El chavismo desde su inicio ha sido el símbolo más ilustrativo del lago negativo que hemos tenido paciente durante mucho |
El apalancamiento de la figura de
Chávez en la escena política de Venezuela no dependió únicamente de su forzosa
aparición tras un golpe de Estado fracasado, se debió a un tejido de
situaciones entre las que figura la descomposición del sistema institucional
democrático, perturbado y disminuido por la crítica que ventilaba la totalidad
de los sectores que influenciaban la opinión pública, así como la decadencia de
una administración estatal cada vez más ineficaz, divorciada de las demandas
nacionales y marcada por una corrupción que, como dice Ramón Escovar Salom, uno
de los sepultureros más efectivos del puntofijismo, era “prácticamente
artesanal” antes de la abundancia y el despilfarro que trajo consigo el V Plan
de la Nación y “La Gran Venezuela” de los setentas.
En palabras de Carlos Rangel: “Las naciones no viven
en un vacío, sino que sufren o disfrutan de la red de relaciones de fuerza
tejida entre todos los centros de poder del mundo. De modo que la desaparición
de un gobierno o su entronización, la estabilidad o el naufragio de un tirano,
de un demagogo, de un demócrata pueden deberse a causas mucho menos obvias que
la intención armada”.
Es incongruente la afirmación de que
con Chávez cambió el patrón de valores que rige a la sociedad venezolana. La
Revolución Bolivariana es un saco de argumentos vacíos. Los últimos 15 años de
la historia nacional han sido terreno fértil para la reivindicación exacerbada,
hasta llegar a niveles evidentemente dañinos y tóxicos para la institucionalidad
y la independencia de los poderes de una democracia promedio, de los valores
más oscuros que yacían, desde los remotos inicios coloniales, en el
subconsciente de la población.
No existió estímulo más potente para la exposición
de estos valores oscuros que la conducción del gobierno por parte del chavismo,
el símbolo más ilustrativo del lado negativo que hemos tenido paciente durante
mucho, esperando su turno para entrar en escena y, que poco a poco, pasó de ser
un conjunto de debilidades puntuales y malas costumbres en el comportamiento
nacional, para convertirse en Ley y reglamento.
Nuestro subdesarrollo, el
subdesarrollo de la Venezuela que hoy tenemos, es primero político antes que
económico. Está en las instituciones, en el sistema, en los partidos, en las
organizaciones, en las empresas, en las escuelas, en los maestros y en los
sabios, no en el campo, en la costa, en la montaña y en el recurso humano
subutilizado y desesperanzado que pulula por las desagradables e inseguras
calles que antaño fueron el escenario del derroche de la renta petrolera que
nos ha condenado desde el reventón del Zumaque I hace 100 años. Eso no cambió
con Chávez.
Con Chávez sólo cambió el capitán,
no el barco. Thomas Jefferson esgrimió un poderoso argumento, “La voluntad de
cada nación”, que en mucho contribuyó con la edificación de una gran potencia,
aun cuando en la televisión nacional la propaganda oficial muestre que “ser
antiimperialista es ser de izquierda” o “ser antiimperialista nos hace más
venezolanos”. La voluntad de nuestra nación ha sido estar bajo el autoritarismo
de Chávez y posterior desastre de Maduro.
Sin embargo, así como sube y baja la marea del mar
que nos bordea, las voluntades nacionales tienden a cambiar, porque si no el
país no hubiese sido ejemplarizante con su episodio democrático. La democracia
vuelve, es la voluntad que renace en la cola, en la escasez, en el hospital, en
la crisis. Eso dejó Chávez, el reencuentro de la gente con el recuerdo
democrático, y hacia allá iremos.
Ángel Arellano
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