Carreras, dolores, tristezas, colas, abusos,
demoras, pobreza. Somos un país pobre, muy pobre. Tan pobre que nuestro sistema
de salud pública se ha reducido a un conglomerado de insuficientes centros
hospitalarios distribuidos en algunas localidades y ciudades de la nación con
una carencia abrumadora en insumos, equipamiento y personal. Asusta.
Aun cuando los profesionales de la medicina
trabajan de manera descarnada para solucionar las emergencias que llegan a cada
minuto en las pocas camillas disponibles, el sistema no se da abasto y solo
queda el regazo de la espera impotente, el sufrimiento de quienes no pueden
hacer nada para mejorar su situación en ese momento titular en el que la
anatomía de un segundo puede contener una lesión permanente o la muerte.
Esta conjetura la hago al ser protagonista de
una emergencia, una víctima más de un Estado que desmanteló su arquitectura de
prevención, asistencia y apoyo a quienes sufren un accidente.
San Agustín de Caripe, al norte del estado Monagas.
Un poblado fresco, pujantemente agricultor y repleto de una belleza natural que
atrae a tanta gente como quepa en sus numerosas cabañas, hoteles, posadas y
pensiones. Partí con mi familia el 28 de diciembre rumbo a ese destino,
atravesando el convulsionado pueblo de Caicara de Maturín que para esa fecha
celebra con bombos y platillos la fiesta del Mono de Caicara.
Visitamos la Cueva del Guácharo, el primer
monumento nacional venezolano, descubierto por Alejandro de Humboldt en 1799.
El 29 en la mañana, a poco más de un kilómetro de este fantástico lugar, una
empinada curva pudo más que el agarre del vehículo que manejaba y caí en un
pequeño barranco de unos tres metros de profundidad. Apenas la velocidad era de
unos 15km/h. El pavimento húmedo, cubierto por un pequeño rocío mañanero en
todo el sector. 8:45am. Luego el perito de tránsito informaría que el asfalto
tenía aceite producto de las numerosas gandolas y camiones de carga que a
diario transitan la zona. Al sitio le dicen “el estacionamiento” porque a cada
rato caen carros en el lugar.
El aparatoso golpe permitió que rompiera el
parabrisas con la cabeza y me golpeara la boca con el volante. Sin embargo, más
por obra de Dios y la fuerza de la fe que por razones físicas, el carro no se
volteó ni perdí el conocimiento. Mi compañera, el gran apoyo al igual que mi
familia en toda esta prueba de vida, solo sufrió unos golpes menores propios
del fuerte impacto.
A metros de distancia, quizás 200 ó 300, los
precipicios eran de cientos de metros. Sin duda caer por cualquier otra curva
significaría no estar aquí contando mi historia. En el hospital de Caripe, a
4km del accidente, la emergencia lucía desmontada. Corrí con suerte de
conseguir una camilla, porque a minutos de llegar, los pacientes debían esperar
sentados o de pie. Con gran disposición y profesionalismo me atendió un joven 4
ó 5 años mayor que yo, médico de la Universidad de Oriente. Un medicamento para
el dolor y gasas para contener la sangre fueron los acompañantes para el
trasladado en una camioneta particular a Barcelona, pues el centro de salud de
Caripe no contaba con ambulancia para llevarme, y en Maturín, la capital más
cercana, era muy probable no conseguir en esa fecha un cirujano maxilofacial
que me operara.
Al igual que tantos venezolanos que no pueden
ser atendidos en los hospitales públicos y carecen de seguro médico, me tocó ir
a una clínica anzoatiguense en la que gracias al aporte de toda mi familia pude
cubrir mi intervención quirúrgica de emergencia. Elevado presupuesto, no hay clínica
barata por más guerra que el gobierno haga al sector privado. ¿Quién es el gran
responsable de que el sistema de salud pública esté en el piso?
Mi mamá, mi padrastro, hermana y un primo
político, esperaron hasta las 5:30pm en el lugar del siniestro. Ya oscuro y con
frío, una grúa de Clarines, que andaba por Ciudad Bolívar, se acercó a Caripe
para trasladar el carro hasta Barcelona. Hubo que ir a buscar a los fiscales de
tránsito, quienes sin material, pero pidiendo un incentivo económico, asentaron
como pudieron la novedad.
10:40pm y desperté de la anestesia. La
operación fue un éxito gracias a Dios. Mi familia apenas había tenido chance de
bajarse de la grúa en Barcelona para verme. Lágrimas de tristeza por el momento
en navidad, y lágrimas de felicidad porque estaba con vida y bien de la
cirugía.
Han pasado algunos días y quienes nos
gobiernan hablan de que vivimos inundados en regocijo. Venezuela el país más
feliz de América. Sin ambulancias, asistencia vial, insumos, equipamiento,
especialistas médicos y con una inflación que se traga cualquier ahorro en
momento de una emergencia.
Quiero agradecer a todos los que apoyaron, a
quienes estuvieron pendientes, a todo aquel que colaboró para superar esta
situación. Dios nos da esta oportunidad para seguir luchando, este país tiene
que cambiar y para eso nos tiene a nosotros. Adelante.
Ángel Arellano
Email: asearellano@yahoo.es
Twitter:
@angelarellano
www.angelarellano.com.ve
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Déjanos tu nombre y correo electrónico.
.:Gracias por el comentario:.