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lunes, 6 de abril de 2015

A cuatro años de la partida de nuestro hermano Euris Naranjo (1989-2011)


Cuando Euris murió me tocaba asumir uno de los mayores retos de mi vida. El 4 de abril de 2011 había sido emitida la resolución oficial con la que me nombraban Coordinador de Prensa y Relaciones Públicas de la Alcaldía de Lechería. Apenas tenía 21 años, y como era de esperarse, aun cuando conocía los procedimientos y tenía un plan construido con el aporte de muchas manos que me ayudaron a cumplir con la tarea, los nervios eran tan altos como las expectativas de quienes habían confiado en mí capacidad para conducir los destinos del Departamento de Comunicaciones del Municipio Urbaneja.

Dos días después, debía recibir las llaves de la oficina y firmar las actas de entrega: montones de papeles, inventarios y fotocopias que requerían supervisión en miras de adaptar todo y comenzar el trabajo. Por tanto, me acosté muy tarde, casi a las 2am pensando en todo lo que debía hacer. El cansancio me venció y, como pocas veces sucede, dejé el celular encendido. A las 5am desperté con una llamada que contesté rápidamente asustado. Edgar, el hermano de Euris, con una voz sobria habló desde el otro lado del teléfono: “Aló, ¿Ángel? ¿Tú eres el amigo de Euris, no? Él siempre me habla de ti. Bueno chamo a las dos de la mañana se estrelló en un carro en el que iba con otros muchachos y cayó en un caño aquí en Tucupita. Fue una tragedia. Murió. Estoy aquí con mi familia, cualquier cosa este es mi número. Quería que le informaras a sus compañeros de clases”.

Tras un par de minutos resolví contestar enviando mis condolencias a sus padres e informé a Edgar que avisaría a los muchachos de la universidad y estaría en breve ahí con ellos. No creí que era cierto. Desperté a varios amigos. A todos los llamé con la sorpresa. No pude caer en la realidad de que algo así había sucedido a un amigo tan cercano, un compañero clave del movimiento estudiantil y además un joven talentoso, brillante y colmado de vida.

Organicé con Luís Matute, amigo de ambos, todo para salir de inmediato a Tucupita. Partí hacia la Alcaldía para notificar el por qué no podría recibir el Departamento de Comunicaciones ese día.  Debía ir a Delta Amacuro, un estado que no conocía, que sabía estaba muy lejos, pero que necesitaba de mi presencia para acompañar a los padres de Euris. En el carrito por puesto de la línea de Lechería estallé en llanto. Tras dos horas desde la noticia hasta la llegada a la Alcaldía había acumulado un shock que se mostró minutos antes de bajar del transporte. Lloraba con un dolor inmenso, como un niño. La gente que estaba ahí presente pudieron percatarse de lo acontecido. Desde ese momento, supe que al igual que el miedo, el dolor puede tan intenso y tan profundo.

Llegué a la Alcaldía, firmé un par de hojas y expliqué el objeto de mi retirada. En algún cajero automático saqué los ahorros que poseía en una cuenta electrónica de Banesco: esos espacios desechables que otorga el banco a quienes tienen unos pocos centavos en sus arcas. Con Matute fui al Terminal de Puerto La Cruz, de ahí hasta Maturin y después a Tucupita. Llegamos sobre las 7 de la noche a la casa de Euris. Visitamos su habitación. Un hogar humilde, como el de Luís, el mío o el de muchos de los estudiantes que en la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Santa María, al igual que en el resto de las casas de estudios superiores, se han graduado con mucho sacrificio, acudiendo en no pocas ocasiones al auxilio de una beca o un trabajo de medio tiempo para cumplir con el objetivo. Euris, Luís y yo teníamos algo en común: ninguno de los tres éramos originarios de Barcelona, sede de la universidad. Nos conocimos en el camino, con las mismas inquietudes que traen a la ciudad los chamos de los pueblos pequeños y tuvimos en común unas frenéticas ganas de luchar en cualquier espacio para cambiar el país hacia uno que brindara más oportunidades a todos.

Esa noche en Tucupita rezamos mucho. Conocimos a gran parte de la familia de Euris y contuvimos el llanto ante tantas anécdotas que quisimos escuchar de él y no de los asistentes a su velorio. Un joven de 21 años, con dotes de buen orador, locutor, bailarín, organizador de eventos, colectas, viajes, parrandas y todo lo que a un soñador de la vida le viene en gana cuando sale a la calle en la búsqueda de nuevos rumbos. Euris era un amigo formidable y un compañero distinguido.

El día siguiente fue el entierro. Unos mariachis recibieron la urna en su salida de la funeraria. He vivido pocas cosas tan tristes como aquel momento. Caminamos mucho hasta llegar al Cementerio de Tucupita. Ahí lo dejamos con el dolor de muchas almas dolidas. En la tarde, estuvimos en casa de sus familiares. Comimos sopa de pescado del Orinoco y conversamos un rato largo. El retorno lo hicimos en un autobús de una empresa desconocida. El Terminal de Tucupita, ese amasijo de concreto sin concierto arquitectónico y bombillos apagados, nos dio la despedida junto a don Edgar, el padre de Euris. La frase con la que matizó su “hasta luego” fue el preámbulo de una relación afectuosa y muy cordial que mantenemos en la actualidad: “se fue Euris pero me quedan ustedes que también son mis hijos”. Al llegar a Barcelona, los compañeros del movimiento estudiantil de la USM y demás allegados, organizaron un par de misas en su honor. Fue un encuentro de decenas de jóvenes que despedíamos a uno de nuestros mejores dirigentes.

Nunca quise escribir estas letras. No sé si por nostalgia o por temor a que pudieran malinterpretarse. Desde hace unos días he estado pendiente del cuarto aniversario de la muerte de “El Negro” y quise homenajearlo contando el relato de lo que fue para mí aquel día, con los detalles que quizá a pocos pueda interesar pero que expreso con mucho cariño para su madre, la señora Uviderma, su padre el señor Edgar, sus hermanos, familiares y todos los amigos que desde el Frente Usemista tejimos una estrecha relación con un personaje único e incomparable. 

Es mi deseo expresar que para nosotros él sigue ahí, siempre presente. En la estampita que hizo Gabriel Mijares para recordarlo, o en los comentarios de Rodolfo, Oswaldo, Rogelio, Luisma, Hilianny, Carlos, y todos quienes lo quisieron por ser quien fue. En nuestros corazones no hay más que los mejores deseos para Euris, donde quiera que el Señor lo haya puesto dentro de su humilde morada. Que Dios bendiga a nuestro hermano Euris. Siempre en nuestros corazones y en nuestras ideas.


Ángel Arellano

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