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sábado, 5 de septiembre de 2015

¿Quiénes se van y quiénes se quedan?


Diáspora y sentido de nación en Venezuela: debate en clase

Por Ángel Arellano

            Parte de nuestro programa en el Taller de Análisis y Comprensión de Mensajes de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Santa María en Barcelona ha sido la discusión en base a textos de autores venezolanos sobre diversos temas vinculados a lo social: historia, economía, política, sociedad, literatura... Es un intento por estimular la reflexión en la clase. Los alumnos, recién llegados a la mayoría de edad, debaten, contraponen ideas y buscan consenso luego de exponer una diversidad infinita de argumentos, experiencias y recreaciones hipotéticas a partir del texto en cuestión.

Straka y la diáspora. Énfasis en la “Generación X”

            Esta vez realizamos una discusión socializada sobre el ensayo “La larga tristeza” del historiador y profesor de la Universidad Católica Andrés Bello, Tomás Straka, publicado en la revista Debates Iesa (vol. XVI, N° 4, octubre-diciembre 2011, pp. 90-93) y recogido en su libro más reciente, “La república fragmentada” (Alfa, 2015). En estos párrafos, el autor establece similitudes entre los emigrantes venezolanos de antes y los de ahora. Motivaciones, circunstancias y manifestación del destierro en la literatura nacional. “La larga tristeza” que no ha cesado. El venezolano, ni ayer ni hoy, aun cuando ha pasado por momentos envidiables de bonanza, ha dejado ir la amargura del extrañamiento, el sinsabor que sienten los que se van de su terruño.
Como suele suceder en nuestra paradójica historia, existe una contrariedad: hubo una generación de ciudadanos, la llamada “Generación X”, nacida entre los años 70 y 80, que a pesar de contar con estabilidad social en la Venezuela de paz, expectativa y abundancia de aquellos tiempos, no se incorporaron a la vida política. Dentro de sus preocupaciones figuraban necesidades individuales por encima de las colectivas. La generación antisistema. Alejados del modelo político que caía en picada. Los menos se apuntaron a la crítica y los más a obviar lo que sucedía en sus narices. Sin renovación, el sistema colapsó y con él la democracia. Poco tiempo después solo cenizas quedaron del viejo orden institucional. Recojo una interrogante del autor: “¿Cómo es posible que los bien alimentados, vacunados y estudiados venezolanos que nacieron entre finales de los sesenta y mediados de los ochenta, la llamada Generación X, se desinteresara tanto por la política y por lo social?”.
            Straka reflexiona sobre las promesas incumplidas, la adicción a la renta y la dependencia de un centralismo que ha financiado un país ficticio con la entrega de dólares baratos. La nación es un conglomerado expectante a la emigración, y ésta, ha terminado siendo una aspiración y no una condena como en tiempos de Guzmán, Gómez o Pérez Jiménez. Sobre esto debatimos en clase. Para mi sorpresa la comunidad estudiantil, muy a diferencia de lo que pude creer en algún momento, se encuentra sumamente informada al respecto. Sus fuentes de información son los parientes, amigos y conocidos que escuchan todos los días con cuentos difíciles de digerir y dramas que pasman hasta al mejor pintado. El autoexilio o la huida, en contraste con quienes alegan que “es primera vez que en Venezuela la gente anda saliendo en desbandada”, es un tema con antecedentes que llegan al Siglo XIX, cuando el Estado independiente entró en operaciones y el territorio en ruinas que libró la épica de la descolonización, asumió su propio camino.

El debate en clase

Un interesado alumno en una primera intervención sobre el tema, expresó que la diáspora muestra contradicciones entre las que toma un lugar principal el desconcierto y la indecisión personal ante el escenario de abandonar el país. Enmanuel: “Pasa algo mal, la gente se va. Pasa algo bien, la gente se queda. Falta ese sentido de nación, de arraigo, que pareciera no tenemos”. El debate se orientó hacia la idea de nación, muy estimulada por el gobierno pero poco asimilada por una sociedad que sufre las consecuencias de una democracia clausurada y unas condiciones de vida deprimentes. Venezuela está en el foso de cualquier estadística, por optimista que sea. Según los alumnos de la clase, “el nacionalismo es el sentimiento de hacer todo por nuestra tierra y llevar el nombre del país en alto”. Bonita interpretación. Podemos dedicar un sinfín de líneas en dar orden a un concepto de nacionalismo, pero esta acotación no deja de ser cierta y, por lo demás, ilustrativa en el sentido de complementar el significado del término. “Hacer todo por nuestra tierra”. ¿El venezolano está haciendo todo por salvar su tierra? Una pregunta que genera intervenciones. De inmediato se aproxima Marcel: “El patriotismo es falso, ¡no existe! Pero debe existir. Hay que crearlo”. Ante la aseveración del joven surge la inquietud de una frase de Uslar Pietri que endereza la discusión: “Carecemos de una visión del pasado suficiente para mirar nuestro ser nacional en toda su compleja extensión y hechura, carecemos de historia… como explicación del pasado y de historia como empresa de creación del futuro en el presente”. Por otro lado, las columnas de opinión de los periódicos del día gritan que hay exceso de historia, que se habla más del pasado que de solucionar los problemas vigentes. “¡Propaganda no es historia!”, exclamó una voz  desde el fondo del salón.
            Juan Alberto decidió expresar su desaprobación a la emigración y lo hace con una construcción común: “vámonos pa’ los ‘yunaiti’, pa’l imperio, dicen muchos… y llegan allá a limpiar y a estar de últimos”. Surgen otros brazos que se extienden para asentir a una explicación breve: si bien el emigrante llega a un territorio extraño para ubicarse de último en la fila (eso de dejar de ser cabeza de ratón aquí para ser cola de león allá), abundan los testimonios (como publicidad para los que se van) de quienes con una mano adelante y otra atrás, primero como barrenderos y lavaplatos, y luego en franco ascenso, se han incorporado a la clase media consolidada de su país destino  en menos de una década, cuando no a través de un salto increíble o con una suerte sorprendente, aun cuando ésta no sea la constante ni la totalidad de los casos lleguen a buen puerto. Esa aseveración gana el consenso y todo queda en un “es relativo”, sin embargo, la idea de luchar por cambiar la situación actual, el escenario detestable de la crisis económica, sigue latente.


Entre lo personal y lo colectivo

            La sociólogo ucevista Maritza Montero, refiere en “Ideología, alienación e identidad nacional” (1984) que el problema de la conciencia nacional es “una necesidad básica, expresada una y otra vez, como crítica, como sentimiento carencial, como acusación y como queja, y cuyo estudio y comprensión se presentan como imprescindibles en una sociedad que aspira a desarrollarse y que ha adquirido conciencia de su subdesarrollo”.
            Prosigue Marcel y despeja el debate con una línea que enciende las participaciones: “Los que se van buscan su felicidad personal, no el bien colectivo”. En un país en el que un evento llamado la “Expomigra” realizado recientemente en un lujoso hotel de Caracas, resulta un gran acontecimiento para la clase pudiente, pareciera que el asilo, el exilio o la emigración es parte del espectáculo. Acto seguido aparece un punto de encuentro para todos los participantes de la clase: quienes se han establecido fuera del país durante la última década lo han hecho persiguiendo su realización personal y abandonan las causas en contra del autoritarismo chavista. Empero, algunas muestras como las protestas internacionales simbólicas y la movilización de venezolanos en diversas instancias continentales y globales minaron de imprecisiones este comentario. Todavía se mantiene en el recuerdo la caravana de Miami a New Orleans para votar en contra de Nicolás Maduro, o la protesta de “No + Chávez”, o las concentraciones en Paris, Madrid, New York, Buenos Aires, Sao Paulo, Lisboa o Moscú en protesta contra el asesinato, tortura, violación y represión a estudiantes universitarios. Pareciera que la cortísima memoria nacional aun resguarda estos acontecimientos, frescos en el calendario, aunque no sabemos hasta cuándo.
            “¿Por qué se van? ¿Cómo decirles que no se vayan?”.
De repente el aula se sumergió en un breve silencio, acuerdo invisible por las partes. Duró un par de segundos y la clase comenzó a generar reflexiones orientadas hacia las miles de razones que justifican, o intentan justificar, el éxodo de venezolanos. ¿Cómo decirle a los muchachos que tienen algún oficio o que han salido de la universidad que deben encomendarse a los santos y fotocopiar una pila de currículos para conseguir, con suerte, algún empleo mediamente bueno y medianamente formal? ¿Cómo decirle al joven cuyo salario miserable no cubría los gastos básicos y se retiró del trabajo para dedicarse a la reventa de alimentos y productos de primera necesidad, que su futuro está en las colas y el bachaqueo y que evite pensar en salir espantado al extranjero? ¿Cómo detener a los hijos que lloran la pérdida de un familiar a manos del hampa o que no superan el traumático suspenso de aquel secuestro que arruinó a la familia tras pagar por la libertad del padre o del tío o del abuelo o del primo recién nacido? ¿Cómo decirle a la madre primeriza que no huya por la frontera o en el vuelo que logró conseguir luego de semanas intentando despegar desde Maiquetía cuando su cría vive de convulsión en convulsión a causa de la escasez de remedios para la fiebre? ¿Cómo frenar a los bachilleres de cualquier rincón de la patria cuando en su última clase el profesor pregunta a los presentes “qué harán al salir de aquí” y varios no disimulan para responder que su deseo es establecerse en cualquier país menos en éste que interpretan como una atmósfera de caos continuo y sin mejora aparente?
Agrega Enmanuel: “Existe una crisis de reconocimiento, de que el profesionalismo se sienta premiado por su esfuerzo y sacrificio”. Es pertinente traer a colación un fragmento del mencionado ensayo de Straka: “Es cierto que hay otros que han escogido el camino de las luchas políticas para cambiar las cosas con una ilusión y un misticismo de las mejores generaciones de la historia. No sabemos si terminarán con una tesitura moral como la de los gomecistas (…) ahora, como ciento diez años atrás, para muchos venezolanos la ‘visa para un sueño’ empieza a significar bastante más que una canción”.
            En mi primera clase como profesor universitario hace un año y medio hice una consulta entre los estudiantes: “levante la mano a ver quien considera necesario irse del país por la situación actual”. De 35, apenas nueve reaccionaron negativamente y, entre ellos, la respuesta fue común: “nosotros no nos vamos porque no tenemos cómo. Y además, ¿con quién dejamos a la familia?”. No todo es pesimismo, o no todo es una búsqueda interminable de excusas para correr fuera de Venezuela. Los estudiantes de la clase se expresaban con claridad. El texto de Straka incorporó referencias documentales importantes extraídas de la literatura nacional.
En el aula se mantuvo la búsqueda de un nuevo consenso, esta vez sobre una posible solución al problema. Alejandro pronunció una frase que arrojó luz al respecto: “Hay un sector del país que tiene la esperanza de que todo el que ha emigrado o los que están por emigrar traigan a su regreso ideas para innovar y salir adelante”. Es decir, lo que él percibe, refrendado por la mayoría de sus compañeros, es que muchos de los que emprenden en otro territorio regresarán cuando consideren a bien hacerlo, o cuando el país se los permita, o cuando la situación económica, política y social sea atractiva o medianamente estable para invitarlos a volver, para traer planes de progreso: nuevos proyectos, nuevas formas, nuevos métodos que promuevan el crecimiento y el desarrollo. Además, los que retornarían, partiendo del planteamiento de Alejandro, serían personas particulares, capital privado que se sumaría a la actividad empresarial, comercial, industrial, no gubernamental ni pública. Ideas para explorar un paraíso poco explotado y bastante perseguido por la Revolución Bolivariana: la libre empresa. En el mismo espíritu se sumó Nazareth, resistiéndose a que la crisis del sistema socave todas las iniciativas de la sociedad: “no te puedes estancar aunque el país así lo quiera”. Salir adelante. Un aliento extraviado en un país que asusta.

¿Quiénes se van y quiénes se quedan?

            Para terminar, cabe preguntar: ¿Quiénes se van? Los que desean huir, salir disparados de esta realidad terrorífica. La mayoría son jóvenes. Ellos venden su laptop o el Playstation o el vehículo que coronó todos sus ahorros o las pocas pertenencias con las que contaba su inventario y compran un boleto para partir a las buenas de Dios, o toman carretera y huyen por la frontera de Colombia o Brasil, o zarpan hacia Trinidad y de ahí en adelante trazan nuevas rutas como polizontes.
¿Quiénes se quedan? Los pobres. Los que no tienen cómo aliviar el hambre o cómo pagar el cada vez más costoso transporte público. Estos, son la mayoría. Abundan. Superan en número a cualquier otro renglón de la sociedad, aunque cada vez incrementa la igualación de la sociedad hacia abajo. La única igualdad que logró el gobierno fue la de lograr que todos carecieran de la libre adquisición de productos de primera necesidad. 16% de los venezolanos que habitan las áreas rurales comen una o dos veces al día. En las zonas rurales esta estadística llega al 35% de la población (Encuesta Nacional de Condiciones de Vida, mayo 2015). El hambre es una constante y quienes tienen hambre no pueden emigrar porque sus preocupaciones son la subsistencia, no la mejoría de sus condiciones, si es que la migración pudiera de verdad lograr eso para todos.
En contraposición con esto, si sabemos quiénes quedan luego de la estampida de la clase media y de los jóvenes, estudiantes, emprendedores, técnicos y profesionales, ¿qué grupos están quedando dentro del país para su eventual recuperación? ¿Quiénes permanecerán integrando las élites políticas, sociales, económicas y renovarán los puestos de comando cuando el sistema lo requiera? Valdría decir a manera de respuesta que el mejor recurso humano de la nación, los profesionales con currículo calificado en áreas especializadas, con mayor experiencia y oportunidad de diversificar sus funciones por el manejo de idiomas y otras destrezas agregadas, es el que se encuentra o fuera del país, o en trámite para irse. No en balde entre las miles de solicitudes que colapsan el sistema de asignación de citas para legalización de documentos en el Ministerio de Educación Superior y apostilla en el Ministerio de Relaciones Exteriores se encuentra lo mejor de cada aula, los alumnos más resaltantes y los profesionales más destacados en sus áreas de conocimiento. Dejan el país, desde luego, con un creciente vacío de cerebros que será necesario en un eventual cambio de gobierno. Sin embargo, en los blogs y páginas de Facebook en donde se agrupan cientos de miles de venezolanos que se establecieron en todo el mundo, se lee la intención real de muchos: “Hola, es Mila Alvaray. Soy maracucha y tengo meses que me vine a Argentina. Estoy aquí esperando que la cosa mejore en Venezuela. No sé cuánto dure por estos lados. ¿Saben dónde puedo comprar arepas en esta ciudad?”; “Saludos. Por acá Martín González. Abogado y profesor universitario. Vivo en Ciudad de Panamá pero pronto viajaré a Lima. Vengo de Carúpano pero la situación del país me hizo salir a buscar oportunidades. Me anexo a este grupo para mantener contacto con ustedes”.
La “Generación X” se ocupó de las necesidades individuales y obviaron la realidad colectiva cuando a la par el sistema democrático caía por un despeñadero. Cuando el rentismo colapsó, lo hicieron también las aspiraciones de aquellos jóvenes que crecieron rodeados de antipolítica. Por otro lado, la generación actual, conformada por los que huyen de la crisis y los que la viven en carne propia sin expectativa de salir de la rutina, ha estado atenta a la evolución del autoritarismo que, al igual que el resto de los gobiernos centralistas, se apoyó en el control de los recursos (renta) y el reparto de dólares baratos para posicionarse y adueñarse del Estado. Ahora, tras presenciar el control absoluto de todos los poderes por parte de un partido único, toca pensar con qué recurso humano Venezuela relevará a los que hoy la han llevado a sus circunstancias más dramáticas y vergonzosas. Si los más capacitados partieron a nuevas tierras persiguiendo sueños recalculados en otros escenarios, queda el resto, los que no se irán, luchando por una bocanada de aire a medida que la crisis avanza. ¿Quiénes se incorporarán a liderar el cambio necesario? ¿Quiénes estarán en la vanguardia de las transformaciones? El país sufre a consecuencia del gobierno de los peores de su generación y el reemplazo no puede ser otra vez lo peor de las nuevas camadas de venezolanos.

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