Tras las teclas que redactan
las publicaciones de prensa y redes sociales, hay jóvenes desairados y
entristecidos por la situación de nuestro país. Relatan lo que ven sus ojos,
son parte de las trágicas estadísticas. Juventud víctima como los muertos en el
barrio, presa del miedo que infunde la bota militar Ellos sienten al igual que
todos, padecen nuestros males. Son, al igual que cualquier cristiano, una
esponja más que absorbe el odio y la división que intoxica la calle.
Y esa es la juventud que informa,
que no sacia el hambre de decirle al planeta lo aquí sucede. Tiene claro el
panorama. Sabe bien su objetivo. No quieren vivir en dictadura. No quieren ser
propiedad de nadie. No quieren irse a la cama a sabiendas de que despertarán
amordazados por no haber hecho todo en favor de rescatar la democracia.
Hoy las crónicas narradas sobre la Patria son
vergonzosas. Cada expectativa positiva es apedreada por delincuentes que desde
el estrado gubernamental no han bajado el volumen de sus groserías y odas a la
guerra entre hermanos. Mientras en la calle se escucha el disparo, la sirena y
la moto; en la nevera solo suena la jarra llena de agua y en el bolsillo muere
el vacío silencio de la pobreza.
Veo jóvenes comunicando historias
que cuestan creer. Cuentos difíciles de digerir para el mundo y para nosotros
también. Aunque haya una gente dispuesta a tolerar la dictadura por sentirse
parte del menjurje del saqueo a los dineros públicos, receptores de dádivas o
de un poquitico de petróleo, la abrumadora mayoría está excluida, sin futuros
ni sueños. El gobierno hoy no representa a nadie. Dejaron de ser una voz para
convertirse en criminales.
En 39 hogares lloran el luto, más de
600 juntan medio para curar a los heridos, 66 familias sufren la indignación de
tener a un hijo víctima de la tortura y casi 2000 sacaron a sus muchachos de la
cárcel porque hay otros que injustamente siguen recluidos por protestar en
contra de la patética realidad que vivimos como pueblo.
Se han quemado cruces, asesinado
mujeres, hombres, menores de edad y una esposa embarazada. Quienes disparan lo
hacen sin remordimiento. Las agresiones son una gracia y la justicia no llega.
Caen estudiantes muertos y al gobierno sólo le interesa que los gringos no los
sancionen porque saldrá la lista de negocios podridos a costillas en el imperio
que tanto han maldecido.
Escucho el llanto de la impotencia,
veo la mirada de indignación. Siento la molestia de mucha gente que no sabe qué
será de sus días sin dinero, ni empleo, ni seguridad. Sin conseguir la comida,
las medicinas y los repuestos para salir a buscar el sustento. El gobierno ha
sembrado frustración y por eso cosecha rechazo.
No sé qué hará el muchacho que
estudia hoy fajado entre libros si mañana no habrá trabajo. No sé pa´ dónde irá
el enfermo sin sutura que lo remiende. No sé qué hará la madre sin conseguir la
bombona de gas, los pañales y el litro de leche.
Una depresión terrible sufre mi
pueblo. El dolor de la dictadura, el dolor de la oscuridad. Lo que le duele a Venezuela
es lo que le duele a los jóvenes que luchan por ella en toda la Patria. La
tarea sólo demanda unión y compromiso.
La dictadura no resolverá este
entuerto. De ellos nunca se ha visto iniciativa para bajarle dos al conflicto.
La dictadura sólo manda y no le importa lo que suceda. Por eso no puede
continuar, hay que cambiar este rumbo. El pueblo sabe de condiciones claras, la
gente quiere que se reconozca al otro. La ley es para todos.
Ángel Arellano
Email:
asearellano@yahoo.es
Twitter: @angelarellano
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