Roy Chaderton no imaginó que su verbo trascendería
en medio del extravío colectivo. Hizo uso, sin excusas ni atajos, de palabras
que consolidaron la regla nacional: irresponsabilidad en las declaraciones de
funcionarios públicos. En pocos minutos, alertó al país. Una gota de aceite en
medio del mar de barbaries. Describió el efecto de un proyectil en la cabeza de
cualquier opositor al chavismo: “es como un chasquido, porque la bóveda
craneana es hueca, entonces pasa rápido”. Rápido. No hay obstáculos. Nadie
tendrá problemas. Nadie será señalado. Así como la bala atraviesa el cerebro de
la disidencia, sin justificación, sin reproches, es como se actúa en revolución.
La Ley es un requisito de oficina que queda en las gavetas del escritorio. Y la
justicia, esa intensión subjetiva que determina cualquier acto de discordia
entre los hombres, está a merced, desde hace mucho, del poder reinante.
La línea de Chaderton ha seducido al extremismo
oficialista, en el que se encuentran las tesis radicales de confrontación. La
fragancia de estas palabras penetra en lo que Grijelmo ha llamado el “umbral de
lo desconocido”. No es poca la subjetividad tras una declaración de este tenor.
La situación de la nación es extraordinaria y cualquier elemento que incremente
la fricción es bienvenido dentro de un conflicto tácito en el que un sector con
el poder incita el odio y el otro es receptor, a veces paciente y disperso, a
veces activo y errante. Remata Grijelmo
con que “los términos de una lengua no siempre resultan asépticos, ni denotan
algo de forma objetiva, sino que a menudo traen consigo una determinada opinión
ante lo expresado. Y rara vez perceptible para el intelecto, sino con efectos
que se mueven en la banda de la seducción”.
Chaderton pensó que en un país colapsado por las
colas de los hambrientos y el llanto de los dolientes que sufren sus muertos a
causa de la delincuencia, no existirían oídos para el balbuceo que ejecutaba en
Venezolana de Televisión. Su frase corrió suave y sin paradas, cual cuchillo en
mantequilla. No alzó la voz, no mostró nerviosismo. Su contexto era la
descalificación y su motivación el “humor negro”, como diría un par de días
después en una emisora radial con una audiencia similar al número de presiones
recibidas por el régimen para apagar su señal. Chaderton aprovechó los espacios
en los que se hace reiterada crítica al Gobierno que lo financia, para “aclarar”
su punto y drenar su inconformidad con lo que consideró una “descontextualización”,
ese término rimbombante que persigue matizar cualquier exageración por más que
el emisor haya hecho todo lo necesario para que el público lo condene y exija
su expulsión de la faz de la Tierra.
Lo peor, desde luego, es que Chaderton no es
Chaderton. Chaderton son cientos de altos funcionarios públicos, jerarcas y
corruptores del tesoro patrio, que amparados en la ilegalidad del status quo y
la reiterada estimulación de las cúpulas, piensan al igual que el embajador
ante la OEA en que hay que asesinar disidentes.
Mientras hilamos estas letras recordemos que hace
pocos días la lista de estudiantes fallecidos, unos durante manifestaciones
públicas y otros en extraños sucesos vinculados directamente a los cuerpos de
seguridad, ha llegado a ocho nombres, que se suman a los 48 ciudadanos que murieron
el año anterior. El luto, después del pronunciamiento del “diplomático”, se
tiñó de odio. ¿Qué palabra de consuelo toca a una madre desamparada luego de
ver en televisión abierta que un representante del mismo Estado que asesinó a
su hijo, ha dicho sin mayor pudor que las balas transitan rápido en la cabeza
de opositores por su escasez de masa gris? ¿Cómo pedir control y calma a un
pueblo sometido a tantas presiones y que encima debe asumir la frustración accesoria
de mirar a quienes deberían representarlo insultándolo, fustigándolo,
esquivando la mala noticia de la tortura y promoviendo la confrontación social?
Lo de Chaderton no sólo son palabras que
construyeron una frase desgraciada conmocionando a millones de espectadores, es
la letra de la política central del régimen. La directriz, la orden, el eje en
el que gravita cualquier mensaje: todos los puntos pasan por atacar y humillar
a la disidencia. No importa si esta representa el 82% de la población o el 10%.
La línea que ha trazado el Gobierno es la de pulverizar a los contrarios,
cueste lo que cueste. Y si en el camino algunas expresiones como la de Roy Chaderton
salen a la calle generando más crisis y más estrés, el episodio se solventará
con algo peor, de mayores magnitudes y mayor caos. El objetivo no es resolver
entuertos, no se trata de ejecutar la visión de un proyecto; es sembrar
discordia, destruir, humillar, todos los elementos que potencien la
polarización y la exacerbación del radicalismo. En un país en el que, además,
sólo falta un fósforo para que se enciende cualquier pradera. Citamos finalmente
a José Miguel Contreras: “la fuerza de las palabras es tan estremecedora que
incluso pueden cambiar la percepción de lo nombrado mediante una leve
modificación de su envoltorio: la palabra misma”.
Ángel Arellano
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