Mientras apunta con maestría
el certero machetazo que corta un lateral del coco, el coquero ha resuelto
sazonar la conversación con una frase popular: “ahora todos somos más pobres”.
Quien espera la cocada es una cincuentona jubilada, de esas que el Estado
abandonó a su suerte negándole el pago de sus prestaciones sociales por
retaliación política.
“¿Pobres?”, respondió la doña. “¿Dijo
pobres? Ciertamente ahora somos más pobres, mi hermanito. Más pobres, porque
nunca dejamos de serlo. Pero no todos son pobres con esta crisis. ¿O tú crees
que nadie se ha llenado los bolsillos?”. El coquero extiende su mano, sirve la
crema que mezcló en la licuadora y agrega un intento de arequipe hecho con
azúcar que procuró por medio del bachaqueo a falta de leche condensada: “en eso
la acompaño. Aquí todos los días llega gente que antes andaba mamando y ahora
se bajan de camionetas ‘virgas’ de paquete. No como nosotros doña, que estamos mamando
y locos”.
Galeano reflexionaba en “Las venas
abiertas de América Latina”, su obra más famosa, sobre la desigualdad de origen
entre el nuevo continente y la vieja Europa. Parafraseo: si existen algunos
ricos es porque hay otros pobres… otros muchos, otros en demasía; fuimos
explotados por la existencia de unos depredadores que se lucraron a sus anchas;
si perdimos fue porque otros ganaron. Tales expresiones quedaron confinadas a
la penumbra. Ese fue el destino que el autor dio a su libro poco antes de
morir.
No obstante, vienen al caso las
reflexiones sociológicas de Galeano por el punto en el que concuerdan la doña
jubilada y el coquero: no todos somos pobres porque hay algunos que se hicieron
ricos.
Cuando Jorge Giordani, ministro y
mentor de Chávez, comisario de la planificación y ejecución del “Socialismo del
Siglo XXI”, dijo a la sociedad que los beneficiarios de la corruptela en el
sistema cambiario estatal se habían robado 25 mil millones de dólares, quedó en
evidencia la cualidad del régimen. Si hoy hay un vacío a falta de esos recursos
(y muchos más) es porque otros los tomaron, y éstos, a diferencia del común denominador,
no están sufriendo. “Se los están rumbeando”, sintetiza el argot popular.
No hay hombre en el gobierno que no
esté salpicado por la crónica diaria de la corrupción. No hay figura, por más
impoluta y santa que pretenda mostrarse, que no aparezca en algún expediente,
algún informe de un caso de desfalco al erario público. El chavismo tiene una
nómica entera inmiscuida en la larga, larguísima, cadena de corrupción que ha
patrocinado la Revolución Bolivariana. El socialismo socializó el atraco a las
arcas del Estado. Gentes que antes eran mortales ahora sienten que compraron un
puesto en el Olimpo con los petrodólares que labraron en el algún guiso.
Ostentan, derrochan, restriegan en la cara de todos sus nuevas riquezas.
Si muchos estamos haciendo colas bajo el sol,
angustiados por la escasez y agobiados por la desinversión en todos los
sectores de la vida económica, es porque algunos no lo están. Y esos algunos
son la causa del lamento. O no. No son la causa, sino la consecuencia. Pues, en
resumidas cuentas, un sistema que ha promovido la división de clases, el odio
entre hermanos, la extinción del empresariado y el extrañamiento de la productividad,
sólo abrió las puertas a los amigos de lo ajeno, a quienes colocó en puestos de
comando y son los ricos de hoy, los nuevos ricos. Mientras, los más, somos
pobres, viejos pobres.
Ángel Arellano
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