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domingo, 13 de septiembre de 2015

Sobre la escasez de autobuses


         Desde el fondo del autobús observaba a ratos la fila de hombres y mujeres que soportaban los treinta y ocho grados del calor oriental. Ese día, la brisa se había extraviado. Los pasajeros no podían mantener la mirada en un objetivo fijo por mucho rato. El viaje era acompañado con bruscos movimientos en zigzag sugeridos por el tráfico de la avenida y las irregularidades del asfalto.
            “Ta’ vacía’o. Suba, suba. ¡Cárcel Vieja, Chica, Fuente!”, gritaba el desesperado colector. Su modulación era tan rápida como atropellada. En un abrir y cerrar de ojos podía mencionar 5, 6 ó 7 estaciones. Las paradas no tienen nombre, son un grupo de puntos distribuidos al azar por la dinámica popular, una repartición que se hizo en honor al bochinche. Las vías que conectan la zona norte de Anzoátegui están aderezadas por el diccionario de la costa y no por los cuadrantes del Plan de Desarrollo Urbano Local olvidado en los archivos de la burocracia.
            En un autobús de 42 puestos nos congregamos poco más de 60 personas. En la fila, la fricción de los cuerpos generaba molestia. “Esto huele a cabuya de marinero”, exclamó una señora miembro de ese club llamado la “tercera edad”. Acto seguido, el colector discutía con un grupo de muchachos de camisa azul. Arbitrariamente la unidad había decretado el rechazo a todos los boletos preferenciales. El pasaje estudiantil quedó sin efecto. La indignación era un acuerdo tácito.
            Finalizaba la tarde. Casi todos venían de su faena diaria, la mal pagada jornada laboral. Una docena de amas de casa cargaban con las compras del día. Aquellos rostros mostraban la fatiga de muchas horas en alguna cola. Faltaban productos.
            Las paradas se han quedado sin autobuses porque éstos cada vez son menos. No huyeron, siguen en la zona, pero no están en funcionamiento. Se encuentran en algún taller, algún galpón o terreno baldío, alguna calle o vereda cómplice que los recibe una semana, o dos, o varios meses, mientras el azarado chofer resiste la peregrinación de la búsqueda de repuestos. Son rehenes de la escasez y la inflación.
            En la zona norte, por lo menos un 50% de los autobuses se encuentran inoperativos. El gobierno ha activado una manada de unidades chinas, rojas, con pantallas electrónicas para escribir vivas al socialismo, cuyo único atractivo es el aire acondicionado, pues corren con la misma suerte de los vehículos paganos: el canibalismo se apoderó de los estacionamientos de estos autobuses “revolucionarios”. Los mecánicos desarman uno para mantener con vida a otro. Es una especie de donación de órganos forzosa de la cual depende la existencia de ese paciente crítico que es la movilidad de los ciudadanos de a pie.
            Todos dentro del autobús comparten la misma desgracia: el desabastecimiento, los altos precios y la inseguridad. Nadie se salva. Pasajeros, colector, chofer y vehículo son víctimas de los flagelos que vive la Venezuela actual.
            En las paradas están miles, millones, esperando que la suerte caiga del cielo y les permita retornar a casa. Quienes no pueden subir al transporte, arrancan la travesía a pie. Tiempo después, no sabemos si llegaron a sus hogares. La calle, además de huecos, oscuridad y basura, tiene muchas balas, el único producto que se consigue en todos lados.
        
Ángel Arellano

3 comentarios:

  1. Excelente blog compañero, excelentes artículos, me gustaría publicarlos en mi blog: http://elchenews.blogspot.com Saludos.

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  2. El blog cuenta con más de cien mil visitas, estamos en la misma lucha por mostrar la verdad.

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