Desde que soy
muy niño vengo escuchando en las reuniones de familia, en la calle, en la
escuela y después en el liceo, que el gobierno nunca aumentaba la gasolina
porque ese era un bien preciado de todos los venezolanos al que debíamos tener
acceso casi gratuito, para reverenciar, por supuesto, el santo hallazgo de los
manantiales de petróleo que abundan en nuestro subsuelo. El último ajuste al
precio del combustible se hizo en 1996, cuando tenía seis años, por tanto,
entenderán cómo yo y otros millones de venezolanos, le perdimos la pista al
tema.
En Venezuela
la gasolina ha sido históricamente un asunto fuera de toda discusión. Es barata
y punto. Los políticos siempre se han asomado a opinar al respecto con mucho
recelo y bastante cuidado. Saben que caminar sobre ese terreno minado es
sumamente peligroso para su carrera. La devoción por la gasolina regalada es
parte de nuestra idiosincrasia. Hace juego con la divinidad de Bolívar, el
béisbol, la caja de cerveza de 36 botellas y los feriados no laborables.
Un ejercicio que hemos puesto en
práctica todos los días es pagar la gasolina con las moneditas de la guantera, el
vuelto de alguna compra de último momento, el sencillo que estaba en el fondo
de la cartera o los billetes de baja, bajísima denominación, que estuvieron
estancados por semanas en los alrededores de la palanca, los pedales o en el
fondo del asiento. Tanto, que desde hace algunos años era mayor la propina que
se le daba al bombero por limpiar los vidrios, que por llenar el tanque, así
fuese el de un Volkswagen escarabajo o el de un gigantesco transporte de carga
pesada. Esto nos da una idea de por qué mientras en gran parte del mundo las
estaciones de servicio cuentan con mecanismos de pago a través de tarjetas de
crédito, carnets inteligentes, huellas dactilares, chips, domiciliación de
cobros, aplicaciones móviles o envíos de facturas por correo tradicional o
digital, en Venezuela seguimos pagando en efectivo o, en rigor, con el “chere-chere”
de nuestros bolsillos.
Lo cierto es
que este tema, trascendental en la vida de los países normales, pero insípido y
olvidado en la Venezuela del siglo XXI, cobra vigencia hoy, 17 de febrero de
2016. Hace minutos, el presidente Nicolás Maduro decretó un aumento a la
gasolina. El precio del litro de la de 91 octanos pasó de Bs. 0,070 a Bs. 1,00
(subió 1.328%), y el precio del litro de la de 95 octanos pasó de Bs. 0,097. a
Bs. 6,00 (subió 6.085%). El excedente que ingresará al Estado, de acuerdo con
la alocución de Maduro en Cadena Nacional, será dirigido al financiamiento de
un “fondo de misiones”. Los detalles de la implementación de estos recursos, el
cómo, el cuándo, el por qué y el para qué, quedan reservados a la discreción
con la que se vienen dirigiendo las finanzas públicas desde el ascenso al poder
del chavismo.
Como medidas
complementarias, intentando, absurdamente, salvaguardar el salario del
venezolano, el presidente anunció también un incremento al salario mínimo y al
bono de alimentación (cesta ticket) los cuales pasan a estar en Bs. 11.578 y
Bs. 13.275, respectivamente. Sin embargo, tomando las modestas cifras de
inflación que algunas instituciones internacionales de análisis financiero han
difundido sobre Venezuela, con la inflación rondando el 500% cualquier aumento
que se haga en estos renglones sin corregir el profundo desabastecimiento y la
escasez en todos los sectores de le economía nacional, el salario seguirá, en
perfecto venezolano, “palo abajo”.
Maduro
también habló de correcciones, reestructuraciones, reorientaciones, reorganizaciones,
remodelaciones, modificaciones y renovaciones en las redes de Abasto
Bicentenario, Mercal y Pdval, todas funcionando a menos de la mitad de su
capacidad y envueltas en una serie crisis de persecuciones y capturas contra
gerentes generales, superintendentes y supervisores, rojos rojitos psuvistas rodilla
en tierra, por escándalos de corrupción, especulación, acaparamiento,
bachaqueo, reventa y distribución ilegal de productos de primera necesidad.
Con franqueza
me tomo la libertad de decir lo siguiente: el precio de la gasolina en
Venezuela fue absurdo antes y es absurdo ahora luego de este aumento. El
combustible que consumimos, y más aún por ser el único elemento que exportamos
y del cual depende el 98% de los ingresos del Estado, no puede subirse de un
solo sopetón sin previo aviso y sin incluir a todos los factores de la sociedad
venezolana. Este incremento afecta en el bolsillo de todos, incluso en el de
Pdvsa, toda vez que, así como la educación, el sistema de salud pública y las
policías, quedaron por fuera de la repartición de la torta que ingresará a las
arcas estatales luego de que el viernes, contra viento y marea, siguiendo lo
que dijo Maduro, el aumento entre en vigencia.
En la
industria petrolera no se invertirá un centavo de la nueva recaudación, menos
en escuelas, liceos, universidades, hospitales, etc. Todos, absolutamente todos
los sectores de la vida nacional, quedarán padeciendo de este nuevo golpe al
bolsillo que ejecutan un grupo de ignorantes que hacen el remedo de dirigir la
economía de un país quebrado.
Ángel Arellano
Autentico y criollo este articulo, comparto sobre lo incierto de este aumento y a quien va a beneficiar, definitivamenete en un fondo de misiones no va a levantar ningun pilar para que el venezolano alcance los niveles de prosperidad, educacion y salud que merecemos.
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