Diáspora y sentido de nación en Venezuela: debate en clase
Por Ángel Arellano
Parte de nuestro programa en el
Taller de Análisis y Comprensión de Mensajes de la Escuela de Comunicación
Social de la Universidad Santa María en Barcelona ha sido la discusión en base
a textos de autores venezolanos sobre diversos temas vinculados a lo social:
historia, economía, política, sociedad, literatura... Es un intento por
estimular la reflexión en la clase. Los alumnos, recién llegados a la mayoría
de edad, debaten, contraponen ideas y buscan consenso luego de exponer una
diversidad infinita de argumentos, experiencias y recreaciones hipotéticas a
partir del texto en cuestión.
Straka y la diáspora.
Énfasis en la “Generación X”
Esta vez realizamos una discusión
socializada sobre el ensayo “La larga tristeza” del historiador y profesor de
la Universidad Católica Andrés Bello, Tomás Straka, publicado en la revista
Debates Iesa (vol. XVI, N° 4, octubre-diciembre 2011, pp. 90-93) y recogido en
su libro más reciente, “La república fragmentada” (Alfa, 2015). En estos
párrafos, el autor establece similitudes entre los emigrantes venezolanos de
antes y los de ahora. Motivaciones, circunstancias y manifestación del
destierro en la literatura nacional. “La larga tristeza” que no ha cesado. El
venezolano, ni ayer ni hoy, aun cuando ha pasado por momentos envidiables de
bonanza, ha dejado ir la amargura del extrañamiento, el sinsabor que sienten
los que se van de su terruño.
Como suele suceder en nuestra paradójica historia,
existe una contrariedad: hubo una generación de ciudadanos, la llamada
“Generación X”, nacida entre los años 70 y 80, que a pesar de contar con
estabilidad social en la Venezuela de paz, expectativa y abundancia de aquellos
tiempos, no se incorporaron a la vida política. Dentro de sus preocupaciones
figuraban necesidades individuales por encima de las colectivas. La generación
antisistema. Alejados del modelo político que caía en picada. Los menos se
apuntaron a la crítica y los más a obviar lo que sucedía en sus narices. Sin
renovación, el sistema colapsó y con él la democracia. Poco tiempo después solo
cenizas quedaron del viejo orden institucional. Recojo una interrogante del
autor: “¿Cómo es posible que los bien alimentados, vacunados y estudiados
venezolanos que nacieron entre finales de los sesenta y mediados de los
ochenta, la llamada Generación X, se desinteresara tanto por la política y por
lo social?”.
Straka reflexiona sobre las promesas
incumplidas, la adicción a la renta y la dependencia de un centralismo que ha
financiado un país ficticio con la entrega de dólares baratos. La nación es un
conglomerado expectante a la emigración, y ésta, ha terminado siendo una
aspiración y no una condena como en tiempos de Guzmán, Gómez o Pérez Jiménez. Sobre
esto debatimos en clase. Para mi sorpresa la comunidad estudiantil, muy a
diferencia de lo que pude creer en algún momento, se encuentra sumamente
informada al respecto. Sus fuentes de información son los parientes, amigos y
conocidos que escuchan todos los días con cuentos difíciles de digerir y dramas
que pasman hasta al mejor pintado. El autoexilio o la huida, en contraste con
quienes alegan que “es primera vez que en Venezuela la gente anda saliendo en
desbandada”, es un tema con antecedentes que llegan al Siglo XIX, cuando el
Estado independiente entró en operaciones y el territorio en ruinas que libró
la épica de la descolonización, asumió su propio camino.
El debate en clase
Un interesado alumno en una primera intervención
sobre el tema, expresó que la diáspora muestra contradicciones entre las que
toma un lugar principal el desconcierto y la indecisión personal ante el
escenario de abandonar el país. Enmanuel: “Pasa algo mal, la gente se va. Pasa
algo bien, la gente se queda. Falta ese sentido de nación, de arraigo, que
pareciera no tenemos”. El debate se orientó hacia la idea de nación, muy
estimulada por el gobierno pero poco asimilada por una sociedad que sufre las
consecuencias de una democracia clausurada y unas condiciones de vida
deprimentes. Venezuela está en el foso de cualquier estadística, por optimista
que sea. Según los alumnos de la clase, “el nacionalismo es el sentimiento de
hacer todo por nuestra tierra y llevar el nombre del país en alto”. Bonita interpretación.
Podemos dedicar un sinfín de líneas en dar orden a un concepto de nacionalismo,
pero esta acotación no deja de ser cierta y, por lo demás, ilustrativa en el
sentido de complementar el significado del término. “Hacer todo por nuestra
tierra”. ¿El venezolano está haciendo todo por salvar su tierra? Una pregunta
que genera intervenciones. De inmediato se aproxima Marcel: “El patriotismo es
falso, ¡no existe! Pero debe existir. Hay que crearlo”. Ante la aseveración del
joven surge la inquietud de una frase de Uslar Pietri que endereza la
discusión: “Carecemos de una visión del pasado suficiente para mirar nuestro
ser nacional en toda su compleja extensión y hechura, carecemos de historia…
como explicación del pasado y de historia como empresa de creación del futuro
en el presente”. Por otro lado, las columnas de opinión de los periódicos del
día gritan que hay exceso de historia, que se habla más del pasado que de
solucionar los problemas vigentes. “¡Propaganda no es historia!”, exclamó una voz desde el fondo del salón.
Juan Alberto decidió expresar su
desaprobación a la emigración y lo hace con una construcción común: “vámonos
pa’ los ‘yunaiti’, pa’l imperio, dicen muchos… y llegan allá a limpiar y a
estar de últimos”. Surgen otros brazos que se extienden para asentir a una
explicación breve: si bien el emigrante llega a un territorio extraño para
ubicarse de último en la fila (eso de dejar de ser cabeza de ratón aquí para
ser cola de león allá), abundan los testimonios (como publicidad para los que
se van) de quienes con una mano adelante y otra atrás, primero como barrenderos
y lavaplatos, y luego en franco ascenso, se han incorporado a la clase media
consolidada de su país destino en menos
de una década, cuando no a través de un salto increíble o con una suerte
sorprendente, aun cuando ésta no sea la constante ni la totalidad de los casos
lleguen a buen puerto. Esa aseveración gana el consenso y todo queda en un “es
relativo”, sin embargo, la idea de luchar por cambiar la situación actual, el
escenario detestable de la crisis económica, sigue latente.
Entre lo personal y lo
colectivo
La sociólogo ucevista Maritza
Montero, refiere en “Ideología, alienación e identidad nacional” (1984) que el
problema de la conciencia nacional es “una necesidad básica, expresada una y
otra vez, como crítica, como sentimiento carencial, como acusación y como
queja, y cuyo estudio y comprensión se presentan como imprescindibles en una
sociedad que aspira a desarrollarse y que ha adquirido conciencia de su
subdesarrollo”.
Prosigue Marcel y despeja el debate
con una línea que enciende las participaciones: “Los que se van buscan su
felicidad personal, no el bien colectivo”. En un país en el que un evento
llamado la “Expomigra” realizado recientemente en un lujoso hotel de Caracas, resulta
un gran acontecimiento para la clase pudiente, pareciera que el asilo, el
exilio o la emigración es parte del espectáculo. Acto seguido aparece un punto
de encuentro para todos los participantes de la clase: quienes se han
establecido fuera del país durante la última década lo han hecho persiguiendo
su realización personal y abandonan las causas en contra del autoritarismo
chavista. Empero, algunas muestras como las protestas internacionales
simbólicas y la movilización de venezolanos en diversas instancias
continentales y globales minaron de imprecisiones este comentario. Todavía se
mantiene en el recuerdo la caravana de Miami a New Orleans para votar en contra
de Nicolás Maduro, o la protesta de “No + Chávez”, o las concentraciones en Paris,
Madrid, New York, Buenos Aires, Sao Paulo, Lisboa o Moscú en protesta contra el
asesinato, tortura, violación y represión a estudiantes universitarios.
Pareciera que la cortísima memoria nacional aun resguarda estos acontecimientos,
frescos en el calendario, aunque no sabemos hasta cuándo.
“¿Por qué se van? ¿Cómo decirles que
no se vayan?”.
De repente el aula se sumergió en un breve silencio,
acuerdo invisible por las partes. Duró un par de segundos y la clase comenzó a
generar reflexiones orientadas hacia las miles de razones que justifican, o
intentan justificar, el éxodo de venezolanos. ¿Cómo decirle a los muchachos que
tienen algún oficio o que han salido de la universidad que deben encomendarse a
los santos y fotocopiar una pila de currículos para conseguir, con suerte,
algún empleo mediamente bueno y medianamente formal? ¿Cómo decirle al joven cuyo
salario miserable no cubría los gastos básicos y se retiró del trabajo para
dedicarse a la reventa de alimentos y productos de primera necesidad, que su
futuro está en las colas y el bachaqueo y que evite pensar en salir espantado
al extranjero? ¿Cómo detener a los hijos que lloran la pérdida de un familiar a
manos del hampa o que no superan el traumático suspenso de aquel secuestro que
arruinó a la familia tras pagar por la libertad del padre o del tío o del
abuelo o del primo recién nacido? ¿Cómo decirle a la madre primeriza que no
huya por la frontera o en el vuelo que logró conseguir luego de semanas
intentando despegar desde Maiquetía cuando su cría vive de convulsión en
convulsión a causa de la escasez de remedios para la fiebre? ¿Cómo frenar a los
bachilleres de cualquier rincón de la patria cuando en su última clase el
profesor pregunta a los presentes “qué harán al salir de aquí” y varios no disimulan
para responder que su deseo es establecerse en cualquier país menos en éste que
interpretan como una atmósfera de caos continuo y sin mejora aparente?
Agrega Enmanuel: “Existe una crisis de
reconocimiento, de que el profesionalismo se sienta premiado por su esfuerzo y
sacrificio”. Es pertinente traer a colación un fragmento del mencionado ensayo
de Straka: “Es cierto que hay otros que han escogido el camino de las luchas
políticas para cambiar las cosas con una ilusión y un misticismo de las mejores
generaciones de la historia. No sabemos si terminarán con una tesitura moral
como la de los gomecistas (…) ahora, como ciento diez años atrás, para muchos
venezolanos la ‘visa para un sueño’ empieza a significar bastante más que una
canción”.
En mi primera clase como profesor
universitario hace un año y medio hice una consulta entre los estudiantes:
“levante la mano a ver quien considera necesario irse del país por la situación
actual”. De 35, apenas nueve reaccionaron negativamente y, entre ellos, la respuesta
fue común: “nosotros no nos vamos porque no tenemos cómo. Y además, ¿con quién
dejamos a la familia?”. No todo es pesimismo, o no todo es una búsqueda
interminable de excusas para correr fuera de Venezuela. Los estudiantes de la
clase se expresaban con claridad. El texto de Straka incorporó referencias
documentales importantes extraídas de la literatura nacional.
En el aula se mantuvo la búsqueda de un nuevo
consenso, esta vez sobre una posible solución al problema. Alejandro pronunció
una frase que arrojó luz al respecto: “Hay un sector del país que tiene la
esperanza de que todo el que ha emigrado o los que están por emigrar traigan a
su regreso ideas para innovar y salir adelante”. Es decir, lo que él percibe,
refrendado por la mayoría de sus compañeros, es que muchos de los que emprenden
en otro territorio regresarán cuando consideren a bien hacerlo, o cuando el
país se los permita, o cuando la situación económica, política y social sea
atractiva o medianamente estable para invitarlos a volver, para traer planes de
progreso: nuevos proyectos, nuevas formas, nuevos métodos que promuevan el
crecimiento y el desarrollo. Además, los que retornarían, partiendo del
planteamiento de Alejandro, serían personas particulares, capital privado que
se sumaría a la actividad empresarial, comercial, industrial, no gubernamental
ni pública. Ideas para explorar un paraíso poco explotado y bastante perseguido
por la Revolución Bolivariana: la libre empresa. En el mismo espíritu se sumó
Nazareth, resistiéndose a que la crisis del sistema socave todas las
iniciativas de la sociedad: “no te puedes estancar aunque el país así lo
quiera”. Salir adelante. Un aliento extraviado en un país que asusta.
¿Quiénes se van y quiénes se
quedan?
Para terminar, cabe preguntar: ¿Quiénes
se van? Los que desean huir, salir disparados de esta realidad terrorífica. La
mayoría son jóvenes. Ellos venden su laptop o el Playstation o el vehículo que
coronó todos sus ahorros o las pocas pertenencias con las que contaba su
inventario y compran un boleto para partir a las buenas de Dios, o toman
carretera y huyen por la frontera de Colombia o Brasil, o zarpan hacia Trinidad
y de ahí en adelante trazan nuevas rutas como polizontes.
¿Quiénes se quedan? Los pobres. Los que no tienen cómo
aliviar el hambre o cómo pagar el cada vez más costoso transporte público.
Estos, son la mayoría. Abundan. Superan en número a cualquier otro renglón de
la sociedad, aunque cada vez incrementa la igualación de la sociedad hacia
abajo. La única igualdad que logró el gobierno fue la de lograr que todos
carecieran de la libre adquisición de productos de primera necesidad. 16% de
los venezolanos que habitan las áreas rurales comen una o dos veces al día. En
las zonas rurales esta estadística llega al 35% de la población (Encuesta
Nacional de Condiciones de Vida, mayo 2015). El hambre es una constante y
quienes tienen hambre no pueden emigrar porque sus preocupaciones son la
subsistencia, no la mejoría de sus condiciones, si es que la migración pudiera
de verdad lograr eso para todos.
En contraposición con esto, si sabemos quiénes
quedan luego de la estampida de la clase media y de los jóvenes, estudiantes,
emprendedores, técnicos y profesionales, ¿qué grupos están quedando dentro del
país para su eventual recuperación? ¿Quiénes permanecerán integrando las élites
políticas, sociales, económicas y renovarán los puestos de comando cuando el
sistema lo requiera? Valdría decir a manera de respuesta que el mejor recurso
humano de la nación, los profesionales con currículo calificado en áreas
especializadas, con mayor experiencia y oportunidad de diversificar sus
funciones por el manejo de idiomas y otras destrezas agregadas, es el que se
encuentra o fuera del país, o en trámite para irse. No en balde entre las miles
de solicitudes que colapsan el sistema de asignación de citas para legalización
de documentos en el Ministerio de Educación Superior y apostilla en el
Ministerio de Relaciones Exteriores se encuentra lo mejor de cada aula, los
alumnos más resaltantes y los profesionales más destacados en sus áreas de
conocimiento. Dejan el país, desde luego, con un creciente vacío de cerebros
que será necesario en un eventual cambio de gobierno. Sin embargo, en los blogs
y páginas de Facebook en donde se agrupan cientos de miles de venezolanos que
se establecieron en todo el mundo, se lee la intención real de muchos: “Hola,
es Mila Alvaray. Soy maracucha y tengo meses que me vine a Argentina. Estoy
aquí esperando que la cosa mejore en Venezuela. No sé cuánto dure por estos
lados. ¿Saben dónde puedo comprar arepas en esta ciudad?”; “Saludos. Por acá
Martín González. Abogado y profesor universitario. Vivo en Ciudad de Panamá
pero pronto viajaré a Lima. Vengo de Carúpano pero la situación del país me
hizo salir a buscar oportunidades. Me anexo a este grupo para mantener contacto
con ustedes”.
La “Generación X” se ocupó de las necesidades
individuales y obviaron la realidad colectiva cuando a la par el sistema
democrático caía por un despeñadero. Cuando el rentismo colapsó, lo hicieron
también las aspiraciones de aquellos jóvenes que crecieron rodeados de
antipolítica. Por otro lado, la generación actual, conformada por los que huyen
de la crisis y los que la viven en carne propia sin expectativa de salir de la
rutina, ha estado atenta a la evolución del autoritarismo que, al igual que el
resto de los gobiernos centralistas, se apoyó en el control de los recursos
(renta) y el reparto de dólares baratos para posicionarse y adueñarse del
Estado. Ahora, tras presenciar el control absoluto de todos los poderes por
parte de un partido único, toca pensar con qué recurso humano Venezuela
relevará a los que hoy la han llevado a sus circunstancias más dramáticas y
vergonzosas. Si los más capacitados partieron a nuevas tierras persiguiendo
sueños recalculados en otros escenarios, queda el resto, los que no se irán,
luchando por una bocanada de aire a medida que la crisis avanza. ¿Quiénes se
incorporarán a liderar el cambio necesario? ¿Quiénes estarán en la vanguardia
de las transformaciones? El país sufre a consecuencia del gobierno de los
peores de su generación y el reemplazo no puede ser otra vez lo peor de las
nuevas camadas de venezolanos.
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