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lunes, 28 de octubre de 2013

La desaparición de lo público




          El civismo perdido. Un extravío de cuantioso valor para la identidad nacional sin comparación alguna. La gran derrota de esta sociedad ha sido la entrega de sus valores civiles a una camaradería de mafiosos que a costillas de un libreto mal leído sobre unos supuestos valores “revolucionarios” y “bolivarianos”, desampararon al pueblo y se hicieron con el botín de las arcas patrias para financiar su nueva clase: la boliburguesía.
          En un enriquecido debate en el aula con compañeros de clase, sale de un chispazo esta frase: “lo público desapareció en Venezuela”. La sentida falta de espacios para el compartir entre todos transpira entre minutos de melancolía dedicados al recuerdo de lo que teníamos como país.
El que trabajaba tenía oportunidad, y el flojo, flojo se quedaba. Existió una Venezuela exportadora y productiva. Hubo una idea del progreso, sobre todo de la vida en sociedad, la vida pública.
Hoy nuestros compatriotas gastan los pocos ahorros que la veloz inflación les permite mantener en sus cuentas bancarias para adquirir algunos bienes que ayuden a hacer todo en casa. Comida cuando se consiguen productos para hacer completo el mercado, la caña para la casa, las cotufas para ver películas desde el sofá, la torta de cumpleaños no sale a la calle, y miles de etcéteras.
El socialismo fue una promesa absurda porque hoy la sociedad valora lo privado, lo que es de ellos, no las plazas, calles, monumentos, parques, universidades, jardines, canchas, gimnasios.
Extraviada quedó la cultura ciudadana para dar paso a la hostilidad entre hermanos, guerra en la calle. Es el mejor legado de esta “revolución”. Hasta el motorizado que se atraviesa olvidó el “disculpas” para incorporar un insulto sin razón. Desapareció de nuestro ideario el respeto al otro.
El privilegio que ha tenido estos últimos 15 años la mitificación de la labor militar de los líderes del proceso independentista venezolano, así como la reivindicación de los intentos de golpes de Estado en la década de los noventas por cortesía de este chapapote de gobierno, enviaron al foso de la valoración cultural a nuestros cimientos civiles y democráticos.
Bolívar, rey y padre de todo lo sagrado en la República, es el santo cuya luz de velas esconde la labor de tantos ciudadanos y próceres que lograron darle orden a la idea de sociedad que quisimos desarrollar para el futuro. Es así como lo militar y violento tiene privilegios. Y por ende, tanto tiempo después, con una administración dedicada a publicitar el gendarme como mejor opción, se desfiguró esta concepción hasta lograr la desaparición de lo público.
Somos, pues, un país en el que tiene mayor aceptación un carrito de perros calientes que una plaza pública, o un remate de caballos que un jardín para todos los ciudadanos.
A todo esto agreguemos el factor miedo. Miedo emanado de la violencia. Sale mejor llegar a casa temprano directo a dormir que ir al teatro o al parque (sólo en la capital, en el interior sencillamente no los hay) porque en la vía han muerto cientos a manos del hampa. Todo concatenado en un genuino atentado contra los valores que pudieran quedar insertos en la mente de las generaciones actuales, porque las nuevas, en las que crecerán los hijos de los que lucharon contra “la boliburguesía” y los hijos de los boliburgueses, no pinta mayor diferencia si no irrumpe un drástico cambio pronto.
De lo contrario, sigamos olvidando.



Ángel Arellano
Twitter: @angelarellano

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