Sosteniendo
una bolsa de papel que goteaba el aceite de un par de empanadas, una señora se
defendía de las miradas. Eran las once de la mañana y dijo tener cuatro días en
el sitio. Aquel fue el quinto desayuno en la misma posición: la acera de
enfrente del establecimiento J.J. Pérez Alemán, una venta de electrodomésticos
ubicada en la ruidosa avenida Intercomunal de Barcelona.
Decenas de familias se reunieron algunas lunas atrás a
esperar el camión que vendría cargado de neveras, equipos de aire
acondicionado, y, según el rumor de un funcionario de la Superintendencia de
Precios Justos, algunos televisores. Éstos últimos son los más buscados. La
mayoría de quienes invierten varios días de sus vidas en esta fila aspiran
hacerse con uno o dos de estos equipos.
La acera se convirtió en un campamento improvisado. No
faltaron quienes emitieron groserías e insultos a las personas de la cola, sin
embargo, para nuestra sorpresa, terminaron siendo mayoría, según una breve
inspección ocular de una hora, los que se detenían a preguntar la factibilidad
del sacrificio, evaluando unirse.
Sábanas, toallas, sombrillas, cartones, incluso edredones
para cubrirse del frío que eventualmente trae la brisa de la noche, forman las
tiendas que alojan a los protagonistas de la espera. Pacientemente se apuntan
en listas, reparten números y acuerdan representantes que hacen de enlace con
los vigilantes del local. Los cuerpos de seguridad del Estado sólo rondan la
zona pocas veces en el día para garantizar que la situación no se salga de
curso, aunque se han desarrollado un par de balaceras en los varios meses que
lleva la dinámica.
Sillas de playa, bancos de madera o plástico, gaveras de
malta, cerveza o refrescos, bloques y hasta neumáticos, son los asientos de
quienes han dejado su oficio para aventurarse en esta espera. Pareciera una
zona marcada por el conformismo y la resignación. Hay muchas caras tristes,
otras furiosas, algunas serias, pero todas expectantes, dándole vivas a la
suerte para que puedan adquirir lo esperado.
“La gente siempre pregunta que por qué uno está aquí
aguantando sol, calor y humo. Como que no ven lo que pasa en el país con esta
peladera”, expresó la señora tras culminar los bocados: “Muchos compran para
revender, sí es verdad, pero la mayoría nos calamos este viacrucis para tener
algo para la familia. Es la única manera de conseguir barato”. Su cabello
registra algunas canas, puede estar finalizando la quinta década de su vida. Se
veía fatigada, afectada por la insolación. Devolvía el mandado a los que
lanzaban improperios desde los autobuses.
Minutos después, se escucharon lamentos y una ola de
vulgaridades. Recordaron la madre de los dueños de J.J. Pérez Alemán y la del
Presidente de la República. ¿El motivo? Un vigilante había pasado el dato de
que el camión con los productos no llegaría. Un accidente en la vía de Caracas
hacia oriente había ocasionado su retorno a la capital.
Era
el mediodía del viernes. Apenas el calor comenzaba su momento asfixiante. Los
miembros de la fila debían seguir esperando. La empresa notificó que el
transporte llegaría el lunes y pidió a los clientes del campamento que vinieran
la semana próxima. Pero no, ahí se quedaron, en la intemperie de la acera, en
la adversidad de la avenida. Comiendo cualquier “bala fría”, durmiendo con un
ojo abierto, contando con baños ajenos y haciendo del periódico prestado un compañero
infalible.
Ángel Arellano
Amigo esto lo leo y no lo creo, hasta donde puede llegar la ignorancia de un pueblo? esto deja tanto en que pensar, Saludos!
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