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lunes, 16 de marzo de 2015

Tarjeta de racionamiento

La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad

           Es común escuchar esa expresión criolla usada deportivamente para recrear nuestro desespero: “llegamos al llegadero”. No obstante, el llegadero no está cerca. El llegadero está caracterizado por cosas más cruentas, más espantosas. El fantasma de la rebelión anda flotando por la atmósfera y la campana de algún levantamiento artesanal sigue sonando entre líneas. Ahora bien, en el centro de este cuadro la ciudadanía sigue en la cola. Reza bajo el sol inclemente por un poco de alimento, alguna medicina y con suerte un repuesto para el vehículo. La escasez es pan diario. El circo ya no trae bolsas de comida, regalitos en efectivo o bequitas para embarazadas, presos, “buenandros” y cooperantes del barrio.
            En la cola se coge un número. No importa que se gaste el día, la esperanza se mantiene para comprar “lo que haiga”. El orden se rige por esa regla primitiva del último dígito de la cédula: el lunes compra el 1 y el 2, el martes el 3 y el 4, el miércoles el 5 y el 6, el jueves el 7 y el 8, y el viernes el 9 y el 0. Con algunas variaciones dependiendo del abasto, así funciona la mayoría de las bodegas hoy en día. Desde luego, hay un riesgo implícito: si la leche llega el viernes, el que compra el lunes se fregó; o si el café llega el martes, los terminales 5 y 6 “sejo…” porque compran un día después. Y así. Este mecanismo ha aderezado la indignación.
            El gobierno exhibe un logro: han disminuido las colas. Sí. En rigor ha descendido en algunos sitios el número de colas, pero ha crecido exponencialmente la “arre…” de la gente por no conseguir los productos. Esta estrategia opera como contexto para una medida aún más delirante, y para nuestra desgracia, más práctica: la tarjeta de racionamiento. Los ciudadanos que están agotados de no conseguir todos los rubros un mismo día preferirán, como ya se escucha en algunas colas, un mecanismo para poder comprar todo: “no importa, el día que digan, con tal de conseguir todo de un solo guamazo”. La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad. De la perversa idea de ordenar las filas por números, los usuarios optarán por una credencial que permita adquirir un menú de productos básicos en un solo lugar, bajo una sola cola y en un solo día (si todo sale bien). ¿Descabellado? Puede ser. Pero práctico sí lo es. La tarjeta de racionamiento puede terminar no siendo impuesta por el gobierno, sino demandada por la base popular con una propaganda estimulante, símil de la campaña pro aumento de la gasolina, anti invasión yankee, etc.
            De manera que esta es una medida posible más temprano que tarde porque le resuelve un problema al gobierno con su incapacidad de abastecimiento. Lógicamente la aberración no será presentada como la restricción más profunda de toda nuestra historia republicana, para eso existen métodos, arreglos, decoraciones: tarjetas electrónicas. No es lo mismo dar una libreta la papel crudo como en Cuba, que una especie de tarjeta de débito para “el buen vivir”, el “buen abastecimiento”. Algún eslogan rimbombante. Se descarta para los próximos meses pues las elecciones de septiembre lo impiden. Carece de acento estratégico en medio de tanto caos. En el contexto regional, existe un argumento que será el más manipulado: mientras EEUU declara a Venezuela como país enemigo, la nación blinda a su pueblo con una tarjeta del “buen abastecimiento”. Falta mucho para el llegadero.

Ángel Arellano

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