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martes, 1 de marzo de 2016

“¿El poder?... ¡Me encanta!”


          ¿Por qué algunos políticos pasan a la historia y otros fueron limitados por la crónica diaria de la prensa? ¿Por qué algunos pueden trepar hasta dejar una marca en la vida de la sociedad, cuando no partirla en dos, y otros apenas son recordados por apariciones vagas y difusas? ¿Qué importancia tiene la ambición, el sentido histórico y la pragmática dentro de la carrera del político?
En “Anatomía de un instante”, el monumental libro que relata los acontecimientos del golpe de Estado de 1981 en España, Javier Cercas dedica un espacio en establecer las distinciones del “político puro” con respecto al resto de los líderes.
            Para el autor, el presidente del gobierno en ese momento, Adolfo Suarez (próximo a cumplir dos años de fallecido el 23 de marzo), fue el político español más importante del siglo XX: se encargó de capitanear el país  desde la prolongadísima dictadura de Francisco Franco al desconocido sistema democrático que se comenzaba a instalar con apoyo de la Corona a mediados de la década de los setenta. Suarez, el ícono español del liderazgo transformador, era el símbolo de la atracción por el poder. Aunque parte de su proceder no encajó en ciertos enclaves éticos, estuvo orientado por una ambición desaforada. En palabras de Cercas, “fue una ambición en carne viva y nunca se avergonzó de serlo, porque nunca aceptó que hubiera algo censurable en desear el poder. Pensaba que sin poder no había política y que sin política no había para él la menor posibilidad de plenitud vital”.
            ¿Está mal anhelar el poder? Revisemos los aspectos positivos y negativos del político puro referidos por el narrador. Virtudes: “la inteligencia natural, el coraje, la serenidad, la garra, la astucia, la resistencia, la sanidad de los instintos, la capacidad de conciliar lo inconciliable”. Defectos: “la impulsividad, la inquietud constante, la falta de escrúpulos, el talento para el engaño, la vulgaridad o ausencia de refinamiento en sus ideas y sus gustos; también, la ausencia de vida interior o de personalidad definida, lo que lo convierte en un histrión camaleónico y un ser transparente cuyo secreto más recóndito consiste en que carece de secreto”.
            Político puro aquel que no sólo es un hombre de acción, pero tampoco un ideólogo. El político puro, siguiendo a Cercas, prioriza el conocimiento y lo exhibe. Demuestra sus capacidades como seguidor de una idea, pero su agenda es la actividad cuerpo a cuerpo. Convence. Suma. Soporta a otros y puede soportarse a él mismo. Cercas destaca dos elementos en la estrategia del político puro que, a diferencia del académico y del hombre de pocas luces, alimentan su ambición: la “intuición histórica” (José Ortega y Gasset) y el “sentido de la realidad” (Isaiah Berlin): ubicación, pertinencia y acierto, ponderación y método. Esta habilidad no se encuentra en la biblioteca ni en el instituto de formación política. Nace por medio de una sucesión de hechos específicos en la vida del político. Es una cualidad original adaptada a cada caso y que prioriza, por encima de cualquier objetivo, la obtención del poder.
            Citamos una frase de Suárez tomada de la obra de Cercas: “Toda la vida soñé con ser presidente del Gobierno (…) ¿El poder? ¡Me encanta! Eso me encanta, sí, presidir el destino de mi país”.
            Ambicionar el poder no puede ser reprochable. Controlarlo, da paso a la tarea de gobernar a semejantes y distintos. No obstante, la democracia, el sistema político que más felicidad le ha dado el mundo, con sus crisis y desiertos, sirve de trampolín para todo tipo de líderes, entre ellos, los que han llegado a la cima para suicidarse con ella. En ese mundo muchas veces copado de incertidumbre, se distingue el político puro del liderazgo común que no logra mayor trascendencia.

Ángel Arellano

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