En “Anatomía de un instante”, el monumental libro que
relata los acontecimientos del golpe de Estado de 1981 en España, Javier Cercas
dedica un espacio en establecer las distinciones del “político puro” con
respecto al resto de los líderes.
Para el autor, el presidente del
gobierno en ese momento, Adolfo Suarez (próximo a cumplir dos años de fallecido
el 23 de marzo), fue el político español más importante del siglo XX: se
encargó de capitanear el país desde la prolongadísima
dictadura de Francisco Franco al desconocido sistema democrático que se
comenzaba a instalar con apoyo de la Corona a mediados de la década de los
setenta. Suarez, el ícono español del liderazgo transformador, era el símbolo
de la atracción por el poder. Aunque parte de su proceder no encajó en ciertos
enclaves éticos, estuvo orientado por una ambición desaforada. En palabras de
Cercas, “fue una ambición en carne viva y nunca se avergonzó de serlo, porque
nunca aceptó que hubiera algo censurable en desear el poder. Pensaba que sin
poder no había política y que sin política no había para él la menor
posibilidad de plenitud vital”.
¿Está mal anhelar el poder?
Revisemos los aspectos positivos y negativos del político puro referidos por el
narrador. Virtudes: “la inteligencia natural, el coraje, la serenidad, la
garra, la astucia, la resistencia, la sanidad de los instintos, la capacidad de
conciliar lo inconciliable”. Defectos: “la impulsividad, la inquietud
constante, la falta de escrúpulos, el talento para el engaño, la vulgaridad o
ausencia de refinamiento en sus ideas y sus gustos; también, la ausencia de
vida interior o de personalidad definida, lo que lo convierte en un histrión
camaleónico y un ser transparente cuyo secreto más recóndito consiste en que
carece de secreto”.
Político puro aquel que no sólo es
un hombre de acción, pero tampoco un ideólogo. El político puro, siguiendo a
Cercas, prioriza el conocimiento y lo exhibe. Demuestra sus capacidades como
seguidor de una idea, pero su agenda es la actividad cuerpo a cuerpo. Convence.
Suma. Soporta a otros y puede soportarse a él mismo. Cercas destaca dos elementos
en la estrategia del político puro que, a diferencia del académico y del hombre
de pocas luces, alimentan su ambición: la “intuición histórica” (José Ortega y
Gasset) y el “sentido de la realidad” (Isaiah Berlin): ubicación, pertinencia y
acierto, ponderación y método. Esta habilidad no se encuentra en la biblioteca
ni en el instituto de formación política. Nace por medio de una sucesión de
hechos específicos en la vida del político. Es una cualidad original adaptada a
cada caso y que prioriza, por encima de cualquier objetivo, la obtención del
poder.
Citamos una frase de Suárez tomada
de la obra de Cercas: “Toda la vida soñé con ser presidente del Gobierno (…) ¿El
poder? ¡Me encanta! Eso me encanta, sí, presidir el destino de mi país”.
Ambicionar el poder no puede ser
reprochable. Controlarlo, da paso a la tarea de gobernar a semejantes y
distintos. No obstante, la democracia, el sistema político que más felicidad le
ha dado el mundo, con sus crisis y desiertos, sirve de trampolín para todo tipo
de líderes, entre ellos, los que han llegado a la cima para suicidarse con
ella. En ese mundo muchas veces copado de incertidumbre, se distingue el
político puro del liderazgo común que no logra mayor trascendencia.
Ángel Arellano
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