El viernes 06 de junio la radio hacía el balance de la
semana. Desde hace ya mucho en Venezuela nos olvidamos de restar. Todos los
días sumamos a una cuenta por mucho abultada que con el pasar de los minutos se
vuelve tan pesada, que caen los primeros por no poderla cargar.
El país muere de mengua, poco es lo que se consigue. Hay
quien se acostumbró a las colas y la agonía de pasar sus horas en la espera de
comprar lo necesario. Eso no es la vida, pero es la que tenemos aquí para
vergüenza de la creación divina.
Hace un tiempo ya bastante lejos, en la aurora de esta
revolución, sobraron voces que criticaron el excesivo gasto, los derroches a
manos llenas y la escandalosa corrupción. La carreta siguió rodando, vimos caer
peldaño a peldaño la riqueza de la nación.
Ya Venezuela no tiene donde caerse muerta porque los saqueadores
se llevaron su féretro de oro para fundirlo y forrar sus Ipads, relojes,
bastones, plumas y camionetas último modelo. Tanto ha sido el desastre
económico de los boligarcas que se dan golpes de pecho hablando de Marx, Mao,
Hegel, Bolívar, Lennin, que la escasez llegó a las urnas. ¿Será que ahora los
difuntos tendrán que hacer cola también en las funerarias?, ¿o volverán los
viejos cajones de madera que hasta el polvo había olvidado?
Ocho pacientes de VIH murieron de un solo plumazo por
falta de los retrovirales necesarios para su tratamiento. Maduro quiso negarlo
a fuerza de propaganda, pero los muertos, muertos están, y nadie puede contrariarlo.
Venezuela vivió cada instante del cáncer de Chávez.
Aunque con un sesgo informativo impresionante ejecutado por el gobierno para
tapar la agonía del Comandante, sus seguidores lo sufrieron. Hoy los enfermos
de cáncer caen como moscas por falta de medicamentos. Los hospitales tienen
rato en colapso y Barrio Adentro es un mero recuerdo.
La necesidad unida a la escasez ha mutado en tal
frustración que los valores de solidaridad, cariño, afecto, propios del
venezolano, se han venido evaporando para darle paso al “sálvese quien pueda”.
Un señor muere de un infarto en la cola de un Abasto Bicentenario. Su último
momento fue dedicado a comprar quizá un pollo o dos kilos de harina. Alrededor,
la sociedad expectante, inmutable, nadie se mueve. Sigue la cola.
Los malandros hacen su agosto robando a las viejitas que
regresan del mercado luego de unas 4 ó 5 horas bajo el inclemente sol. La más
de las veces no compraron productos regulados porque hace tiempo que no pintan
por el barrio. Homicidios para quitar el mercado, ahora hablamos de algo que
creímos nunca llegaría: crimen por escasez.
De mengua muere nuestro pueblo por la irresponsabilidad
de un grupito que se llenó los bolsillos y ahora no encuentra forma de contener
el terremoto. Se desmorona el gobierno y con él la nación entera. Que la caída
del sistema nos agarre vestidos o desnudos, despiertos o dormidos, confesos o a
la espera, pero por sobre todo, unidos.
Ángel Arellano
Email: asearellano@yahoo.es
Twitter:
@angelarellano
www.angelarellano.com.ve
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