Imagen: César Mejías |
Cuando Pedro Márquez salió a las seis de la mañana
de su residencia en la calle 132 de la urbanización Las Acacias de Valencia, el
pasado 5 de febrero de 2015, un motorizado y su parrillero se detuvieron en
medio de la calle para propinarle una golpiza. Pedro no los conocía, ni supo
nunca más de ellos. Para su sorpresa, el dúo que lo atacó no buscaba robarlo ni
lo confundían con un miembro alguna banda criminal contraria como para
considerar que lo sucedido era parte de un ajuste de cuentas o una mera
equivocación.
El delito de Pedro era trabajar para Empresas Polar,
los “responsables de la escasez que hay en el país”, como dijeron sus
agresores. Las patadas y los golpes lo dejaron a la merced del asfalto. Unos
vecinos lo auxiliaron y trasladaron a un hospital para que recibiera atención
médica, con el déficit de insumos y personal disponible ya bastante conocido
por los venezolanos. El hecho apenas lo reseñaron algunos medios digitales el
año pasado. La historia tuvo la intención de hacerse viral pero el mismo día
quedó opacada por otra de peor magnitud. La violencia de los grupos criminales
que están a disposición del gobierno golpea todos los días, desde hace más de
diez años.
En el intento de buscar responsables externos a la
crisis, Nicolás Maduro se ha esforzado por atacar a Empresas Polar en Cadena
Nacional casi a diario. La única corporación que opera a máxima capacidad en el
rubro de bebidas y alimentos, aun cuando tengan déficit en varios sectores por
la escasez en materia prima antes producida por Venezuela. En el discurso
oficial, la oposición, el imperialismo yankee, la web dolartoday.com y Empresas
Polar, son los culpables de cada átomo del caos venezolano. Los lectores
entenderán que este argumento está tan devaluado como el bolívar, toda vez que
la consultora Datanálisis ubica la aprobación de Maduro en 24,3%, cifra que se
reduce hasta 17,3 % en los estudios de Hercon Consultores. Estos números eran
impensables hace una década cuando estábamos ante el esplendor de un chavismo
que se mostraba indestructible. Tampoco hace tres años, cuando la muerte del
líder supremo parecía servir como talismán para la permanencia del oficialismo
durante un buen tiempo. Pero sucedió que, como todo proyecto autocrático, con
la muerte de la figura central el sistema hizo aguas y hoy lo que vemos son las
cenizas de un chavismo que intenta aferrarse al poder, cueste lo que cueste.
Las señales de violencia son claras y lo han sido
desde que Maduro subió a la silla presidencial. Los presos políticos siguen en
sus celdas, las violaciones a los derechos humanos se mantienen, los ataques de
los grupos armados del gobierno continúan perpetrándose y la convocatoria a un
“baño de sangre” sigue presente en los mensajes públicos del Ejecutivo.
El chavismo se descompone aceleradamente. Si bien
2015 fue el año para la profundización de una gravísima crisis económica, en
2016 el caos económico es acompañado del declive del sistema de gobierno. Las
fracturas internas son notorias y el grupo parlamentario del PSUV, con sus
discordancias, incoherencias y gritos en la Cámara, es la mejor representación
de un movimiento en retirada.
El gobierno ha hecho del Poder Judicial su arma de
guerra para luchar contra la mayoría disidente de la Asamblea. Pero de la
ignorancia y el improviso nadie los salva pues sus tácticas han sido tan burdas
y ramplonas que hasta en la decisión de liquidación del Parlamento que emitió
el TSJ, violaron su propia ley orgánica quedando como al hazmerreir nacional.
“Los payasos van pal circo así anden desarreglaos”.
“Los zorros del desierto de Serucha aúllan como
demonios cuando llega la noche; ¿sabes por qué?: para quebrar el silencio que
los aterroriza”. La frase es extraída de “La ciudad y los perros” (1962),
célebre novela de Mario Vargas Llosa.
Ángel Arellano
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