Recojo
una expresión del profesor uruguayo Francisco Panizza (LSE): “a diferencia de
lo que sucede con los políticos de una orientación ‘derechista’, a quienes se
les atribuye comúnmente la corrupción, el abuso de poder y el enriquecimiento
escandaloso, la corrupción liquida a la ‘izquierda’ porque fulmina la bandera
‘moral’ que sustenta a su base electoral mayoritariamente pobre”.
El
ocaso de los gobiernos progresistas en América Latina llegó con una ola de escándalos
de corrupción que los hacen impresentables a su electorado. Aun cuando son
cuantiosos los intentos para mantenerse en la escena pública como defensores de
la población menos favorecida y albaceas de la reserva ética continental,
encontrando todavía cierto apoyo al legado de sus administraciones, la realidad
es otra.
Existen todavía los estigmas que echaron bases en el
pasado y se han preservado como herencia de una cultura política que premia la
ignorancia y la distorsión histórica, aunque también, frases como esta siguen
frescas: “todos son socialistas, progresistas y humanistas hasta que les tocan
el bolsillo. Ahí sí el capitalismo vale la pena”. A propósito de esa reflexión
citadina, cito in extenso un
comentario de Antonio Sánchez García que tiene cabida más o menos de la misma
forma en toda la región:
“Decirse
liberal, en Venezuela, desde la desaparición del llamado ‘liberalismo
amarillo’, acarrea el desprecio público. Decirse socialista, en cambio, así los
resultados concretos del socialismo doméstico estén a la vista en la crisis
humanitaria que ha provocado, la mortandad y la hambruna que ha inducido, el
hambre, la miseria y el sufrimiento que ha generado, continúa siendo, a pesar
de los brutales hechos en contrario, de buen tono. Al extremo de que el término
podría representar por igual a reprimidos y represores.
Así,
mientras el país se hunde en los abismos de la regresión, la hambruna y el
caos, el socialismo no parece haber perdido ni un ápice de su brillo auroral. Y
nadie osa llamarse liberal, pues despertaría las mayores sospechas. Acarrearía
la ominosa confesión de ser de derechas, y en la Venezuela golpista,
supersticiosa, bárbara, irresponsable, ladrona e ignorante, ser de derechas es
pecaminoso. Mientras que ser de izquierdas denota sensibilidad social y
humanitarismo. Y ello sigue siendo así precisamente ahora, cuando la izquierda
socialista, por primera vez en el poder gracias a su subordinación al
caudillismo militarista y autocrático, se ha robado 300.000 millones de
dólares, ha permitido el asesinato de 300.000 venezolanos y ha devastado
material y espiritualmente a Venezuela”.
Aun cuando las cosas en la región sean, repito, más o
menos así, podemos asegurar que en Latinoamérica la derecha no está ganado
espacios: la izquierda los está perdiendo.
Hoy
el gran tema que se discute en los foros políticos es la derrota ideológica y
ética de la izquierda. Para sostener esta idea, referimos al historiador
Gerardo Caetano: “¿cuándo prueba su consistencia un gobierno transformador? La prueba
en épocas difíciles. Es muy fácil distribuir en épocas de bonanza. Pero un
gobierno que ha sabido distribuir en épocas de bonanza, si no tiene idea, si no
tiene libreto para responder a una época de desaceleración económica, no merece
el respaldo de la ciudadanía para que continúe”. El progresismo exhibió los
logros sociales que obtuvo tras la distribución del boom de las materias primas
en la primera década del siglo sin ocuparse de diseñar programas para gobernar
cuando la bonanza se agotara.
Volvemos a Caetano: “A diferencia de esas bobadas que se
dicen de que la corrupción es de derecha y no de izquierda, pues la corrupción es
de derecha y es de izquierda (forma parte de la naturaleza humana), sin embargo
tiene efectos distintos: la corrupción desgasta a cualquier gobierno, pero al
de izquierda lo liquida. Liquida su legitimidad, liquida su capacidad para
proponer lo nuevo”.
Ángel Arellano
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