Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

lunes, 31 de agosto de 2015

Yo conocí a Franklin Brito

 
         Ver a Franklin Brito convertido en un esqueleto, perdiendo facultades mentales y físicas a causa de un ayuno que no tuvo retorno, impresionó a todo el país. Fue expropiado, secuestrado y torturado. Su único anhelo era recuperar su propiedad, la principal garantía de la democracia. Chávez lo dejó morir. Cinco años después, Brito es un símbolo de la lucha por los derechos fundamentales de la sociedad venezolana.
                Septiembre del año 2009: diez jóvenes estudiantes universitarios del estado Anzoátegui y una joven de Monagas decidimos iniciar una huelga de hambre en las inmediaciones de la oficina de la OEA en Caracas. Finalidad: la liberación de Julio Rivas, joven carabobeño hecho preso en una manifestación estudiantil en la ciudad capital algunos días atrás. Varios días de ayuno nos hicieron ganar la atención del mundo ante la cruenta represión que Hugo Chávez iniciaba con el movimiento universitario que impidió la reforma de la Constitución de Venezuela un par de años atrás. A unos pocos metros del campamento de la huelga a la que se sumaron 146 jóvenes con el pasar de los días, yacía Franklin Brito, un biólogo y productor agropecuario del estado Bolívar que reclamaba el correcto proceder del Estado ante el solapamiento de parte de sus tierras y la aclaración de algunos turbios beneficios que quería otorgarle el gobierno.
                Los mecanismos de Brito siempre fueron radicales: llegó a cortarse un dedo en frente de las cámaras de televisión, se cosió la boca y cumplió siete huelgas de hambre. Sin embargo, en un país convulso y colapsado por un ambiente hostil en todos los órdenes, el grito de un hombre del agro parecía una hoja más en la selva… hasta que la noticia en la OEA tomó otras proporciones.
En el año 2004, Franklin Brito hizo su primera huelga en la Plaza Miranda de Caracas en protesta por la invasión en parte del terreno del fundo “La Iguaraya”. 2005, 2006 y 2007: años de disputas con el INTI y el TSJ por la revocatoria de las cartas agrarias de la propiedad de Brito. Incluso, fue emitida una indemnización de 150 mil bolívares con algunos beneficios sociales en el año 2008, acción cuestionada por el biólogo quien demandó el esclarecimiento de los fondos de esos recursos. El 2 de julio de 2009 inició una huelga de hambre en la sede de la OEA en Caracas.
Desde diciembre de 2009 hasta agosto de 2010, el caso de Brito ganó la atención de la opinión pública nacional y de la prensa internacional. Fue trasladado por la fuerza desde la sede de la OEA en Las Mercedes, hasta el Hospital Militar de Caracas. En enero de 2010 la CIDH dictó medidas cautelares para que se retirase a Brito del Hospital Militar y recibiera cuidados médicos por la Cruz Roja Internacional. El dictamen nunca se acató. El 17 de agosto de 2010 el peso de Brito era de 38 kilos y su masa muscular apenas alcanzaba el 10%. Falleció trece días después.
En mayo de 2011 los familiares de Brito fueron agredidos en las puertas del Ministerio Público en Caracas, cuando intentaban introducir un documento solicitando la investigación de los hechos que condujeron a la muerte del huelguista. El caso llegó a instancias internacionales aunque las recomendaciones y comentarios emitidos no fueron escuchados por el gobierno chavista.
El periodista Joseph Poliszuk, inició su Expediente sobre el caso con las siguientes líneas: “Cuesta imaginar que de un fundo perdido en el camino a Caicara del Orinoco salieron las patillas más grandes del estado Bolívar. Donde había yuca, melón y otras siembras, ahora lo que sobra es monte. El paisaje es único: la maleza hoy arropa casi todas las 290 hectáreas por las que Franklin Brito murió en huelga de hambre” (El Universal, 31-07-2011). “La Iguaraya” llegó a producir millones de kilos de patilla, ñame y otras frutas y verduras. Hoy es una tierra improductiva, peleada por invasores.

Ángel Arellano

domingo, 23 de agosto de 2015

Xenofobia y estado de excepción

 

         Xenofobia: Miedo, hostilidad, rechazo u odio al extranjero, con manifestaciones que van desde el desprecio y las amenazas, hasta las agresiones y asesinatos.
                Cuando Donald Trump, el multimillonario convertido en candidato presidencial, emitió su declaración en contra de la migración de mexicanos a Estados Unidos, Latinoamérica se sacudió en cuestión de segundos. Las figuras más prominentes de la región, en todos los órdenes, condenaron la reacción xenofóbica del magnate.
                Sin embargo, mientras el mundo se ha ocupado sin tregua de crucificar a uno de los hombres más ricos del planeta, al Sur, en Venezuela, la xenofobia tiene un mes practicándose con el silencio de todas las naciones del continente.
                Tras el inicio de las Operaciones de Liberación del Pueblo (OLP), Nicolás Maduro activó una política comunicacional de condena al “bachaqueo” y al contrabando en el intento de posicionar ambas actividades como las culpables de la escasez generalizada. La línea de Maduro no ha levantado resultados positivos, toda vez que los estudios de opinión, exceptuando los del siempre complaciente Oscar Schemel (Hinterlaces), muestran el rechazo al gobierno en una relación de ocho contra dos.
                Las OLP se han ejecutado con un alto componente xenofóbico. Miraflores le dio un receso  a la controversia teatral con Guyana para direccionar su artillería a la zona limítrofe más caliente del subcontinente.
                La muerte de cuatro funcionarios de la Guardia Nacional fue la cortina utilizada no sólo para bloquear el paso fronterizo con Colombia, sino para accionar un peligroso dispositivo: el estado de excepción. Cinco municipios del estado Táchira son los afectados por este decreto que desmonta la legalidad y permite la arbitrariedad de la fuerza sin regulaciones ni contemplaciones.
                La razia de las OLP en el marco de la “excepción” persigue sembrar miedo y desmotivar al público electoral, al tiempo que incorpora un nuevo “culpable” de la crisis: los colombianos.
                Ciudadano colombiano que sea detenido en la frontera o en sus cercanías es deportado. ¡Sin chistar!
                Recordemos que luego de la OLP en la Cota 905 de Caracas, 32 ciudadanos colombianos fueron detenidos en circunstancias no aclaradas. Igualmente, en Táchira, el gobernador chavista ha encabezado las redadas que culminan con un considerable número de expulsados del país.
                El laboratorio de Twitter del gobierno, a cargo de Jorge Rodríguez, el psiquiatra de la Revolución, posicionó una etiqueta: “#YoApoyoElCierreDeLaFrontera”. A la par, se inundaban las redes sociales con imágenes de supermercados en Cúcuta totalmente abastecidos (como los de Venezuela hace unos cinco años) con frases del siguiente calibre: “En Colombia no hacen colas porque se roban nuestra comida”. Esto fue presentado en televisión por Rodríguez para justificar, con “el respaldo mayoritario” de la atmósfera tuitera, el cierre que colapsa a la región andina y afecta a miles de personas de ambas naciones.
                No impresiona el accionar del gobierno como sí lo hace el silencio de Latinoamérica, incluyendo al propio presidente Santos quien no ha tenido una respuesta acorde a estos operativos xenofóbicos con fines electorales que en cualquier momento se pueden salir del control del chavismo, como suele suceder.
                Alguien en Twitter comentó: “Si Maduro creara campos de exterminio, algunos ‘políticos’ dirían: sólo es un globo de ensayo, un trapo rojo, una distracción”. Incómoda verdad.

Ángel Arellano

Los pueblos no se miran nunca en el espejo


“Su padre, abogado de prestigio vinculado al gabinete del presidente Companys, había tenido la clarividencia de enviar a su hija y a su esposa a vivir con su hermana al otro lado de la frontera al inicio de la guerra civil. No faltó quien opinase que aquello era una exageración, que en Barcelona no iba a pasar nada y que en España, cuna y pináculo de la civilización cristiana, la barbarie era cosa de los anarquistas, y éstos, en bicicleta y con parches en los calcetines, no podían llegar muy lejos. Los pueblos no se miran nunca en el espejo, decía siempre el padre de Clara, y menos con una guerra entre las cejas. El abogado era un buen lector de la historia y sabía que el futuro se leía en las calles, las factorías y los cuarteles con más claridad que en la prensa de la mañana. Durante meses les escribió todas las semanas. Al principio lo hacía desde el bufete de la calle Diputación, luego sin remite y, finalmente, a escondidas, desde una celda en el castillo de Montjuïc donde, como a tantos, nadie le vio entrar y de donde nunca volvió a salir”.


Tomado de “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón (Planeta, 2013).

lunes, 17 de agosto de 2015

El elefante en la cristalería

         Partamos de la siguiente premisa: ni al gobierno de Chávez ni al de Maduro le ha interesado, le interesa o le interesará la inseguridad ciudadana. Nunca. Ellos lo reconocen tácitamente. Veinticinco planes de seguridad han sido impulsados desde que llegaron al poder en 1999 y ninguno ha dado resultados eficientes. Cada uno estuvo acompañado de la misma plegaria demagógica: “Ahora sí vamos con todo contra el hampa”, “Llegó el momento de acabar con la delincuencia”, “Con el ‘Patria Segura’ sí tendremos barrios tranquilos”. Un castillo de naipes.
            Hace exactamente un mes, el 13 de julio, el chavismo anunció con bombos y platillos, y con muertos y disparos, el nuevo plan de seguridad para, “ahora sí”, acabar con la delincuencia: Operación para la Liberación y Protección del Pueblo (OLP). “Liberarlo” y “protegerlo” de la violencia. ¿Cómo? Con más violencia, intentando captar la simpatía de los que están “a monte” por culpa de la delincuencia. “¡Plomo parejo!”. Artimaña electoral. Por naturaleza al gobierno le interesa el conflicto, no la paz. Desde hace más de tres lustros los derechos humanos valen lo mismo que las balas que han asesinado a más de 300 mil compatriotas en las calles.
            Como la propaganda da para todo cuando se tiene el control para coaccionar a medios de comunicación independientes cerrando emisoras y canales de televisión, persiguiendo tuiteros, periodistas y páginas web a la par de la consolidación de una plataforma mediática estatal sin límites, al gobierno no le cuesta mucho poner de moda nuevos términos. Es así como los revendedores, especuladores, acaparadores y buhoneros, calificativos históricos incluso en la Revolución, pasaron a ser “bachaqueros”. De la misma forma se insertó en la agenda pública la sigla OLP. Ahora cualquier frase emitida por la nomenclatura chavista pasa por aderezarla con esas tres letras.
            Paradójico que en el país con más homicidios per cápita  en toda América sea tema de discusión el nuevo programa de seguridad que tiene más de reality show sangriento que de programa, un espectáculo en el que contingentes de militares y policías invaden los barrios más peligrosos para “liberar” por unos minutos al pueblo de sus verdugos que a la sazón están pagados por la derecha, la oposición, Estados Unidos… Por unos minutos. No se ha detectado un descenso en el índice de violencia luego de las sacudidas que se llevan por el medio a culpables, sospechosos e inocentes. ¿Será casualidad que ningún “pran” relevante ha caído tras alguna de las OLP practicadas?
            De acuerdo con cifras oficiales se han realizado 21 operativos de las OLP en 12 estados. La intervención de 17 mil efectivos ha dejado un saldo de 931 detenidos y 52 muertos. Han decomisado 1017 armas y 2094 municiones, menos de lo que se encuentra en cualquier centro penitenciario del país. 27 funcionarios fueron necesarios para realizar una detención, 221 para decomisar un arma, 154 para rescatar un vehículo, 307 para una moto, y 60 para recuperar uno de los 356 apartamentos de Misión Vivienda dentro de las “Zonas de Paz” (hay docenas de denuncias por desalojos injustificados).
            Existe una desproporción evidente en las OLP. Una “cayapa” para capturar a un delincuente. No actúan fiscales, defensores ni garantes de los Derechos Humanos. Y se preguntará alguien ¿para qué DDHH si están matando malandros? La fuerza, cuando se desborda, arremete contra todo lo que está a su paso. Van muchas denuncias por abusos contra inocentes… y las que faltan. Como me dijo mi amigo Max Guerra, es como meter a un elefante en una cristalería.

Ángel Arellano

martes, 11 de agosto de 2015

Por la plata bailan muchos

En una parada de carritos en Puerto La Cruz escuché a dos doñitas hablar del salto de talanquera de ciertos dirigentes de la oposición que ahora se presentan como candidatos alternativos, independientes o rebeldes. La frase que coronaba la conversación es una muy resuelta y por demás conocida: "¡por la plata baila el mono!".
Quienes han visto la política como oficio para el enriquecimiento fácil, son de mente muy corta. Fanáticos de la superficialidad, ajenos a la historia. Para nuestra desgracia no son pocos los que aspiran un poquito del calor que emana el poder para sacar beneficio propio. ¡Si es en dólares mejor!
De la política a los realazos sólo queda una moraleja: hace falta sangre nueva porque la actual está contaminada y limpiarla es muy costoso para la nación. De tal manera que es menester atender con mayor interés la formación educativa, política y práctica, de las nuevas generaciones de dirigentes políticos que hoy están dando sus primeros pasos en los equipos juveniles de los partidos, universidades públicas y privadas, colegios, liceos, en organizaciones independientes, en las librerías, redes sociales y en las plazas públicas escuchando, absorbiendo, observando todo lo que sucede. Para desdicha de muchos, sobre todo para desgracia del país, varios jóvenes que se han hecho con un espacio en los cargos de elección popular han desviado el camino vendiéndose por algunas morocotas. Existe una camada, adelantada, que se corrompió al "llegar". Tarea para corregir.
Los jóvenes de hoy no la tienen fácil. Su misión es sobrevivir a la crisis, reconstruir el país, restablecer la democracia y unir la nación. Mientras crecen, por otro lado el Estado colapsa y con él la élite que juega el ajedrez político. Nuevas generaciones, nuevos retos.


Ángel Arellano

lunes, 10 de agosto de 2015

El pueblito y su pobreza

 

La angustia se apoderó del pueblo al saber que el kilo de verdura alcanzó los 100 bolívares. Iniciando el año, en enero, los cartones que anunciaban los precios en los tarantines de la avenida principal, al igual que en los pequeños locales del Mercado Municipal, resaltaban "Verdura a 25 el kilo". Ahora, apenas siete meses más tarde, el monto se multiplicó por cuatro.
En las casas del barrio las sopas se hacen con el mismo hueso. Quedaron para el recuerdo los cruzados de res con pollo y los suculentos sancochos de pescado. El kilo de lagarto llegó a los 600 bolívares y el de pollo a 500. Del solomo se olvidaron porque con un kilo en 1200 bolívares ya nadie quiere saber de bistec. Si antes era costoso hacer un parrillita, ahora lo es veinte veces más. Un lujo. La proteína desapareció del plato en que come el pobre.
Aun cuando el pueblo está rodeado de fincas, hatos y tierras productivas, cercanas al río y con un clima que permite la siembra durante todo el año, no hay vacas, ni gallinas, ni cosechas. Los pocos peces que sacan las atarrayas son algunas guabinas, buscos, bagres y loras captadas en la laguna.
Los chanceros que esperan turno en el muro del cementerio para que algún patrón eventual los invite a limpiar un patio, levantar un muro, "echar" un piso o acomodar la línea de alguna parcela, recogen las piedras del asfaltado que no ha llegado a la avenida principal. A los ingenieros de la Alcaldía se les ocurrió romper toda la vía y ahora la polvareda es tremenda. Las máquinas para tal labor se encuentran cumpliendo otras funciones en nombre del "socialismo", la "patria" y vaya usted a saber qué otro eslogan.
En el pueblo no hay trabajo. Los muchachos, cuando no andan matando el tiempo vendiendo lotería o taxiando en una moto, alzan vuelo hacia la ciudad. Pero allá tampoco encuentra nada. Los recibe la crisis con los brazos abiertos. Tanto estudiar, tanto sacrificio, tanto desvelo, para terminar buscando un sitio en el bachaqueo, el único oficio rentable que no exige currículo ni conocimiento.
El viejo que llevaba en la espalda su machete envuelto en papel periódico luego de una faena cortando el monte en el fondo de una casa colonial, exclamó un punto de encuentro: "¡a lo que hemos llegado!". Quien lo acompañaba, el aparente ayudante, respondió: "¡y lo que falta!".
En el pueblo las colas para tomar el autobús son enormes. El número de habitantes se multiplicó en menos de tres lustros, pero la cantidad de unidades de transporte decreció. En la avenida esperan una, dos, tres, cuatro horas. La Alcaldía, tras demoler la vieja parada, pequeña y agrietada, prometió un terminal “de primer mundo”, avalando inconscientemente el abismo que existe entre el pueblo y la civilización moderna. Pero el nuevo alcalde ya va para dos años en la silla y no ha puesto ni un tabelón en el sitio. Una mata de mango con escasa sombra recibe y despide a propios y visitantes.
Al pueblo llega a cuentagotas el arroz, la pasta, el jabón, el aceite, los bombillos, los remedios, los repuestos. Estar rodeado de tierra fértil no sirve de nada porque el gobierno nos dijo que lo importante era la integración con nuestros hermanos latinoamericanos. Por eso comemos caraotas de Nicaragua, pollos de Brasil, atún de Ecuador y carne de Argentina. Nada es hecho en casa.
El campo muere de mengua y el pueblo llora por un vaso de leche. El tractor se quedó sin cauchos, al camión se le dañó el motor y la cosechadora espera por una batería nueva. Volvimos a los tiempos del burro, el conuco, el fogón y la leña, justo cuando nos decían que la Revolución iba pa' lante.

Ángel Arellano

martes, 4 de agosto de 2015

¿Qué sucedió en San Félix?

 
         Una explosión social a menor escala censurada por los medios de comunicación de largo alcance exceptuando las hasta ahora “libres” redes sociales (a pesar de que sean otro espacio para la persecución).
         La ola de saqueos se desarrolló en varios puntos del país, todos con la coincidencia del desabastecimiento. Guayana fue el foco más importante, el que captó toda la atención. El saqueo es una respuesta a la escasez, y, aunque es un método violento que por su naturaleza anárquica, destructora de la propiedad, se distancia de los mecanismos cívicos y democráticos para exigir respuestas a la crisis nacional, es una realidad que está allí, latente, muy presente en cualquier región esperando para hacer erupción.
         En Guayana, el gobernador oficialista se encontraba concentrado en la “Expobolívar” para el momento de los hechos. Un evento que reúne, según informó a la prensa, más de 300 expositores entre “inversionistas, productores, industriales y nuevos emprendedores”. Esta es la ficción, la fábula narrada por el gobierno en la que el estado Bolívar es un referente, un “polo en franco desarrollo” como lo bautizaron los ingenieros de Harvard y el Massachussetts Institute of Technology cuando participaron en el diseño de la ciudad de Puerto Ordaz hace más de cincuenta años atrás sin saber que hoy sería ejemplo de caos urbanístico y desorden existencial. En la vida real, la hemeroteca más simple recoge miles de reportes, boletines oficiales, investigaciones y testimonios extraoficiales que soportan la verdad verdadera: las empresas básicas de Guayana, emblema de la región, tienen años en quiebra manteniendo sus gruesas nóminas con asignaciones especiales del Gobierno Nacional sin generar ningún aporte al país más allá de un modelo expropiación absurda de lo que antes era productivo y rentable, para convertirlo en una rémora que desangra al Estado. De tal manera que una “Expobolívar” sólo tendría lógica si exhibe las ruinas de la Corporación Venezolana de Guayana, las mafias del oro y la contaminación de su extenso reservorio natural, comenzando por “El soberbio Orinoco” de Verne.
         En este marco han ocurrido en Bolívar una serie de saqueos que cobraron la vida de un ciudadano y dejaron más de tres decenas de heridos, de acuerdo con los números oficiales. Igualmente, el balance arroja pérdidas materiales incuantificables y una sociedad en shock.
         El espectáculo se apoderó de inmediato de la noticia. La imagen del charco de sangre en que dio su último respiro el fallecido copó las redes sociales. En segundos la expresión en todos los círculos sociales que conversaban sobre estos hechos, era la siguiente: “¿Viste? ¡Aquí va a venir un peo!”.
         Tras los hechos de San Félix llegaron informaciones de otros altercados de menor nivel pero que preocupan igual que el primero. ¿Por qué? Se ha subestimado la reacción que puede tener la población general ante una situación de crisis que asfixia a la familia venezolana y atenta contra su necesidad más inmediata: el hambre.
         Mientras el show continúa en cadena nacional y los canales de televisión públicos y privados no sólo obvian la tensión sino que suprimen la noticia de lo acontecido en Bolívar; mientras el debate de la élite política de ambos sectores está concentrada en el evento electoral, el oficial dedicado al abuso y el opositor colocándole velas a “san acuerdo”; mientras el dólar sube y los economistas hablan en su complejísima jerga sin que la mayoría comprenda; mientras la cultura, la reflexión y la educación son elementos que no están en la agenda del pobre porque su prioridad es comer; abajo, en la sociedad llana, en la tierra y el asfalto, donde todos somos iguales, el descontento sigue en vertiginoso ascenso, nuestra indiscutible bomba de tiempo.
         No se puede obviar el hambre de la gente. Rememorando unas palabras antisistema de Rafael Caldera a manera de ilustración y no de invocar los hechos que la inspiraron, podemos decir que “es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer”. Y el problema es ese, la democracia, el respeto a un sistema que funciona y funcionó en este país, pero que 16 años de condena lo han mostrado, con el agregado de que buena parte de la sociedad convalida esta aseveración, como un hecho borroso, impreciso, de difícil recuerdo.
         Si algo nos va a costar luego de esta crisis y de reinstitucionalizar el Estado, es acostumbrarnos a producir, volver a ver los anaqueles llenos, volver a ahorrar, volver a invertir legalmente, neutralizar el bachaqueo y mantener a raya al abuso, la palanca y la rosca.
         ¿Queremos un estallido social? ¿Queremos una vaguada de saqueos en todo el territorio? ¿Queremos que la democracia termine siendo un objeto inalcanzable en vez de un fin en sí mismo? Recojo una reflexión que encaja en este momento, proviene de un ensayo del filósofo español Julián Marías, citado por el doctor Ramón Guillermo Aveledo en su discurso ante el “Diálogo con justicia por la Paz” del año pasado: “Los políticos, los partidos, los votantes, ¿querían la guerra civil? Creo que nadie la quiso entonces, pero ¿cómo fue posible? Lo malo es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil, quisieron: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al otro con el mal. c) No tenerlo en cuenta ni quiera como pedido real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo del medio políticamente, físicamente si es necesario. Se dirá que esto es una locura, lo era, encontramos la posibilidad de la locura colectiva o social, de la locura histórica”.
         No porque algo esté quieto significa que deja de representar un peligro latente. A veces el ruido ensordecedor viene precedido de un silencio sepulcral en el que nada más se perciben algunas voces, ondas lejanas que claman por el orden y la cordura. Un fragmento que no he dejado de referir últimamente es el siguiente, extraído del libro “Ideología, alienación e identidad nacional” de la socióloga Maritza Montero: “Lo que ha sido reprimido, suprimido y negado continúa ocupando un lugar y no ha dejado de existir por el hecho de que haya sido ocultado e ignorado”.
         Hay un volcán esperando que el engranaje del reloj marque su tiempo. Nadie quiere que explote pero nadie hace algo para evitarlo. Por un lado, el régimen protagoniza una épica de agitación, confrontación, propaganda y uso de todos los poderes en contra de su adversario. Por el otro, la disidencia resiste los embates con una debilidad estratégica central: carecen de un plan común, pactado y acordado que trascienda la coyuntura electoral ante una eventual sustitución del gobierno vigente, bien por una victoria tajante sobre el chavismo en la Asamblea Nacional, bien en un escenario de transición, bien en unas elecciones generales anticipadas, bien en un referendo a Nicolás Maduro, etc. Los actores pueden prevenir la erupción. El oficialismo querrá, como de costumbre, profundizar en el clientelismo, las dádivas y el engaño. La oposición puede orientar el descontento hacia una fulminante derrota del gobierno, un pase de factura que agrupe a radicales, indecisos y “chavismo light” llamando a castigar la crisis a través del voto, el principal activo de la democracia.


Ángel Arellano

lunes, 3 de agosto de 2015

Sobre el crecimiento poblacional


Dijeron (y nos convencieron de) que este país era rico. Rico por naturaleza. Rico por obra y gracia de Dios. Rico por bendición de la geografía y los minerales. No por el trabajo. ¡Nada de eso! ¿Qué es el trabajo? ¿Si somos ricos para qué trabajar?
También dijeron que el petróleo todo lo podía y todo lo solucionaba. El petróleo, mentor y rector. Jefe y fuente inagotable. Benefactor definitivo. No nos dijeron qué hacer, ni cómo. No hablaron de producir ni de crear con nuestras manos. No hablaron de sembrar, pescar, inventar, idear, estudiar. Llegó el petróleo y sólo había que cuantificar la ganancia.
Ahora… ni hacemos, ni trabajamos, ni producimos, ni comemos.
De todas las calamidades que colman nuestra sociedad hay una que me preocupa más, atormenta diariamente con pasmosa puntualidad: la densidad poblacional. Mientras en el país-circo todos observan la función, y los ladrones gobiernan, las mafias hacen negocios, el dinero desaparece (porque para colmo de males ahora hasta los billetes escasean) y los alimentos se encuentran sólo en las redes del bachaqueo, el número de personas aumenta sin ningún control. Nuevos venezolanos que demandan más asistencia social, más educación, más viviendas, más puestos de trabajo, más áreas públicas, más espacios de recreación, más calles y carreteras, más estacionamientos, más urbanismos...
En 1981 la población era de 14 millones y medio de habitantes. En 1990 superamos los 18 millones, llegando luego en 2001 a 23 millones y en 2011 a 28 millones (Fuente: http://www.ine.gov.ve). Hoy, por lo que dicen muchos, somos más de 30 millones de venezolanos.
Un país con apenas un pequeño número de escuelas operativas por encima de las que tenía hace 30 años, con un sistema de salud pública colapsado (tanto el oficial-institucional como el paralelo creado a partir de las Misiones del gobierno de Chávez), con servicios públicos en la cuerda floja por la calamidad del crecimiento excesivo de las barriadas, sectores populares, invasiones y ocupaciones ilegales que dan la vuelta al cerro con nuevos asentamientos que en pocos años serán más extensos y habitados que el pueblo o ciudad de origen, con una producción de alimentos infinitamente menor a la que tenía 16 años atrás; ese país, con esas condiciones, es el que crece en el vientre del embarazo precoz, de las matronas y de las familias que sin recursos económicos ni planificación siguen trayendo al mundo nuevas criaturas que vivirán en el caos existente.
¿Difícil de digerir? ¿Injusto? Capaz lo sea.
Si hay un problema que requiere discusión y atención en Venezuela es su desmedido crecimiento demográfico. Los niños, y los bebés que pronto serán niños, sólo ven y verán el desmoronamiento del proyecto socialista impreciso e ineficiente que colmó de calamidades a la nación.
Esta preocupación no es una novedad. Intelectuales de alto vuelo, y que estuvieron en puestos de comando del Gobierno Nacional años atrás, advirtieron esta situación alarmante. Resalto a Juan Pablo Pérez Alfonso y Arturo Uslar Pietri como dos eternos críticos de la política poblacional. Venezuela, que en un primer momento abrió sus puertas a emigrantes europeos y americanos, en procura de fortalecer su precaria mano de obra y capacidad profesional, hoy está desbordada por sus propios hijos. De todos nuestros males, el embarazo precoz ha sido históricamente desatendido. Y aunque muchos lo obvien, porque es un tema impopular o porque en un país mayoritariamente poblado por pobres no resulte “políticamente” atractivo (y hasta contraproducente), requiere que alguien, o mejor, que todos, le metamos el diente.

Ángel Arellano