Aquí encuentras mi opinión, lo que pienso sobre Venezuela y el momento que nos ha tocado vivir. Lecturas, crónicas, artículos, relatos y crítica... Bienvenidos.

martes, 2 de septiembre de 2014

¡Corre que llegó la leche!


Al salir de una larga clase que se prolongó hasta las 12:30m en la USM, paso por un supermercado pequeño, corriente. Debía buscar algunos duraznos para cumplir con el encargo previo.
Ahí los vi. Sonrientes. Nuevos. Blancos. Con letras azules y el dibujo de un andinito que auspiciaba la frase: “Don Pedrito”.
Leí el empaque. No decía leche. Ya no hay leche en Venezuela. Ese producto se esfumó para nunca volver. Las exclusivas ocasiones en las que usted encuentra leche líquida es en la crónica roja de la prensa escrita, con ocasión de una riña o trifulca en plena cola para comprar ese producto que antes era uno más del montón y ahora terminó siendo divino, casi santo.
La empresa resolvió bautizar a “Don Pedrito” como “bebida láctea enriquecida”. No le puso “leche”, aunque lo sea Es una “bebida láctea enriquecida”: distinto nombre, distinto apellido. Por tanto, no es un producto regulado, ni cuenta con la venia del “precio justo” que mienta el gobierno cada vez que algo cuesta más de lo que habían prometido a los pobres en el ínterin de las expropiaciones y destrucción del sistema productivo.
La leche es un producto regulado, todo lo que regula el gobierno se acaba, se convierte en mito. Hace años que no veía un litro de leche en el estante de un abasto. Tanto así que lo había olvidado y creí que era ficción. Algún sueño abstracto de media noche, entre delirios sobre la Venezuela que quiero y la Venezuela que tengo.
El “precio justo” del litro de leche es poco más de 7 bolívares. Pero un momento. Detente. Esto no es “leche”, es “bebida láctea enriquecida”. Y aunque sepa igual, se vea igual, vista el mismo empaque y tenga todo parecido, tiene un diferencial sumamente importante: su precio es 25 Bs.
Quedaban pocas. Dos por persona. Por algún extraño hecho del universo la cajera se apiadó de mis ojos saltones y dirigió cual sargento en la fila: “Señora, usted, la que está antes del muchacho. Como son dos por persona, y usted no lleva, por favor tome dos y él se las paga. Así se lleva cuatro. ¿Verdad chamo?”.
Mayor sorpresa. Afirmé y saqué de la cartera 100 Bs. Cancelé, agradecí y me fui. Por cierto que en agosto de 2014 el país cuenta con 909,5 millones piezas de billetes de 100 Bs., contrastando con los 492 millones billetes de este tipo que hubo en enero de 2013. Casi se ha doblado la impresión de estos billetes por parte del Banco Central con la finalidad de subsidiar el gasto del gobierno e incrementar la inflación. El bolívar más fuerte de todos (cien mil de los de antes), que entró en vigencia en 2008, luce como el más débil apenas seis años después. Ni el cardenalito grabado en su reverso lo ha hecho volar hacia tierras de prosperidad.
Subí al auto, abrí un envase y lo tomé de un solo trago, sin cuidado ni descanso, hasta la última gota. No importó que estuviera a minutos del almuerzo, ni que pasara algún momento inmóvil superando el espasmo de ingerir un litro de leche sin pestañear. Era leche. ¡Por Dios santo! Leche. No lo hacía desde hace ya tanto que se me había olvidado, borrado del disco duro, engavetado en algún rincón.
Pensé… ¿A eso llegamos como nación? ¿Es ése el sentimiento de satisfacción humana, de realización, de superación individual al que puedo aspirar en la Venezuela de hoy? ¿Un litro de leche?
Así está esto. Entre la nostalgia del país fuimos y la vergüenza de lo que hoy somos.
Pero la historia cambiará, y para eso, nosotros. Todos.
Dijo Jorge Mario Bergoglio mucho antes de ser el Papa Francisco: “La Patria es un don, la Nación una tarea.

Ángel Arellano

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Déjanos tu nombre y correo electrónico.
.:Gracias por el comentario:.