El lenguaje, ese recinto del
que somos presos. Ese lugar al que todos vamos. Común, corriente. No lo usamos
en provecho del proyecto colectivo. Tal vez porque no hay proyecto, o quizá, lo
que en verdad creo, porque es más cómoda la crítica destructiva que nada une y
mucho daña.
Somos caminantes errantes. No hemos mostrado
una solución clara a través de una ruta pactada. Nuestro ejemplo e impronta es
sólo de división absurda, propia de la guerra de tontos. La Patria boba. Carencia
de acuerdos.
Esa necesidad de un mensaje común,
incluyente, consensuado, coherente, que sea tela de la bandera nacional y no
retazo en la crónica de la chismografía digital.
He resumido el problema de la Unidad
en una sola cosa: comunicación. El poder de los poderes.
A lo interno de la alternativa hay
un único lugar común: cambiar el gobierno e instaurar la democracia. Para este
fin unos tienen algunas teorías, otros ciertas prácticas y otros una agenda que
no sale de la catarsis. Siempre hay quien se acomode en el nido actual. Siempre
sucede.
Hay interlocutores encontrados,
pasiones desbordadas, actitudes que no procuran el entendimiento de toda la
masa opuesta al régimen. La MUD no es la oposición. La MUD ni siquiera es
pueblo llano. La MUD es una instancia, un instrumento que opera el concierto de
los partidos que coexisten en la oposición. Un instrumento de todos y para
todos.
Me viene a la mente una frase: “La
Unidad, ese patrimonio”. Luego escribiré bajo ese título. Quiero dejar claro lo
que es la MUD, para depurar esa imagen-actitud que se ha construido en base de
lo que no es.
La MUD: el operador, el artífice del
encuentro. Que supone un ejemplo para la sociedad. Si ella no se habla consigo
misma, no se une, no ata sus trenzas, no salta al campo con todos sus
jugadores, entonces deja de ser un patrimonio. No existe. Se convierte en una
mentira gaseosa, administrada a través de boletines de prensa sin oxígeno que
palabrean sobre diagnósticos, pero que nunca opera al paciente.
La lógica nos dice que para que unas
personas puedan conversar y potenciar su proceso comunicativo, deben respetar
sus normas fundantes. Buen hablante. Buen oyente. Mejorar el lenguaje.
Permitirse y permitir. La altisonancia y hostilidad dentro de la Unidad,
incluyendo escritores, columnistas, “notables” y guerrilleros del Twitter, no
coopera. Para esa distorsión hay que tener “piel de quelonio”, como enseñan en
la escuela.
El momento reclama “la expansión del
lenguaje”. Esa frase hecha teoría por el argentino José Pablo Feinmam. A través
del lenguaje podemos incorporar al debate “palabras nuevas o un nuevo sentido
para las viejas”. Hay que bajar el tono al conflicto y ser más flexibles: otorgar
concesiones entre las partes en búsqueda de un gran pacto.
Don Pedro Grases decía que “la legua
es un organismo vivo que no puede permanecer estático e inmutable, sino
adaptarse a las exigencias de cambio en toda sociedad”. Hay que trabajar en
sobre marcha para hallar el encuentro, disminuyendo la pedantería e insensatez
de los ataques irresponsables entre diversas partes para construir el fin
único: el proyecto colectivo, el pacto.
Reconocer errores y salir adelante,
más allá del par de cámaras de tv que aún se congregan en los eventos
opositores, no puede ser una proeza titánica para un político; sino simple
agenda rutinaria. Hay que prender velas a la capacidad de reconsiderar, “tragar
grueso”, revisar a fondo, y apagárselas a los lanceros a caballo.
Ángel Arellano
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