El libro de Galeano del que hablamos
la última vez quedó en la mesa esperando su entrega. Américo murió en el
instante final de la noche, cuando el sol anunciaba su entrada y se acomodaban
los grises para dar paso a la claridad.
A las 4:30 am, dicen los médicos que
estaban en la guardia nocturna, dejó de existir. Falleció en el Hospital
Razetti de Barcelona, la institución a la que dedicó muchos años como reportero
y periodista de amplia trayectoria en Anzoátegui.
La enfermedad no dio tregua. Se fue
tras un violento embate que lesionó su ya precario estado de salud.
La noticia se supo tempranito, como
suele pasar con los acontecimientos más relevantes. A las 6:30 am recibí el
mensaje de texto de Jorge Ramírez. Un aviso no esperado. ¡Qué tristeza! ¡Qué
vaina!
Américo será recordado. Deja un
largo recorrido por esa carretera escabrosa llamada periodismo. Se afanó en la
proyección de las virtudes de nuestra región, en la pesquisa de los sucesos y
en el acompañamiento a las comunidades, bien desde las páginas del diario El
Tiempo o a través de la pantalla de Telecaribe y la Televisora de Oriente.
El primer trabajo que leí en el que aparecía
relacionado Américo, fue un gran reportaje publicado en el Diario de Caracas en
1987 que hablaba de las bondades de la Cuenca del Unare. Fue la edición del
primero de marzo de aquel año, para ser más exactos. Para entonces, él era
director de la sección “Venezuela Adentro”. De esa investigación, que realicé en
la Hemeroteca de la Academia Nacional de la Historia, recogí varios textos, los
registré con una fotografía y los almacené en mi archivo particular. No sólo publicitó
al Unare, dedicó espacio a la Mesa de Guanipa, al Paseo Colón de Puerto La
Cruz, a las islas del Parque Nacional Mochima, a la costa de El Hatillo y La
Cerca, a los casaberos de Sabana de
Uchire, a los alrededores de la para entonces conocida como Faja Bituminosa del
Orinoco, entre otros. “Venezuela Adentro”, un excelente recurso documental.
Lamentamos su partida. Cada vez que muere un
periodista el país pierde una voz, pero gana cientos de ellas en las aulas de
las escuelas de comunicación social. Sobre esto último, los salones de clase, y
en específico sobre el qué se está impartiendo, debatiendo y discutiendo en el
semillero de los nuevos periodistas, invertimos varias horas de tertulia y
algunas tazas de café. Américo se mostraba preocupado por la calidad de la
enseñanza, de los programas de estudio y de la capacidad de interpretación y
discernimiento que pudieran tener los jóvenes de la nación en medio de la
situación actual, tan revuelta y tormentosa.
Mantuvo un criterio del deber ser del periodismo, un
apostolado para la educación de las masas. Le agradezco algunas recomendaciones
que puse en práctica en las discusiones sobre ensayos y libros que he venido
realizando con mis alumnos como actividades complementarias para fomentar la
lectura.
¡Ah! Américo era chavista. Sí señor. No por eso dejó
de ser un buen venezolano. Capaz sea ese aspecto el que más captó mi atención y
por eso disfruté tanto de su conversación amigable, ponderada y profunda. En
algo estuvimos de acuerdo, al país lo que más le hace falta, por encima de
todas las cosas, es un abrazo, una gran reconciliación.
No queda más que la despedida invisible, pidiendo a
Dios que lo acoja en su seno y que descanse en paz.
Ángel Arellano