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martes, 6 de octubre de 2015

Cuando las “chivas” son “estrenos”

 
De pequeño, recuerdo que entre las cosas características de la navidad, además de hacer las hallacas en familia y ver las casas del pueblo rebosadas de parientes llegados de todo el país, el presupuesto de mi mamá se ajustaba para buscar solución a dos tareas fundamentales: el regalo de noche buena y los “estrenos” (o la pinta del 24 y 31 de diciembre).
En mis primeros años de vida, mi madre, maestra de educación especial en una escuela pública de Clarines, podía costear con su modesto salario el regalo y algunas mudas de ropa nueva para la época decembrina. Ropa distinta a toda la que se hubiese podido comprar durante el año. Poco a poco, con mi crecimiento, las cosas fueron cambiando, sin embargo, se mantenía la premisa de los “estrenos” como detalle sagrado en la navidad venezolana. Así en todos los hogares de mis amigos, que no precisamente eran nichos de abundancia y riqueza pues la estrechez económica siempre ha sido una variable presente en el presupuesto de quienes venimos de sectores populares.
Cuando la crisis económica desatendida (o promovida) por el gobierno de Hugo Chávez, se intensificó, al calor de su consolidación en el poder (2004-2012), los “estrenos” se ajustaron a lo estrictamente necesario: dos pantalones, dos camisas y un par de zapatos. Esa era la constante en el barrio, los muchachos estrenaban básicamente lo mismo, igual las damas. Algunos más y otros menos, pero todos dentro de ese marco. Sin excesos pero contentos.
En la navidad de 2012, lo que antes era común, comenzó a ser extraordinario: pocos estrenaban el par de mudas de ropa. Algunos, con mayores posibilidades, sí lo hacían, pero no eran, ni por asomo, la mayoría. La cosa se redujo a solo dos camisas nuevas, y, el año siguiente (2013), no hubo nada nuevo con qué vestirse. Ningún “estreno”. La crisis se tragó la costumbre, así como lo hizo con las hallacas, la pirotecnia, el jamón ahumado, el whisky y ahora la cerveza: rubros imposibles en la vida del ciudadano promedio.
El uso de ropa usada, lo que el argot popular bautizó como “chivas”, no es nuevo, ni tampoco extraño. Resultaba muy común ver a la gente “enchivarse” con los zapatos de algún amigo, las camisas del papá, las medias de un hermano o una franela ajena. Lo que sí es extraño es que ahora sea la norma, a consecuencia de la hiperinflación que se vive en Venezuela.
Las estimaciones más conservadoras indican que en lo que va de 2015, el país registra un 142% de inflación acumulada, aunque la cruz que llevamos a cuestas nos dice que el aumento ha sido de 1000%. Una medicina que costaba 30 Bs. en enero, en octubre subió a 700 Bs.; un repuesto de vehículo que costaba 1500 Bs., 10 meses después llegó a los 30 mil Bs.; y un kilo de carne que comenzó el año costando 250 Bs. aproximadamente, ya va por 1200 Bs. El venezolano no sabe cómo calculan la inflación, lo que sí sabe es que en su bolsillo el dinero no dura un segundo.
Desde el año pasado hemos visto cómo las ventas de ropa usada se han multiplicado en todas partes, sobre todo en los pueblos pequeños y las barriadas populares. Los precios de las prendas de vestir nuevas son exageradamente elevados, cónsonos con el alto costo de la vida.
En la tienda más modesta, un pantalón supera los 15 mil bolívares, una camisa los 9 mil y un par de zapatos los 20 mil. Ni hablar de las medias y ropa íntima que también son sumamente onerosas. Una muda de ropa esencial, fuera de toda marca rimbombante, puede costar cinco o seis veces el salario mínimo. Por tanto, las “chivas” han ganado espacio.
En nuestra navidad bajo el signo del chavismo, así como desapareció la felicidad y el abrazo fraterno sin distinción de credos, también se extraviaron los “estrenos”. Hay que recuperar la alegría.

Ángel Arellano

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