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lunes, 23 de junio de 2014

Somos una isla


         A diferencia de Cuba y su reciente apertura a la inversión internacional, muy gradual y restringida pero apertura al fin en comparación con los 55 años de estricto control, Venezuela se muestra en un ferviente caos que asciende sin freno alguno en el desastre económico.
            La crisis de la vergonzosa deuda con las líneas aéreas de más de $4400 millones expone al país como un cráter en el mundo, un destino cada vez más separado de la realidad global.
El racismo ramplón que anida en el seno del chavismo dirige una campaña en toda la plataforma de medios públicos en la que define el problema de la reducción de vuelos y empresas que huyen de Venezuela, como una preocupación exclusiva de catires sifrinitos y millonarios que quieren vacacionar en el imperio. Cosa totalmente falsa y quien lee esto seguramente tendrá un familiar, amigo o conocido que deba salir del país por múltiples razones distinta al placer. Ahora será mucho más difícil por el incremento de los boletos que desde hace un año están incomprables.
¿Cómo hace María en Barrio Lindo que está ahorrando desde hace dos años para ir a visitar a su hijo en el exterior si los precios no dejan llegar ni siquiera a Colombia por más pana que sea Santos de Maduro?
            La desbandada de aerolíneas, y por ende el aislacionismo que eso representa para la sociedad, es una gran catástrofe. El tránsito aéreo no es sólo turístico, el comercio internacional se mueve a través de aviones.
            En avión va gente que busca solucionar sus padecimientos, dolencias y enfermedades en vista del desmantelamiento del sistema de salud pública y grave estado de la salud privada. En avión sale y llega el correo y se mueve la carga necesaria en un país que no produce nada y todo lo importa.
            La huida de las aerolíneas es un gran drama lleno de reducción de personal, despidos masivos y pérdida de aportes que hacían estas empresas al deporte, la cultura, la lucha antidrogas y la seguridad nacional. Siendo optimistas, estos venezolanos que quedarán sin empleo terminarán vendiendo banderitas del Mundial, chicha en los bulevares, o con un golpe de suerte llegarán a taxistas informales y quizá hasta buhoneros.
            Agreguemos a esto: 45% de la flota aérea comercial venezolana no funciona, dando paso al canibalismo en el que sustraen piezas de un avión parado para reparar otro y mantenerlo operativo. La deuda con las empresas nacionales de este sector asciende a $350 millones, también baipaseados y sin respuesta.
            Quien compra un avión para trabajar en Venezuela, hazaña que últimamente sólo ha hecho la estatal Conviasa, debe pagar 35% del precio en impuestos. En Colombia, muy a contrapelo de nuestra primitiva realidad, no se cancela nada. La deuda que contrajo el gobierno en 15 años de gasto, despilfarro, corrupción y mafias, quieren que la cancelemos los venezolanos, con énfasis en los más pobres, pagando altísimos tributos a un fisco descompuesto.
            Somos una isla, pero no cualquier isla. Una isla que aun estando  cerca, en una ubicación envidiable para otras naciones, se mantiene lejana producto de la hecatombe que han significado estos bandidos que desgobiernan.
            Venezuela quedará más distante porque Maduro de un solo guamazo y sin anestesia elevó en 800% las tasas de importación. Esto significará un gravísimo aliento para la inflación y escasez de por sí ya intolerable y sumamente dramática. Habrá quien diga “¿bueno y qué le interesa al pobre, que hoy es más pobre, si la gente paga más o menos en importaciones?”, y necesariamente habrá quien responda “pero si hasta las caraotas las traen de afuera”.
 

 Ángel Arellano

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