La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad |
En la cola se coge un número. No
importa que se gaste el día, la esperanza se mantiene para comprar “lo que
haiga”. El orden se rige por esa regla primitiva del último dígito de la
cédula: el lunes compra el 1 y el 2, el martes el 3 y el 4, el miércoles el 5 y
el 6, el jueves el 7 y el 8, y el viernes el 9 y el 0. Con algunas variaciones
dependiendo del abasto, así funciona la mayoría de las bodegas hoy en día.
Desde luego, hay un riesgo implícito: si la leche llega el viernes, el que
compra el lunes se fregó; o si el café llega el martes, los terminales 5 y 6
“sejo…” porque compran un día después. Y así. Este mecanismo ha aderezado la
indignación.
El gobierno exhibe un logro: han
disminuido las colas. Sí. En rigor ha descendido en algunos sitios el número de
colas, pero ha crecido exponencialmente la “arre…” de la gente por no conseguir
los productos. Esta estrategia opera como contexto para una medida aún más
delirante, y para nuestra desgracia, más práctica: la tarjeta de racionamiento.
Los ciudadanos que están agotados de no conseguir todos los rubros un mismo día
preferirán, como ya se escucha en algunas colas, un mecanismo para poder
comprar todo: “no importa, el día que digan, con tal de conseguir todo de un
solo guamazo”. La tarjeta de racionamiento se va imponiendo como necesidad. De
la perversa idea de ordenar las filas por números, los usuarios optarán por una
credencial que permita adquirir un menú de productos básicos en un solo lugar,
bajo una sola cola y en un solo día (si todo sale bien). ¿Descabellado? Puede
ser. Pero práctico sí lo es. La tarjeta de racionamiento puede terminar no
siendo impuesta por el gobierno, sino demandada por la base popular con una
propaganda estimulante, símil de la campaña pro aumento de la gasolina, anti
invasión yankee, etc.
De manera que esta es una medida
posible más temprano que tarde porque le resuelve un problema al gobierno con
su incapacidad de abastecimiento. Lógicamente la aberración no será presentada
como la restricción más profunda de toda nuestra historia republicana, para eso
existen métodos, arreglos, decoraciones: tarjetas electrónicas. No es lo mismo
dar una libreta la papel crudo como en Cuba, que una especie de tarjeta de
débito para “el buen vivir”, el “buen abastecimiento”. Algún eslogan
rimbombante. Se descarta para los próximos meses pues las elecciones de
septiembre lo impiden. Carece de acento estratégico en medio de tanto caos. En
el contexto regional, existe un argumento que será el más manipulado: mientras
EEUU declara a Venezuela como país enemigo, la nación blinda a su pueblo con
una tarjeta del “buen abastecimiento”. Falta mucho para el llegadero.
Ángel Arellano
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