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martes, 7 de junio de 2016

La derrota ideológica y ética de la izquierda



Recojo una expresión del profesor uruguayo Francisco Panizza (LSE): “a diferencia de lo que sucede con los políticos de una orientación ‘derechista’, a quienes se les atribuye comúnmente la corrupción, el abuso de poder y el enriquecimiento escandaloso, la corrupción liquida a la ‘izquierda’ porque fulmina la bandera ‘moral’ que sustenta a su base electoral mayoritariamente pobre”.
            El ocaso de los gobiernos progresistas en América Latina llegó con una ola de escándalos de corrupción que los hacen impresentables a su electorado. Aun cuando son cuantiosos los intentos para mantenerse en la escena pública como defensores de la población menos favorecida y albaceas de la reserva ética continental, encontrando todavía cierto apoyo al legado de sus administraciones, la realidad es otra.
            Existen todavía los estigmas que echaron bases en el pasado y se han preservado como herencia de una cultura política que premia la ignorancia y la distorsión histórica, aunque también, frases como esta siguen frescas: “todos son socialistas, progresistas y humanistas hasta que les tocan el bolsillo. Ahí sí el capitalismo vale la pena”. A propósito de esa reflexión citadina, cito in extenso un comentario de Antonio Sánchez García que tiene cabida más o menos de la misma forma en toda la región:

“Decirse liberal, en Venezuela, desde la desaparición del llamado ‘liberalismo amarillo’, acarrea el desprecio público. Decirse socialista, en cambio, así los resultados concretos del socialismo doméstico estén a la vista en la crisis humanitaria que ha provocado, la mortandad y la hambruna que ha inducido, el hambre, la miseria y el sufrimiento que ha generado, continúa siendo, a pesar de los brutales hechos en contrario, de buen tono. Al extremo de que el término podría representar por igual a reprimidos y represores. 
Así, mientras el país se hunde en los abismos de la regresión, la hambruna y el caos, el socialismo no parece haber perdido ni un ápice de su brillo auroral. Y nadie osa llamarse liberal, pues despertaría las mayores sospechas. Acarrearía la ominosa confesión de ser de derechas, y en la Venezuela golpista, supersticiosa, bárbara, irresponsable, ladrona e ignorante, ser de derechas es pecaminoso. Mientras que ser de izquierdas denota sensibilidad social y humanitarismo. Y ello sigue siendo así precisamente ahora, cuando la izquierda socialista, por primera vez en el poder gracias a su subordinación al caudillismo militarista y autocrático, se ha robado 300.000 millones de dólares, ha permitido el asesinato de 300.000 venezolanos y ha devastado material y espiritualmente a Venezuela”.

            Aun cuando las cosas en la región sean, repito, más o menos así, podemos asegurar que en Latinoamérica la derecha no está ganado espacios: la izquierda los está perdiendo.
Hoy el gran tema que se discute en los foros políticos es la derrota ideológica y ética de la izquierda. Para sostener esta idea, referimos al historiador Gerardo Caetano: “¿cuándo prueba su consistencia un gobierno transformador? La prueba en épocas difíciles. Es muy fácil distribuir en épocas de bonanza. Pero un gobierno que ha sabido distribuir en épocas de bonanza, si no tiene idea, si no tiene libreto para responder a una época de desaceleración económica, no merece el respaldo de la ciudadanía para que continúe”. El progresismo exhibió los logros sociales que obtuvo tras la distribución del boom de las materias primas en la primera década del siglo sin ocuparse de diseñar programas para gobernar cuando la bonanza se agotara.
            Volvemos a Caetano: “A diferencia de esas bobadas que se dicen de que la corrupción es de derecha y no de izquierda, pues la corrupción es de derecha y es de izquierda (forma parte de la naturaleza humana), sin embargo tiene efectos distintos: la corrupción desgasta a cualquier gobierno, pero al de izquierda lo liquida. Liquida su legitimidad, liquida su capacidad para proponer lo nuevo”.

Ángel Arellano

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