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martes, 8 de marzo de 2016

Chavismo: un movimiento en retirada

Imagen: César Mejías

Cuando Pedro Márquez salió a las seis de la mañana de su residencia en la calle 132 de la urbanización Las Acacias de Valencia, el pasado 5 de febrero de 2015, un motorizado y su parrillero se detuvieron en medio de la calle para propinarle una golpiza. Pedro no los conocía, ni supo nunca más de ellos. Para su sorpresa, el dúo que lo atacó no buscaba robarlo ni lo confundían con un miembro alguna banda criminal contraria como para considerar que lo sucedido era parte de un ajuste de cuentas o una mera equivocación.
El delito de Pedro era trabajar para Empresas Polar, los “responsables de la escasez que hay en el país”, como dijeron sus agresores. Las patadas y los golpes lo dejaron a la merced del asfalto. Unos vecinos lo auxiliaron y trasladaron a un hospital para que recibiera atención médica, con el déficit de insumos y personal disponible ya bastante conocido por los venezolanos. El hecho apenas lo reseñaron algunos medios digitales el año pasado. La historia tuvo la intención de hacerse viral pero el mismo día quedó opacada por otra de peor magnitud. La violencia de los grupos criminales que están a disposición del gobierno golpea todos los días, desde hace más de diez años.
En el intento de buscar responsables externos a la crisis, Nicolás Maduro se ha esforzado por atacar a Empresas Polar en Cadena Nacional casi a diario. La única corporación que opera a máxima capacidad en el rubro de bebidas y alimentos, aun cuando tengan déficit en varios sectores por la escasez en materia prima antes producida por Venezuela. En el discurso oficial, la oposición, el imperialismo yankee, la web dolartoday.com y Empresas Polar, son los culpables de cada átomo del caos venezolano. Los lectores entenderán que este argumento está tan devaluado como el bolívar, toda vez que la consultora Datanálisis ubica la aprobación de Maduro en 24,3%, cifra que se reduce hasta 17,3 % en los estudios de Hercon Consultores. Estos números eran impensables hace una década cuando estábamos ante el esplendor de un chavismo que se mostraba indestructible. Tampoco hace tres años, cuando la muerte del líder supremo parecía servir como talismán para la permanencia del oficialismo durante un buen tiempo. Pero sucedió que, como todo proyecto autocrático, con la muerte de la figura central el sistema hizo aguas y hoy lo que vemos son las cenizas de un chavismo que intenta aferrarse al poder, cueste lo que cueste.
Las señales de violencia son claras y lo han sido desde que Maduro subió a la silla presidencial. Los presos políticos siguen en sus celdas, las violaciones a los derechos humanos se mantienen, los ataques de los grupos armados del gobierno continúan perpetrándose y la convocatoria a un “baño de sangre” sigue presente en los mensajes públicos del Ejecutivo.
El chavismo se descompone aceleradamente. Si bien 2015 fue el año para la profundización de una gravísima crisis económica, en 2016 el caos económico es acompañado del declive del sistema de gobierno. Las fracturas internas son notorias y el grupo parlamentario del PSUV, con sus discordancias, incoherencias y gritos en la Cámara, es la mejor representación de un movimiento en retirada.
El gobierno ha hecho del Poder Judicial su arma de guerra para luchar contra la mayoría disidente de la Asamblea. Pero de la ignorancia y el improviso nadie los salva pues sus tácticas han sido tan burdas y ramplonas que hasta en la decisión de liquidación del Parlamento que emitió el TSJ, violaron su propia ley orgánica quedando como al hazmerreir nacional. “Los payasos van pal circo así anden desarreglaos”.
“Los zorros del desierto de Serucha aúllan como demonios cuando llega la noche; ¿sabes por qué?: para quebrar el silencio que los aterroriza”. La frase es extraída de “La ciudad y los perros” (1962), célebre novela de Mario Vargas Llosa.

Ángel Arellano

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