y váyase de aquí con su camioneta, con sus reales y con su “ética patriotista”. Yo creo que hasta eso está mal dicho. Aquí la gente se muere de hambre y usted anda es jugando gallos, pega’o en el whisky y echando pinta. Mientras nosotros andamos prendiendo una vela a la Virgen para rendir los cobrecitos y que no nos mate el hampa.

Ángel Arellano

lunes, 19 de octubre de 2015

Cuando nos hicimos magos (II)

 
El relato de aquella mujer resultaba la encarnación de todos los titulares de la prensa: crisis, escasez, caos, sufrimiento. Como si las noticias se hubiesen consumido en un solo parlamento.
-Espéreme un segundo aquí, por favor –notifiqué para desplazarme hacia el mostrador y pedir dos botellas de agua. Había visto que un hombre salía del establecimiento con un par de cajas de agua mineral, cosa sumamente extraviada de las neveras de los comercios.
Pagué ambas botellas con 30 bolívares. Cuando se la acerqué a la mujer, noté en su mano izquierda la áspera textura de quien las usa para trabajos arduos. La escoba, la esponja, el cepillo, la ropa, los niños, el martillo, el alambre, el destornillador, el machete y todos los implementos que pasan a diario por esas manos, develando más sacrificio y esfuerzo que detalles de manicura y cuidados delicados.
Aproveché para repetir algo que por lo general había escuchado en muchos lugares.
-¿Cómo no vamos a estar viviendo las miserias de esta crisis si con lo que vale un dólar yo compro por lo menos 46 botellas de agua como esta? Las dos me costaron 30 bolívares y el dólar está en más de 700 bolívares. Me pregunto si solo la etiqueta puede tener ese valor. Este desbarajuste nos tiene a todos así como anda usted, con una mano en el sustento y con otra cargando la vida.
-Gracias por el agua, chamo. Allá arriba en el hospital no hay nada. En toda la noche tomé un jugo que me dio una señora que estaba conmigo, durmiendo sentada en un pasillo, porque no hay sillas, no hay algodón, no hay jeringas...
Su voz era el canal por el que se expresaba la tristeza y la indignación. Un segundo bastó para que el quebranto inundara los ojos de aquella mujer y rompiera a llorar.
Supe que se llamaba Luisa porque un motorizado que la reconoció gritó el nombre antes de levantar la mano para saludarla. Contó dos o tres detalles de su pernocta entre zancudos, calor y rezos de los parientes que esperaban la mejoría de sus familiares en el hospital. Fueron 10 ó 15 minutos de conversación y a mí me parecía que conocí toda su vida. Lo que salía de su boca era una imagen de lo que se veía en todas partes. Nunca fue tan difícil vivir en un país en el que todo había parecido ser siempre fácil.
Persistí en mejorar la radiografía que ya tenía sobre ella y lancé otra interrogante.
-¿Y tus niños estudian?
-Bueno, los dos grandecitos sí. El otro está muy pequeño todavía. El mayor tiene ocho años y vive con mi mamá en Guanta, allá está yendo a la escuela. Ella me ayuda porque no podemos tenerlos a todos en la casa.
La calculadora que montaba guardia en mi cabeza comenzó a hacer estimaciones de la edad de la mujer con respecto a la edad del hijo mayor. –Si efectivamente tenía 25 años, como yo creía, dio a luz por primera vez a los 17 años –pensé, una edad por lo demás precoz, común denominador en la mujer venezolana que reproduce a nuestra raza.
No había tiempo para digresiones. Ella continuaba su cuento.
-Nada más con los útiles uno se vuelve como loca –prosiguió. –La escuela pide y pide pero ¿cómo se hace si no alcanza? Aquí los únicos que tienen dinero son los que están metidos en mafias o los que andan por ahí revendiendo carísimo. En el barrio los que tienen bastante dinero son los malandritos que después que el gobierno les dio de todo, porque por allá incluso fue una vez un concejal con una gente de la alcaldía y hasta motos rifaban en unas bebederas de cerveza y anís que montaban, ahora no hayan qué hacer con ellos porque andan robando a todo el mundo pistola en mano.

Ángel Arellano

lunes, 12 de octubre de 2015

Cuando nos hicimos magos (I)

Si los ojos de aquella mujer narraran todo lo que han visto, capaz ofrecieran un relato detallado de la vida del venezolano promedio, el que brinca charcos que crearon las tuberías rotas, invierte buena parte de su tiempo en la irritable espera del autobús de turno o guarda en las gavetas de la cocina algunas velas para iluminar la casa cada tanto, cuando el apagón visita y se queda a dormir.
                Ella descendía del bulevar de comercios que hacen antesala al Hospital Luís Razetti de Barcelona. Caminaba apurada con un trío de bolsas en la mano derecha, el morral de madre a cuestas y la criatura entre sus hombros. Un pañuelo de una tela rosada y delgada, con el centro transparente, producto del uso y desgaste, protegía al bebé del sol anzoatiguense. El calor evaporaba cualquier atisbo de sonrisa en un rostro que parecía invadido por el estrés y la incertidumbre.
                Cuando una de las bolsas que llevaba cayó al suelo, apresuré la marcha para ayudarla.
                -¡Epa! Espérate. Aquí está tu bolsa.
No era una mujer mayor, capaz tenía mi edad. Era exagerado pensar que superara los 25 años. La bolsa contenía un paquete de 32 pañales y en su mano llevaba otro idéntico. Recordé que aquella mañana la gente corría de un lado al otro, y a los pies del hospital, se observaba una fila de más de 400 personas, de acuerdo con mis estimaciones a vuelo de pájaro: esperaban comprar pañales en una farmacia, un producto atesorado en la Venezuela de la escasez y el hambre.
-¡Coño! Gracias, creí que te la ibas a llevar –respondió luego de un sorbo de aire que la tranquilizó.
-¿Y por qué me voy a llevar esos pañales? Eso no se hace.
-Carajo, si eso es lo normal. La vez pasada estaba en el (Abasto) Bicentenario cuando se armó un rollo ahí. La Guardia llegó justo después cuando iba saliendo con las bolsas y me quedé sin nada por culpa de aquél peo en medio del gentío. Menos mal que andaba sola.
Periodista al fin, no pude asfixiar una pregunta.
-Ah, pero no andabas con tu niña por ahí, que bueno.
-No es mi chama, es mi sobrina. La traje al hospital anoche porque no le bajaba la fiebre y no conseguía un remedio. Hoy temprano le dieron de alta porque no hay donde tenerla y le bajó la calentura. Me metí en esa cola a ver qué había y compré rápido porque me vieron con la niña, porque si no, bueno, estuviera llevando más sol que una teja.
La acompañé a cruzar la calle y se detuvo debajo de la sombra que brindaba una panadería justo enfrente de la parada de camionetas y camiones que hacen de transporte público.
-¿Cómo haces para cargar todo eso? –volví, curioso.
-Así como voy, con todo encima. No has visto nada. Cuando se consiguen las cosas, la harina, la leche o la azúcar, a veces en los chinos o en el mercado, uno aprovecha, y como venden regulado, cargas con lo que te dejen llevar, si no ¿qué vas a comer?, ¿qué comen los carajitos? Uno aguanta hambre a veces, pero los niños no tienen la culpa de lo que está pasando –respondió.
Su aclaratoria fue un desahogo. Cuando agregaba líneas al diálogo, inhalaba aire con fuerza, dejando entrever alguna dificultad respiratoria de diagnóstico desconocido.
-A veces pareciera que fuéramos magos rindiendo la comida, estirando todo, pidiendo fia’o, de aquí para allá.
La criatura debajo del pañuelo contaba algunos meses desde su llegada al mundo. Su vida, tan frágil, dependía de aquella mujer que había dormido algunos minutos en los pasillos del hospital esperando la buena nueva del médico de guardia para retornar a casa. Nunca abrió los ojos, entregada a un profundo sueño en el sauna de los mediodías de barceloneses.

Ángel Arellano

martes, 6 de octubre de 2015

Cuando las “chivas” son “estrenos”

 
De pequeño, recuerdo que entre las cosas características de la navidad, además de hacer las hallacas en familia y ver las casas del pueblo rebosadas de parientes llegados de todo el país, el presupuesto de mi mamá se ajustaba para buscar solución a dos tareas fundamentales: el regalo de noche buena y los “estrenos” (o la pinta del 24 y 31 de diciembre).
En mis primeros años de vida, mi madre, maestra de educación especial en una escuela pública de Clarines, podía costear con su modesto salario el regalo y algunas mudas de ropa nueva para la época decembrina. Ropa distinta a toda la que se hubiese podido comprar durante el año. Poco a poco, con mi crecimiento, las cosas fueron cambiando, sin embargo, se mantenía la premisa de los “estrenos” como detalle sagrado en la navidad venezolana. Así en todos los hogares de mis amigos, que no precisamente eran nichos de abundancia y riqueza pues la estrechez económica siempre ha sido una variable presente en el presupuesto de quienes venimos de sectores populares.
Cuando la crisis económica desatendida (o promovida) por el gobierno de Hugo Chávez, se intensificó, al calor de su consolidación en el poder (2004-2012), los “estrenos” se ajustaron a lo estrictamente necesario: dos pantalones, dos camisas y un par de zapatos. Esa era la constante en el barrio, los muchachos estrenaban básicamente lo mismo, igual las damas. Algunos más y otros menos, pero todos dentro de ese marco. Sin excesos pero contentos.
En la navidad de 2012, lo que antes era común, comenzó a ser extraordinario: pocos estrenaban el par de mudas de ropa. Algunos, con mayores posibilidades, sí lo hacían, pero no eran, ni por asomo, la mayoría. La cosa se redujo a solo dos camisas nuevas, y, el año siguiente (2013), no hubo nada nuevo con qué vestirse. Ningún “estreno”. La crisis se tragó la costumbre, así como lo hizo con las hallacas, la pirotecnia, el jamón ahumado, el whisky y ahora la cerveza: rubros imposibles en la vida del ciudadano promedio.
El uso de ropa usada, lo que el argot popular bautizó como “chivas”, no es nuevo, ni tampoco extraño. Resultaba muy común ver a la gente “enchivarse” con los zapatos de algún amigo, las camisas del papá, las medias de un hermano o una franela ajena. Lo que sí es extraño es que ahora sea la norma, a consecuencia de la hiperinflación que se vive en Venezuela.
Las estimaciones más conservadoras indican que en lo que va de 2015, el país registra un 142% de inflación acumulada, aunque la cruz que llevamos a cuestas nos dice que el aumento ha sido de 1000%. Una medicina que costaba 30 Bs. en enero, en octubre subió a 700 Bs.; un repuesto de vehículo que costaba 1500 Bs., 10 meses después llegó a los 30 mil Bs.; y un kilo de carne que comenzó el año costando 250 Bs. aproximadamente, ya va por 1200 Bs. El venezolano no sabe cómo calculan la inflación, lo que sí sabe es que en su bolsillo el dinero no dura un segundo.
Desde el año pasado hemos visto cómo las ventas de ropa usada se han multiplicado en todas partes, sobre todo en los pueblos pequeños y las barriadas populares. Los precios de las prendas de vestir nuevas son exageradamente elevados, cónsonos con el alto costo de la vida.
En la tienda más modesta, un pantalón supera los 15 mil bolívares, una camisa los 9 mil y un par de zapatos los 20 mil. Ni hablar de las medias y ropa íntima que también son sumamente onerosas. Una muda de ropa esencial, fuera de toda marca rimbombante, puede costar cinco o seis veces el salario mínimo. Por tanto, las “chivas” han ganado espacio.
En nuestra navidad bajo el signo del chavismo, así como desapareció la felicidad y el abrazo fraterno sin distinción de credos, también se extraviaron los “estrenos”. Hay que recuperar la alegría.

Ángel Arellano

lunes, 28 de septiembre de 2015

Nunca fue tan difícil ser padre

        Cuando despertó con el único tono de su celular, un irritante escándalo que simula un gallo desafinado intentando un grito, el conserje se llevó las manos a las cabeza, hizo la señal de la cruz y salió de la cama tan rápido como el sudor se lo permitió. El aire acondicionado se dañó hace una semana y el técnico al que confió la reparación tiene igual número de días sin reportarse.
–Parece que tiene una fuga de gas –comentó el conocedor. –Aprieta, porque el kilo está en nueve mil y liga que el compresor siga bueno –mientras escuchaba, el conserje se hizo presa de la angustia.
El salario del conserje apenas alcanza para subsistir. Mantener la comida en la mesa es una tarea que ya no se logra con el incuantificable número de tigres que mata al día, pues el conserje, su esposa y dos hijas, han entrado en la estadística de aquellas familias venezolanas que redondean el día con solo dos comidas porque los ingresos no rinden para el desayuno, el almuerzo y la cena.
Además de cumplir con las tareas de costumbre, el conserje es buen oficiante de la jardinería, pinta los apartamentos, le guiña un ojo a la plomería e improvisa como electricista cuando la propina de algún bondadoso toca la puerta. Los fines de semana son para pasear con la familia en las colas de los diferentes abastos de la ciudad, así puede adquirir algunos productos y batallar contra los precios de la vida real, marcados por la legión de los bachaqueros.
Aquella mañana de septiembre, mes en el que la canasta básica se ubicó en 65 mil Bs., más de seis veces el salario del conserje, el hombre inició la jornada con un gigantesco pesar: la lista de útiles escolares para sus dos hijas. Rindió los cuadernos con los sobrantes del año anterior y pidió a su esposa hablar con las maestras de la escuela. –Dile que cómo hace uno si la resma de papel está en 3500 Bs. y esa es la mitad de lo que me gano al mes en esta vaina.
En su descanso del medio día, fue al mercado municipal con la intención de regresar con algunas provisiones. Su escándalo fue mayúsculo al ver que el kilo de verduras ascendió a 300 Bs., el de tomates a 380 Bs., el de cebollas a 400 Bs., el cilindro de mortadela de pollo aterrizó en 1100 Bs., y el cartón de huevos en 1200 Bs. En la acera, los bachaqueros vendían el kilo de harina de maíz en 250 Bs., el de leche en 800 Bs. y el de detergente en 450 Bs., todo imposible para un bolsillo ahogado y desnutrido.
Cuando la hija mayor, de apenas 10 años, preguntó al conserje por los planes de la familia para navidad, el padre, acogotado, tomó aire y dio cuenta de su pronóstico. –En diciembre veremos cómo hacemos. Ya sabes quién es el Niño Jesús y este año está más recortado. Haz visto todo lo que hacemos tu mamá y yo, pero nos organizaremos y veremos cómo resolvemos. Tengamos fe.
En un abrazo, el hombre pensó que nunca fue tan difícil ser conserje. De hecho, nunca fue tan difícil ser padre.
  
Ángel Arellano