En el trascurrir de estos
dolorosos días para el país, colmados de heridos, torturados, presos, represión,
atropellos, injusticias; aturdido entre la agobiante expectativa de recibir un
nuevo nombre de un fallecido a manos de los colectivos paramilitares del
gobierno, Sebin, o de la propia “Guardia del Pueblo”, he robado unos minutos
para reflexionar sobre el complejo transitar de la alternativa que desde hace
rato es mayoría.
Ser oposición es tarea difícil, no
resulta fácil convencer a las masas para hacer esta o aquella actividad, seguir
una u otra estrategia o plegarse a la causa con la mayor uniformidad,
coherencia y compromiso que tan patriótica empresa nos exige. Menos en momentos
de tanta efervescencia y movilización social.
De ser sencillo ser oposición, tuviéramos una nación
variopinta en ideas y abierta cual templo a la pluralidad de la sociedad. Pero
no es fácil. Es una labor que merece la mayor entrega de tiempo, recursos,
corazón y espíritu que ser humano alguno pueda tener.
Del 12 de febrero a la fecha que redacto (25
febrero), el mundo contabiliza 14 muertos, más de 250 heridos, varias docenas
de torturados y una cifra de detenidos que pisó los 600 aunque han ido saliendo
en libertad bajo régimen de presentación, en la medida que la protesta ha
presionado a las autoridades. El gobierno no ofrece cifras oficiales, no les
conviene.
Cuando decidimos encausarnos en la
senda del cambio, lo hicimos con la mayor convicción de creer en la política
como un peregrinaje social, un apostolado en función del bien común. Quien no
es un dirigente social, de causas comunes, no es dirigente político. O por lo
menos no en esencia. Ahí está Maduro, un “error de la historia”.
Venezuela ha llamado a sus hijos a
que permanezcan en la calle. Las máscaras de los delincuentes que parapetean
las labores de gobierno cayeron al foso y así quieran empatucar la escena con
un remiendo de carnaval televisado, conseguirán una muralla de voluntades
peleando por sus muertos.
La lucha estudiantil impetuosa, juvenil,
infranqueable, se confunde ahora con las demandas del pueblo llano, el pueblo
pobre, necesitado y olvidado por los que se hicieron con el botín y no salen de
Miraflores por miedo a caerse con todo y coroto. No es casualidad tanto bonche
y rumba en Palacio cuando la República está encendida de cabo a rabo.
Es la hora de los mensajes bien
pensados, de encarnar el sentir popular con firmeza y sin quitar un centímetro
de protagonismo a quien hoy tiene ese monopolio: la gente. Es hora de no
retroceder y de activar a todos los sectores para presionar por los petitorios
planteados que no es más que el sentir de un país desangrado: cese a la
violencia, justicia, liberación de los presos, libertad de expresión, igualdad
de condiciones, solución a la barbarie económica. Es hora de liderazgos y
compromiso unitario.
El personalismo se quedó sin silla,
las peleas pueden colocarse de últimas en la cola. Aquél que sólo busca la foto
o que critica desde la comodidad de una poltrona ajena, sin proponer ni dar
ejemplo, quedará al margen por sus propios medios. Por ahora, y de manera
prolongada, la atención está puesta en el clamor de nuestros conciudadanos.
Mucha fe.
Ángel Arellano
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Twitter: @angelarellano