El
civismo perdido. Un extravío de cuantioso valor para la identidad nacional sin
comparación alguna. La gran derrota de esta sociedad ha sido la entrega de sus
valores civiles a una camaradería de mafiosos que a costillas de un libreto mal
leído sobre unos supuestos valores “revolucionarios” y “bolivarianos”,
desampararon al pueblo y se hicieron con el botín de las arcas patrias para
financiar su nueva clase: la boliburguesía.
En
un enriquecido debate en el aula con compañeros de clase, sale de un chispazo
esta frase: “lo público desapareció en Venezuela”. La sentida falta de espacios
para el compartir entre todos transpira entre minutos de melancolía dedicados
al recuerdo de lo que teníamos como país.
El que
trabajaba tenía oportunidad, y el flojo, flojo se quedaba. Existió una Venezuela
exportadora y productiva. Hubo una idea del progreso, sobre todo de la vida en
sociedad, la vida pública.
Hoy nuestros
compatriotas gastan los pocos ahorros que la veloz inflación les permite
mantener en sus cuentas bancarias para adquirir algunos bienes que ayuden a
hacer todo en casa. Comida cuando se consiguen productos para hacer completo el
mercado, la caña para la casa, las cotufas para ver películas desde el sofá, la
torta de cumpleaños no sale a la calle, y miles de etcéteras.
El socialismo
fue una promesa absurda porque hoy la sociedad valora lo privado, lo que es de
ellos, no las plazas, calles, monumentos, parques, universidades, jardines,
canchas, gimnasios.
Extraviada
quedó la cultura ciudadana para dar paso a la hostilidad entre hermanos, guerra
en la calle. Es el mejor legado de esta “revolución”. Hasta el motorizado que
se atraviesa olvidó el “disculpas” para incorporar un insulto sin razón. Desapareció
de nuestro ideario el respeto al otro.
El privilegio
que ha tenido estos últimos 15 años la mitificación de la labor militar de los
líderes del proceso independentista venezolano, así como la reivindicación de
los intentos de golpes de Estado en la década de los noventas por cortesía de
este chapapote de gobierno, enviaron al foso de la valoración cultural a
nuestros cimientos civiles y democráticos.
Bolívar, rey y
padre de todo lo sagrado en la República, es el santo cuya luz de velas esconde
la labor de tantos ciudadanos y próceres que lograron darle orden a la idea de
sociedad que quisimos desarrollar para el futuro. Es así como lo militar y
violento tiene privilegios. Y por ende, tanto tiempo después, con una
administración dedicada a publicitar el gendarme como mejor opción, se
desfiguró esta concepción hasta lograr la desaparición de lo público.
Somos, pues, un
país en el que tiene mayor aceptación un carrito de perros calientes que una
plaza pública, o un remate de caballos que un jardín para todos los ciudadanos.
A todo esto agreguemos
el factor miedo. Miedo emanado de la violencia. Sale mejor llegar a casa
temprano directo a dormir que ir al teatro o al parque (sólo en la capital, en
el interior sencillamente no los hay) porque en la vía han muerto cientos a
manos del hampa. Todo concatenado en un genuino atentado contra los valores que
pudieran quedar insertos en la mente de las generaciones actuales, porque las
nuevas, en las que crecerán los hijos de los que lucharon contra “la
boliburguesía” y los hijos de los boliburgueses, no pinta mayor diferencia si no
irrumpe un drástico cambio pronto.
De lo
contrario, sigamos olvidando.
Ángel Arellano
Email: asearellano@yahoo.es
Twitter: @angelarellano