A diferencia de Cuba y su
reciente apertura a la inversión internacional, muy gradual y restringida pero
apertura al fin en comparación con los 55 años de estricto control, Venezuela
se muestra en un ferviente caos que asciende sin freno alguno en el desastre
económico.
La crisis de la vergonzosa deuda con
las líneas aéreas de más de $4400 millones expone al país como un cráter en el
mundo, un destino cada vez más separado de la realidad global.
El racismo ramplón que anida en el seno del chavismo
dirige una campaña en toda la plataforma de medios públicos en la que define el
problema de la reducción de vuelos y empresas que huyen de Venezuela, como una
preocupación exclusiva de catires sifrinitos y millonarios que quieren
vacacionar en el imperio. Cosa totalmente falsa y quien lee esto seguramente
tendrá un familiar, amigo o conocido que deba salir del país por múltiples
razones distinta al placer. Ahora será mucho más difícil por el incremento de
los boletos que desde hace un año están incomprables.
¿Cómo hace María en Barrio Lindo que está ahorrando
desde hace dos años para ir a visitar a su hijo en el exterior si los precios
no dejan llegar ni siquiera a Colombia por más pana que sea Santos de Maduro?
La desbandada de aerolíneas, y por ende
el aislacionismo que eso representa para la sociedad, es una gran catástrofe.
El tránsito aéreo no es sólo turístico, el comercio internacional se mueve a través
de aviones.
En avión va gente que busca
solucionar sus padecimientos, dolencias y enfermedades en vista del
desmantelamiento del sistema de salud pública y grave estado de la salud
privada. En avión sale y llega el correo y se mueve la carga necesaria en un
país que no produce nada y todo lo importa.
La huida de las aerolíneas es un
gran drama lleno de reducción de personal, despidos masivos y pérdida de
aportes que hacían estas empresas al deporte, la cultura, la lucha antidrogas y
la seguridad nacional. Siendo optimistas, estos venezolanos que quedarán sin
empleo terminarán vendiendo banderitas del Mundial, chicha en los bulevares, o
con un golpe de suerte llegarán a taxistas informales y quizá hasta buhoneros.
Agreguemos a esto: 45% de la flota
aérea comercial venezolana no funciona, dando paso al canibalismo en el que
sustraen piezas de un avión parado para reparar otro y mantenerlo operativo. La
deuda con las empresas nacionales de este sector asciende a $350 millones,
también baipaseados y sin respuesta.
Quien compra un avión para trabajar
en Venezuela, hazaña que últimamente sólo ha hecho la estatal Conviasa, debe
pagar 35% del precio en impuestos. En Colombia, muy a contrapelo de nuestra
primitiva realidad, no se cancela nada. La deuda que contrajo el gobierno en 15
años de gasto, despilfarro, corrupción y mafias, quieren que la cancelemos los
venezolanos, con énfasis en los más pobres, pagando altísimos tributos a un
fisco descompuesto.
Somos una isla, pero no cualquier
isla. Una isla que aun estando cerca, en
una ubicación envidiable para otras naciones, se mantiene lejana producto de la
hecatombe que han significado estos bandidos que desgobiernan.
Venezuela quedará más distante
porque Maduro de un solo guamazo y sin anestesia elevó en 800% las tasas de
importación. Esto significará un gravísimo aliento para la inflación y escasez
de por sí ya intolerable y sumamente dramática. Habrá quien diga “¿bueno y qué
le interesa al pobre, que hoy es más pobre, si la gente paga más o menos en
importaciones?”, y necesariamente habrá quien responda “pero si hasta las
caraotas las traen de afuera”.
Ángel Arellano
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