Al salir de una larga clase que se prolongó hasta
las 12:30m en la USM, paso por un supermercado pequeño, corriente. Debía buscar
algunos duraznos para cumplir con el encargo previo.
Ahí los vi. Sonrientes. Nuevos. Blancos. Con letras
azules y el dibujo de un andinito que auspiciaba la frase: “Don Pedrito”.
Leí el empaque. No decía leche. Ya no hay leche en
Venezuela. Ese producto se esfumó para nunca volver. Las exclusivas ocasiones
en las que usted encuentra leche líquida es en la crónica roja de la prensa
escrita, con ocasión de una riña o trifulca en plena cola para comprar ese
producto que antes era uno más del montón y ahora terminó siendo divino, casi santo.
La empresa resolvió bautizar a “Don Pedrito” como
“bebida láctea enriquecida”. No le puso “leche”, aunque lo sea Es una “bebida
láctea enriquecida”: distinto nombre, distinto apellido. Por tanto, no es un
producto regulado, ni cuenta con la venia del “precio justo” que mienta el
gobierno cada vez que algo cuesta más de lo que habían prometido a los pobres
en el ínterin de las expropiaciones y destrucción del sistema productivo.
La leche es un producto regulado, todo lo que regula
el gobierno se acaba, se convierte en mito. Hace años que no veía un litro de
leche en el estante de un abasto. Tanto así que lo había olvidado y creí que
era ficción. Algún sueño abstracto de media noche, entre delirios sobre la
Venezuela que quiero y la Venezuela que tengo.
El “precio justo” del litro de leche es poco más de
7 bolívares. Pero un momento. Detente. Esto no es “leche”, es “bebida láctea
enriquecida”. Y aunque sepa igual, se vea igual, vista el mismo empaque y tenga
todo parecido, tiene un diferencial sumamente importante: su precio es 25 Bs.
Quedaban pocas. Dos por persona. Por algún extraño
hecho del universo la cajera se apiadó de mis ojos saltones y dirigió cual
sargento en la fila: “Señora, usted, la que está antes del muchacho. Como son
dos por persona, y usted no lleva, por favor tome dos y él se las paga. Así se
lleva cuatro. ¿Verdad chamo?”.
Mayor sorpresa. Afirmé y saqué de la cartera 100 Bs.
Cancelé, agradecí y me fui. Por cierto que en agosto de 2014 el país cuenta con
909,5 millones piezas de billetes de 100 Bs., contrastando con los 492 millones
billetes de este tipo que hubo en enero de 2013. Casi se ha doblado la
impresión de estos billetes por parte del Banco Central con la finalidad de
subsidiar el gasto del gobierno e incrementar la inflación. El bolívar más
fuerte de todos (cien mil de los de antes), que entró en vigencia en 2008, luce
como el más débil apenas seis años después. Ni el cardenalito grabado en su
reverso lo ha hecho volar hacia tierras de prosperidad.
Subí al auto, abrí un envase y lo tomé de un solo
trago, sin cuidado ni descanso, hasta la última gota. No importó que estuviera
a minutos del almuerzo, ni que pasara algún momento inmóvil superando el
espasmo de ingerir un litro de leche sin pestañear. Era leche. ¡Por Dios santo!
Leche. No lo hacía desde hace ya tanto que se me había olvidado, borrado del
disco duro, engavetado en algún rincón.
Pensé… ¿A eso llegamos como nación? ¿Es ése el
sentimiento de satisfacción humana, de realización, de superación individual al
que puedo aspirar en la Venezuela de hoy? ¿Un litro de leche?
Así
está esto. Entre la nostalgia del país fuimos y la vergüenza de lo que hoy
somos.
Pero
la historia cambiará, y para eso, nosotros. Todos.
Dijo Jorge Mario Bergoglio mucho antes de ser el
Papa Francisco: “La Patria es un don, la Nación una tarea.
Ángel Arellano
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu nombre y correo electrónico.
.:Gracias por el comentario:.