Los
medios de comunicación y los foros de reflexión política comienzan a dar
abundante espacio a un tema que esperábamos desde hace algunos años: ¿el fin de
la ola de gobiernos de izquierda en América Latina? Digo “esperábamos” porque
mientras los gobiernos progresistas post-neoliberales lograban el mayor
consenso en la región para imponer su retórica, favorecidos por el repunte
espectacular de las materias primas en la década 2000-2010, liquidaban de la
escena pública a quienes tuvieran una postura crítica, muchas veces reprimiendo
manifestaciones, cerrando medios de comunicación social y hasta encarcelando a
dirigentes políticos.
Paradójicamente,
el discurso reformista se consolidó en voceros sordos a la disidencia. Quienes
fueron contundentes críticos del neoliberalismo de los noventa, intentaron
liquidar a sus propios críticos cuando les llegó el turno de gobernar. Los
abusos de estas administraciones bajo el manto de las “realizaciones sociales”
y la disminución de la pobreza, nutrieron un nuevo establishment que destaca entre los más corruptos registrados en el
Continente.
Ahora bien, tiene espacio la siguiente interrogante:
¿gobiernos “izquierdistas” o gobiernos “progresistas”? ¿Han sido el chavismo,
el kirchnerismo, el lulismo y los otros movimientos en Nicaragua, Ecuador,
Bolivia, etc. realmente gobiernos izquierdistas? ¿O se abrazaron de una
propaganda que los mostraba como la “nueva izquierda” latinoamericana para
aprovechar el beneficio semántico que esto suponía en una región del mundo en
la que la “derecha” sigue estado mal vista? ¿Continuidad o ruptura del
neoliberalismo de los noventa?
A
diferencia del Frente Amplio uruguayo (1971) y la Concertación de Partidos por
la Democracia en Chile (1988), coaliciones de centro, centro-izquierda e
izquierda radical que llegaron al gobierno con programas fundamentados en los
postulados históricos de la izquierda mundial (igualdad, inclusión, estado de
bienestar, laicidad, pacifismo), ni el chavismo militarista, ni el elitesco
kirchnerismo, ni el lulismo pragmático (que pactó hasta con la derecha para
lograr su permanencia en el poder), son precisamente referentes auténticos de
la izquierda. Aun cuando todos estos pseudo
izquierdistas hayan hecho lo imposible para congraciarse con Fidel Castro,
o aplaudido la creación del ALBA como respuesta al ALCA, no dejan de ser
experimentos “progresistas” con un alto contenido autoritario.
El
pensamiento pragmático occidental, al que por cierto se ha plegado China en los
últimos años posicionándose como la potencia mundial con mayor crecimiento e
influencia en el mercado, ha tenido como soporte ciertas bases que resumimos en
las famosas “seis aplicaciones asesinas para prosperar” del historiador
británico Niall Ferguson: La competencia, la revolución científica, el derecho
de propiedad, la sociedad de consumo, la medicina moderna y la ética de
trabajo. Mientras los países del mundo buscan un espacio en el mercado global
para mejorar (de esa manera liberal) la calidad de vida de sus ciudadanos, la
izquierda iliberal persigue, con su discurso romántico, temerario y altisonante,
un fin totalmente distinto: la entronización en el poder beneficiando a la nueva
élite política y empresarial.
¿No han sido Alemania y Corea ejemplos suficientes del
desempeño de territorios iguales, con la misma gente, la misma geografía, la
misma historia, pero distintas ideas (capitalismo vs comunismo), instituciones (abiertas
vs cerradas) y formas de gobierno (democracia vs dictadura)? ¿Acaso fue el
marxismo y la savia socialista el triunfante de ese experimento? ¿O mejor es
darle espacio a aquella filosofía de la derrota que reza en una frase de
Galeano en su introducción a “Las venas abiertas de América Latina” de la cual
terminó disintiendo antes de morir? (“ocurre que quienes ganaron, ganaron
gracias a que nosotros perdimos: la historia del subdesarrollo de América
Latina integra, como se ha dicho, la historia del desarrollo del capitalismo
mundial”).
Continuará…
Ángel Arellano
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