Joven venezolano. Periodista (USM) con especialización en gobernabilidad (UCAB) y maestría en estudios políticos (Unimet). Profesor de la Escuela de Comunicación Social de la USM en Barcelona, relacionista público y experto en comunicación política con práctica en la administración pública. Articulista en diarios de circulación nacional y regional, así como en diversos portales web de opinión en Venezuela. Miembro del Centro de Formación para la Democracia. Estudiante de Doctorado en Ciencia Política de la Universidad de la República. Viviendo en Montevideo.
domingo, 26 de junio de 2016
miércoles, 22 de junio de 2016
Cuando el hambre es la consigna
“Hambre, hambre, hambre...”.
El viejo no consiguió ayuda para empujar su
destartalada camioneta. La batería, rendida con ácidos y rezos hasta el último
aliento, había llegado a su prolongado desenlace final. El viejo reunió fuerzas
que hacía tiempo no veía para empujar la camioneta algunos metros más adelante,
alejándose lo más posible de aquel abasto del barrio Brasil en Cumaná. Minutos
después, la muchedumbre inició el saqueo, acabando con aquella propiedad de un
inmigrante asiático. El viejo se subió al techo de la camioneta con un palo en
la mano para alejar a todo aquel que se acercara a su fiel vehículo. Cumplida
la hora, se hizo presente la policía disparando y arremetiendo, dejando heridos
y llanto. Al viejo le encajaron tres o cuatro carajazos que le dejó la
estampida. Solo un par de vidrios de la camioneta soportaron la revuelta. El
viejo terminó bastante golpeado en la emergencia de un hospital ruinoso, con la
esperanza de volver al sitio para irse empujado su cacharro.
“¡Saquearon la pollera”, sonó el grito a lo lejos.
Luego pasó un muchacho bastante joven corriendo con cuatro aves recién asadas
en la mano. Jamás imaginaron los conquistadores, 500 años atrás, que “La
Primogénita del continente americano” sufriría tanta hambre a pesar de su
exuberante naturaleza y sus gigantescas potencialidades.
A la altura del Parque del Oeste Alí Primera en
Catia, cientos de caraqueños se congregaron a primera hora de la mañana para
protestar por la falta de comida. En Gato Negro, otro sector popular, se hizo
lo mismo, un símil a escala de las trifulcas registradas en las calles de
Cumaná, Barquisimeto, Barcelona, San Cristóbal, Mérida, Maracaibo, Valencia,
Maracay, y otras, durante las últimas dos semanas. A cada rato alguien habla de
toque de queda en las cadenas que envían por Whatsapp y otras redes sociales, oficializando
un decreto emitido por la delincuencia desde hace varios años.
En cada ciudad del país, en cada pueblo y caserío,
hay un hambre que no consigue alimento y cientos de
enfermedades que no encuentran medicinas. Los productos de aseo personal son
joyas extrañas, casi olvidadas. La humillación no tiene límites. Ciudadanos de
todos los colores sudan a chorros en las colas de los supermercados, de las
bodegas, de las farmacias, de las gasolineras, de las tiendas de repuestos, de
las ventas de cauchos y baterías.
Los pequeños estallidos sociales de las últimas
semanas han movilizado más gente que el reventón del Caracazo. El doble, el
triple… no sabemos cuánto.
Junto a la vidriera de un Farmatodo capitalino, una
mujer y sus tres hijos pusieron en práctica un nuevo método para robar impuesto
por la crisis. Esperaron a algunos de los que hicieron la fila para comprar
algunos artículos y los abordaron en la salida. “Señora, no la voy a dejar
pasar. Deme lo que tiene”. “Mujer, pero si no tengo nada no ves que vengo de
hacer la cola ¿qué coño puedo tener? ¡Mátame!”. “Mis hijos y yo tenemos hambre.
Dame el pan y las galletas esas que llevas ahí”. “Toma vale, qué desgracia. ¡Quédate
con esa vaina!”.
La gente grita "¡Tenemos hambre!" y el
gobierno, sumergido en su estupidez, responde "¡Tenemos Patria!". La
sangre llega al río, basta saber cuánto hace falta para que el caudal arrastre
la represa, las casas y lo que queda de país.
En medio del ruido, alguien a lo lejos habla de
diálogo. Se intentan algunas señas llamando al “entendimiento nacional”. Por un
lado, el gobierno liquida cualquier iniciativa de reorientar la política de la
catástrofe, por la sencilla razón de que ellos la encarnan, el caos es su inspiración.
Por el otro, el Parlamento empuja una y otra vez las reformas necesarias. La
primera de ellas, sacar al gobierno del poder, a como dé lugar.
El diálogo es una quimera, qué atrocidad...
Ángel Arellano
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martes, 14 de junio de 2016
La ausencia de ideas
La
pérdida de apoyo popular de los gobiernos progresistas en América Latina trae
consigo una preocupación implícita: la ausencia de ideas para afrontar los
retos que imponen las nuevas dinámicas económicas. La izquierda, golpeada por
sus propios errores, ha demostrado carecer de elementos para reordenarse y
salir del atolladero. Los ejemplos de Venezuela, Brasil, Argentina, Ecuador,
Bolivia, y (distante pero también dentro del espectro) Uruguay, evidencian cómo el progresismo que se presentó fértil a principios de siglo, se ha quedado sin
agenda, preso de una retórica afilada en tiempos de bonanza pero errante en
tiempos de ajustes y recortes.
Un par de interrogantes nos llaman la atención: ¿Tienen
capacidad las izquierdas para renovarse desde las derrotas? Y, al margen de
esto, los sectores que desde la oposición han venido avanzando para asumir el
control ¿traen algo nuevo? ¿Hay algo inédito en las nuevas derechas
latinoamericanas? En resumidas cuentas: ¿inicia la región un periodo con
gobiernos más pragmáticos que idealistas?
La
ola progresista impuso programas de reformas radicales en lo discursivo, en lo
diplomático, en lo económico, sin embargo, su estilo de gobernar no distó mucho
de las prácticas de los partidos tradicionales en sus países. En puntos clave
como la descentralización se echó marcha atrás, lo mismo en el diálogo político
con la oposición y en el fomento de un clima de entendimiento con reglas claras
dentro del sistema político. La izquierda, que en casi todos los casos llegó al
Ejecutivo con mayorías parlamentarias, aplicó con comodidad su proyecto. Fue el
cambio de una élite por otra, con transformaciones en cuanto al reparto de la
riqueza, a la redistribución, a la participación, pero con un fuerte componente
de autoritarismo como en Venezuela y Argentina, y de pretensiones continuistas
como en el resto de los países mencionados.
Pablo Stefanoni propone la siguiente reflexión: “Al final de
cuentas, las perspectivas de radicalización de la democracia promueven eso (su radicalización),
no la transformación de los procesos de cambio en formas de régimen que ahogan
el debate interno, alinean militarmente a los militantes, premian más las
lealtades oportunistas que la eficiencia y la honestidad intelectual en un
simulacro ‘leninista’ que no solo podría no ser deseable sino que básicamente
no es eficaz frente a las ‘nuevas derechas’ que se expanden en la región.
Después, solo podremos contentarnos con la consoladora ‘épica de la derrota”.
Por
otro lado están las derechas, o lo que la izquierda ha posicionado como las
derechas: todo aquello que esté fuera de su órbita. Plantean restaurar el
sistema democrático en los términos de las constituciones nacionales, apelando
al diálogo interpartidista como condicionante fundamental de la gobernabilidad
y la estabilidad.
Siguiendo
a Verónica Giordano, la calidad de la democracia de hoy es concebida más por la
capacidad del sistema político de demostrar una inclusión efectiva de la
ciudadanía en la toma de decisiones, y por los elementos ligados a la igualdad
y a la justicia social, que por los postulados tradicionales del término
“democracia”. Citamos: “antes la democracia era concebida solo en su dimensión formal
(democracia política); hoy es defendida, aunque más discursivamente que en las
prácticas políticas, en términos de sus contenidos: democracia social o
inclusiva. Para ello, las derechas se sirven de un eficaz instrumento de ayer y
de hoy: el consensualismo”. Y ha sido este consensualismo un factor
determinante en los sectores que vienen desplazando a la izquierda del poder en
la región: el gobierno de Cambiemos en Argentina, la coalición que lidera
Michel Temer en la presidencia interina de Brasil, la experiencia de la MUD en
Venezuela que ganó la mayoría del Parlamento, todos ejemplos claros de
consensos logrados por los sectores alternativos al progresismo. El consenso
como práctica y programa, como forma y fondo. “Un eficaz instrumento de ayer y
hoy”. Nada nuevo.
Ángel Arellano
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Verónica Giordano
martes, 7 de junio de 2016
La derrota ideológica y ética de la izquierda
Recojo
una expresión del profesor uruguayo Francisco Panizza (LSE): “a diferencia de
lo que sucede con los políticos de una orientación ‘derechista’, a quienes se
les atribuye comúnmente la corrupción, el abuso de poder y el enriquecimiento
escandaloso, la corrupción liquida a la ‘izquierda’ porque fulmina la bandera
‘moral’ que sustenta a su base electoral mayoritariamente pobre”.
El
ocaso de los gobiernos progresistas en América Latina llegó con una ola de escándalos
de corrupción que los hacen impresentables a su electorado. Aun cuando son
cuantiosos los intentos para mantenerse en la escena pública como defensores de
la población menos favorecida y albaceas de la reserva ética continental,
encontrando todavía cierto apoyo al legado de sus administraciones, la realidad
es otra.
Existen todavía los estigmas que echaron bases en el
pasado y se han preservado como herencia de una cultura política que premia la
ignorancia y la distorsión histórica, aunque también, frases como esta siguen
frescas: “todos son socialistas, progresistas y humanistas hasta que les tocan
el bolsillo. Ahí sí el capitalismo vale la pena”. A propósito de esa reflexión
citadina, cito in extenso un
comentario de Antonio Sánchez García que tiene cabida más o menos de la misma
forma en toda la región:
“Decirse
liberal, en Venezuela, desde la desaparición del llamado ‘liberalismo
amarillo’, acarrea el desprecio público. Decirse socialista, en cambio, así los
resultados concretos del socialismo doméstico estén a la vista en la crisis
humanitaria que ha provocado, la mortandad y la hambruna que ha inducido, el
hambre, la miseria y el sufrimiento que ha generado, continúa siendo, a pesar
de los brutales hechos en contrario, de buen tono. Al extremo de que el término
podría representar por igual a reprimidos y represores.
Así,
mientras el país se hunde en los abismos de la regresión, la hambruna y el
caos, el socialismo no parece haber perdido ni un ápice de su brillo auroral. Y
nadie osa llamarse liberal, pues despertaría las mayores sospechas. Acarrearía
la ominosa confesión de ser de derechas, y en la Venezuela golpista,
supersticiosa, bárbara, irresponsable, ladrona e ignorante, ser de derechas es
pecaminoso. Mientras que ser de izquierdas denota sensibilidad social y
humanitarismo. Y ello sigue siendo así precisamente ahora, cuando la izquierda
socialista, por primera vez en el poder gracias a su subordinación al
caudillismo militarista y autocrático, se ha robado 300.000 millones de
dólares, ha permitido el asesinato de 300.000 venezolanos y ha devastado
material y espiritualmente a Venezuela”.
Aun cuando las cosas en la región sean, repito, más o
menos así, podemos asegurar que en Latinoamérica la derecha no está ganado
espacios: la izquierda los está perdiendo.
Hoy
el gran tema que se discute en los foros políticos es la derrota ideológica y
ética de la izquierda. Para sostener esta idea, referimos al historiador
Gerardo Caetano: “¿cuándo prueba su consistencia un gobierno transformador? La prueba
en épocas difíciles. Es muy fácil distribuir en épocas de bonanza. Pero un
gobierno que ha sabido distribuir en épocas de bonanza, si no tiene idea, si no
tiene libreto para responder a una época de desaceleración económica, no merece
el respaldo de la ciudadanía para que continúe”. El progresismo exhibió los
logros sociales que obtuvo tras la distribución del boom de las materias primas
en la primera década del siglo sin ocuparse de diseñar programas para gobernar
cuando la bonanza se agotara.
Volvemos a Caetano: “A diferencia de esas bobadas que se
dicen de que la corrupción es de derecha y no de izquierda, pues la corrupción es
de derecha y es de izquierda (forma parte de la naturaleza humana), sin embargo
tiene efectos distintos: la corrupción desgasta a cualquier gobierno, pero al
de izquierda lo liquida. Liquida su legitimidad, liquida su capacidad para
proponer lo nuevo”.
Ángel Arellano
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