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martes, 21 de enero de 2014

Una nueva oportunidad




Carreras, dolores, tristezas, colas, abusos, demoras, pobreza. Somos un país pobre, muy pobre. Tan pobre que nuestro sistema de salud pública se ha reducido a un conglomerado de insuficientes centros hospitalarios distribuidos en algunas localidades y ciudades de la nación con una carencia abrumadora en insumos, equipamiento y personal. Asusta.
Aun cuando los profesionales de la medicina trabajan de manera descarnada para solucionar las emergencias que llegan a cada minuto en las pocas camillas disponibles, el sistema no se da abasto y solo queda el regazo de la espera impotente, el sufrimiento de quienes no pueden hacer nada para mejorar su situación en ese momento titular en el que la anatomía de un segundo puede contener una lesión permanente o la muerte.
Esta conjetura la hago al ser protagonista de una emergencia, una víctima más de un Estado que desmanteló su arquitectura de prevención, asistencia y apoyo a quienes sufren un accidente.
San Agustín de Caripe, al norte del estado Monagas. Un poblado fresco, pujantemente agricultor y repleto de una belleza natural que atrae a tanta gente como quepa en sus numerosas cabañas, hoteles, posadas y pensiones. Partí con mi familia el 28 de diciembre rumbo a ese destino, atravesando el convulsionado pueblo de Caicara de Maturín que para esa fecha celebra con bombos y platillos la fiesta del Mono de Caicara.
Visitamos la Cueva del Guácharo, el primer monumento nacional venezolano, descubierto por Alejandro de Humboldt en 1799. El 29 en la mañana, a poco más de un kilómetro de este fantástico lugar, una empinada curva pudo más que el agarre del vehículo que manejaba y caí en un pequeño barranco de unos tres metros de profundidad. Apenas la velocidad era de unos 15km/h. El pavimento húmedo, cubierto por un pequeño rocío mañanero en todo el sector. 8:45am. Luego el perito de tránsito informaría que el asfalto tenía aceite producto de las numerosas gandolas y camiones de carga que a diario transitan la zona. Al sitio le dicen “el estacionamiento” porque a cada rato caen carros en el lugar.
El aparatoso golpe permitió que rompiera el parabrisas con la cabeza y me golpeara la boca con el volante. Sin embargo, más por obra de Dios y la fuerza de la fe que por razones físicas, el carro no se volteó ni perdí el conocimiento. Mi compañera, el gran apoyo al igual que mi familia en toda esta prueba de vida, solo sufrió unos golpes menores propios del fuerte impacto.
A metros de distancia, quizás 200 ó 300, los precipicios eran de cientos de metros. Sin duda caer por cualquier otra curva significaría no estar aquí contando mi historia. En el hospital de Caripe, a 4km del accidente, la emergencia lucía desmontada. Corrí con suerte de conseguir una camilla, porque a minutos de llegar, los pacientes debían esperar sentados o de pie. Con gran disposición y profesionalismo me atendió un joven 4 ó 5 años mayor que yo, médico de la Universidad de Oriente. Un medicamento para el dolor y gasas para contener la sangre fueron los acompañantes para el trasladado en una camioneta particular a Barcelona, pues el centro de salud de Caripe no contaba con ambulancia para llevarme, y en Maturín, la capital más cercana, era muy probable no conseguir en esa fecha un cirujano maxilofacial que me operara.
Al igual que tantos venezolanos que no pueden ser atendidos en los hospitales públicos y carecen de seguro médico, me tocó ir a una clínica anzoatiguense en la que gracias al aporte de toda mi familia pude cubrir mi intervención quirúrgica de emergencia. Elevado presupuesto, no hay clínica barata por más guerra que el gobierno haga al sector privado. ¿Quién es el gran responsable de que el sistema de salud pública esté en el piso?
Mi mamá, mi padrastro, hermana y un primo político, esperaron hasta las 5:30pm en el lugar del siniestro. Ya oscuro y con frío, una grúa de Clarines, que andaba por Ciudad Bolívar, se acercó a Caripe para trasladar el carro hasta Barcelona. Hubo que ir a buscar a los fiscales de tránsito, quienes sin material, pero pidiendo un incentivo económico, asentaron como pudieron la novedad.
10:40pm y desperté de la anestesia. La operación fue un éxito gracias a Dios. Mi familia apenas había tenido chance de bajarse de la grúa en Barcelona para verme. Lágrimas de tristeza por el momento en navidad, y lágrimas de felicidad porque estaba con vida y bien de la cirugía.
Han pasado algunos días y quienes nos gobiernan hablan de que vivimos inundados en regocijo. Venezuela el país más feliz de América. Sin ambulancias, asistencia vial, insumos, equipamiento, especialistas médicos y con una inflación que se traga cualquier ahorro en momento de una emergencia.
Quiero agradecer a todos los que apoyaron, a quienes estuvieron pendientes, a todo aquel que colaboró para superar esta situación. Dios nos da esta oportunidad para seguir luchando, este país tiene que cambiar y para eso nos tiene a nosotros. Adelante.



Ángel Arellano
Twitter: @angelarellano
www.angelarellano.com.ve



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