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martes, 26 de mayo de 2015

Falta un plan, no un líder


         La gente se harta de la política, pero la política no puede hartarse de la gente. El pueblo tiende a cansarse de las incoherencias de los políticos, de sus errores y fracasos. Puede hacerlo, con todo derecho además. Si la sociedad no rechaza el mal proceder de sus dirigentes está confinada al terror y al totalitarismo.
La población se disgusta con la clase política por no sentir conexión con su prédica y proceder. Un divorcio entre gobernantes y gobernados, entre voceros y seguidores. Empero, la clase dirigente no puede cansarse del pueblo, por algo la política es pública, no privada.
En tal caso, cuando la clase política sufre un deslinde con la sociedad, la circunstancia exige reinventarse, cambiar, repensar: un plan. Más cerebro y menos vísceras, más planificación y menos improvisación. En buena medida Venezuela surca esta profunda crisis por el empirismo, la falta de profesionales, capacidad y planificación en todas las áreas.
Desde hace años, políticos y pueblo no hablan el mismo lenguaje. Esta dolencia no es a consecuencia de la Revolución Bolivariana. Con ésta se profundizó e hizo metástasis, sí, pero es un cáncer diagnosticado desde los primeros intentos de reformar el Estado en la mitad de la década de los ochenta, cosa que además venía arrastrándose como una deuda del sistema democrático.
En nuestro país, lo primero que se comenzó a bachaquear fue la política. A inicio de los noventa, los minoristas del pensamiento, con reflexiones trasnochadas y mal documentadas, salieron a la calle como flautistas de Hamelín tocando una consigna rimbombante cuyo mensaje era ficticio, emocional y estafador. Eran nuevos políticos hablando de “anti-política”. Para su dicha, y para nuestra desgracia, recogieron cuantiosas almas con las que organizaron la marcha hacia el cementerio, cargando en hombros los restos del sistema democrático.
En la actualidad, luego de tres lustros de flautistas y melodías que intensificaron el proceso de descomposición que venía galopando desde finales del siglo pasado, la música ya no tiene oídos que la escuche. Se quedó sin audiencia. El público se levantó de la sala, caminó a la salida y lanzó un insulto a los organizadores de la función. Así estamos. Quienes gobiernan no tienen liderazgo, tampoco una idea que les permita cumplir con su tarea. Quienes se oponen a éstos tienen a sus principales líderes perseguidos o en prisión. Carecen de un plan definitivo, con inicio, desarrollo y fin: objetivos y métodos claros. El único plan es la elección parlamentaria, para luego “ver qué sucede”. En rigor, no hay plan.
            Las elecciones legislativas son importantes. Hay que votar. Todo comienza y termina en una elección, o por lo menos es así en un proyecto democrático. El gobierno vigente emergió como mayoría en un proceso electoral y será reemplazado de la misma forma. No obstante, las elecciones no son el único espacio de lucha. En buena medida la desconexión entre el liderazgo político y la base social responde a la carencia de un plan de movilización permanente. Las Primarias de la Unidad despertaron algunos nodos del aparataje opositor, sin embargo, sigue faltando una agenda de activismo nacional dedicada a la protesta cívica, al reclamo y a la agitación permanente. Un solo mensaje, un solo plan. Ante semejante catástrofe no podemos hacer de la elección la única tarea.

Ángel Arellano

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