Venezuela logró convencerme. La situación me
persuadió a tal punto que ya puedo asegurar que este país no es “serio”. Esta
expresión se usa mucho, muchísimo, en todos los círculos. Pobres y ricos
siempre agregan a sus diálogos que al país le falta seriedad y que por eso
estamos en el centro de la barbarie, por nuestras propias contradicciones y no
gracias a agentes externos que infectaron la nación con fenómenos antes
desconocidos como el chavismo, la boliburguesía, el caciquismo, caudillismo o
como usted quiera llamarlo. Todos estos rasgos no son ajenos en el devenir
histórico de Venezuela, siempre han estado presentes con sus variaciones y
adaptaciones al momento determinado. Pero hoy, desde luego, nuestra degradación
llegó al límite y lo peor es que puede seguir empeorando.
En un país serio ningún mango aterriza en la cabeza
de ningún Presidente como gesto desesperado para pedir la atención del primer
mandatario a quien se le ve como una suerte de salvavidas flotando en el mar de
la pobreza. Tampoco se le regalan camionetas de procedencia desconocida a una
familia escogida al azar que va transitando la autopista. Un país serio no
tolera esas cosas porque cuestiona el despilfarro, es alérgico al populismo y
combate el peculado de uso.
En un país serio la nación se declara en emergencia
si no hay papel para reproducir periódicos, libros, revistas y cuadernos. Un
país serio no tolera la censura porque es su vaso comunicante y a través de los
medios independientes se informa, expresa, opina, critica y hace escuchar su
voz. Un país serio lee, lee mucho. Escribe, investiga, piensa, reflexiona,
celebra la inventiva y patenta el conocimiento. No voltea la mirada ante el
descalabro de sus universidades, liceos y escuelas porque sabe que en la educación
está su desarrollo.
De tal manera que en un país serio un Presidente con
apenas bachillerato no recibe un doctorado “honoris causa” de una universidad
estatal porque ni siquiera fuera Presidente. 100 mil niños no están yendo a la
escuela, 350 mil no asisten al liceo, 56% de las personas abandonan sus estudios
entre los 15 y 19 años: esto retorcería los intestinos de un país serio.
Igualmente, la fuga de talentos no se permitiría. Un país serio, que por ende
debe tener un gobierno serio, hace todo lo necesario por generar condiciones
para todos sus profesionales y luchar contra viento y marea para no verlos
partir a otros lares en busca de mejor vida. Más de 10 mil médicos han huido de
este país poco serio.
Un país serio es alérgico a los excesos de la burocracia.
Cambia la computadora por las carpetas y las diligencias presenciales por el
Internet. La gente no anda con un fajo de fotocopias, planillas, formularios,
partidas de nacimiento y fotografías tipo carnet para demostrar que es de carne
y hueso.
Los países serios combaten la inseguridad, luchan
contra las mafias y la corrupción porque entienden que cuando son terreno
fértil para la delincuencia terminan en plataformas internacionales del
narcotráfico, el secuestro, el lavado de capitales y el terrorismo: un lugar
oscuro, muy oscuro.
En definitiva, en un país serio nadie hace colas
para adquirir alimentos, medicinas, repuestos, porque para eso existe el
capitalismo que invita a los consumidores a comprar aquí, allá, y más allá. Los
países serios son ajenos al desabastecimiento y a la improductividad porque los
lleva a la quiebra, la miseria, la desesperación y el odio entre hermanos.
Ángel Arellano
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