“Guerra bacteriológica”, así no más. ¿Para qué tanto
estudio y horas frente el microscopio si la espantosa epidemia de este virus
desconocido, con un nombre raro y ajeno (“Chikungunya”), se resume en la
inoculación vía correo electrónico de una fiebre que busca desestabilizar la
muy estable Revolución? Empero, aunque se trate por todos los medios de escurrir
el bulto, la enfermedad sigue golpeando sin descanso a niños, adultos y viejos
en todo el territorio nacional.
A propósito de la inacción del gobierno en ocasión
de la chikungunya, se me viene a la mente una conocida línea de Betancourt en
la que fustigaba al gobierno de Medina Angarita, quién no buscaba soluciones
efectivas a la hambruna que vivía Venezuela. Desde el Nuevo Circo en Caracas
dijo: “Un flagelo está destruyendo a nuestro pueblo: es el hambre que ahora
tiene un nombre pedante: ‘avitaminosis’. (…) Se llama avitaminosis, pero es la
clásica, la tradicional, la inenarrable hambre venezolana” (03-07-1943). No es
chikungunya, no es dengue, no es que la fumigación es un recuerdo de antaño, de
la cuarta, de cuando funcionaban las cosas, de cuando el sistema de salud
pública era una realidad y no se hacía turismo farmacéutico, sino “guerra
bacteriológica”.
La apreciación que hizo Maduro sobre
la causa de muerte del presidente Chávez fue similar a la que ahora plantea con
el bárbaro repunte de la fiebre hemorrágica: un cáncer inoculado, vía expresa,
desde los cuarteles de la CIA, hasta el bunker en Miraflores. No hay que ser
matemático o astrólogo para intuir la resulta de una cuenta muy sencilla:
atenderán esta crisis, que ya ha cobrado varias vidas de venezolanos, con el
mismo vigor, eficiencia y orden de prioridad que el cáncer del difunto
comandante: echarán toda la culpa al imperio, a la oposición y a los medios de
comunicación.
Chávez murió de cáncer y sus
seguidores en el poder en vez de volcarse a hacer de Venezuela un país punta de
lanza en la lucha contra esta enfermedad, calvario mundial, sólo rindieron
homenaje con gorras, franelas, vallas y propaganda en radio y televisión. Hoy
día el tratamiento del cáncer en Venezuela es una suerte de ejercicio entre el
esoterismo y el contrabando: mientras encomendamos a Dios la salud del paciente,
nos desplegamos en la búsqueda, muchas veces clandestina, de los productos que
mitigan un mal con el que cada ciudadano ha tenido relación cercana o conoce
por lo menos un doliente.
Sucede pues, con el dengue y el
chikungunya, que apenas se dispararon las alarmas el gobierno optó por
perseguir médicos, encadenar la televisión con pistoladas y ridiculizar la
erosión de los anaqueles de un medicamento regulado y clave: acetaminofén. A la
par, los periódicos titulan “sube el kilo de pata de pollo de 40 a 100 Bs.”; incluso
ése caldo, tan popular y demandado en tiempos del mosquito patas blancas,
empieza alejarse de las posibilidades del pobre.
Como es costumbre, el Estado
delincuente amenaza, aprieta, agita el mazo, todo menos atender su
responsabilidad (¿acaso en algún momento fue responsable?). Es natural que el
chavismo politice el clima, la lluvia, el sol y la luna. Apenas detectan un
olor poco favorable en la brisa, sentencian un culpable, y ése, no puede ser el
sistema fracasado, la economía quebrada o los vagabundos oficialistas, cualquier
cosa menos eso. La estrategia es distraer, el objetivo es el poder total y la
consecuencia el desastre absoluto.
El narco Estado nunca reconocerá su
naturaleza, pues no es de burros mirarse en el espejo. Ellos seguirán hablando
de chicle bomba, aun cuando el pueblo siga mascando paja.
Ángel Arellano
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