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martes, 31 de mayo de 2016

El ocaso del progresismo latinoamericano



Los medios de comunicación y los foros de reflexión política comienzan a dar abundante espacio a un tema que esperábamos desde hace algunos años: ¿el fin de la ola de gobiernos de izquierda en América Latina? Digo “esperábamos” porque mientras los gobiernos progresistas post-neoliberales lograban el mayor consenso en la región para imponer su retórica, favorecidos por el repunte espectacular de las materias primas en la década 2000-2010, liquidaban de la escena pública a quienes tuvieran una postura crítica, muchas veces reprimiendo manifestaciones, cerrando medios de comunicación social y hasta encarcelando a dirigentes políticos.
Paradójicamente, el discurso reformista se consolidó en voceros sordos a la disidencia. Quienes fueron contundentes críticos del neoliberalismo de los noventa, intentaron liquidar a sus propios críticos cuando les llegó el turno de gobernar. Los abusos de estas administraciones bajo el manto de las “realizaciones sociales” y la disminución de la pobreza, nutrieron un nuevo establishment que destaca entre los más corruptos registrados en el Continente.
            Ahora bien, tiene espacio la siguiente interrogante: ¿gobiernos “izquierdistas” o gobiernos “progresistas”? ¿Han sido el chavismo, el kirchnerismo, el lulismo y los otros movimientos en Nicaragua, Ecuador, Bolivia, etc. realmente gobiernos izquierdistas? ¿O se abrazaron de una propaganda que los mostraba como la “nueva izquierda” latinoamericana para aprovechar el beneficio semántico que esto suponía en una región del mundo en la que la “derecha” sigue estado mal vista? ¿Continuidad o ruptura del neoliberalismo de los noventa?
A diferencia del Frente Amplio uruguayo (1971) y la Concertación de Partidos por la Democracia en Chile (1988), coaliciones de centro, centro-izquierda e izquierda radical que llegaron al gobierno con programas fundamentados en los postulados históricos de la izquierda mundial (igualdad, inclusión, estado de bienestar, laicidad, pacifismo), ni el chavismo militarista, ni el elitesco kirchnerismo, ni el lulismo pragmático (que pactó hasta con la derecha para lograr su permanencia en el poder), son precisamente referentes auténticos de la izquierda. Aun cuando todos estos pseudo izquierdistas hayan hecho lo imposible para congraciarse con Fidel Castro, o aplaudido la creación del ALBA como respuesta al ALCA, no dejan de ser experimentos “progresistas” con un alto contenido autoritario.
El pensamiento pragmático occidental, al que por cierto se ha plegado China en los últimos años posicionándose como la potencia mundial con mayor crecimiento e influencia en el mercado, ha tenido como soporte ciertas bases que resumimos en las famosas “seis aplicaciones asesinas para prosperar” del historiador británico Niall Ferguson: La competencia, la revolución científica, el derecho de propiedad, la sociedad de consumo, la medicina moderna y la ética de trabajo. Mientras los países del mundo buscan un espacio en el mercado global para mejorar (de esa manera liberal) la calidad de vida de sus ciudadanos, la izquierda iliberal persigue, con su discurso romántico, temerario y altisonante, un fin totalmente distinto: la entronización en el poder beneficiando a la nueva élite política y empresarial.
            ¿No han sido Alemania y Corea ejemplos suficientes del desempeño de territorios iguales, con la misma gente, la misma geografía, la misma historia, pero distintas ideas (capitalismo vs comunismo), instituciones (abiertas vs cerradas) y formas de gobierno (democracia vs dictadura)? ¿Acaso fue el marxismo y la savia socialista el triunfante de ese experimento? ¿O mejor es darle espacio a aquella filosofía de la derrota que reza en una frase de Galeano en su introducción a “Las venas abiertas de América Latina” de la cual terminó disintiendo antes de morir? (“ocurre que quienes ganaron, ganaron gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo mundial”).
            Continuará…

Ángel Arellano

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