“Su padre, abogado de prestigio vinculado al gabinete del
presidente Companys, había tenido la clarividencia de enviar a su hija y a su
esposa a vivir con su hermana al otro lado de la frontera al inicio de la
guerra civil. No faltó quien opinase que aquello era una exageración, que en
Barcelona no iba a pasar nada y que en España, cuna y pináculo de la
civilización cristiana, la barbarie era cosa de los anarquistas, y éstos, en
bicicleta y con parches en los calcetines, no podían llegar muy lejos. Los
pueblos no se miran nunca en el espejo, decía siempre el padre de Clara, y
menos con una guerra entre las cejas. El abogado era un buen lector de la
historia y sabía que el futuro se leía en las calles, las factorías y los cuarteles
con más claridad que en la prensa de la mañana. Durante meses les escribió todas
las semanas. Al principio lo hacía desde el bufete de la calle Diputación,
luego sin remite y, finalmente, a escondidas, desde una celda en el castillo de
Montjuïc donde, como a tantos, nadie le vio entrar y de donde nunca volvió a
salir”.
Tomado de “La sombra del viento” de Carlos Ruiz Zafón
(Planeta, 2013).
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