Cuando despertó con el único tono de su
celular, un irritante escándalo que simula un gallo desafinado intentando un
grito, el conserje se llevó las manos a las cabeza, hizo la señal de la cruz y
salió de la cama tan rápido como el sudor se lo permitió. El aire acondicionado
se dañó hace una semana y el técnico al que confió la reparación tiene igual
número de días sin reportarse.
–Parece que tiene una fuga de gas
–comentó el conocedor. –Aprieta, porque el kilo está en nueve mil y liga que el
compresor siga bueno –mientras escuchaba, el conserje se hizo presa de la
angustia.
El salario del conserje apenas alcanza
para subsistir. Mantener la comida en la mesa es una tarea que ya no se logra con el incuantificable número de tigres que mata al día, pues el conserje,
su esposa y dos hijas, han entrado en la estadística de aquellas familias
venezolanas que redondean el día con solo dos comidas porque los ingresos no
rinden para el desayuno, el almuerzo y la cena.
Además de cumplir con las tareas de
costumbre, el conserje es buen oficiante de la jardinería, pinta los
apartamentos, le guiña un ojo a la plomería e improvisa como electricista
cuando la propina de algún bondadoso toca la puerta. Los fines de semana son
para pasear con la familia en las colas de los diferentes abastos de la ciudad,
así puede adquirir algunos productos y batallar contra los precios de la vida
real, marcados por la legión de los bachaqueros.
Aquella mañana de septiembre, mes en el
que la canasta básica se ubicó en 65 mil Bs., más de seis veces el salario del
conserje, el hombre inició la jornada con un gigantesco pesar: la lista de
útiles escolares para sus dos hijas. Rindió los cuadernos con los sobrantes del
año anterior y pidió a su esposa hablar con las maestras de la escuela. –Dile
que cómo hace uno si la resma de papel está en 3500 Bs. y esa es la mitad de lo
que me gano al mes en esta vaina.
En su descanso del medio día, fue al
mercado municipal con la intención de regresar con algunas provisiones. Su
escándalo fue mayúsculo al ver que el kilo de verduras ascendió a 300 Bs., el
de tomates a 380 Bs., el de cebollas a 400 Bs., el cilindro de mortadela de
pollo aterrizó en 1100 Bs., y el cartón de huevos en 1200 Bs. En la acera, los
bachaqueros vendían el kilo de harina de maíz en 250 Bs., el de leche en 800
Bs. y el de detergente en 450 Bs., todo imposible para un bolsillo ahogado y
desnutrido.
Cuando la hija mayor, de apenas 10 años,
preguntó al conserje por los planes de la familia para navidad, el padre,
acogotado, tomó aire y dio cuenta de su pronóstico. –En diciembre veremos cómo
hacemos. Ya sabes quién es el Niño Jesús y este año está más recortado. Haz
visto todo lo que hacemos tu mamá y yo, pero nos organizaremos y veremos cómo
resolvemos. Tengamos fe.
En un abrazo, el hombre pensó que nunca
fue tan difícil ser conserje. De hecho, nunca fue tan difícil ser padre.
Ángel Arellano
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