En días recientes, algunos voceros
opositores expresaron una verdad incuestionable: en tiempos de mayor represión
y mayor abuso contra las protestas opositoras en las calles, a razón de la
distorsión ocasionada por el sistema propagandístico de medios públicos, el
gobierno mejoró su popularidad. Los mejores meses para Maduro fueron los más
sangrientos para el país. Paradójico. Sin embargo, así el juego.
Por otro lado, el momento actual en
el que la oposición carece de una agenda de protesta masiva y radical ha sido
el de peor popularidad para el Ejecutivo. Los titulares de la poca prensa
independiente que subsiste y los disminuidos espacios de crítica que se mantienen
con vida narran día tras día las crónicas de este desastre. No hay un solo eslabón
de la incivilizada vida del venezolano que no esté caotizado. Todo,
absolutamente todo, se ha convertido en un problema.
Con este cuadro, la carta que pone
el gobierno en la mesa es la de radicalizar la situación y generar nuevas
situaciones de intolerancia que unidas con la permanente campaña de abstención
que promueve el Consejo Nacional Electoral, puedan lograr tres cosas: extremar
la polarización lo más posible, enfrentar internamente a la oposición en cuanto
a las diversas posturas que debe fijar, y desmovilizar al electorado
independiente.
Aun cuando la Unidad sigue sin
mostrar un plan de actividades conjunto y se encuentra enfocada a tiempo
completo en los enroques de sus candidaturas por consenso para las
Parlamentarias priorizando a las cúpulas de las direcciones nacionales por
encima de los liderazgos regionales y cuadros emergentes, los números del
oficialismo no mejoran. Las graves amenazas y encendidos discursos en favor de
un hipotético (y gaseoso) levantamiento de “los barrios” apoyando la Revolución
ante una eventual victoria de la MUD, no ha sido respondido con contundencia
por la disidencia, y esto, paradójico también, pareciera que ha sido lo mejor. El
gobierno ha quedado solo en una suerte de karaoke en el que canta sin público
mientras a su alrededor la crisis empeora su imagen a niveles nunca antes
vistos y que producen perspectivas positivas para los que militan en la acera
de enfrente.
De ahí la preocupación ficticia
sobre la recuperación del Esequibo, exacerbando un supuesto nacionalismo inexistente,
y la polémica con Colombia sobre la delimitación marítima arbitraria que
decretó Maduro a los fines de buscar nuevas batallas “patrióticas” que no pasan
de un par de reuniones entre diplomáticos que esgrimen los intereses económicos
de sus representados. ¿Qué hacer si tu enemigo está tan concentrado en sus
actividades que no te presta atención y quedas peleando con un porfiado
inflable? Buscas un enemigo externo y lo incorporas al ring.
Si algo ha caracterizado al chavismo
en sus 16 años de gobierno es el olvido de los asuntos limítrofes. ¿Acaso la
entrega de la soberanía de las decisiones de Estado a los Castro no es ya el
signo del Socialismo del Siglo XXI? El tema del Esequibo nunca ha sido bandera
de la revolución bolivariana. El gobierno lo añade a la agenda y exige a la
oposición una postura complaciente. Si no, ésta es condenada como “vende patria”
y entreguista. Lo mismo con Colombia. Se habla de guerra, de conflicto, de
armas, sangre y revuelta pero ninguna de cosas están en los planes. Son sólo
cartas del juego. Propaganda. Trapos de un torero desahuciado.
Ángel Arellano