2015 ha terminado. Un año de
turbulencia. Quedará para la historia el episodio del 6 de diciembre como el
levantamiento de la conciencia nacional en contra del gobierno de la opresión.
2015 ha tenido de todo: crisis,
protestas, profundización del hambre, la tristeza y el miedo. La vida sigue sin
valer un centavo en la calle. Cualquiera, así esté rodeado de un abundante
número de escoltas, puede morir con el tiro siempre certero y letal del hampa.
¡Qué año este año!
En el último suspiro del maratón
de incertidumbres en el que se convirtió 2015, primero con el sacudón
cambiario, luego las primarias de la oposición, después las primarias del
oficialismo para vivir la angustia de esperar la fecha de las parlamentarias,
posteriormente la tensión a flor de piel de si se realizarían o no las
elecciones, la presión internacional, las medidas económicas impopulares, el
galope de la inflación, el avance de la escasez, la llegada a la luna del dólar
negro venezolano, entre otros eventos que vive un país que tiene más de
manicomio que de país, podemos decir que se ha dado un paso adelante para
cambiar. O, en perspectiva, como frasea la propaganda electoral, “ha iniciado
el cambio”.
Naturalmente, la turbulencia se
mantendrá hasta que el débil gobierno, hoy con más miedo que nunca, con más
ganas de reprimir, de amenazar, de envenenar el ambiente y generar conflicto en
cada átomo de la sociedad, salga del poder por medio del camino constitucional.
¿Será difícil? Lo será. ¿Qué no ha sido difícil para una nación que tiene
varios años prescindiendo de la hallaca, el pan de jamón, el pernil y los
juguetes en navidad en ocasión de los altos precios y el desabastecimiento?
¿Poco difícil es el colapso del sistema de salud pública y de todos los servicios
que presta el Estado? No hay un milímetro de la administración pública que no
se encuentre en caos. Si algo le ha demostrado el chavismo al mundo es cómo un
país, en tan poco tiempo, puede deteriorarse hasta el hueso.
De tal manera que este año ha
puesto a la nación frente al espejo y le ha exigido un autoexamen, una revisión
profunda de su situación ayer, su situación hoy y su situación mañana. 2015
hizo que el venezolano se evaluara a sí mismo y se consultara sobre cómo sería
su vida en el futuro de seguir las cosas por el camino que van. A este
autoexamen, se le añadieron algunos elementos dramáticos como la cifra, aun
imprecisa, de compatriotas que han huido al extranjero por mil y un razones
todas y cada una de ellas fundamentadas en la hecatombe que vive el país:
1.600.000 venezolanos se encuentran fuera del país, según cifras conservadoras,
pues otras, quizá más realistas, hablan de más de dos millones, lo que no
sorprende a nadie porque, si algo también nos enseñó 2015, fue a liquidar, de una
vez por todas, nuestra capacidad de asombro.
El calendario tuvo una fecha
para desahogar el descontento y la gente se expresó con precisión y
contundencia. Quedó reseñado ante Dios, ante la comunidad internacional y ante
nosotros mismos, nuestra convicción de que sí se puede salir de este mal
momento y que sí queremos un sistema verdaderamente democrático, que promueva y
respete la libertad, y que sea garante de la paz.
Si 2015 fue el peor año de la
crisis económica, política y social, también fue el mejor año, por lo menos
desde hace tres lustros, para la ciudadanía, porque manifestó su condición
cívica y su rechazo a la violencia. Si pudiéramos resumir diciembre en una
frase, sería algo así: “por el voto llegaste y por el voto te irás”.
Ángel Arellano