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lunes, 13 de abril de 2015

No es un “cupo”, es la libertad


          Soy uno de los miles de venezolanos que perdió sus ahorros en un boleto aéreo. Al igual que muchos, no poseo cuenta en los bancos del Estado y menos una tarjeta de crédito emitida por esas instituciones. Planifiqué mi presupuesto, precario como el de toda la juventud venezolana, para viajar este año y realizar algunas actividades personales y profesionales. En fin, soy parte de ese montón que recibió lo que el argot popular resolvió identificar como el “Cadivazo”: un sorpresivo chaparrón de agua fría cortesía del régimen.
            Es incalculable la cantidad de ciudadanos que han perdido su dinero tras estos anuncios que regulan, hasta la asfixia, la posibilidad de optar a un discreto número de dólares para viajar. Incuantificable la estela de dramas en jóvenes, adultos, enfermos, deportistas, académicos, empresarios y turistas a consecuencia de esto. El gobierno aprovechó el clímax mediático de la Cumbre de las Américas para disparar un proyectil sin parangón.
            La medida, así como la convalidación exprés que hizo el CNE a las firmas contra Obama que terminaron escondidas en algún almacén “diplomático”, estimulará la diáspora. Al momento en que se supo el “Cadivazo”, la intención de emigrar estalló en todos lados. Las redes sociales estuvieron colmadas de rechazo e indignación, pero también de desesperanza y despedidas.
            En el momento que creemos que las cosas no pueden ser peor, terminan siéndolo. Y es que así es la vida en un sistema como el vigente. ¿Cómo pedir rectificación a un modelo diseñado para controlar, reprimir y estatizar? ¿Cómo esperar que el sistema se estabilice y vuelva al camino democrático partiendo de la premisa de “el tiempo de Dios es perfecto”? No hay razones para que el sistema instaurado por el chavismo cambie. Este ha sido su plan y preservarlo, cueste lo que cueste, es el objetivo principal.
            La nueva restricción incrementa el encierro, potencia el aislamiento de los venezolanos. El problema no es el “cupo”. Que lo reduzcan, amplíen, encarezcan o no, es irrelevante. La médula del problema es que no debe existir un “cupo” que limite a la gente para comunicarse con el mundo exterior. Ampararnos en la defensa del “cupo” es seguir convalidando el sistema y sus restricciones. Libertad es que no haya ni “cupo” ni control como sucede en casi todas las naciones que asistieron a la Cumbre de las Américas.
            El “Cadivazo” o nuevo “viernes negro” refrescó la erosión permanente de las libertades en un país más pobre, más violento, más inseguro y con menos oportunidades.
Por tanto, se replantea el problema: ¿seguir aceptando o no la imposición del “cupo”? Sonará radical para los más conservadores, pero la solución pasa por salir de este sistema. Reemplazar el modelo vigente no parte por una ecuación matemática, económica o política, sino por la aspiración social: querernos nosotros para querer más, reclamar, exigir, trabajar. Eso no solo no está sucediendo en la sociedad, sino que en los grupos políticos, que deberían aprovechar todas estas situaciones para potenciar sus mensajes de cambio y arraigarse con las demandas nacionales, tampoco se hace nada por conectar, por atreverse, por romper un esquema que les permita surcar la ola de la opinión pública.
No se nos puede ir la vida haciendo carpetas para implorar autorizaciones que degradan el gentilicio. El mundo espera más de nosotros. Más coraje, más valor, más decisión para cambiar esta realidad deplorable y vergonzosa.

Ángel Arellano

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