El escepticismo tiene carrera en Venezuela. Aquí, en la tierra de los
libertadores más consagrados (y alabados) del sur de América, cada afirmación
tiene su duda y cada negación proviene de una intriga. No somos ajenos a las
imprecisiones, tanto así que nuestra democracia fue el desarrollo de una
imprecisión que duró 40 años y no superó la turbulencia del modelo rentista
petrolero y los primeros intentos de distribución de poder político en el
territorio.
Nuestros días, o por lo menos los
que cuentan desde la última década del siglo XX y lo que ha transcurrido del
nuevo milenio, han estado rebosados de una frase que se convirtió en el
verdadero himno nacional: “No vale, yo no creo”. Una muestra de incredulidad
general fue el declive del sistema político democrático y el ascenso del
autoritarismo de Hugo Chávez.
Nadie creyó en la disolución del Congreso Nacional,
y sucedió. Tampoco, en la erosión de la influencia del bipartidismo AD-Copei, y
también ocurrió. “No vale, yo no creo que Chávez elimine las parroquias”, y ya
escasos venezolanos recuerdan ese avance de la descentralización. O, “no vale,
yo no creo que le quiten a las gobernaciones los puertos, puentes, carreteras y
aeropuertos si los han tenido toda la vida”, y, pues, esa herencia de la
federación, que soportó todos los embates de las dictaduras que precedieron a
la democracia, es, cuando menos, un recuerdo cada vez más lejano.
En días recientes el mundo rememoraba la película
“Volver al Futuro” porque en el marcador de uno de los viajes en el tiempo de
aquella trilogía ochentosa, los protagonistas partían del año 1985 para ir
hasta 1955 y posteriormente visitar 2015. Treinta años después, sabemos que aun
los autos no vuelan por las autopistas, cosa que hace falta en las vergonzosas
carreteras venezolanas, pero el punto es acotado porque el caricaturista EDO
realizó una interpretación gráfica en la que los protagonistas de la película,
provenientes de 2015, visitan a unos venezolanos en 1998 y les advierten de
nuestra realidad actual. ¿La respuesta? “No vale, yo no creo”.
Hoy, cuando redactamos este artículo, la Revolución
Bolivariana cuenta dieciséis años en el gobierno y todas las advertencias (o
exhortaciones) realizadas durante la toma de posesión de Chávez, no solo son ciertas,
sino que, para nuestra desgracia, han hecho de Venezuela una vergüenza mundial,
muestra (por demás reiterada en la historia) de que el militarismo y el
populismo son el cáncer del mundo civilizado y el opio de los países
subdesarrollados.
“No vale, yo no creo que tengamos que hacer colas de
uno o dos días para comprar alimentos”; “no vale, yo no creo que las medicinas
desaparezcan repentinamente y no se consiga una pastilla para la fiebre o un
jarabe para la tos”; “no vale, yo no creo que dejemos de producir arroz, pasta,
leche, harina, carne, pollo, azúcar, cemento, cabillas, tuberías”; “no vale yo
no creo que el dólar llegue a 100 Bs. porque cuando eso pase el gobierno se
cae”; “no vale, yo no creo que la cerveza y el ron aumenten de precio porque ahí
sí el venezolano pasará factura”…
Para nuestra desgracia, estamos aprendiendo de la
manera más dramática posible que siempre podemos estar mejor, pero que también
siempre podemos estar peor. El éxito y el fracaso no tienen límites, y son las
sociedades, su gente, sus aspiraciones y sueños, las que dirigen su destino.
Creer no solo es un acto de fe, es una condición que
impone la razón. Quien no cree, no puede defender nada, pero además, nada (o
nadie) puede defenderlo a él. Comencemos creyendo que es posible cambiar,
porque lo es. Nunca lo ha sido tan posible y tan necesario.
Que Dios nos bendiga.
Ángel Arellano
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