Es costumbre venezolanísima tener receta para
cualquier dolencia y culpable para cualquier mal. La crisis actual, que pica y
se extiende sin mostrar atisbos de solución pronta, nos ha llevado al abuso en
la utilización de una frase que ha estado siempre presente, pero que hoy se
exhibe deportivamente sin la argumentación necesaria dejando a muchos como
loritos en platabanda: “el problema no es el gobierno, ni el sistema, ni la
oposición, el problema somos nosotros y nuestra cultura”.
Este diagnóstico rápido, incompleto
y alarmante pone a más de un ciudadano a darle vueltas a la cabeza tantas veces
que posiblemente quedarán perdidos y, para no seguir hurgando en los inciertos
linderos del desconocimiento, optan por sentenciar sin derecho a
reconsideración: “sí, es verdad, el problema somos nosotros, la cultura del
venezolano”.
Con ese cálculo, más crudo que
cocido, se sazonan no pocas conversaciones de los desesperados que buscan hasta
debajo de las piedras el porqué de tanto desastre en una sociedad que
recientemente, para algunos antes de 1998 y para otros antes del 2007, prometía
una economía medianamente “estable” a partir del rentismo petrolero que ofrecía
un dólar barato, importaciones a granel y cuantiosos negocios a costillas de la
inflación y las reservas internacionales.
¿Es la cultura el factor definitivo,
la variable que explica la alarmante situación del país? En parte sí, pues
nuestros rasgos, valores, costumbres y creencias pueden colaborar o no con el
desarrollo institucional y por ende económico de la nación; pero, en mayor
medida, no, pues las características culturales de Venezuela no determinan el
actual salto en parapente.
Diversas sociedades en el mundo han
tenido en diferentes momentos de la historia mucho o poco desarrollo al punto
de llegar a ser parte del exclusivo grupo de principales potencias globales. No
importa la cultura, ubicación geográfica ni los recursos naturales para
desarrollarse, cualquier sociedad, por diversa y compleja que sea, puede llegar
a la cúspide. Ejemplos: Unión Soviética, Imperio Chino, Otomano, Romano,
Inglés, América Española, etc. Mantenerse en la cima no dependerá de la
cultura, sino de las instituciones políticas y económicas que rigen la vida en
sociedad.
¿Cómo nacen las instituciones? Se
imponen, representan un bien social, asumido como “común” por la gente. Sin
embargo, los proyectos de algunas élites, vinculados o no con éste bien común,
aprovechan coyunturas para hacerse del poder y aplicar su programa con la
fuerza del Estado. Chávez, que fue un militar golpista de 1992, gozó de los
beneficios democráticos de la Constitución de 1961, los mismos que hoy son
negados a los presos políticos de Venezuela, para salir a la calle y postularse
como candidato a la presidencia con un discurso anti sistema, en un momento de
gran declive para los partidos y las instituciones. Su asunción al trono
configuró lo que Juan Carlos Zapata llama “el suicidio del poder”, el finiquito
del sistema democrático para instalar uno que llenara de inmensas facultades al
nuevo mandatario (Constitución 1999).
La cultura del venezolano es la
misma de siempre, con los agravantes de un sistema autoritario, dictatorial,
que friega al pobre y humilla al disidente; la que nos llevó a la cumbre de la
dictadura con Gómez y al florecer de la democracia con Betancourt; la de la
bonanza de los 70´s y el ocaso de los 80´s. Nuestra cultura no determina este
caos, quien lo hace son las instituciones, las mismas que hoy han mutado hasta
llevarnos al foso. Por tanto, es menester cambiarlas, transformarlas y asumir
los sacrificios de rigor para mejorar nuestra ya desgraciada realidad.
Ángel Arellano
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