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lunes, 30 de noviembre de 2015

Los chocolates de Venezuela


         Florida es un bulevar altamente transitado por argentinos y extranjeros. Todo el que visita Buenos Aires tiene la necesidad de ir por esta peatonal en búsqueda de algún suvenir. Mientras escribo estas líneas en mi celular, un joven de unos 24 años camina Florida con una cesta. En su interior, una caja de Toronto, otra de Samba y una lata de Pirulín. Estos tres productos son los eternos referentes comerciales de los dulces hechos con el cacao venezolano. La cesta no tiene identificación, solo una pequeña bandera de papel que simboliza el origen de la mercancía y del mercader: Venezuela.
            El joven salió del país hace un par de meses e intenta establecerse, surcando los sacrificios del destierro, en una de las ciudades más cosmopolita del continente. La Argentina navega la crisis que dejó el kirchnerismo, y, para bien de ese pueblo, la alternativa de cambió ganó el reciente proceso electoral. Es bueno acotar que en comparación con la catástrofe que se vive en Venezuela, la crisis argentina es minúscula.
Para redondear la exigua cifra de sus ahorros, y así costear el alquiler de una habitación pequeña y el menú más discreto, el joven vende lo que trajo en su equipaje: chocolates y ron. Esta práctica, que para el mundo parece increíble, cuando no sacada de una libreta de ficciones, se ha hecho habitual desde hace un par de años. Insólito: la Venezuela chavista, la del gasto a manos llenas, la de la petrochequera, la que regaló cientos de millones de dólares en obras públicas a sus gobiernos amigos, hoy no puede dar empleo, paz ni oportunidad a miles de jóvenes profesionales que se encuentran dispersos en todo el mundo laborando cualquier oficio menos en el que fueron instruidos por universidades nacionales.
Hay quien afirma que los venezolanos en el extranjero gozan de abundantes privilegios y disfrutan de las mieles de un país ajeno. Nada más falso. Ni mieles ni abundancia. La historia de este joven lo comprueba.
Los análisis políticos manejan diversas hipótesis sobre las elecciones del 6 de diciembre. Afortunadamente todas tienen la siguiente base: la oposición mantiene amplio de margen de ventaja, como nunca antes visto, sobre el chavismo. Primero: Nicolás Maduro y el PSUV dan un portazo a la elección y declaran fraude, suspenden las elecciones o desconocen sus resultados. Segundo: la oposición gana y el chavismo lo reconoce. Tercero: el chavismo gana en sus circunscripciones tradicionales y, más la suma del voto lista, obtiene el 50 más uno de los diputados.
De todos los escenarios, el que parece más real y soportado en prácticas que el chavismo ha llevado a cabo los últimos 16 años, es el segundo. Sin embargo, como refirió recientemente Moisés Naím, puede que la aceptación de un eventual triunfo de la oposición por parte del gobierno esté acompañada de la limitación en algunas facultades de la AN amparadas por el Tribunal Supremo de Justicia. En esta práctica la Revolución Bolivariana tiene numerosos precedentes: reforma a la Ley de Descentralización (2009), eliminación de diversas competencias a gobernaciones y Alcaldía Metropolitana de Caracas, recorte de recursos a gobiernos opositores, entre otros.
El discurso de Maduro se ha mantenido encaminado a la convocatoria de un conflicto social. Ante esa encrucijada, la ciudadanía venezolana, más allá de su clase dirigente, debe preservar el civismo democrático para demostrar al mundo que sus ganas de cambiar son más grandes que cualquier otro anzuelo de la violencia. Así veremos regresar, más temprano que tarde, a los miles de compatriotas que, como el joven que vende chocolates en Buenos Aires, anhelan un país libre y en paz.

Ángel Arellano

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