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martes, 4 de agosto de 2015

¿Qué sucedió en San Félix?

 
         Una explosión social a menor escala censurada por los medios de comunicación de largo alcance exceptuando las hasta ahora “libres” redes sociales (a pesar de que sean otro espacio para la persecución).
         La ola de saqueos se desarrolló en varios puntos del país, todos con la coincidencia del desabastecimiento. Guayana fue el foco más importante, el que captó toda la atención. El saqueo es una respuesta a la escasez, y, aunque es un método violento que por su naturaleza anárquica, destructora de la propiedad, se distancia de los mecanismos cívicos y democráticos para exigir respuestas a la crisis nacional, es una realidad que está allí, latente, muy presente en cualquier región esperando para hacer erupción.
         En Guayana, el gobernador oficialista se encontraba concentrado en la “Expobolívar” para el momento de los hechos. Un evento que reúne, según informó a la prensa, más de 300 expositores entre “inversionistas, productores, industriales y nuevos emprendedores”. Esta es la ficción, la fábula narrada por el gobierno en la que el estado Bolívar es un referente, un “polo en franco desarrollo” como lo bautizaron los ingenieros de Harvard y el Massachussetts Institute of Technology cuando participaron en el diseño de la ciudad de Puerto Ordaz hace más de cincuenta años atrás sin saber que hoy sería ejemplo de caos urbanístico y desorden existencial. En la vida real, la hemeroteca más simple recoge miles de reportes, boletines oficiales, investigaciones y testimonios extraoficiales que soportan la verdad verdadera: las empresas básicas de Guayana, emblema de la región, tienen años en quiebra manteniendo sus gruesas nóminas con asignaciones especiales del Gobierno Nacional sin generar ningún aporte al país más allá de un modelo expropiación absurda de lo que antes era productivo y rentable, para convertirlo en una rémora que desangra al Estado. De tal manera que una “Expobolívar” sólo tendría lógica si exhibe las ruinas de la Corporación Venezolana de Guayana, las mafias del oro y la contaminación de su extenso reservorio natural, comenzando por “El soberbio Orinoco” de Verne.
         En este marco han ocurrido en Bolívar una serie de saqueos que cobraron la vida de un ciudadano y dejaron más de tres decenas de heridos, de acuerdo con los números oficiales. Igualmente, el balance arroja pérdidas materiales incuantificables y una sociedad en shock.
         El espectáculo se apoderó de inmediato de la noticia. La imagen del charco de sangre en que dio su último respiro el fallecido copó las redes sociales. En segundos la expresión en todos los círculos sociales que conversaban sobre estos hechos, era la siguiente: “¿Viste? ¡Aquí va a venir un peo!”.
         Tras los hechos de San Félix llegaron informaciones de otros altercados de menor nivel pero que preocupan igual que el primero. ¿Por qué? Se ha subestimado la reacción que puede tener la población general ante una situación de crisis que asfixia a la familia venezolana y atenta contra su necesidad más inmediata: el hambre.
         Mientras el show continúa en cadena nacional y los canales de televisión públicos y privados no sólo obvian la tensión sino que suprimen la noticia de lo acontecido en Bolívar; mientras el debate de la élite política de ambos sectores está concentrada en el evento electoral, el oficial dedicado al abuso y el opositor colocándole velas a “san acuerdo”; mientras el dólar sube y los economistas hablan en su complejísima jerga sin que la mayoría comprenda; mientras la cultura, la reflexión y la educación son elementos que no están en la agenda del pobre porque su prioridad es comer; abajo, en la sociedad llana, en la tierra y el asfalto, donde todos somos iguales, el descontento sigue en vertiginoso ascenso, nuestra indiscutible bomba de tiempo.
         No se puede obviar el hambre de la gente. Rememorando unas palabras antisistema de Rafael Caldera a manera de ilustración y no de invocar los hechos que la inspiraron, podemos decir que “es difícil pedirle al pueblo que se inmole por la libertad y por la democracia, cuando piensa que la libertad y la democracia no son capaces de darle de comer”. Y el problema es ese, la democracia, el respeto a un sistema que funciona y funcionó en este país, pero que 16 años de condena lo han mostrado, con el agregado de que buena parte de la sociedad convalida esta aseveración, como un hecho borroso, impreciso, de difícil recuerdo.
         Si algo nos va a costar luego de esta crisis y de reinstitucionalizar el Estado, es acostumbrarnos a producir, volver a ver los anaqueles llenos, volver a ahorrar, volver a invertir legalmente, neutralizar el bachaqueo y mantener a raya al abuso, la palanca y la rosca.
         ¿Queremos un estallido social? ¿Queremos una vaguada de saqueos en todo el territorio? ¿Queremos que la democracia termine siendo un objeto inalcanzable en vez de un fin en sí mismo? Recojo una reflexión que encaja en este momento, proviene de un ensayo del filósofo español Julián Marías, citado por el doctor Ramón Guillermo Aveledo en su discurso ante el “Diálogo con justicia por la Paz” del año pasado: “Los políticos, los partidos, los votantes, ¿querían la guerra civil? Creo que nadie la quiso entonces, pero ¿cómo fue posible? Lo malo es que muchos españoles quisieron lo que resultó ser una guerra civil, quisieron: a) Dividir al país en dos bandos. b) Identificar al otro con el mal. c) No tenerlo en cuenta ni quiera como pedido real, como adversario eficaz. d) Eliminarlo, quitarlo del medio políticamente, físicamente si es necesario. Se dirá que esto es una locura, lo era, encontramos la posibilidad de la locura colectiva o social, de la locura histórica”.
         No porque algo esté quieto significa que deja de representar un peligro latente. A veces el ruido ensordecedor viene precedido de un silencio sepulcral en el que nada más se perciben algunas voces, ondas lejanas que claman por el orden y la cordura. Un fragmento que no he dejado de referir últimamente es el siguiente, extraído del libro “Ideología, alienación e identidad nacional” de la socióloga Maritza Montero: “Lo que ha sido reprimido, suprimido y negado continúa ocupando un lugar y no ha dejado de existir por el hecho de que haya sido ocultado e ignorado”.
         Hay un volcán esperando que el engranaje del reloj marque su tiempo. Nadie quiere que explote pero nadie hace algo para evitarlo. Por un lado, el régimen protagoniza una épica de agitación, confrontación, propaganda y uso de todos los poderes en contra de su adversario. Por el otro, la disidencia resiste los embates con una debilidad estratégica central: carecen de un plan común, pactado y acordado que trascienda la coyuntura electoral ante una eventual sustitución del gobierno vigente, bien por una victoria tajante sobre el chavismo en la Asamblea Nacional, bien en un escenario de transición, bien en unas elecciones generales anticipadas, bien en un referendo a Nicolás Maduro, etc. Los actores pueden prevenir la erupción. El oficialismo querrá, como de costumbre, profundizar en el clientelismo, las dádivas y el engaño. La oposición puede orientar el descontento hacia una fulminante derrota del gobierno, un pase de factura que agrupe a radicales, indecisos y “chavismo light” llamando a castigar la crisis a través del voto, el principal activo de la democracia.


Ángel Arellano

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