Cuando
Euris murió me tocaba asumir uno de los mayores retos de mi vida. El 4 de abril
de 2011 había sido emitida la resolución oficial con la que me nombraban
Coordinador de Prensa y Relaciones Públicas de la Alcaldía de Lechería. Apenas
tenía 21 años, y como era de esperarse, aun cuando conocía los procedimientos y
tenía un plan construido con el aporte de muchas manos que me ayudaron a
cumplir con la tarea, los nervios eran tan altos como las expectativas de
quienes habían confiado en mí capacidad para conducir los destinos del
Departamento de Comunicaciones del Municipio Urbaneja.
Dos días
después, debía recibir las llaves de la oficina y firmar las actas de entrega:
montones de papeles, inventarios y fotocopias que requerían supervisión en
miras de adaptar todo y comenzar el trabajo. Por tanto, me acosté muy tarde,
casi a las 2am pensando en todo lo que debía hacer. El cansancio me venció y,
como pocas veces sucede, dejé el celular encendido. A las 5am desperté con una
llamada que contesté rápidamente asustado. Edgar, el hermano de Euris, con una
voz sobria habló desde el otro lado del teléfono: “Aló, ¿Ángel? ¿Tú eres el
amigo de Euris, no? Él siempre me habla de ti. Bueno chamo a las dos de la
mañana se estrelló en un carro en el que iba con otros muchachos y cayó en un
caño aquí en Tucupita. Fue una tragedia. Murió. Estoy aquí con mi familia,
cualquier cosa este es mi número. Quería que le informaras a sus compañeros de
clases”.
Tras un
par de minutos resolví contestar enviando mis condolencias a sus padres e
informé a Edgar que avisaría a los muchachos de la universidad y estaría en
breve ahí con ellos. No creí que era cierto. Desperté a varios amigos. A todos
los llamé con la sorpresa. No pude caer en la realidad de que algo así había
sucedido a un amigo tan cercano, un compañero clave del movimiento estudiantil
y además un joven talentoso, brillante y colmado de vida.
Organicé
con Luís Matute, amigo de ambos, todo para salir de inmediato a Tucupita. Partí
hacia la Alcaldía para notificar el por qué no podría recibir el Departamento
de Comunicaciones ese día. Debía ir a
Delta Amacuro, un estado que no conocía, que sabía estaba muy lejos, pero que
necesitaba de mi presencia para acompañar a los padres de Euris. En el carrito por
puesto de la línea de Lechería estallé en llanto. Tras dos horas desde la
noticia hasta la llegada a la Alcaldía había acumulado un shock que se mostró
minutos antes de bajar del transporte. Lloraba con un dolor inmenso, como un
niño. La gente que estaba ahí presente pudieron percatarse de lo acontecido.
Desde ese momento, supe que al igual que el miedo, el dolor puede tan intenso y
tan profundo.
Llegué a
la Alcaldía, firmé un par de hojas y expliqué el objeto de mi retirada. En
algún cajero automático saqué los ahorros que poseía en una cuenta electrónica
de Banesco: esos espacios desechables que otorga el banco a quienes tienen unos
pocos centavos en sus arcas. Con Matute fui al Terminal de Puerto La Cruz, de
ahí hasta Maturin y después a Tucupita. Llegamos sobre las 7 de la noche a la
casa de Euris. Visitamos su habitación. Un hogar humilde, como el de Luís, el
mío o el de muchos de los estudiantes que en la Escuela de Comunicación Social
de la Universidad Santa María, al igual que en el resto de las casas de
estudios superiores, se han graduado con mucho sacrificio, acudiendo en no
pocas ocasiones al auxilio de una beca o un trabajo de medio tiempo para
cumplir con el objetivo. Euris, Luís y yo teníamos algo en común: ninguno de
los tres éramos originarios de Barcelona, sede de la universidad. Nos conocimos
en el camino, con las mismas inquietudes que traen a la ciudad los chamos de
los pueblos pequeños y tuvimos en común unas frenéticas ganas de luchar en cualquier
espacio para cambiar el país hacia uno que brindara más oportunidades a todos.
Esa
noche en Tucupita rezamos mucho. Conocimos a gran parte de la familia de Euris
y contuvimos el llanto ante tantas anécdotas que quisimos escuchar de él y no
de los asistentes a su velorio. Un joven de 21 años, con dotes de buen orador,
locutor, bailarín, organizador de eventos, colectas, viajes, parrandas y todo
lo que a un soñador de la vida le viene en gana cuando sale a la calle en la
búsqueda de nuevos rumbos. Euris era un amigo formidable y un compañero
distinguido.
El día
siguiente fue el entierro. Unos mariachis recibieron la urna en su salida de la
funeraria. He vivido pocas cosas tan tristes como aquel momento. Caminamos
mucho hasta llegar al Cementerio de Tucupita. Ahí lo dejamos con el dolor de
muchas almas dolidas. En la tarde, estuvimos en casa de sus familiares. Comimos
sopa de pescado del Orinoco y conversamos un rato largo. El retorno lo hicimos
en un autobús de una empresa desconocida. El Terminal de Tucupita, ese amasijo
de concreto sin concierto arquitectónico y bombillos apagados, nos dio la
despedida junto a don Edgar, el padre de Euris. La frase con la que matizó su
“hasta luego” fue el preámbulo de una relación afectuosa y muy cordial que
mantenemos en la actualidad: “se fue Euris pero me quedan ustedes que también
son mis hijos”. Al llegar a Barcelona, los compañeros del movimiento
estudiantil de la USM y demás allegados, organizaron un par de misas en su
honor. Fue un encuentro de decenas de jóvenes que despedíamos a uno de nuestros
mejores dirigentes.
Nunca
quise escribir estas letras. No sé si por nostalgia o por temor a que pudieran
malinterpretarse. Desde hace unos días he estado pendiente del cuarto
aniversario de la muerte de “El Negro” y quise homenajearlo contando el relato
de lo que fue para mí aquel día, con los detalles que quizá a pocos pueda
interesar pero que expreso con mucho cariño para su madre, la señora Uviderma,
su padre el señor Edgar, sus hermanos, familiares y todos los amigos que desde
el Frente Usemista tejimos una estrecha relación con un personaje único e
incomparable.
Es mi deseo expresar que para nosotros él sigue ahí, siempre
presente. En la estampita que hizo Gabriel Mijares para recordarlo, o en los
comentarios de Rodolfo, Oswaldo, Rogelio, Luisma, Hilianny, Carlos, y todos
quienes lo quisieron por ser quien fue. En nuestros corazones no hay más que
los mejores deseos para Euris, donde quiera que el Señor lo haya puesto dentro
de su humilde morada. Que Dios bendiga a nuestro hermano Euris. Siempre en
nuestros corazones y en nuestras ideas.
Ángel Arellano